Grupo de estudios IHNCA-UCA. Hanna Arendt: Banalidad del mal, legalidad, legitimidad, y justicia
1 junio, 2014
Entender la situación socio-política, tanto como la cultural y económica del mundo en la actualidad, necesariamente pasa por las consecuencias que el holocausto nazi y la barbarie contra el pueblo judío dejó. Muchísimo material para la incursión en las temáticas inherentes a la condición humana, además de las discusiones alusivas al mal, a la legalidad, a la justicia está todavía en la mesa de las investigaciones, de las reflexiones. Filósofos, intelectuales, artistas externos y otros, desde el centro mismo de la Alemania de ese tiempo, han buscado las raíces de esa etapa negra de la humanidad. Hannah Arendt una de esas personalidades, fue una consistente pensadora que reflexionó y aportó opiniones profundas que aún mantienen vigencia para explicarnos el fenómeno de la violencia, del odio. Ileana Rodríguez escribe sobre Hannah Arendt, nos introduce a uno de los segmentos de su pensamiento para ubicarnos en la atenta mirada de la enorme filósofa de ascendencia judía, a propósito, precisamente, de la “banalidad del mal”.
En los últimos años, el trabajo de Hanna Arendt ha ganado gran notoriedad. Incluso se han hecho películas sobre ella para discutir la relación entre vida y pensamiento. El deseo de ponerla de nuevo en escena se debe, quizás, a que responde a inquietudes presentes; a que su trabajo se articula a cuestiones contemporáneas; a que su postura es digna de rescate. Del trabajo de Arendt a mí me interesaba la idea de ‘la banalidad del mal’ por oscura, difícil de entender puesto que es fácil deducir que Arendt está diciendo que el mal es banal y ¿cómo podríamos estar de acuerdo con esa idea? La frase, tan repetida en los trabajos académicos, está bien explicada en su libro Eichmann en Jerusalén, en el que reflexiona sobre el enjuiciamiento de Eichmann en Jerusalén y, entre cuyas propuestas se encuentra la de ‘la banalidad del mal.’ Leyendo el texto con el grupo de estudio del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica y el grupo “ex/centrO” de la Universidad de Ohio, el énfasis de la lectura recayó más bien sobre la relación entre legalidad, legitimidad y justicia. Los miembros del grupo estaban interesados en enjuiciar al Estado por su falta de moralidad y la discusión giró en esa dirección. Pero Arendt nos reservaba una sorpresa ingrata, empezando por ‘la banalidad del mal’ que está ligada al de la legitimidad, la obediencia y la injusticia.
Para empezar, su propuesta es que la banalidad del mal se alberga en las burocracias estatales y políticas poblacionales que establecen odio y miedo como estrategias de gobernancia y de reconstitución de naciones y nacionalidades. Muy al estilo del populismo, odio y miedo crean un enemigo interno, común, al que se le responsabiliza de los males que atañen a la nación. Este enemigo, etnia o cultura identificable o construible, es una alteridad absoluta sobre la cual se practica la llamada ‘solución final,’ exterminio de un modo de ser cultural caracterizado como amenazante. Dichas estrategias son propias de políticas de totalidad sean estas coloniales o modernas, mercantiles o corporativistas. En la aplicación de dichas políticas se aloja la ‘banalidad del mal,’ ejecutada por oficiales o administradores estatales que solo obedecen órdenes. Eichmann es en esto prototípico. El representa ese analfabetismo del empleado público que, al tener que rendir cuentas, pone en evidencia su falta de criterios y ser ordinariez.
A este planteamiento sigue una reflexión sobre el Estado y sus procedimientos. El Estado es fuente de derecho y todo lo que ordena es legítimo. Mas, legítimo no quiere decir ético. La moralidad nada tiene que ver con lo político, dirá Carl Schmit. Arendt, su contemporánea, está de acuerdo con él pero añadirá que un Estado donde estas dos cuestiones estén disociadas es un Estado criminal, implicando, de paso, que la legitimidad de un Estado debe descansar en principios de moralidad y justicia, fundamento del amplio trabajo del jurista de la democracia liberal deliberativa, John Rawls. El dilema que este hiato revela, en el juicio de Eichmann, es el de las política de población que caen sobre las poblaciones judías y el de la relación entre las organizaciones judías sionistas que trabajaron en alianza con el Estado alemán en aras de establecer el Estado judío. ¡Uno queda estupefacto ante las necesidades de lo político!
Arendt se pregunta cómo es que un Estado constituye subjetividades en base a declarar conjuntos poblacionales enemigos, ajenos a lo nacional. También se pregunta por el significado de concebir legalmente ‘soluciones finales,’ exterminios totales, genocidios, y por el tipo de Estado que sobre estas políticas constituye su legitimidad. Estas preguntas nos permiten generalizar sus planteamientos a poblaciones indeseables, Indios y negros, gentes sobre las cuales también se posan déficits históricos que subrayan estrategias dirigidas a crear un enemigo responsable de lo que las prácticas políticas no logran resolver. Este es justamente el flanco débil de políticas de población totalitarias. Porque, así como Arendt repasa los diferentes escenarios para la eliminación de los judíos en Alemania y Europa occidental, así podemos repasar la identidad de las estructuras mentales que propusieron el exterminio de los Indios Americanos con la misma banalidad. Así como Judenrein significaba estar ‘libre de judíos,’ blanqueamiento significaba deshacerse de los Indios. A juzgar por sus resultados, ambas políticas étnicas muestran la imposibilidad de proyectos de aculturación, asimilación, expulsión, o exterminio de lo diferente y revelan el arraigo que una cultura tiene en la gente.
Ahora bien, ¿bajo qué condiciones se ejecutan tales políticas y cuáles son los límites de la responsabilidad histórica y política señalados mediante procedimientos jurídico penales? Para contestar esta pregunta, lo primero que hace Arendt es ofrecernos una caracterización de Eichmann. Eichman es un hombre ordinario, de palabra hueca, y pensamiento sin profundidad. El único lenguaje que aceptaba y manejaba era el burocrático y tal era su superficialidad que podría decirse que presentaba un caso moderado de afasia. Además era olvidadizo: no recordaba cuándo estalló la guerra; cuándo invadieron los Alemanes a Rusia, pero si recordaba los pequeños detalles de su vida en que había tenido éxito. Aparte de eso, no se sentía anti-semita y decía que se ahorcaría gustosamente en público como ejemplo y advertencia a todos los antisemitas de la tierra. Por ello admitía con facilidad sus crímenes y, al hacerlo, respondía a la táctica del auto-engaño que caracterizaba generalmente al Tercer Reich, único medio de poder vivir en el horror. En el juicio declaró sin ninguna vergüenza que había pedido ser trasladado porque no quería ser parte del genocidio pero no lo logró. Había participado en la emigración y deportación de los Judíos, si, pero, no quería participar en su exterminio. Su ingenua racionalidad procedimentalista sobre la crueldad, al estilo Jurgen Habermass, es asombrosa sobre todo cuando admite que él había jugado un papel en el exterminio pero no podía intervenir o detenerlo. Todo lo hacían para sobrevivir puesto que o aniquilaba a su enemigo o era aniquilado por él. Y, por último, llegó al extremo de decir que le gustaría hacer las paces son sus enemigos y abogaba por el establecimiento de un ‘comité de conciliación’ compuesto por los nazis responsables de las matanzas y los supervivientes judíos—misma propuesta hoy de las comisiones de paz y reconciliación.
Dado que el Estado es la fuente de derecho, responsabilizar a una persona sola de la ejecución del mal carece de sentido pero el juicio de Eichmann en Jerusalén permite discutir la cesura entre legalidad y justicia. El Estado opera bajo la regla de protección y obediencia. Esa es la norma. Por tanto, en casos de amoralidad estatal, lo que se busca es la excepcionalidad, lo extraordinario, la conducta humana crítica, desobediente. Eso no es Eichmann, persona ordinaria, apta para ejecutar lo que se le pidiera. Cualquiera en la Alemania Nazi habría podido jugar el mismo papel pues su conducta responde a una tipología social de ciudadano fiel que cumple la ley con celo. Bajo un sistema totalitario, las órdenes del # 1 son el centro indiscutible del sistema jurídico. No dudo que la desobediencia haya sido castigada con severidad, pero lo importante del señalamiento de Arendt es la política del miedo como modo de operar del Estado—nazi o no. Lo que está en juego es la sociedad alemana, la actitud del pueblo alemán frente a su presente y su pasado—Hugo Vezzetti arguye lo mismo respecto a los argentinos en el momento de la Guerra Sucia. Al normalizar el comportamiento de Eichmann, o de cualquier que ejecute el mal, Arendt desvía la atención hacia el Estado alemán primero y, luego, hacia las relaciones inter-estatales entre si; ambas subraya la ubicuidad de ‘la banalidad del mal’ en la ejecución de lo político.
Por eso Arendt se detiene en la biografía de Eichmann y argumenta que el acusado no era el monstruo que se quiso presentar en el juicio, sino uno más de los burócratas del nazismo, quien, a fuerza de eficiencia y ubicuidad, a fuerza del deseo de sobresalir y escalar, ejecutó ‘actos de Estado,’ sobre los cuales ningún otro Estado que no fuera el de su procedencia tenia jurisdicción. El estaba obligado a obedecer órdenes. Y esas órdenes incluyeron una escalada que empezó por el establecimiento de estatutos especiales que excluían a los miembros del grupo marcado de los cuerpos de funcionarios del estado, de los cargos en la enseñanza y las armas, de la industria y del espectáculo y de todo cargo público, de asistir a las universidades y de obtener las correspondientes licencias. Luego se les prohibió vivir en determinados lugares, tener tales tipos de propiedades, hasta llegar a la orgía siniestra de la Kristallnacht en 1938. Estas son las dinámicas primarias en la constitución del enemigo, primero como ciudadanías de segunda clase y luego como indeseable a exterminar.
Con este retrato hablado, Arendt pone bajo un potente reflector el dilema entre el execrable horror de los hechos y la innegable insignificancia del hombre que los había perpetrado. Las declaraciones de Eichmann establecen su verdad junto a la normalización estatal del horror. Cada una de las líneas demuestra la verdad de su total insignificancia en todo lo que no hubiera estado directa, técnica y burocráticamente relacionado con su trabajo. No, ese hombre no era un ‘monstruo’, era un payaso—algo bastante duro de señalar de cara a la enormidad del sufrimiento causado. Mostrar esta catacresis; bajarle el perfil al administrador de la empresa de exterminio le costó a Arendt la confianza de sus amigos más cercanos pero puso en evidencia los límites de lo individual y el sentido que bajo tales circunstancias cobra la desobediencia. La desobediencia a las órdenes cuando estas constituyen violaciones al menos a la conciencia de los ordenados es un ‘imperativo categórico’ al que no fue fiel la cultura alemana que engendró a su autor, Kant.
Pero a más de eso, el retrato de un miembro del gobierno Alemán de alto rango nos lleva al hiato, la inconmensurabilidad de legalidad y justicia. Según Arendt, todas las actuaciones estatales estaban respaldadas por leyes, decretos y reglamentos apoyados por prestigiosos constitucionalistas. Esto solo significa que actos aberrantes y constitutivos de violaciones de los derechos humanos básicos formaron parte del ordenamiento jurídico del Estado Nazi. El Estado puede ser o es de hecho injusto y parcial a los intereses e ideologías de quienes lo ostentan. Dicho Estado manipula constantemente los circuitos de comunicación para gobernar. Mas, donde había oposición decidida a la deportación de los judíos, los Nazis carecieron de la convicción necesaria para doblegarla. ¿Es por tanto la idea de dureza de los Nazis (la apariencia monolítica de todo régimen totalitario) un mito dirigido al autoengaño, al ocultamiento del cruel deseo de sumirse en un estado de conformidad?
Arendt también pone en tela de juicio la idea de que solo un tribunal de la misma etnia puede juzgar un caso que tenga que ver con exterminios y, por ende, promueve el traspaso de la cuestión étnica y ética a tribunales internacionales. Su idea es que los genocidios no son crímenes étnicos sino crímenes contra la humanidad, perpetrados contra una etnia en particular—recordemos aquí las discusiones de los grupos minoritarios y su énfasis en la representatividad cultural de la experiencia de vida y de la construcción de la memoria histórica. Que la misma etnia o cultura juzgue lo acontecido resta fuerza a lo acontecido. De ahí su insatisfacción con el juicio de Eichmann. Pero aprovecha para que no pase desapercibida la ausencia de lex praevia frente a los delitos de lesa humanidad o genocidio—no la hubo en las masacres coloniales, imperiales; no las hay en las corporativas. Por eso subraya la falta de razón jurídica o antecedente respecto a los crímenes de lesa humanidad (casi siempre étnicos o de género); ni tampoco que Eichmann fuera juzgado como individuo y no por los crímenes que cometió.
Lo que Arendt propone es un juicio que no se base en los grandes acontecimientos históricos sino en los detalles jurídicos y en la complicidad de todos los funcionarios de los ministerios, fuerzas armadas, estado mayor, poder judicial y mundo de los negocios y de las finanzas en el exterminio—lo que llama complicidad omnipresente. El problema no fue solo exterminar sino obedecer. Muchos de los jueces que ejercían cargos en el Bundersrepublik habían ejercido su ministerio bajo Hitler y el juicio de Eichmann tuvo pocas repercusiones sobre el caso. El pueblo alemán se mostró indiferente de estar infestado de asesinos de masa. A nadie en Alemania le interesaba juzgar a Eichmann, extraditarlo. En este asunto, el Estado Alemán dejó de ejercer su soberanía. Por eso mismo no se trataba de un individuo, ni aún de un régimen, sino del antisemitismo secular que, como racismo que es, no concede a sus enemigos la muerte del mártir, sino solo la silenciosa y anónima desaparición. Para el nazismo, era indispensable dejarse conducir a la horca sin protestar, renunciar a la identidad absolutamente. Este no era capricho o sadismo sino el deseo de destruir a la víctima, obtener la sumisión absoluta—lo mismo se pretendió de indígenas y negros, reducir el ontos a la categoría de animal para eliminar la posibilidad de toda solidaridad o protesta por parte de todas las naciones del mundo. Visto de esta manera, Eichmann resulta un inocente ejecutor situado en medio de un conjunto de vectores irracionales que no se alcanzan a entender.
Pero hay más todavía en el trabajo de Arendt y eso atañe al sionismo. Durante gran parte del proceso del Shoa, los consejos judíos, JUDENRAT, las organizaciones Sionistas y los judíos ricos y famosos realizaron alianzas tácticas con los nazis en el Shoa. ¡Tal es la naturaleza de lo político! Las instituciones se entrelazan coyunturalmente en búsqueda de soluciones y de esta manera anudan el lazo social y son responsables de sus consecuencias. Según Arendt, los sionistas ayudaron a los nazis a deportar a los judíos; y en este caso actuaron obedeciendo los preceptos de una realpolitik. La idea clave era la formación del Estado judío y el libro clave para entenderlo es, Der Judenstaat de Theodor Herzl. Esa era la solución judía final.
A Arendt no le convencen los argumentos referentes a la tierra Palestina o a la fundación de un Estado judío como medio de resolver ‘el problema judío’ porque la noción de un Estado judío apoyaba la idea de una Europa libre de judíos mediante la migración, evacuación, y expulsión de los mismos. Las asociaciones judías que estaban de acuerdo con esta idea sirvieron en lo fundamental a los que tenían posibilidades o cierto estatuto social. Esta colaboración judío-alemana, además, permitía recoger fondos de gente con dinero que querían emigrar o de los judíos ricos de otros países para los judíos pobres. De esta manera, la existencia de judíos ricos y de judíos intelectuales desde luego estableció un diferencial entre los judíos y judíos. Mas, parte de las razones por las cuales los judíos gozaron de la solidaridad internacional se debe a estas prácticas sionistas que reclinaron su proyecto político sobre los que no tenían los medio de escapar.
Pero la solidaridad se asienta también en la exitosa creación del Estado de Israel, vital para la sobrevivencia norteamericana en el Oriente Medio. Arendt opone la idea de que ese Estado sea el depositario de la justicia; único en dirimir la diferencia entre legitimidad y ética. De hecho, su postura respecto a los sionistas terminó por costarle el afecto de sus más entrañables amigos. Pero su trabajo es un paradigma teórico-político que sirve para poner en perspectiva otros exterminios que no han contado con la solidaridad del mundo ni han tenido el peso del Shoa aunque no por eso han sido menos significativos. Arendt nos asiste en el entendimiento de las relaciones entre justicia y Estado, legitimidad y moral, derechos ciudadanos y derechos humanos, justicia e historia. En este entrecruce lo que emerge es el concepto de lo político en relación a la matanza de gentes. También emerge el traspaso de la responsabilidad ética nacional a tribunales internacionales, el hacer caso omiso de las ciudadanías y soberanías nacionales para entenderlas globalmente y el cambio radical de los derechos ciudadanos a los derechos de gente.
Esta es una de las razones por las cuales el trabajo de Hanna Arendt, vieja estudiosa del totalitarismo, de la discriminación, del miedo y la banalidad del mal, ha sido de nuevo puesto en escena. Su aguda visión pudo captar no sólo el presente sino sus consecuencias y proyecciones posteriores; y es la exactitud en la visión de la lógica de los eventos, o especie de premoniciones, si se quiere un término más poético, lo que hace que sus textos se sostengan a través de los tiempos. Ella dijo que todo paso que da la humanidad en su historia está condenado a ser el umbral del siguiente hito en el camino de su salvación o destrucción masiva. El arsenal de destrucción masiva que atesoran hoy los países ricos demuestran que ella estaba en la pista; que supo ver en el armamentismo la mayor amenaza para la humanidad y también el sentido del totalitarismo de los países desarrollados.
Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.