ramiro lacayo

Conversaciones cinematográficas: Hacia un cine humanista – primera parte

30 noviembre, 2014

Ramiro Lacayo

– La falta de una industria cinematográfica no es motivo para que no exista un cine nacional; tampoco la falta de apoyo económico del gobierno, la ausencia de una ley de cine o un mercado demasiado pequeño…


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1. La idea

La falta de una industria cinematográfica no es motivo para que no exista un cine nacional; tampoco la falta de apoyo económico del gobierno, la ausencia de una ley de cine o un mercado demasiado pequeño. Estos son factores facilitadores que influyen en la velocidad del desarrollo y el mantenimiento de un cine nacional, pero no son indispensables. Tampoco podemos decir que estas carencias impliquen que un cine nacional sea diletante.  Muchas de las grandes corrientes cinematográficas surgieron en países que no tenían industrias o cuando estas estaban caídas a causa de la guerra, recesión o represión. Otras han nacido al margen de la industria o en contra de la industria, como opción personal libre de trabas en forma de cine independiente, underground, o el cine experimental de larga trayectoria en Europa. En cambio, muchos países que poseen industrias cinematográficas altamente desarrolladas rara vez hacen películas que se puedan llamar cine.

El planteamiento del cine como industria, es decir que tenga un acabado industrial para ser aceptable tiene, a mi modo de ver, dos orígenes. Por un lado la cada vez mayor calidad técnica y complejidad de los efectos generados por computadora. La posibilidad de crear efectos especiales hiperrealistas en el cine de Hollywood convierten cualquier cinta, por muy tonto que sea su argumento, en un extraordinario espectáculo visual. La tecnología digital, en su constante avance ha envejecido las planas películas anteriores -como el color desplazó al blanco y negro, el sonido al cine silente -, aunque aquellas tengan una trama mejor elaborada. Basta con ver King Kong o Godzilla para percatarse de la evolución de lo ridículo hacía un ilusionismo hiperrealista. Ahora encontramos un cine con mejor escenografía, saturación de color, acción, agilidad, pero sin tiempo, ni espacio, para desarrollar un argumento. Por lo que es lógico que ante una película como Los  Hobbits,  La Guerra de las Galaxias, Batman o películas de acción y aventura el cineasta local se cuestione la capacidad de hacer algo que alcance esos estándares y tenga la posibilidad de competir en cartelera por la atención de los espectadores.

En estos países donde hay una tecnología de punta también tienen otra industria que nosotros ni por asomo hemos logrado y que remacha la sensación de ineficacia de nuestros esfuerzos: la industria del estrellato. Una cantera inagotable de mujeres perfeccionadas a punta de bisturí y galanes depilados, para crear la combinación perfecta que garantice los ingresos de taquilla. Pero eso no es necesariamente actuación.

El otro soporte de este sentimiento de frustración es la idea que se ha generado a través de algunas escuelas latinoamericanas de cinematografía que cada vez alcanzan más hegemonía en el área, y que con frecuencia confunden retrocesos por avances.  El postulado principal de estas escuelas es que sus películas, independientemente de sus orígenes y limitaciones, debe lucir como un cine técnicamente logrado y con acabado industrial. Estas escuelas que paradójicamente nacen de los planteamientos de El Nuevo Cine Latinoamericano han perdido la vitalidad que tenía este movimiento para evolucionar hacía un cine conservador, maquillado y de alta costura.

Nuestras cinematografías latinoamericanas nacieron bajo el principio de un “cine imperfecto” y la consigna de “una cámara al hombro y una idea en la cabeza”; pero en el debate entre un cine de arte que quedó solo para festivales y uno comercial con capacidad de llenar las salas y recuperar nuestras pantallas, nos fuimos distanciando de los postulados originales del cine latinoamericano, a su vez herencia de otros movimientos.

El Nuevo Cine Latinoamericano nace como un cine renovador, en busca de nuevas direcciones; sus directores, influenciados por el cine italiano, se forjan a través de la  experimentación y talleres que imparten miembros de la vanguardia cinematográfica europea. Pero además este es un cine que surge en medio de una ebullición que traería malas y buenas consecuencias. En Brasil aparece el Cinema Novo brasileño con su “estética del hambre”; en Argentina, Solanas y Getino crean el “Cine de Liberación” y en la misma Argentina, La Escuela de Santa Fe fundada por Fernando Birri, experimenta con  el cine encuesta; en Bolivia Sanjinés plantea un cine de resistencia; en Cuba un cine revolucionario… Es en esa época, a mi modo de ver, que se dan los grandes aportes del cine latinoamericano tanto en teoría como en ficciones y documentales, con producciones audaces, comprometidas, y en algunos casos militantes. Sus contenidos son arrolladores. Pero ante el rechazo evidente del público, nuestro cine echa pie atrás y el énfasis se pone en lograr un acabado que disimule nuestras restricciones técnicas pero se sienta como “cine de verdad aunque en ese esfuerzo perdamos no solo nuestra identidad sino que también el vigor. La pregunta obligatoria es ¿era esta la única salida?

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Ajeno a las discusiones estéticas e ideológícas aparece el video, que se convierte por su fácil accesibilidad y manejo en el gran ecualizador; es la soñada democratización de los medios de producción artística, pero dejando sin resolver el dilema de que si todo es arte, nada es arte.

Dado el desarrollo y la popularización que ha tenido la tecnología digital, el video ha venido a dejar obsoletos los grandes estudios y laboratorios del cine en celuloide y me atrevo a decir que ya no es necesaria una gran industria para que florezca una cinematografía nacional. Lo que si necesitamos en cualquier medio y época es tener algo auténtico que decir, la imaginación para convertir nuestras ideas en acciones y las acciones en historias, y los conocimientos necesarios para saber cómo narrarlas cinematográficamente.

Si anteriormente la cámara  más portátil y silenciosa en 35 mm. costaba alrededor de 100,000  dólares ahora se puede conseguir una cámara de alta definición en video por una décima parte de ese valor. Pero además hay cámaras mucho más baratas o cámaras fotográficas que filman con gran definición y hasta desde los teléfonos celulares y tabletas se puede filmar una película;  la diferencia es cuestión de pixeles, pero ¿qué importancia tiene esto en una fotografía donde se dejó de usar la profundidad de campo?

De golpe desaparecieron los las inmensas fábricas de cine donde se revelaban y copiaban las películas, donde se doblaban las voces para mayor claridad  en el sonido y se usaba la inventiva para saturar los colores.  En definitiva  la llamada “industria” se convirtió en tecnología y se populariza en un programa de computadora que potencia la experimentación, el cine independiente, el cine alternativo…  Nuestro cine.

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Pero aun con estos avances tecnológicos  el elemento  fundamental sigue siendo tener algo auténtico que decir. No me refiero solamente a buscar un tema – sobran los cuentos, novelas, anécdotas, noticias -, sino a trasmitir  nuestra propia visión  del mundo, nuestra experiencia,  nuestro mensaje. Pongo énfasis en auténtico porque es mi convicción que el cine debe contener una verdad, al menos la nuestra, pues toda obra de arte es un compromiso con nosotros mismos, y con el espectador, de ser honestos en lo que decimos. Tenemos que hablar de lo que conocemos, de lo que nos rodea y nos apasiona, de nuestras incertidumbres y certitudes, de nuestra existencia, en fin, de la condición humana. Conscientes de que no somos privilegiados para poseer una única verdad ni para juzgar, únicamente podemos aproximarnos a la realidad en la cual vivimos. Nuestro tiempo es la primera vez en que el ser humano se convierte en una interrogante para si mismo; nuestra realidad es algo no solo difícil sino duro de entender.  Las grandes temáticas contemporáneas son la alienación y el extrañamiento del hombre en su mundo, las contradicciones sociales, la fragilidad de la vida, la intolerancia.

No hablo de un existencialismo que quede dentro de nuestra piel, un cine, para llamarlo de alguna manera, neurótico, sino que vaya de nuestra piel hacía afuera. Existimos  en el mundo envueltos en la totalidad que nos rodea, no somos entes aislados sino, como dice Ortega y Gasset, somos “el yo y mi circunstancia”.

Mi planteamiento, entonces, es confrontar  un cine humanista,  existencial, que refleje nuestra condición social; un cine de arte que confronte al hombre con su problemática frente a un cine de espectáculo, escapista, de épicas fatuas y situaciones solo reales en un mundo virtual  acartonado.

Necesitamos ser auténticos portando al debate sobre la condición humana, tanto a nivel individual como social. Tener la imaginación para trasladar estas dudas o certezas en una historia con principio y fin y tener los conocimientos de narrativa y técnica cinematográfica suficientes para que nuestra obra sea de calidad y se inserte dentro del desarrollo histórico de este arte que es el cine.

Antes de continuar urgen algunas aclaraciones. Cuando hablo de un cine social no me refiero ni a un cine, mal llamado de masas; ni necesariamente a un cine comprometido con las políticas; el cine también es una experiencia individual. Está bien que algunos de nosotros nos inclinemos por lo ideológico o la protesta, después de todo hay que darle voz a los que no la tienen; pero sin forzar a los personajes a hablar con nuestra voz y no la de ellos. Tampoco estoy de acuerdo con que se utilice nuestra situación para encajarnos en una imagen que se adecue a las expectativas de los intelectuales liberales del primer mundo y  recorra los festivales del mundo. Esto sería hacer un cine exhibicionista, pero no sería sincero. Tampoco debemos caer en el narcisismo de hacer películas para nosotros sin lograr ninguna empatía. Tenemos que hablar sobre lo que somos y sentimos, lo que hemos vivido y experimentado; sobre todo aquello que capture nuestra mirada de cineastas, sin importar si la problemática es de pequeños burgueses, de estudiantes o desempleados o jubilados. Toda problemática es válida, siempre que sea expuesta con sinceridad y toque la situación en que se encuentra el ser humano, sus logros y fracasos; las injusticias; sus dudas ante  la confusión de valores y la opacidad del mundo; sus certezas e incertidumbres.  Un cine que hable del “sentimiento trágico de la vida de los hombres y de los pueblos”.

La historia de nuestros países corre por nuestras venas y esa sangre  está espesa con lo inconmensurable de nuestro continente, con  su magia, guerras, revoluciones, traiciones, sueños despeñados.  Esa sangre nos da una energía que nos nivela con cualquier cinematografía.  Nuestra historia, tanto personal como colectiva es un testimonio único en un mundo agotado.

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Y qué decir de los espectadores ¿Fue su rechazo al nuevo cine latino americano el fin de este movimiento? Los gustos van cambiando y el espectador evoluciona con el desarrollo del medio. El asombro de la imagen en movimiento fue desgastándose rápidamente ante un cine de narrativa, la acelerada competencia tecnológica desfasa rápidamente películas que fueron lo último del espectáculo y la tecnología. Por otro lado nuestro público está acostumbrado al formato de las telenovelas, a las comedias de situación, las series y los reality shows. ¿Es posible seguir compitiendo por sus  miradas?

Es paradójico que después de tantos años, la curiosidad inicial del espectador por los asombros y sobresaltos mecánicos hoy vuelva a ser la carnada que hale el público a las salas semivacías. Pero de alguna forma tenemos que repensar nuestro público y nuestros métodos de exhibición. Esta discusión queda abierta ya que no existen soluciones fáciles y definitivas. De lo único que tengo certeza es que solo atraeremos al espectador cuando creemos empatía, cuando la temática lo incluya no como un objeto de explotación –un peso más en la taquilla-, sino un ser humano que intenta entender su existencia.

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Estudia humanidades en la Universidad Centro Americana (UCA), Managua, y arquitectura en The Catholic University of America, Washington D.C.

Publica cuentos y poemas en suplementos literarios desde 1970. En la insurrección (1978-79) es integrante de la Brigada Cinematográfica que recoge, en cine y fotografía, la guerra contra Somoza.

Durante los 80’s es cofundador y director del Instituto Nicaragüense de Cine (INCINE), y miembro fundador de la Fundación del Nuevo Cine Latino Americano. Realiza documentales y películas de ficción que obtienen reconocimientos en festivales internacionales.

Ha publicado un libro de cuentos, Nadie de Importancia(1984), y su primera novela, Así en la tierra, es finalista del premio Ateneo de Sevilla 2007.

Es editor de Cine de Carátula.