Ficción: Hasta siempre, comandante

1 abril, 2021

Mi hermano se llama Ernesto, Ernesto Guevara, como el Che. Mi hermano es asmático y eso significa que cuando corre o se moja o hay mucho polvo, le cuesta trabajo respirar.

A él le gusta retarme a jugar carreritas, a veces me da lástima y lo dejo ganar. De aquí al coche, dice emocionado, el último es huevo podrido. Le doy ventaja para que se la crea, pero otras veces no tengo deseos de ser buena con él y subo corriendo los escalones del edificio porque sé que me va a seguir, y cuando llegamos al departamento se dobla porque ya no puede respirar. ¿El niñito se cansó?, le pregunto en broma. Yo sé que eso le duele. Es fácil lastimarlo.

El Che Guevara también era asmático, y le decían che porque era argentino. En Argentina a cualquier chico le dicen che. Pero ya está muerto, lo mataron porque era revolucionario. ¿Qué es un revolucionario?, le pregunté a papá un día que íbamos para México a que le pusieran las vacunas a mi hermano. Hacíamos esos viajes una vez al mes, en el coche. Mi papá tenía una bolsita de piel con cierre para llevar los casetes. Esa vez llevó los de Óscar Chávez.

Íbamos a un hospital donde unos doctores habían descubierto unas vacunas para el asma. Yo no veía que funcionaran, pero mi mamá le decía a todos que había grandes progresos.

Salíamos muy temprano de casa, cuando aún era de noche. Mamá nos ponía unas pijamas que no parecían pijamas. Pero si parece ropa normal y además es muy cómoda, decía cuando yo lloraba por andar en el hospital con la pijama puesta. A mí no me gustaba andar en la calle con pijama, aunque fuera muy bonita. A mamá no le gustaba decir el nombre verdadero de las cosas.

Un revolucionario es igual a un guerrillero, alguien que lucha por su país, contra el gobierno opresor para que haya menos gente pobre, dijo papá.

En casa teníamos un poster bien grande del Che colgado en la sala, encima del sofá largo. Se le veía la cara y una parte de la chamarra que llevaba puesta, también se le veía la boina que usaba, negra y con una estrella dorada en medio. El poster era todo rojo del fondo, pero el Che no tenía colores, era sólo blanco y negro, como las fotos de mis papás cuando eran novios. Antes mi papá tenía barba, bigote, y el pelo un poco largo, como el del Che, y también usaba una boina pero sin la estrella. Dice mi mamá que en la universidad todos lo llamaban por su apellido: Guevara, y a él le gustaba que lo confundieran con un revolucionario. Luego se rasuró todo porque cuando yo era bebé y me daba besos, me salían ronchitas. He visto algunas fotos y sí se parecía.

Cuando yo iba a nacer, mis papás no sabían que era niña y les dijeron a todos que me iba a llamar Ernesto, me compraron puras cobijas azules y  ropa de niño. Dice mi mamá que todo el tiempo se tocaba la panza y me hablaba, me decía mi niño, mira esto o mi Ernesto, cuando nazcas vamos a hacer aquello. Pero nací, 3,400 kg., una niña, dijo el doctor al entregarme a los brazos de mi mamá. ¿Niña? No, doctor, es un niño, contestó ella. Luego de unos minutos al fin entendió que se había equivocado y entonces me abrazó y ya me quiso.

Después de unos días escogieron mi nombre, Yolitzin, que significa corazoncito. Me hubiera gustado tener otro nombre, uno que no fuera tan raro, llamarme, por ejemplo, María Fernanda, como una compañera de la escuela. Pero tienes que estar orgullosa de tus  orígenes, de tu nombre náhuatl, dicen mis papás. No conozco a nadie que se llame como yo, ni a nadie que conozca a alguien que se llame como yo, por eso siempre se equivocan y escriben mi nombre con doble ele como “llover” o con jota como si fuera  gringo. Bola de ignorantes, dice mi papá. Porque es náhuatl y hay que estar orgullosos de nuestros orígenes, contesto cada vez que me preguntan por qué me pusieron ese nombre. Nadie entiende eso del orgullo, yo tampoco.

Mi hermano dice que quiere ser futbolista. Yo no le hago caso porque es como cuando uno dice: voy a ser astronauta, pero cuando tira mis botes de pintura y mis pinceles por estar pateando su balón cerca de mi mesa  le digo que sus pulmones no sirven o me río hasta que lo hago llorar.

Algunas veces mi mamá lo deja jugar en el equipo que entrena mi tío, se llama Los pitufos y ahí juega mi primo, que es más grande que yo y su papá dice que es el mejor centrodelantero de su edad. Un centrodelantero es el que mete goles, todos los demás jugadores le pasan el balón y él debe tener reflejos rápidos y mucha puntería. Mi primo siempre mete goles y hace ganar a Los pitufos y todos lo abrazan y lo cargan. Mi tío lo pone a entrenar de lunes a viernes porque dice que en cuanto tenga edad lo va a llevar a Guadalajara para que haga las pruebas con Las Chivas. Todos dicen que un día va a llegar a ser tan famoso como Hugo Sánchez.

Yo me sé todas las canciones de Óscar Chávez, el disco que más me gusta es ese en el que sale su foto en un periódico, como cuando les toman fotos con un número porque los van a meter a la cárcel. Las historias que canta casi siempre son tristes, son de personas que se murieron, como La niña de Guatemala, que no era niña, más bien era señorita y estaba muy enamorada de un señor que se fue y luego regresó casado con otra y por eso ella se murió de amor. También está la del angelito. Mis papás me dijeron que así es como le dice la gente a los niños muertos. Nunca he entendido bien por qué se murió ese niño, pero yo creo que era muy pobre y su mamá no le podía dar de comer. La que me da más tristeza es la del jilguero, y algunas veces lloro porque el pajarito quiere volar, pero como está encerrado canta y canta para que lo suelten. Un día fuimos a casa de mis abuelos, los papás de mi papá, que viven en un pueblo y por eso casi no los vemos, y ahí tenían muchas jaulas con pajaritos amarillos. Yo me puse a llorar porque me acordé del jilguero y de que al principio de la canción, Óscar Chávez chifla como si fuera un pajarito. Yo grité: ¡suéltenlos!, ¡suéltenlos! Mis papás y mis abuelos se rieron.

Mi papá dice que ustedes son rojos, y que no me junte contigo, me dijo María Fernanda. Sonó igual a la vez que me contagié de piojos y la maestra me sentó hasta atrás junto con otra niña y les prohibió a los demás acercarse. Luego le envió un recado a mi mamá donde decía que tenía que bañarme con un champú especial, cortarme el pelo y de preferencia no llevarme a la escuela hasta que todo estuviera bajo control. Mi mamá dijo que la maestra era una burguesa estúpida y en lo único que le hizo caso fue en lo del champú. Al otro día me llevó hasta el salón y habló con ella. Antes de irse me advirtió que no me rascara la cabeza.

Yo ya sabía lo que quería decir “rojos”: es la manera que tiene la gente ignorante  de llamar a los que tenemos una conciencia social, los que no tememos decir lo que pensamos, los que hemos leído sobre nuestra historia y entendemos las semillas de cambio que se están gestando en América Latina, los que estamos orgullosos de nuestras raíces y no andamos de agachados tratando de besarles los pies a los gringos, dijo mi papá una vez que fuimos a una marcha. Yo creo que ser rojos es ser raros, como mi nombre náhuatl, como el de mi hermano, que cuando lo pronuncia causa sorpresa, como no comer carne ni tomar refrescos ni comer dulces, y creo que también tiene que ver con todos los libros rojos de los libreros, los discos rojos y el poster del Che, que tiene el fondo todo rojo. Ser rojo es ser diferente y a la gente no le gusta eso. Aún no entiendo por qué somos así.

A mi hermano lo dejan jugar en el equipo de fut sólo porque mi tío es el entrenador, en ningún otro equipo dejarían que entrara un asmático. Mi mamá le mandó a hacer el uniforme de Los pitufos que es un short azul marino y una playera azul celeste con un pitufo bordado al frente. A todos los jugadores les dan un número que deben ponerle en la parte de atrás de la playera. Mi primo tiene el número nueve, y por eso todos quieren su playera. Mi hermano dice que un día va a jugar con ese número y va a meter muchos goles, pero en un partido normal apenas alcanza a correr como diez minutos antes de ponerse colorado y empezar a respirar por la boca, entonces lo tienen que sacar y meter a otro jugador. Luego mi hermano se enoja porque quiere volver al partido, pero mi mamá no lo deja. Su playera tiene el número cero. El cero es un número que no vale nada.

En el disco de Óscar Chávez hay una canción de un guerrillero que se llama Manuel Rodríguez. A ese no lo conozco, pero también lo mataron por defender a su país, creo que le dispararon por la espalda. Mi papá dice que por la espalda sólo atacan los cobardes. Un día yo empuje a mi hermano. Estábamos en casa de mis primos y salimos a andar en patines. Nosotros no teníamos porque a mi mamá no le gustaban, decía que eran peligrosos. Yo quería aprender porque en el estacionamiento del edificio donde vivían mis primos todos los niños salían a patinar, y las niñas se agarraban del brazo y patinaban como si fueran en un desfile, o se tomaban por la cintura y avanzaban como en trenecito. Yo me puse los patines de mi prima y cuando intenté pararme me caí, luego ella me ayudó y me fui agarrando de todos los coches, pero me volví a caer. Ernesto, que estaba sentado en las escaleras del edificio, se burló de mí hasta que comenzó a toser. Me quité los patines y se los aventé, a ver cuántas veces te caes, le dije. Él se los puso, le quedaban un poco grandes pero aún así comenzó a patinar como si toda la vida lo hubiera hecho. Dio una vuelta completa por el estacionamiento, mis primos le aplaudieron, él estaba feliz y de seguro que cuando mi mamá lo viera hasta se animaba a comprarle unos. Me levanté y lo empujé por la espalda. Soy cobarde.

Dijeron que estaban pensando en mudarnos cerca del mar. Dijeron que a los pulmones de mi hermano les cuesta mucho trabajo respirar aquí, porque siempre llueve y hace un poco de frío en las noches. Dijeron que si viviéramos junto al mar mi hermano podría respirar mejor. A mí no me gusta ir a la playa porque cuando el sol me quema me salen manchas en la cara y me tienen que untar una crema que huele feo. Las manchas me duran varios días y luego se van quitando de poco a poco. Yo sé que cuando tengo la cara manchada me veo fea, me lo han dicho en la escuela. Un día fuimos de visita al correo y nos encargaron hacer una carta para un amigo o un familiar que viviera en otra ciudad. Yo le escribí la carta a mis abuelos. Cuando ya nos íbamos, la maestra dijo que hiciéramos dos filas, una de niños y otra de niñas, debíamos formarnos por estaturas y luego tomar parejas, niño con niña. No quiero darle la mano a la de la cara  manchada, dijo el niño que estaba junto a mí. La maestra me dio la mano. Yo me aguanté las ganas de llorar.

Quiero una Barbie. Cuando voy a jugar a casa de Mariana, que vive en el departamento de arriba, me deja jugar con sus Barbies, porque ella tiene tres. Mariana no tiene hermanos, es hija única. Vive nada más con su mamá y su papá viene a visitarla en las vacaciones. Él es el que le trae las muñecas. Quiero una Barbie porque son bonitas y les brilla el pelo. Todas las Barbies son güeras y tontas porque no fueron a la escuela, ¿te gustaría ser así?, dijo mi mamá cuando se la pedí.

Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia de tu querida presencia, comandante Che Guevara, yo canto. Vamos rumbo a la playa, no sé si a buscar una casa para vivir o sólo para que mi hermano se llene del aire del mar. Debe ser bonito tener una canción con tu nombre. Debe ser bonito que cuando escuchen tu nombre todos se admiren y hablen de tu amor revolucionario, de tu brazo libertario, es bonito que rime. Vamos rumbo a la playa y el sol me va dando de un lado de la cara, me va quemando el hombro, el brazo y la pierna derecha. Mi hermano va feliz y lleva el visor puesto, también quería llevarse las aletas pero mi mamá no lo dejó, dijo que hasta que llegáramos. Debe ser bonito llamarse Ernesto y que te compren los juguetes que quieres cuando te da asma, aunque antes hayan dicho que no. Debe ser bonito ser niño y llamarse como el Che, y cuando vas a la playa no te salgan manchas por el sol. Seguiremos adelante como junto a ti seguimos y con Fidel te decimos, veo el sol de frente, no debería porque te puedes quedar ciego, veo el sol y huelo el aire que ya huele a mar, el aire que hace que los pulmones de mi hermano funcionen. Levanto la mano igual que mis padres, con el puño cerrado y gritamos: hasta siempre, comandante.

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Xalapa, México, 1976
Como autora cuenta con los libros de relatos Santas Madrecitas (2008), y A qué le temen los niños (2018); las novelas Morderse las uñas (2017), ganadora del 2º lugar en el Premio de Novela Corta de la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia; y Una casa con jardín (2019), finalista del Premio Herralde de Novela. También ha publicado los cuentos “El jardín de las preocupaciones” (2018), Premio de Cuento Infantil del Estado de Veracruz; “Mami está enferma” (2019); y “Domingo de summertime” (2019), Premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano “Nellie Campobello 2020”. Como promotora de lectura de la Universidad Veracruzana, Itzel ha dedicado 18 años al frente de bibliotecas escolares en Xalapa, Veracruz y actualmente cursa una maestría en Promoción de la Lectura y Literatura Infantil en la Universidad de Castilla-La Mancha.