Grupo de estudios del IHNCA-UCA: Venezuela

1 agosto, 2014

Diez semanas después de que en Venezuela el Chavismo ganara nuevamente un proceso electoral (sin denuncias de fraude), un sector de la oposición emprendió una serie de protestas que tenían como lema «La Salida».  El día 12 de febrero, estas protestas terminaron con un saldo de tres muertos (dos jóvenes y un miembro de un colectivo chavista), cuando los agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN) dispararon a la manifestación. Debido a este acto de agresión, el presidente Maduro destituyó al jefe de dicho organismo por no acatar la orden de acuartelamiento.  Estos acontecimientos generaron nuevamente grandes tensiones en Venezuela y polarizaron aún más el país.   La intensidad del conflicto lo vuelve casi irreconciliable porque colisionan dos proyectos políticos y dos narrativas en pugna centímetro a centímetro.  En este trabajo me propongo utilizar una serie de conceptos sobre el Estado, lo político y la democracia para leer a través de ellos, la conflictividad del caso venezolano.


Diez semanas después de que en Venezuela el Chavismo ganara nuevamente un proceso electoral sin denuncias de fraude, un sector de la oposición emprendió una serie de protestas que tenían como lema «La Salida». El día 12 de febrero, estas protestas terminaron con un saldo de tres muertos, dos jóvenes y un miembro de un colectivo chavista, cuando los agentes del Servicio Bolivariano de Inteligencia (SEBIN) dispararon a la manifestación.   Debido a este acto de agresión, el presidente Maduro destituyó al jefe de dicho organismo por no acatar la orden de acuartelamiento. Estos acontecimientos generaron nuevamente grandes tensiones en Venezuela y polarizaron aun más el país. La intensidad del conflicto lo vuelve casi irreconciliable porque colisionan dos proyectos políticos y dos narrativas.  En este trabajo me propongo utilizar una serie de conceptos sobre el Estado, lo político y la democracia para leer a través de ellos, la conflictividad del caso venezolano.

En el último ciclo de lecturas del Grupo de Estudio del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (IHNCA), nos propusimos estudiar el Estado.  Empezamos por las propuestas sobre los alcances de su legitimidad (Hanna Arendt) y llegamos hasta los cuestionamientos de la vigencia de los Estados nacionales con la instalación de poderes transnacionales con totales prerrogativas soberanas (Giovanni Arrighi) . También estudiamos la propuesta del mínimo de decoro (Joan Resinas), la noción de amigo y enemigo (Carl Schmitt), la de democracia consensual, deliberativa, y la del consenso conflictivo (Chantal Mouffe).  La intersección de las diversas perspectivas estudiadas con los hechos en Venezuela me impulsaron a pensar el conflicto acompañado de algunas de las cuestiones que discuten los autores leídos. De Arendt, utilizo su tesis sobre la banalidad del mal en algunas facetas del régimen nazi y las paradojas entre el crimen y la legalidad en el momento en que los ciudadanos se pliegan a la condición soberana del Estado. De Resinas tomo su discusión sobre el enfrentamiento entre derechos de minorías y de mayorías y su ejemplo del negacionismo del Holocausto en España enfrentado a la noción de ‘memoria histórica’.   De Schmitt utilizo su concepto de lo político que en su forma extrema divide a las ciudadanías en amigos y enemigos y donde la visión moral queda supeditada a intereses de asociaciones y disociaciones entre los grupos enfrentados. Y, finalmente, de Mouffe tomo el debate sobre la incapacidad de la democracia liberal y deliberativa de entender las honduras del proceso democrático y de la necesidad de establecer el pluralismo en las nociones de racionalidad.   Leyendo el caso de Venezuela a la luz de estos conceptos quizás sea posible perfilar algunos de los aspectos del conflicto. Aquí también sumo las declaraciones de autoridades del gobierno venezolano, fuentes periodísticas e informes de instancias de Derechos Humanos del Estado. No sabemos en qué desembocará el conflicto.  En este momento sólo me es posible mostrar la forma del movimiento de los polos en pugna.

***

El 17 de Febrero, el Alcalde del Municipio Libertador de Caracas, Jorge Rodríguez, mostró en una conferencia de prensa el libro Eichmann en Jerusalem, de Hannah Arendt . Al mostrarlo, Rodríguez se proponía ilustrar el concepto de ‘la banalidad del mal’. Para hacerlo, relataba el hecho de cómo en una barricada (guarimba) en Caracas un joven detenía una ambulancia que llevaba a una persona herida de gravedad. El alcalde afirmaba que este joven, sin saberlo y ‘sin ser especialmente malo’, participaba de una maquinaria del mal. Para Arendt, ‘la banalidad del mal’ consiste en la normalización de actos criminales, tales como fue el simple seguimiento de un procedimiento burocrático del Estado en la Alemania facista. Y para ilustrarlo construía la biografía de Adolf Eichmann, el criminal nazi enjuiciado en Jerusalem.  Así mostraba Arendt cómo este hombre, una persona común y corriente, se había visto implicado en circunstancias en las que trabajar en la exterminación de las personas era lo normal, y legal. Bajo el régimen nazi, todo burócrata laboraba en el proyecto nacional que mató a millones de gentes. La insignificancia de este hombre y el horror del crimen eran inconmensurables.

Rodríguez abrió con el afán de establecer las diferencias entre los adversarios y explicitar lo que cada uno representaba: unos, la democracia; otros, el golpismo. Así se presentó a sí mismo como parte del proyecto de paz refundacional conocido como V República mientras mostraba a un sector de la oposición como sedicioso, aquel que buscaba restaurar a la IV República por vía fáctica. El suyo era un proyecto que defendía los derechos humanos, la verdad, la paz, la democracia; el otro, un proyecto de odio. Además dejaba explícita la amenaza que al proyecto nacional chavista hegemónico representaban los sectores contrahegemónicos-transnacionales. El proyecto suyo le estaba disputando el espacio público a la oposición y de esa forma jerarquizaba los derechos de unos por sobre los de los otros. Rodríguez afirmaba: «No tendremos tolerancia con los intolerantes, con los violentos, con los que discriminan, con los racistas, con los que cierran vías públicas» (Conferencia de Prensa en Caracas, 17 de febrero 2014). Siguió planteando su contraste, «si algo ha caracterizado a la fuerza del orden público y caracteriza a la administración del orden público en la Revolución Bolivariana y en el gobierno de Nicolás Maduro, es que no se recurre a expedientes violentos como ocurrió en la Cuarta República, donde la maldad y la violencia eran Estado. Ahora la maldad y la violencia están intentando hacerse con el gobierno. Nosotros insistimos, decretamos a Caracas como territorio de paz» (ibíd). Al finalizar la conferencia, Rodríguez se preguntaba también si era posible el diálogo entre estas dos partes.

1. Colisión

En estas instancias, utilizar el texto de Schmitt puede ser útil para observar el carácter irreconciliable del conflicto venezolano que se presenta como un antagonismo entre amigos y enemigos. Según Schmitt un antagonismo de cualquier índole «se aproximará más a lo político cuanto mayor sea su cercanía al punto extremo (…) el grado máximo de intensidad en una unión o separación, de una asociación o disociación» (57). La circunstancia especialmente intensa de la relación amigo-enemigo a la que Schmitt reduce lo político, se nota en el caso de Venezuela al ver cómo las dos partes se sienten amenazadas en su modo de vida.  Esta es la esencia de la razón defensiva que justificaría el hacer la guerra, según Schmitt. Cada grupo decidiría por lo tanto «si la alteridad del extraño representa en el conflicto concreto y actual la negación del propio modo de existencia y, en consecuencia, si hay que rechazarlo o combatirlo para preservar la propia forma esencial de vida” (57).  Eso es lo que yo escucho en el discurso de Rodríguez.  Entonces, acorde a esta perspectiva, para ambos grupos el conflicto parte de lo económico; pero unos lo piensan desde del control de la renta petrolera y otros desde la inflación y la escasez.  Estas posiciones, al intensificarse, se reorganizan en una relación amigo- enemigo. Finalmente cada una se declara en legítima defensa frente a la amenaza de la otra.

Sin duda, existe una noción de amenaza que es transversal en el antagonismo. El alcalde Jorge Rodríguez, para hablar de la magnitud de la amenaza que siente, levanta sobre la mesa un libro y dice:

«Quiero recomendarles este libro, de una pensadora, (…) Hannah Arendt, que escribió este libro, Eichmann en Jerusalem, refiriéndose al juicio de este personero nazi, que coordinó el exterminio de miles y miles de judíos en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.  Ella dice y concluye que no se necesita de una maldad especial para recurrir a crímenes atroces; que basta con que no se tenga conciencia; que basta con que no se tenga raciocinio.  Esa es la intención de los golpistas. Tratar de eliminar el estado de conciencia de algunas personas. Por ejemplo, ese joven que le dijo ‘vieja loca’ a una señora porque estaba llena de angustia, porque su familiar estaba en un estado grave de salud, en un vehículo que no pudo avanzar porque había barricada y estaban cerradas las calles. Perdónenme pero eso no lo vamos a permitir en el Municipio Bolivariano Libertador» (Conferencia de Prensa en Caracas, 17 de febrero 2014).

Rodríguez está usando el texto de Arendt alegóricamente. Más adelante él va a comparar la política segregatoria nazi para con los judíos con ciertas expresiones de la violencia sediciosa.  Leyendo el párrafo de esta manera podríamos decir que el gobierno chavista se declara amenazado en existencia por el sector sedicioso-imperialista que plantea el golpe de Estado. Por esto, pensando en el texto de Schmitt podríamos decir que el conflicto adquiere rasgos de guerra.  El proyecto golpista y restauracionista del régimen de la IV República no es parte del Estado pero sí es parte de los poderes oligárquicos nacionales y transnacionales.  Quizás estos son más fuertes que el Estado nacional Venezolano. El alcalde del municipio caraqueño quiere alertar que la vía de facto que practican estos sectores conlleva el arrastre de conciencias que se convertirían en meras piezas de esta maquinaria del mal.

Durante la conferencia de prensa, Rodríguez seguiría ampliando el tema de la magnitud de la amenaza que siente el Estado chavista frente a este Estado transnacional más grande y poderoso.  Respondiendo a un cuestionamiento sobre el problema de la inseguridad imperante en el país, planteada por un periodista independiente del gobierno chavista, el alcalde diría lo siguiente:

«la violencia política es una forma de violencia. La banalidad del mal es una forma de entrenar personas a través del odio, (…) cuando celebran esto [enseña una foto]: estos son muñecos guindados, con franelas rojas, incitando que se ahorquen a los chavistas, del mismo modo que hacían los nazis con los judíos en Alemania en 1946. ¿A ti te parece que eso está bien?» (Conferencia de Prensa en Caracas, 17 de febrero 2014)

2. Disputa por los símbolos: de la amenaza a la reivindicación

Más tarde, el mismo alcalde, volvería a Arendt:

«Recurriendo a Hannah Arendt, es la banalidad del mal, porque cuando se les pregunta ¿y usted por qué?, porque quiero que Maduro se vaya: porque creo que Maduro es colombiano; porque hay que matar a Maduro: la banalidad del mal (…). Y yo convoco a los alcaldes de los otros municipios del Área Metropolitana de la gran Caracas, que hagan respetar los derechos humanos.» (Conferencia de Prensa en Caracas, 17 de febrero 2014).

En esta confrontación política venezolana existe además una disputa por los símbolos legítimos, los derechos humanos, la paz, la democracia.  El chavismo denuncia la amenaza que los otros los consideren nada, los desnacionalicen.  Desde esta posición transitan primero hacia la discusión y luego hacia la apropiación de las nociones de derechos humanos y de la paz. Se genera por lo tanto una polémica en torno a quién representa qué. Esta es una operación que busca legitimar la posición propia, y afianzar simbólicamente el poder. Respecto de esta disputa por el significado Schmitt dirá que «todos los conceptos, ideas y palabras poseen un sentido polémico; se formulan con vistas a un antagonismo concreto, están vinculados a una situación concreta cuya consecuencia última es una agrupación según amigos y enemigos (que se manifiesta en guerra o revolución), y se convierten en abstracciones vacías y fantasmales en cuanto pierde vigencia esa situación» (60).

Más adelante en su texto afirmará Schmitt «siempre serán grupos concretos de personas los que combatirán contra otros grupos igualmente concretos de ellas en nombre del «derecho» o de la «humanidad» o del «orden» o de la «paz», (…) un medio político al servicio de personas que libran combates concretos» (95).

3. Enfrentamiento de derechos

Por otro lado, es posible en el discurso de Rodríguez observar una jerarquización de los derechos de unos por encima de los derechos de los otros. Los derechos de la mayoría chavista de elegir al gobierno nacional y de circular abiertamente por la Nación que están construyendo se enfrenta al derecho de un sector de la oposición por detener el curso normal de la gobernabilidad.  La disputa por el derecho al espacio público es la disputa por la organización política del país. El alcalde dijo: «se toman de forma pacífica (…) todos los espacios públicos de Caracas a partir de este momento. (…) No vamos a permitir que el odio se desplace por nuestra ciudad» (Conferencia de Prensa en Caracas, 17 de febrero 2014). Y luego afirmó: «en este país se garantizan los derechos de todos y todas, el derecho a la protesta, pero sobretodo el derecho al libre tránsito. Todas las venezolanas y todos los venezolanos tenemos derecho a caminar por donde nos dé la gana cuando nos dé la gana» (Ibíd).

En este juego amigos-enemigos por sus respectivos derechos, podemos traer a colación el trabajo de   otro autor discutido en el grupo de estudio del IHNCA, Joan Resina.  En su texto él analiza el fallo del Tribunal Constitucional de España a favor del derecho del neonazi Pedro Varela al negacionismo del Holocausto. El fallo se ampara en el principio de libertad de expresión.  A partir de este evento el autor reflexiona sobre cómo la doctrina liberal y la supremacía del individuo está en tensión con la democracia y los derechos de las mayorías. A su vez afirma que los derechos de las minorías, como el derecho a la existencia, no son democráticos porque no necesariamente deben ser avalados por consensos mayoritarios. Los derechos humanos de las minorías son inalienables. Resina expone además la autoridad que tienen las cortes internacionales para sancionar valores universales sobre los derechos humanos, y la disputa que la soberanía y los consensos nacionales establecen sobre este derecho. Estas cortes internacionales no están fundamentadas en una mayoría política que las legitime, a diferencia de los consensos nacionales, sino en «parámetros ampliamente aceptados de decencia» (92).  Hay que preguntarse qué poder define tales parámetros. 

Finalmente Resina postula la necesidad de mantener el vínculo entre verdades históricas y justicia -sobretodo cuando las víctimas se enfrentan  a sus asesinos. A partir del debate planteado por Resina y el perfil del conflicto venezolano examinado aquí, podríamos ver cómo un conflicto entre amigos-enemigos, como lo quiere ver Schmitt, se transforma en un antagonismo entre mayorías y minorías, en nuestro caso, entre los derechos de las mayorías chavistas y el derecho de la minorías constituida por el sector opositor que enarbola el proyecto de ‘La Salida’. Mientras los primeros se plantan por el derecho de vivir y circular en un país con los poderes democráticamente constituidos por su voto, los últimos reivindican su derecho a detener esos poderes y hacerlos caer por la vía de ‘La Salida’ -que en la memoria del chavismo esto inevitablemente se vincula con los hechos de abril del 2002. De esta forma los derechos también pueden estar enfrentados.

        4. Imposibilidad del diálogo

Frente a esta disputa política, que corta diferentes ámbitos como es el lenguaje y los derechos políticos, la búsqueda de un consenso social para dirimir estas diferencias centrales se ha vuelto una imposibilidad, y entender lo que sucede a través de los términos de la democracia liberal se hace dificultoso, si no es que imposible. Por esto es que los puntos de Schmitt, a pesar de las objeciones que es necesario hacer sobre sus posibles reduccionismos al definir la noción de ‘lo político’ como la lucha entre amigos y enemigos, pueden resultar seductores. Esta deficiencia para entender el conflicto es abordada por Chantall Mouffe, en su texto «La Paradoja Democrática» (2003). La autora se propone estudiar ciertos debates de la teoría democrática y hacer una revisión a algunos postulados de la democracia liberal, para afirmar que estos, también, son reduccionistas a la hora de entender el proceso democrático, e incoherentes con sus propios objetivos.

Como punto de partida, Mouffe expone la propuesta agregativa de la democracia, que consistiría en la suma de intereses nacionales que los partidos políticos se encargan de jerarquizar. A partir de ahí se adentra en la posición deliberativa en sus dos vertientes, Rawlsiana y Habermasiana. El principal argumento de los ‘demócratas deliberativos’ es «alcanzar formas de acuerdo que satisfagan tanto la racionalidad (entendida como defensa de los derechos liberales) como la legitimidad democrática (tal como queda representada por la soberanía popular)” (83). El objetivo de los demócratas deliberativos es reconciliar el liberalismo–defensa de los derechos y libertades individuales–con la democracia y su énfasis en la colectividad. La diferencia entre las dos vertientes es que la primera pone el acento en lo que ellos llaman ‘razonable’ -principios liberales, fundamentos constitucionales- del acuerdo social; y la segunda, en la necesidad de lo imparcial del procedimiento y de la ‘racionalidad comunicativa’ que llevaría inevitablemente a un consenso democrático. La autora afirma entonces que estas racionalidades son espacios donde el conflicto seguirá presente, criticando la perspectiva de estos autores que consideran que es en estos espacios donde precisamente se va a resolver el conflicto social. Propone ella además que la otredad no debe ser considerada como enemiga sino sólo como adversaria, y que propone un pluralismo que abarque la pluralidad de racionalidades. (Asunto difícil).

Estos espacios, el de la racionalidad y el del procedimentalismo, proponen «encontrar un modo de garantizar que las decisiones adoptadas por las instituciones democráticas representen un punto de vista imparcial, capaz de expresar por igual los intereses de todos, lo que a su vez exige establecer unos procedimientos capaces de generar resultados racionales mediante la participación democrática» (94).  Pero esta propuesta, insiste Mouffe, se enfrenta al reto de alcanzar esa imparcialidad cuando esencialmente el conflicto se trata de parcialidades; entonces ¿dónde está esa esfera desprovista de conflicto y por encima del conflicto que lo resuelva de forma satisfactoria—me pregunto yo? Ella contestaría que «tomarnos en serio al pluralismo nos exige abandonar el sueño de un consenso racional que implique la fantasía de que podemos escapar de nuestra forma de vida humana (98)».  Yo consideraría esto último, sinónimo de ideología. Además, Mouffe escribe que no sería posible «la delimitación de un ámbito que no esté sujeto al pluralismo de los valores y en el que pueda establecerse un consenso sin exclusiones”. (91)  Es más,  Mouffe agrega que «Rawls y Habermas quieren fundar la adhesión a la democracia liberal en un tipo de acuerdo racional que excluya la posibilidad de la impugnación. Por esta razón se ven obligados a relegar el pluralismo a un ámbito no público con el fin de aislar a la política de sus consecuencias. (…) [Esto] Pone de manifiesto el hecho de que el ámbito de la política -incluso en el caso de que afecte a cuestiones fundamentales como la justicia o los principios básicos – no es un terreno neutral que pueda aislarse del pluralismo de valores, un terreno en el que se puedan formular soluciones racionales universales» (92).

Es decir, el disenso a ese acuerdo racional que plantean las vertientes deliberativas no sería posible; no cabría, por ejemplo, alguien que rechace el diálogo como medio para resolver los conflictos. Por esto es que no sería viable postular que nociones universalisantes puedan resolver conflictos de diversidad, es decir, los conflictos democráticos. Sería más  interesante aceptar la persistencia del conflicto y por lo tanto de la diversidad.

Ese ‘concepto de justicia compartido’ por la sociedad que, según Mouffe plantea Rawls, y la percepción racional de legitimidad que tiene que tener un gobierno según Habermas (94), son imposibilidades en medio de un enfrentamiento en el que estos términos se volverían polémicos en el sentido de la dialéctica amigo-enemigo de Schmitt, ya que cada parte arguye su concepto de justicia y le resta legitimidad al bando opuesto. El sector sedicioso de la oposición no menciona la acción judicial contra los agentes del SEBIN y la destitución de su director, ni tampoco reconoce la legitimidad y el período de gobierno de un partido electo en las urnas un corto tiempo atrás. Asimismo, el chavismo nunca va a compartir el concepto de justicia económica que plantearía el neoliberalismo.

La democracia deliberativa, según Mouffe, propondría «encontrar un modo de garantizar que las decisiones adoptadas por las instituciones democráticas representen un punto de vista imparcial, capaz de expresar por igual los intereses de todos, lo que a su vez exige establecer unos procedimientos capaces de generar resultados racionales mediante la participación democrática» (94). Lo problemático de este deseo de inclusión se observa en la circunstancia venezolana.  La totalidad de la comunidad es un concepto inabarcable pero estos pensadores creen que lo es.  El diálogo público propuesto por Nicolás Maduro fue rechazado por la oposición.  Y, fue rechazado, porque esto equivalía a reconocer su mandato presidencial. Ese espacio donde ‘todos’ estarían representados no es posible porque .   no participó la facción golpista. El lugar de la deliberación no puede contener el antagonismo, porque para ellos participar en el diálogo sería aceptar el gobierno y la Constitución chavista.

El Alcalde Rodríguez en la conferencia de prensa agregaría una anécdota personal sobre el diálogo entre chavismo y oposición. Esta puede servir para manejar la siguiente pregunta: ¿Hasta dónde pueden llegar los métodos de una democracia deliberativa en la que el diálogo plural y la búsqueda de un consenso sean las formas privilegiadas para resolver los problemas? Rodríguez relata:

«Hace unas dos semanas, en una de las tantas iniciativas por la paz (…) yo participé en un programa de televisión, donde estaba un alcalde de la derecha venezolana, y ahí dije que el problema era la compulsión que tenían algunos sectores de la derecha venezolana, de siempre recurrir a la vía de la violencia, a la vía de la desestabilización, y a las vías del odio» (Conferencia de Prensa en Caracas, 17 de febrero 2014).

Desde el momento en que se le niega al presidente su ciudadanía diciendo que nació en Colombia se entra en una confrontación en la que no es tan sencillo asumir un debate deliberativo, ya que se pone en duda la existencia misma del presidente como persona en el espacio nacional. Más allá de la voluntad de diálogo, de buscar consensos nacionales o compartir cuotas de poder, hay dos grupos que se sienten amenazados, a saber el chavismo y la oposición puestos en la posición de amigo-enemigo.  En un par de artículos de opinión se le planteaba al Presidente Maduro los riesgos del golpe.  El primero advertía que: «Allanar el camino hacia un socialismo democrático no tiene prescripciones, pero no está exento del riesgo de la restauración a partir de la paz boba« ; el segundo preguntaba si era posible la paz duradera en una sociedad de clases de intereses antagónicamente irreconciliables.

***

El primer día de los hechos en Venezuela hubieron tres muertos. Entre ellos un militante chavista y dos jóvenes opositores. Dos de ellos, Juan Montoya y Bassil Dacosta, oficialista y opositor fueron asesinados en el mismo momento por el mismo tipo de bala . Esta es una versión del reporte de balística que citó Ignacio Ramonet.   El tercero, Roberto Redman, fue asesinado por un motorizado denunciado como perteneciente al SEBIN. En el lugar de los hechos, frente al Ministerio Público, fueron quemadas cuatro camionetas de una institución estatal y diversos edificios del Estado fueron destruidos en el resto del país. Rápidamente, por diversos medios de comunicación, entre ellos redes sociales, se le atribuyó la culpa al gobierno de Nicolás Maduro. En un primer momento, el gobierno venezolano se lo atribuyó a grupos armados infiltrados en la oposición. Días después, Maduro destituiría al jefe del SEBIN por no haber acatado la orden de acuartelarse. Posteriormente a ese incidente, alrededor de 26 efectivos de la Guardia Nacional Bolivariana fueron encarcelados, acusados por el Ministerio Público por delitos de lesa humanidad. Manuel Pérez, Edgardo Lara, Héctor Rodríguez Pérez, Jimmy Sáez y Jonfer Márquez, fueron detenidos desde el 24 de febrero debido a los hechos ocurridos el 12 de ese mes. Por otro lado, hay otros guardias que han sido asesinados en el momento en que limpiaban escombros de las ‘guarimbas’. Además, una manifestación chavista fue atacada a balazos desde un edificio.

Ante esto cabe preguntarse si este último acto de violencia fue cometido por los estudiantes opositores. Asimismo ¿cómo podemos, en medio de la incertidumbre del conflicto, asumir que todos los detenidos son inocentes? ¿Cómo saber desde un primer momento, cuando hay dos versiones que dividen a la sociedad venezolana, de que Leopoldo López, el dirigente opositor acusado de autor intelectual de los hechos del 12 de febrero, es inocente o culpable? Ambas partes presentan sus ‘pruebas’. En las redes sociales circularon numerosas imágenes, algunas de ellas desmentidas posteriormente, otras no . ¿Es posible denunciar como simple paranoia la posibilidad de que hayan grupos que atenten contra las manifestaciones chavistas y contra la misma oposición para causar una desestabilización similar a la del 2002? ¿La memoria del 2002 es una paranoia para el otro bando? ¿Cómo sabemos que sólo fue un lado el que disparó las balas si los muertos ‘pertenecen’ a los dos bandos?

Ante estas disyuntivas, nos preguntamos qué significa «La Salida», lema con el que un grupo opositor encabeza las protestas. Ante esto me pregunto además  ¿Mediante qué vías el movimiento llamado «La Salida» querría la salida de Maduro? En una carta de amplia circulación del cantante Rubén Blades, se le recomienda a Nicolás Maduro que cambie su actuar para no generar un vacío de poder que eventualmente lleve a un golpe de Estado . Dice Blades en esta carta, «No creo que es a través de la represión, la censura, o el recurso demagógico que se produce la respuesta racional a una condición objetiva inobjetable. Tal actitud solo provocaría más violencia, que generaría la posibilidad de una ingobernabilidad, un vacío político que podría ser llenado con un golpe militar» [Énfasis mío]. Nos preguntamos si esta opinión de Blades, sobre la posibilidad de un golpe de Estado -cuya circunstancia sería causada por quien recibe el golpe y no por quien lo realiza- podría cuestionar la idea de quienes argumentan que el golpe sólo está en la imaginación de Maduro.  Además ¿cuál es la respueta ‘racional’ y la ‘condición objetiva inobjetable’ sobre la cual, según Blades, no habría apelación del otro bando?  Contestemos estas preguntas con el consejo del analista Andrés Oppenheimer quien recomienda, para evitar un colapso económico en Venezuela, una dolarización, un ajuste económico del Fondo Monetario Internacional, o una intervención china . El Presidente del Consejo Superior de la Empresa Privada de Nicaragua está de acuerdo con él al decir que el problema de Venezuela era que había ‘una intervención de la clase política en el mercado’ . En las palabras de ambos leo el deseo por una sociedad en la cual el capital privado y su racionalidad sea un espacio inobjetable, uno que se asuma por encima de los conflictos, por encima de las Estados nacionales y la soberanía popular; en otras palabras, uno que le dé la razón la inobjetable a los deseos del grupo de ‘La Salida’.

Comparte en:

Choluteca, Honduras, 1990.
Ha trabajado en Anamá Ediciones haciendo el trabajo de lectorado de textos, y en el año 2009 en un callcenter en Managua.

También ha trabajado en el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamerica catalogando libros en el área de Procesos Mecánicos y es miembro del grupo de estudio del IHNCA desde ya algunos años.