Historia del cine en 25 carteles. Primer cartel: Intolerancia
1 diciembre, 2010
Iniciamos está serie de crónicas de cine partiendo de la colección visual de carteles cinematográficos de Franklin Caldera. En su navegar por la web, Franklin ha encontrado bellísimos carteles que llenaban las paredes de los cines, en especial una colección de carteles españoles, que debido a regulaciones proteccionistas, eran ejecutados a mano por pintores y artesanos. Acompaña cada cartel con una crónica de la película, creando con la serie, una rápida mirada a la historia del cine.
El uso en la revista de estos carteles es exclusivamente cultural y educativo y en ningún momento se espera obtener beneficios comerciales.
Intolerancia* (1916), del realizador estadounidense David W. Griffith (1874-1948), es la película más importante de la historia del cine.
Aunque su filme anterior, El nacimiento de una nación (1915), fue un éxito de crítica y público, sus posiciones racistas ante la problemática de los esclavos liberados tras la guerra de secesión, provocó protestas entre defensores de los derechos civiles.
Con el dinero producido por ese filme y el deseo de paliar las críticas a su contenido político, Griffith emprendió la producción y realización (en Hollywood, California) de su monumental Intolerancia, entrelazando cuatro historias que denuncian la intolerancia a través de los tiempos.
Todas las técnicas conocidas hasta entonces (especialmente el dinámico montaje paralelo con intervalos cada vez más cortos entre cada segmento para crear un efecto de crescendo) fueron pasadas en limpio por Griffith en esta obra verdaderamente maestra que echó los cimientos para el desarrollo del cine como arte.
El segmento contemporáneo arranca con la represión violenta de una huelga de obreros como preámbulo a la tragedia de un joven desempleado (Robert Harron) condenado a muerte por un asesinato que no cometió. La secuencia en que la esposa (magistralmente interpretada por Mae Marsh) corre con la revocación de la sentencia minutos antes de la ejecución, sigue manteniendo el alma de los espectadores en un hilo.
El segmento de la caída de Babilonia supera los mejores ejemplos del primer peplum italiano (Quo Vadis?, 1912; Cabiria, 1914), debido a sus ágiles desplazamientos de cámara, a cargo de Billy Bitzer (responsable de muchas de las innovaciones técnicas de Griffith). La campesina babilónica (Constante Talmadge) que muere combatiendo al ejército persa, marca un hito en la galería de mujeres liberadas del cine.
Los dos segmentos restantes, mucho más esquemáticos, están planteados a manera de «homenaje» al cine francés de principios de siglo: La Vida de Cristo (Howard Gaye) evoca las pasiones de la Pathé; y la matanza de la noche de San Bartolomé reproduce la estética teatral de las películas de Le Film d’Art.
Haber desarrollado estas dos historias con el mismo ímpetu de los segmentos principales, habría recargado el filme que de todas formas resultó demasiado complejo para su época y arruinó a Griffith económicamente. Pero el director logró realizar otras grandes películas como Lirios Rotos (1919) y Las dos tormentas (1920), ambas protagonizadas por Lillian Gish, cuya imagen como «madre que mece la cuna eterna» enlaza las cuatros historias de Intolerancia.
Griffith sólo dirigió dos películas sonoras y murió prácticamente olvidado en una época en que no había interés por el cine silente. A sus funerales asistieron unos pocos amigos como Chaplin, Sennett, Cecil B.DeMille, el productor Louis B. Mayer y la periodista Hedda Hopper.
El Profesor Theodore Huff, crítico y catedrático de cine, comparó el filme con los frescos de Miguel Ángel y la quinta sinfonía de Beethoven. Para Eisenstein: «Lo mejor del cine soviético se debe a «Intolerancia». Y Orson Welles aseguró lapidariamente: «Ningún arte le debe tanto a un solo hombre como el cine a Griffith».
* La versión más completa es la de 197 minutos restaurada
en 1984 por Kevin Brownlow y David Gills en Inglaterra.
Poeta, ensayista, traductor y crítico de cine. Es abogado. Desde 1968 publica en La Prensa Literaria poemas, críticas literarias y de cine y traducciones de poesía en lengua inglesa. Fue uno de los asiduos de la cafetería La India, el emblemático sitio de reunión de los poetas y pintores de la Generación del 60 y leyó sus poemas en La tortuga morada, la primera discoteca de la Managua de antes del terremoto.
Desde temprana edad tuvo gran afición por el cine y junto con Ramiro Arguello es uno de los auténticos y últimos cinéfilos y contadores de películas de nuestro tiempo. Ha escrito numerosas críticas y crónicas en revistas nicaragüenses e internacionales y ha participado en seminarios junto a cinéfilos de la talla de Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig.
En 1983 escribió con a Ramiro Arguello, Datos útiles e inútiles sobre cine; en 1996, Luces cámara acción: cien años de historia del cine. Guarda un libro de poesía a la espera de publicación. Es co-editor, con Ligia Guillén, de la revista “Poesía Peregrina”. Reside en la Florida desde 1985, donde goza de los constantes reestrenos de películas noir. Es miembro del equipo de Carátula y colaborador permanente de su sección de \”Cine\”.