Gerardo Guinea Diez: Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” 2009

1 octubre, 2009

Sobre la trascendencia de la poesía de Gerardo Guinea Diez y el Premio Nacional de Literatura 2009


El Premio Nacional de Literatura de Guatemala, Miguel Ángel Asturias 2009, que anualmente otorga el Consejo asesor de las letras del Ministerio de Cultura y Deportes, esta vez ha sido la recompensa para un autor multifacético y polivalente. Un reconocimiento que confirma que la literatura es ante todo una actitud de vida y que con esta también se premia la lealtad a los sueños.

Nunca está de más recordar que como en un espacio acristalado, en esta reunión de poemas confluye también una larga tradición de autores latinoamericanos que Gerardo ha sabido llevar entre México y Guatemala. Existe también el peso y la autoridad literaria de otros escritores, grandes pensadores y evidentemente músicos que resultaría arbitrario citar en esta breve aproximación, por la importancia de su inestimable equipaje.

Poeta emblemático, Guinea Diez es la “Divisa” entre las viejas generaciones y las novísimas formas de poesía que germinan hoy en Guatemala, generaciones a las cuales él mismo pertenece y a las cuales apuesta con entusiasmo.

Salvo la incertidumbre es tan sólo el indicio de una obra en continuo desarrollo: La raíz y la orilla (tomando dos palabras alegóricas de su autor), que abarcan 24 años de trabajo con el verso, el ritmo, la metáfora. Es preciso recordar que todo, o casi todo lo que sucede en la creación literaria evoluciona y sigue un constante movimiento, se modifica, se acomoda, se regenera: no tiene fin. Y porque sin alejarse del objetivo que implica cualquier tentativa estética a través de la palabra escrita, el autor ha logrado hasta hoy, que en su vena lírica fluyan y cohabiten los límites en donde los conceptos filosóficos y la fuerza de la poesía hubiesen podido contaminarse o, destruirse unos a otros con el paso del tiempo; lo cual no es el caso. La magia sigue latente, y el peligro del funámbulo surge en cada palabra, en cada página y con cada libro. La poesía se arriesga e intenta sin ningún temor el juego que consiste en dar ese salto al vacío y jugarse la vida.

La obra de Guinea Diez circula cada vez más gracias a firmas editoriales de renombre. El poeta es ante todo ciudadano de las letras, y se adelanta con paso firme en un movimiento literario que forzosamente será reconocido en el futuro como universal.
Es capital concluir este breve ensayo afirmando que la musicalidad que guía cada una de estas obras es elogiable justamente por su singular organización: armónica e intuitiva.

Parabién la ocasión de abrir este libro y dejarse llevar por el tejido sonoro y la fuerza imaginaria de sus versos, y enhorabuena a quien ahora tienen entre las manos esta Antología, que como una botella de sueños se abre y se presta para ser consumida sin ninguna moderación.

SALVO LA INCERTIDUMBRE
(POEMAS 1984-2008)

SER ANTE LOS OJOS

El ser,
navegando hacia el muelle de los signos en fila:
tus ojeras;
inventando la nada
para inaugurarse a sí mismo,
desde el canto del gallo,
desde el sueño de un pájaro
que premedita la rama y la hoja,
que anticipa con humildad
el tenue color de la mañana,
referente de horas inútiles
que agrietan las certezas,
de ésas que nos someten
a dos verdades para ser ninguna,
para que con júbilo de rosas
y miedo tempranero,
vivamos la experiencia de la libertad:
tributo inevitable de los desertores.

El ser
y nuestro desabrido afán;
el que nace en nuestra
renuencia a la perennidad.

El ser
y la fugacidad de nuestra obediencia,
sí, esa extraña manera
de estar en el mundo
resistiendo con lo imprescindible,
a pesar de las certezas
que nos anuncian un triunfo seguro,
inevitable, definitivo.
El ser
y la ebriedad de una reputación
que enaltece lo absurdo
de ciertas verdades;
aquellas que hoy nos garantizan
prosperidad eterna,
tanto como las pesadillas
de los sueños milenaristas.

De “Ser ante los ojos” (1998-1999)

RAÍZ DEL CIELO

I

Honda la mano al no perder su antiguo ánimo
y en el coraje empuñar la espada
que hiere al polvo
que se esparce y niega el agua.
Honda la mano hiriente
que en su embriaguez se hace río
y después de tantos años
aún asombra con su oleaje
y canto marinero.

Honda la mano perezosa,
ligera como el tamarindo,
con aroma de litorales que turban la sangre,
la más antigua,
la del hombre quieto en la cintura de la luz
lamiéndose como si fuera una victoria
o una derrota.

Honda la mano que anticipa las ausencias:
la tierra prometida,
el deseo de un sueño deslumbrante,
la sensación de estar atrapados,
el abismo que abjura de la gloria,
el oro que surca los idus de marzo.

Honda la mano del tiempo,
igual a sí misma, a la una de la tarde
cuando el hombre bebe cerveza
en la tienda de la esquina
y en sus ojos se acumula una espera de cartero
y una esperanza que no desciende.

Honda la mano al sostener con firmeza el aire
para que los albatros culminaran su vuelo;
honda, honda la mano indecible
al descifrar las cerraduras
y apurar el paso de los hastíos,
aunque la vastedad de los perfumes no impidió
que los manicomios se llenaran
y todos creyeran que estaban a salvo,
mientras las serpientes lucen su condición de
víctimas extasiadas
y la fatalidad data el hecho con la clarividencia
de un pozo profundo
al traer el recuerdo de Fenicia
y sus delgados muros que desvanecen los errores
cometidos,
tanto que los espejos siembran crepúsculos
donde fluirá la vida y los ríos,
porque no todo en la vida
es supermercados en California
ni esas delgadeces que atraviesan la pupila
como un rayo súbito bajo un cielo pesado.

Honda la mano que a cada paso
enrojece la verdad de hombres y mujeres
desvaneciéndose entre trivialidades,
porque ni el aquelarre bastó para detener las
blasfemias
ni las maldiciones,
no bastó ni basta,
a pesar de los Te Deum,
ni que miles de mujeres iluminen el aire con
oraciones
y se laven las manos en aguamaniles decorados
con suficiente paciencia.

Hércules lo sabe:
los sudarios se desgarraron hasta erigir un
crucifijo
para aherrojar los bordes de una eternidad
que comienza en las grandes temporadas de
oferta,
al poniente de las cotizaciones del petróleo
del mar de Brent o las acciones de Microsoft,
y la rabieta es tanta que la agudeza resulta
en suelo yermo
y lo ganado en el camino se olvida.

Ya los griegos no siguen a Herodes
porque los hombres esperan el alumbramiento
de un mundo nuevo,
pero éste parece una efigie con ojos de eternidad
cansada
y es que no todo es Houston, Madrid, París o
Londres.
No. Lo demás puede ser una larga noche
o una hermosa mañana
donde se abate el flamígero carro del día
y Febo no podrá aplacar su furia contra Faetón.

Honda la mano al desenmascarar la densidad de
nuestras edades,
como un vino de eternidad bebido a sorbos.

Honda la mano al abrir sus dedos
y mostrar las raíces obedientes,
en la linde que derrama las mañanas de
diciembre,
mientras el vaso de agua descansa la noche
y doma a la chicharra
y alguien se le olvida tomar las píldoras contra
el stress,
pero poco importa si el tiempo
ingiere suficientes dosis de alegría grande,
poco, si el pescuezo de la realidad prospera
en certidumbres de Dow Jones
y alzas súbitas en los rendimientos;
poco, si las antiguas preguntas,
las de siempre,
son un pretexto para olvidar,
en un pequeño segundo
el declive de la muerte
hasta que la imagen de una puerta amarilla nos
enrosca en su luminosa obediencia,
y traspasamos casi de inmediato un derrotero
que se desmorona frente a la anémona,
flor del viento y asombro de Venus,
pero el fruto es sólo aparente,
y es que los hombres no pueden improvisar la
savia
y en un lento cerrar de ojos,
se engendra la imagen de Naomi Campbell,
quien se contorsiona y nos recuerda a Lotis,
huyendo de nuestro desbarajuste.

Pero ella no sana
ni nos salva de la misantropía
porque el mundo sigue igual:

De “Raíz del cielo” (2002-2003)

VAS Y VIENES

DE sueños soñada
vas y vienes,
y tu cuerpo es un columpio
de alegría en el aire,
que urde tramas y acertijos,
y su caída al alcance de lo que desciende
aclara el pozo de las tinieblas,
esas que desnudan nuestras obras,
las que hicimos añicos
por inventar historias deleznables,
sin desenlace,
a la orilla de ese mar de aguas malas,
sin peces,
donde ya no cupo nuestra muerte
sin misericordia.

De “Poemas para el martes” (2002-2003)

EL PECADO ORIGINAL

CUÁNTAS metáforas labraríamos
si en tus ojos las sombras
no dibujaran por equivocación
una tristeza que aturde;
cuántas podríamos merecer
sin derramarlas en la linde
de unos días ásperos.

Cuánta fugacidad sería nuestra
sin la certidumbre del polvo,
pero la sangre, a veces,
en su brusquedad,
saquea las mejores intenciones.

Cuánto amor cabría en las manos
si taláramos el árbol de Adán.

De “Poemas para el martes” (2002-2003)

EL ALBA SE ENROSCA EN TU CUERPO

MIRARTE es una conciencia que traspasa,
un credo condenado al polvo,
un pan de la locura,
una semilla que brota y se destruye.

Mirarte es entrever los frutos
y el olor de una castidad
que no sacia los deseos
ni resuelve el jadeo de morir
y buscarme entre los otros.

Buscarte es perder el alba
en minutos de verte,
tendida sobre las sábanas,
casi inmortal,
reconciliada con las cenizas,
mientras los pájaros anuncian
el martes por venir.

Mirarte es demasiado tarde
cuando la velocidad del espejo
es menor que la vida
y su réplica es una sílaba
al nombrar una eternidad
que es ahora.

De “Poemas para el martes” (2002-2003)

CONTRA TODO PERDÓN

DESCANSA la silla en el rincón
donde te sentaste muda,
inmóvil como una serpiente,
a llorar tus devorados deseos,
allí donde bailaste antecito
y un coro de putas aplaudió
tu osadía desnuda.

Allí en la alfombra maldiciendo
y de rodillas no escuchaste
los demonios que salieron
a recordarte el sepulcro de la carne.

¡Al carajo los perdones! gritaste
con la boca oscurecida de calamidades
y el cuerpo reventado,
sin fuerzas ni ánimos.

¡Que se chinguen,
que los perdone su madre!
dijiste casi vomitando,
alzada en soledad de sus ojos
sepultados tan adentro de ti,
como un crepúsculo de la ciudad,
sin razón cayendo,
sin decir nada,
callada y glacial.
Ahora descansa tu impío cuerpo,
ya no danza más y tu penitencia
es un jarrón a la una de la madrugada
entre el horror de la silla
y un perdón que se desmorona.

De “Poemas para el martes” (2002-2003)

CASA DE NOSOTROS

II

Pero a ella pocos la conocen,
sólo sus amigos junto al agua
y la orilla con la vida espesa ahí,
nadie más,
ni el intruso ni el vecino de nada.

Sólo, entonces, para ella esos días
con el hombre saliendo del dolor,
al fin en paz,
en espera de algo,
como la misericordia
o una luz amarilla
de una tarde de mala salud.

Siendo así, ella de espaldas,
como encontrada sin nadie,
se imagina yendo a otra vida
donde pueda taparse con sus promesas,
—las del hombre saliendo—
colgar sus vestidos en la casa
al otro lado de la calle,
esperar una dicha agradecida
como un bien necesario
cuando se queden en silencio
sin amigos ni la orilla espesa,
perdonándose sin pruebas
porque nadie los conoce,
ni sus amigos
ni la vida que se pone a lo lejos.
Sólo así surgirán
se amarán adentro,
en la respiración de la casa,
en la paz de algo.

XIII

Pero él es su sombra en la higuera,
la que trae consigo
por si de pronto un parpadeo
o el Buda de ella en la mesita de noche
o sus viejos discos de Edith Piaf.

Entonces, él y no el libro,
dilata esa luz que no refleja nada,
ni la calle afuera
ni los rostros en ella adentro.

Siendo así, ella trae el incienso de la cocina
ve una foto con sus dientes de leche,
antes que el libro sea otro libro
por si de pronto un parpadeo
y beba sombras de sus ojos
como cierta gente hace
sin encontrar lo que no es
cuando ella con sus viejos discos,
como cierta música.

VI

Pero ella, tan próxima al agua que tiembla
distraídamente se descalza,
es desnudez tan portentosa con su cítara
y su garganta que es un desastre,
recordando el parque del colegio
los bailes y disfraces
con treinta voces infantiles
entre prisas y cinturitas,
con gritos saltando,
ideal para esos casos, piensa
qué buen día era siempre.
Por eso mismo, él dentro de la casa
merienda con su sombrero puesto,
sin pantalones como si fuera sábado,
sereno ante esa desnudez tan portentosa
pensando en Quevedo y la impudicia,
pero, también, en la caridad
y la responsabilidad social de la empresa,
ante lo cual, ella, serena y pasional,
se alza contra esa obscenidad
sin atender por entero el argumento
o algo así.

De “Casa de nosotros” (2007-2008)

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