» Homenaje a Claribel: Claribel, la incitadora múltiple

1 febrero, 2011

Desde Guatemala tierra del Premio Nobel Miguel Ángel Asturias, de Luis Cardoza y Aragón y del cuentista y fabulador Tito Monterroso, entre algunos importantes autores literarios, nace otro testimonio de admiración hacia Claribel Alegría, viene de Ana María Rodas, poetisa, escritora y periodista, que con fascinado fervor expresa su experiencia con la obra y personalidad de Claribel, a quien califica de incitadora múltiple y le reconoce magisterio.


A Claribel la he conocido muchas veces, de maneras diferentes pero en el fondo equivalentes.  Me impresionó enormemente mi primer encuentro con ella, cuando leí Cenizas de Izalco, porque en ese libro había tantas similitudes entre la vida de la protagonista y la vida de cualquier mujer guatemalteca de la época que nos tocaba vivir en Guatemala por entonces, finales de los años sesenta.  No se habían soltado aún los demonios en nuestro país en la medida en que actuaron en El Salvador bajo la dictadura del infame general Martínez, pero su presencia y sus monstruosas acciones iban en aumento.

Yo era entonces una periodista dedicada enteramente a mi profesión, que se hacía más y más difícil en el entorno anticomunista de Guatemala, y me sentí profundamente tocada por la novela de Claribel, a quien desconocía hasta entonces. Por aquel tiempo desfogaba mi pasión por las palabras escribiendo en El Imparcial y no había surgido de mi interior el volcán de la poesía con el que nací y que llevo pegado a las costillas.

Espoleada por el libro procuré, entre mis amigos escritores, mayor información sobre Claribel Alegría quien ya entonces era un mito. Y como mito, presentada por cada uno de ellos de una manera diferente. Así, se fue formando en mi mente el ciclo de Claribel Alegría, y en los ratos perdidos en que la dolorosa vida en mi país me lo permitía divagaba sobre las diversas formas de aproximación a la escritora, así como sucede con el ciclo de otro mito singular, el del Rey Arturo.

Solo que el personaje del mito contemporáneo era –y es— una mujer con la que a ratos me identificaba, según iba leyendo sus obras, y a quien en otros momentos envidiaba con envidia sana. Aquí estaba yo, amarrada indisolublemente a Guatemala, país cerrado y anacrónico que poco a poco se acercaba al genocidio que padeció en los setenta y los ochenta. Y solo por las noches, cerrado el capítulo diario del trabajo y cuando mis hijas dormían ya, la fantaseaba: Claribel, unida por las palabras a Juan Ramón Jiménez. Claribel y su amistad íntima con otro de los grandes, Julio Cortázar, Claribel y su trato con Carlos Fuentes.  Claribel, estudiante en Estados Unidos en momentos en que en América Central las mujeres debían vivir pegadas a su familia. Claribel, viviendo en París, ese París imaginario y fecundo que abrió sus brazos a los latinoamericanos en los sesenta así como había sucedido con la generación perdida por la época en que Claribel estaba naciendo. Claribel en Mallorca, escribiendo a orillas del mar, en una isla que tendrá por lo menos cinco mil años y pico de historia. La imaginación se desbocaba.

Ahora pienso que podría haber llegado a la fuente original si hubiera tenido el tesón de investigar su paradero y escribirle, pero lo apremiante de las circunstancias nacionales me lo impidió siempre.  Además, nadie sabía a ciencia cierta dónde estaba Claribel cuando los horrores de la guerra me soltaban  por un rato y me permitían indagar por ella.

Fue el poeta guatemalteco César Brañas quien me acercó a la realidad, prestándome algunas de sus obras y desentrañándome su vida, como se tenía noticia de ella en Guatemala en aquellos años. César era el editor de la llamada página editorial de El Imparcial y mantenía correspondencia con grandes autores que publicaban artículos originales en aquel espacio, pero ni siquiera él fue capaz de conseguirme la dirección de Claribel. El internet estaba todavía muy lejano en el horizonte.

Cada vez que leía alguna obra suya me encontraba con una Claribel diferente, como si la anterior, que reposaba entre el contenido de un volumen de poemas o un ensayo testimonial, se hubiera fugado dejando en su lugar a ese nuevo personaje que me hablaba desde las páginas que iban siendo abiertas por primera vez.

Claribel, dueña de la palabra certera para describir las atrocidades, para denunciar la lluvia candente de horrores que caía sobre el istmo, Claribel, la mujer tierna que surgía de pronto entre el lenguaje acerado y certero del testimonio, de la novela, para hablar de amor sin hablar de amor, recurriendo a metáforas, a pájaros, a flores y escenas domésticas en su poesía, en la que se vivía esa fusión no explícita, y sin embargo perceptible, con Bud.

Durante los años cincuenta, cuando empezaba mi aprendizaje periodístico, había conocido a Claudia Lars, la otra gran poeta salvadoreña, casada por entonces con el guatemalteco Carlos Samayoa Chinchilla. Veinte años más tarde cavilaba acerca de Claribel y Claudia, como si viendo en los ojos imaginarios de la segunda pudiera entrar en el rostro, en el cuerpo, en la mente de esa Claribel a la que iba conociendo poco a poco pero que terminaba por escapárseme siempre.

Para complicar las cosas, Claribel no era únicamente salvadoreña.  Era, por derecho propio, nicaragüense. Hubo un tiempo, muy corto por cierto, en que ambos países peleaban por la ciudadanía de la escritora. Afortunadamente, pronto se cayó en la cuenta que es posible pertenecer a varios lugares, En el fondo el mundo es ancho pero no es tan ajeno como afirmó el sudamericano.

Debo decirlo abiertamente, confesar que no poseo todos los libros que Claribel ha escrito. Y algunos que reposan en los anaqueles de mi casa, son obras piratas producidas precisamente en El Salvador.  Eso no los hace menos apreciables, ni desdoran su obra; por el contrario, hablan de la profunda necesidad de leerla, de identificarse con ella, como sucede irremisiblemente cuando ya se la ha leído en apenas unas cuantas obras.

Por todos esos años de lecturas y de imaginaciones, cuando al fin pude conocerla personalmente en Managua, sentí que se soltaba algún nudo que se había ido formando en mi interior.  Su sonrisa, su cariñoso abrazo, sus palabras cordiales, su rostro abierto como su propia vida, sin miedo alguno. Se cerraba finalmente un anillo de la cadena que se inició en mi cerebro en los años sesentas transformado con el correr del tiempo en lazo cálido y amable

Comparto con ella el pacifismo. Sin duda por haber nacido ambas en este estrecho dudoso. El que ha sufrido invasiones, guerras, tiranos. El que ha visto morir a sus héroes, desangrarse a sus hijos. El de Cardenal, el de Daniel Flakoll Alegría, el de todos los centroamericanos, pues. En este terreno inigualable en el mundo, dueño de lagos y volcanes y ríos y selvas y terrenos desérticos e infinidad de animales de mar, de tierra y de aire.

Este estrecho en el que apenas caben los grandes artistas de los diversos siglos incluyendo a los precolombinos que han dejado una impronta indeleble de  la que bebemos constantemente,  en este terreno acotado pero inagotable en el que surgen los luchadores por la libertad, que parece escapársenos a cada rato, en este estrecho de grandes horizontes en los que brilla en la noche la estrella inigualada de Claribel Alegría, dueña de patria y de matria y de todos los corazones sensibles que aquí habitamos.

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Ciudad de Guatemala, 1937).
Poeta, narradora, periodista y crítica literaria guatemalteca. Figura destacada del panorama literario centroamericano.

Ha publicado Poemas de la Izquierda Erótica, 1973, Cuatro esquinas del juego de muñecas (poesía), 1975; El fin de los mitos y los sueños (poesía), 1984; y, La insurrección de Mariana (poesía), 1993.

Sus poemas han sido publicados en antologías en español, inglés y alemán en Centroamérica, Estados Unidos, Inglaterra, Colombia, México, Austria, Italia y Alemania. En 1974 la Asociación de Periodistas de Guatemala le otorgó el premio Libertad de Prensa, premio otorgado solamente a periodistas que se destacan en la defensa de aquella libertad fundamental.

Su primer libro, Poemas de la izquierda erótica (1973), tanto por su temática como por la polémica levantada en el momento de su aparición, ha recibido bastante atención por parte de los medios y de la crítica especializada y se ha constituido en punto de referencia para el estudio de la literatura guatemalteca.

Cuatro esquinas del juego de una muñeca (1975) y El fin de los mitos y los sueños (1984). En 1980, su libro El fin de los mitos y los sueños recibió una mención de honor en el certamen de Juegos Florales Hispanoamericanos de México, Centroamérica y el Caribe de 1980 de la ciudad de Quetzaltenango, Guatemala.

En 1990 recibió, simultáneamente, los primeros premios de cuento y poesía en el certamen de juegos florales de México, Centroamérica y el Caribe de 1990, con sus obras La insurrección de Mariana (poesía), y su cuento Mariana en la tigrera.

En el año 2000 el Ministerio de Cultura y Deportes de Guatemala le otorga el Premio Nacional de Literatura "Miguel Ángel Asturias" por el conjunto de su obra.

En el año 2006 la Fundación G&T Continental y la Asociación Cultural Vicenta Laparra de la Cerda, en colaboración con la Hemeroteca Nacional Clemente Marroquín Rojas y el Ministerio de Cultura y Deportes le otorga la Orden "Vicenta Laparra de la Cerda" por su obra literaria y actividad periodística.

Sus libros Poemas de la izquierda erótica, Cuatro esquinas del juego de una muñeca y El fin de los mitos y los sueños, aparecen reunidos por Editorial Piedra Santa en volumen único titulado “Poemas de la izquierda erótica: Trilogía” (2006).