» Homenaje a Claribel: Conversación con Claribel Alegría, prólogo de Savoir Faire, el más reciente libro de Claribel Alegría.

1 junio, 2010

Savoir Faire (Antología poética) es el  libro más reciente de Claribel Alegría, publicado por el Festival Internacional de Poesía de Granada (España), y presentado en la edición 2010 del mismo Festival. A manera de prólogo, el poemario incluye una entrevista realizada hace dos años por el poeta español Daniel Rodríguez Moya.


En la biografía de la poeta Claribel Alegría confluyen dos países: Nicaragua y El Salvador, y dependiendo de quién hable o escriba sobre ella, le atribuye una nacionalidad u otra. “Siempre he dicho que siento que tengo patria y matria”, asegura cuando se le pregunta por esta doble condición. “Patria puede ser El Salvador, porque allí fueron mis primeros olores, mis primeros sabores, mis primeros contactos. Y matria Nicaragua, porque es donde nací y, donde seguramente, voy a quedar, pero si me aprietan un poquito más, soy  latinoamericana, y si más aún, hispanoamericana”. En una ocasión la estaban entrevistando en su casa de Managua y su nieto Benjamín, que entonces tenía 8 años, estaba pendiente de la entrevista. Cuando le preguntaron por esto mismo él  le dijo a su abuela: ‘¡Pero tú eres salvanica!’ “Mira que lindo, él me bautizó así”, reconoce la escritora en el porche de esa misma casa de Managua en la que sucedió la anécdota, y en la que ahora, en una tarde de un febrero tropilcamente caluroso sólo combatido con un Flor de Caña en las rocas, reconstruye una biografía que está a punto de alcanzar los 85 años*.

Su  padre, Daniel Alegría Rodríguez,  era  nicaragüense, nació en Estelí. En El Salvador se casó con una salvadoreña, Ana María Vides. En Estelí, en el mero corazón de Las Segovias, Claribel vivió hasta  los nueve meses. “Mi padre era muy perseguido por los yanquis en ese tiempo, en 1924. Entonces ocupaban todo. Él, como buen segoviano, era muy rebelde y hablaba muchísimo contra los yanquis. Los marines le amenazaron con matarlo, pero él quería continuar en Nicaragua, hasta que un día pasó algo terrible. Mi madre me tenía a mí en brazos y los marines yanquis, para asustarla, empezaron a disparar  sobre  la cabeza de ella, dando al muro. Mi madre fue la que le dijo a mi padre que ya no podía más. Era un acoso terrible. Ella dijo, ‘yo me voy con la niña’ y él dijo que tenía razón”. Y es así que se marcharon de Estelí, para regresar fugazmente en 1929 para que  la pequeña Claribel conociera a  su abuela. “Todavía me acuerdo, tengo recuerdos muy  lindos de ese momento, con mi abuela que tenía unas enaguas blancas y que me contaba sobre la Biblia”.

Es en estos años cuando Daniel Alegría comenzó a relacionarse  con  los  sandinistas,  los hombres bajo  el mando de Augusto C. Sandino, y tanto fue así que su familia tenía una finca que se llamaba Las Nubes, llena de pinares, y él les dio permiso para que enterraran allí sus armas. Pero el padre de Claribel no  llegó nunca a conocer al mítico héroe personalmente.

En 1934 el general Somoza asesina a Sandino y el padre de Claribel no puede regresar al país, pero ayuda a esa primera revolución sandinista. “Anastasio Somoza García lo persiguió espantosamente y puso precio a su cabeza. Mi papá escribía artículos contra él desde El Salvador. Yo  tenía como 12 años cuando el dictador mandó a mi casa a un señor para que hablara con mi papá. Le dijo que se dejara de pleitos, que escogiera una embajada, la que él quisiera, en París, en Washington… Él, que era chele –blanco de piel–, como buen segoviano, se puso colorado y le dijo: ‘Dígale a ese señor Somoza que yo jamás le voy a servir a un dictador, y usted váyase inmediatamente de aquí porque colabora con él’. Eso ocurrió muy rápido, pero a mí nunca se me va a olvidar aquello, lo recordaré siempre”, explica la escritora con una sonrisa que le ilumina el rostro. “Mi papá siempre me hablaba de Nicaragua, él adoraba su país. Yo tuve mi amor por Nicaragua con Sandino. Crecí antisomocista y revolucionaria, así hasta la fecha”, exclama con rotundidad.

Nació ‘salvanica’ y al bautizarla lo de Claribel no se les pasó en ningún momento por la cabeza a sus padres. Su verdadero nombre, aunque ya no aparezca así ni en sus documentos oficiales, era Clara Isabel “porque era el nombre de mis dos abuelas, Clara, mi abuela esteliana e Isabel, la salvadoreña”. Cuando el escritor mexicano José Vasconcelos pasó por El Salvador, cuando ella contaba con unos seis años, recuerda la escritora que se hicieron amigos. “Le recité ‘Margarita está linda la mar’, y fue maravillosa la amistad con él. Un día se me quedó mirando muy profundo a los ojos y me dijo: ‘Tú vas a ser poeta, pero quisiera que te cambiaras de nombre. Clara Isabel es un  lindo nombre, pero para una abadesa,  ¿por  qué  no Claribel?’ A mí me  fascinó  y  esa misma tarde fui donde mis padres y mi abuelo y les dije que ya no me llamaría más Clara Isabel, sino Claribel. Ahora ya lo tengo cambiado oficialmente el nombre”. El único que  la  siguió  llamando Clara  Isabel  fue  su padre. “Claro, él era esteliano”, apunta entre carcajadas.

Vasconcelos, que con acierto profetizó la dedicación poética de la pequeña, más tarde sería clave para ella, pero  los  primeros  versos  los  escuchó Claribel  de  su padre, que se pasaba el día recitándole a Rubén Darío. Su madre también le leía poemas, de los poetas españoles del Siglo de oro, a Santa Teresa de Jesús, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz… “Siempre fui lectora y me encantó leer poesía. Pero fue cuando cumplí 14 años que descubrí un libro de Rainier Maria Rilke, ‘Cartas a un joven poeta’, en la biblioteca familiar. Era de noche y ya mis padres se habían acostado, serían como las diez de la noche. Empecé a leerlo y me fascinó. Me dije que eso era para mí. Lo leí dos veces en una noche y tuve claro que eso era  lo que yo quería ser, poeta, no otra cosa. Ahí fue cuando empecé ya no sólo a  leer, sino a escribir mis propios poemitas. Desde entonces he trabajado en la poesía casi diariamente”.

Sus primeros poemas, reconoce, “eran bastante líricos”. Los llevó consigo cuando conoció a Juan Ramón Jiménez y algunos están en su primer libro, ‘Anillo de silencio’. Claribel hace un paréntesis en la conversación para explicar “algo rarísimo” que le ha sucedido recientemente y que está relacionado con aquellos primeros versos. “Hace 15 o 20 días escribí un poema chiquito que he titulado  ‘Mi flecha’. Después me di cuenta de que ese poema me sonaba… Comencé a revisar ‘Anillo de silencio’, un libro que escribí hace 60 años, y encontré un poema que se llama exactamente igual, ‘Mi flecha’. En el de entonces la flecha era mi anhelo y ahora la flecha es cómo fue esa flecha, como cerrando ya el círculo, algo increíble. No ha sido algo consciente. Me di cuenta a los pocos días de haberlo escrito”. Claribel abandona por menos de un minuto el porche, entra a la casa y al regresar trae un libro pequeñito y encuadernado en piel: ‘Anillo de silencio’. Entre las páginas aparece un recorte de periódico en el que se informa de la concesión del  Premio  Nobel  de  Literatura  a  Juan Ramón Jiménez. Llega al poema citado y comienza a leerlo con energía: “Es de oro la flecha de mi anhelo, / dibuja su volar en el espacio, / llega seguida a las regiones altas / y enciende con su canto las estrellas. / No se rompe jamás. Va recta siempre.” Después, saca un folio en el que está escrito su poema más reciente y que comparte título con el que acaba de leer: “Siempre quise ser flecha / que alcanzara en su blanco / recta y segura. / Pero mi viaje es curvo / Y repetidas veces se extravía mi flecha, / se doblega”.

La poesía no siempre  llega de la misma forma. “A veces tengo sueños. Creo que tengo mi subconsciente muy a flor de piel y aflora ahí, soñando. Me despierto y hay un verso que alguien me ha dictado, no  se  sabe quién. Yo lo apunto en mi semillero. Otras veces hay retazos de lecturas. Yo  leo muchísimo, siempre estoy  leyendo. Otras veces retazos de conversaciones y muchas veces es la música la que viene primero. Yo siento el sonido del poema”. Eso  le ocurrió con un  largo poema que le escribió al poeta salvadoreño Roque Dalton. “Yo vivía entonces en Mallorca y le decía a mi esposo: ‘Bud, estoy con esta música… ¿qué es?, tengo que hallar las palabras para  llenar esta música. A veces sucede así. Creo que  la  inspiración es muy  importante, y existe, ¡claro que existe!, y qué horrible si no existiera, porque sin eso no hay poeta, pero luego hay que trabajar también, porque una cosa es la intuición y otra el intelecto, y son necesarias las dos cosas”, afirma.

Claribel  reconoce  en  Juan  Ramón  Jiménez  a  su maestro, una figura esencial en su carrera literaria. “Encontrarme con él fue una maravilla”. Y pensar que al principio yo creí que él me detestaba, porque me decía a veces que era una cursi, que utilizaba lugares comunes…” Claribel le escribió a Juan Ramón una carta en 1943, cuando él ya residía en Estados unidos. “Yo sabía que él estaba en Washington. Le contaba en la carta que ‘Platero y yo’ había sido mi libro de cabecera. Mi mamá me lo había regalado y yo lo adoraba. Jamás se me ocurrió que a una muchachita de 19 años que tenía yo entonces le fuera a contestar Juan Ramón Jiménez. Cuál no fue mi susto cuando un día llegué a mi apartado postal y estaba esa tarjeta maravillosa, que no podía  leer, escrita a lápiz con caracteres que parecían persas. Me costó mucho trabajo  leerla”, recuerda  la escritora. El poeta español le decía que ya la conocía, algo que la sorprendió más si cabe: “Cuando leí eso casi me muero. Lo que pasa es que me publicaba poemas don Joaquín García Monge, un gran costarricense que tenía un periódico que era lo mejor literariamente que había en Centroamérica.  Se  llamaba  ‘Repertorio  americano’.  Juan Ramón no se acordaba de mis poemas, lo que le fascinó fue mi nombre. Ni me habría  leído si me hubiese  llamado Clara Isabel, cuánto le debo a Vasconcelos…” El autor de ‘Eternidades’ la invitaba en la carta a visitarle.

Era el mes de septiembre de 1943 y a Claribel le habían concedido una beca en la universidad de Loyola para cuatro años. Así que se subió con su hermano en un bus hasta Washington. Zenobia y Juan Ramón  les estaban esperando. “Nos llevaron hasta un apartamento que era exquisito, pero muy pequeñito. Mi hermano y yo dormimos en la sala, en dos colchones. Juan Ramón se quedó conversando conmigo como hasta las dos o las tres de la mañana. Me preguntó entonces que qué era lo que yo leía. Cuando se lo dije, se alegró, pero dijo que era un desorden espantoso, un caos. Me dijo que tenía que ponerme una dirección. También me preguntó que qué música oía, qué pintores me gustaban… Entonces me dijo que yo iba a estar bajo su tutela, si lo aguantaba. ¿Y la beca, qué hago con la beca?, le dije”. Juan Ramón Jiménez entonces le dijo que no se preocupara, que su mujer y él tenían muy buenas relaciones con la unión  Panamericana y que ella podría  ser  secretaria  trabajando medio tiempo, y en  las noches estudiar. “Yo ya sabía bastante inglés entonces. Me dijo que me conseguirían alojamiento en la Casa Internacional de Estudiantes, donde era muy barato. Y no quedaba nada lejos de la casa de Juan Ramón. Yo iba con él dos o tres veces por semana, a pie. Nunca, jamás me quiso decir nada de un poema. Hasta que un día, a los tres años, Zenobia vino, con cara de pícara, y me dijo que me tenían una sorpresa. Allí encontré yo mi legajo de poemas manuscritos corregidos por Juan Ramón. ¡Qué lástima que no los conservo! Los perdí en un maremoto que hubo en Mallorca.  ‘ya tienes un libro de poemas, ahora no sé quién  te  lo va a publicar, pero  te  lo doy con el visto bueno y hecho’, me dijo”.

Claribel, ni corta ni perezosa, le escribió a su amigo Vasconcelos y le pidió que le encontrara un editor para ese primer libro de poemas. Él enseguida le dijo que su propia editorial se lo publicaría, pero sólo con una condición, que él mismo le haría el prólogo.

Tras más de 60 años de ese primer libro, cuando se le pregunta si tiene ya una idea de para qué le ha servido la poesía, asegura que “es difícil” saber cuál es su utilidad, “porque yo nunca he querido utilizarla, sino que ella me utilice a mí”. Pero reconoce que para ella “ha sido una maravilla”, algo de lo que se dio cuenta “sobre todo tras la muerte de mi esposo, Bud –Darwin Flakoll–. Pensaba que después de su fallecimiento ya no podría escribir más, que me desentendería de todo. Pasé como ocho meses sin escribir nada, pero después fue la poesía la que vino a ayudarme. Con eso hice mi duelo. No sé qué  haría  sin  la  poesía, tantos  años  de  estar  escribiendo… Me sirve para expresar, para ser yo, pues sin ella no sé quién sería. Ahora, ya en mis últimos años, después de haber incursionado en otros géneros como el ensayo, la novela… ya no quiero más que dedicarme solamente a la poesía”. De lo único que está segura Claribel respecto a la poesía es que “es algo más que literatura” y que “si me llevaran a un desierto sin nada, con arenita escribiría poemas”.

No es la primera vez que en la conversación sale el nombre de Bud, de hecho está presente prácticamente en cada uno de los retazos de su vida que va rescatando a propósito de  las preguntas. “Mi papá me dijo que jamás me casara con un yanqui. ‘Hija linda, casate con el que vos querrás, con un pigmeo si quieres, pero nunca con un yanqui’, me dijo. Él  los detestaba, pero el que fue mi esposo, Bud, y él fueron íntimos amigos. Bud era una maravilla. Quiso quedar enterrado aquí, en Nicaragua. Una vez un escritor del Washington Post vino a entrevistarnos y  le dijo  ‘Claribel  es  centroamericana pero, ¿y usted?’ Él se le quedó mirando y le dijo ‘Mis raíces están en Claribel’. Eso fue un verdadero tributo de amor maravilloso”.

A la entrevista retorna el nombre de Juan Ramón Jiménez, al preguntarle por el papel del poeta. “¡Juan Ramón quiso encerrarme en una torre de marfil! Pero me escapé. Él me quería para la poesía pura. No quería que me casara… decía que me iba a convertir en una ama de casa común y corriente y que la poesía me iba a abandonar”. Muy al principio  la poesía de Claribel “era puramente lírica”, sin ningún compromiso que no fuera la propia poesía. “yo no era nada política cuando era jovencita. Detestaba, claro, a  los dictadores de ese tiempo como Somoza el viejo, pero no me podía imaginar que con la poesía se podía hacer algo… Pero entonces llegó, en 1959, la revolución cubana y me abrió los ojos. Si pueden hacer eso los cubanos, a poco más de noventa millas del  imperio ¿por qué no nosotros?, me pregunté”. Y es así que se entusiasmó, como muchos de sus amigos escritores. “Empecé a pensar en todo lo que había pasado históricamente, en la matanza en El Salvador, en 1932, por el dictador Martínez, que acabó con la vida de 30.000 campesinos con un engaño espantoso. Eso fue cuando yo aún no tenía 8 años”. Sobre este sangriento episodio escribió,  junto a su esposo,  la novela ‘Las cenizas de  Izalco’. “yo vivía en París y veíamos mucho a Carlos Fuentes. Él fue quien me dijo, y siempre se  lo recuerdo, “tenés que escribir eso, estás obsesionada”. Pero yo no sabía cómo podía hacerlo, porque no era prosista, sino poeta. Bud, que era periodista, me dijo que lo hiciéramos entre los dos. Fue casi el primer trabajo juntos”.

Antes habían preparado entre los dos una antología que se llamó ‘New voices of  Hispanic America’ (Beacon Press). Vivían en México, donde conocieron a Rulfo, a Monterroso… “Bud estaba maravillado del talento que tenían y se extrañaba de que nadie los conociera fuera de su propio país en esa época, estoy hablando de 1952. Juan José Arriola nos regaló ‘Bestiario’, de Cortázar, que nos fascinó. Así fue que se  le ocurrió a Bud hacer esa antología. Fue un trabajo enorme. Todos los que están en ese libro son del ‘boom’”.

La poesía de Claribel Alegría no ha estado marcada nunca por un carácter de género muy específico. Ella tiene claro, en este sentido, que “hay buena poesía y mala poesía. Ni femenina ni masculina. La inteligencia no tiene sexo”. La escritora considera que “como Virginia Woolf  decía, la escritura tiene que ser andrógina”.

Lo que sí es una de las características más llamativas en su obra es  la brevedad con  la que, en general, resuelve sus poemas. El poeta nicaragüense José Coronel Urtecho se preguntaba al respecto: “Cómo se puede ser gran poeta, ser una gran poeta, en tan pocas palabras, en tan breves y leves palabras, tan cargadas del peso de la vida y  la poesía”. Claribel regresa a Juan Ramón: “Siempre me decía que un poema, cuando se vuelve a ver, es mejor sacarle versos que ponerle. Él tenía poemas con  tachuelas en  las puertas de su casa. Pasaba y  tachaba un verso y otro más. Siempre me decía que había poemas largos maravillosos, pero que la síntesis era fundamental, que en la poesía tiene que quedar la esencia, porque si no es mejor escribir un cuento. Me quedó mucho de eso”. Poemas cortos, en general, aunque sin renunciar a la claridad. “Respeto la poesía más oscura, pero lo que me gusta es comunicarme con la poesía con los demás, mantener una plática. Eso es muy difícil hacerlo con un  lenguaje muy oscuro. Es verdad que hay poetas con un  lenguaje más complicado que a mí me fascinan, por ejemplo Lezama Lima. Pero yo siempre he querido que mi poesía sea transparente, y es algo difícil”, señala.

Son muchos los escritores que han formado parte, de alguna manera, de su vida. Uno de ellos, al que  le dedica un capítulo en su  libro de semblanzas  ‘Mágica tribu’, fue el salvadoreño Roque Dalton, un poeta y revolucionario al que sus propios compañeros traicionaron y asesinaron. Claribel sonríe cuando se le pregunta por su famoso baile con Roque Dalton… un baile que nunca tuvo lugar y del que, sin embargo, fue testigo uno de  los poemas más memorables de Claribel Alegría. “Nunca  nos  conocimos  personalmente,  es  cierto. Cuando estaba viviendo en Uruguay hice un viaje a El Salvador para ver a mis padres, si no me equivoco en 1958. Me hicieron una entrevista por televisión y me preguntaron que qué poetas salvadoreños me gustaban más. A mí no me gusta mentir, sólo miento cuando escribo.  Entonces  dije  la  verdad,  que  conocía  a muy pocos, porque a Uruguay no llegaban revistas ni nada. Recordé que había leído hacía poco en algún periódico o revista a un poeta que se llamaba Roque Dalton y que me había encantado. Después me fui, y Roque Dalton, que  lo  supo, me escribió una carta agradeciéndome.

Empezamos una relación epistolar. Cuando él se fue a Praga yo vivía en París. Él fue a visitarme, pero yo no estaba. Fue a casa de Julio Cortázar y me dejó un recuerdo con él. Nos escribimos mucho, pero nunca de política. Después, en 1968, Roque me esperó en Cuba, donde me habían invitado al jurado del Premio Casa de las Américas. La aviación cubana entonces era espantosa. Tardamos  como  dos  días  o más  en  llegar  y  su mujer, Aída, y otros amigos, me dijeron que Roque me había estado esperando cada día con un ramo de flores, pero que al final se tuvo que ir para hacer su entrenamiento militar, para entrar a El Salvador. Un día sí y otro no me enviaba notitas de papel que me entregaban en el comedor del hotel.

Después del asesinato de Roque, ya a principios de los ochenta, me encontré con un escritor mexicano que se  llama Eraclio zepeda, gran amigo de él, y me dijo que quería que yo le enseñara a bailar la rumba. Me resultó extraño y le dije que yo no bailaba la rumba –me encanta bailar pero soy muy mala bailarina–. Entonces me dijo que Roque le había contado que yo le había enseñado a bailar rumba y salsa. Cuánto me reí… me fascinó tanto que le escribí un poema que se llama ‘Salto mortal’, en el que le digo que aunque nunca nos vimos a los ojos, bailamos”, relata la escritora.

También formó parte de su ‘mágica tribu’ el argentino Julio Cortázar, al que conoció primero por carta, gracias a esa antología de nuevas voces hispanoamericanas que preparó junto a su esposo. “Puertas al cielo’, creo que se titulaba el cuento que mi marido Bud tradujo para el libro. Se la mandó a Cortázar y le fascinó. Así fue que empezamos a cartearnos. Nosotros nos fuimos a vivir a Buenos Aires y con él y su mujer primera, Aurora, coincidimos en un asado en casa de un amigo común. Ahí fue el flechazo. Nos hicimos grandes amigos y fuimos a todo Buenos Aires, a la Boca, donde bailamos tango… Ellos se fueron a París y dos o tres años después nosotros también. Allí vivimos cuatro años y se intensificó la amistad. No pasaba una semana sin que nos viéramos por  lo menos dos veces. Él me decía mi  jefita porque tuvo un sueño en el que yo le mandaba hacer tal o cual cosa, y se asustó y desde entonces me decía mi jefita”.

Cortázar compartió con el matrimonio Flakoll-Alegría, además, el sueño del triunfo de la Revolución Sandinista. Claribel vivía entonces, en 1979, en Mallorca, donde como ella reconoce, pasó unos años maravillosos. Desde allí seguía  los acontecimientos,  las noticias que llegaban desde Nicaragua y que hablaban de la cada vez más inminente caída de  la dictadura somocista. Y ese día por fin llegó, el 19 de julio de 1979. “Bud me propuso que nos viniéramos a Nicaragua para escribir un libro sobre  la Revolución Sandinista, a conocer a comandantes, a maestros, a guerrilleros, a proletarios. Y así lo decidimos”. Julio Cortázar y Carol Dunlop se encontraban de visita en Mallorca justo en ese momento. Julio les dijo: “Así que ustedes se van a Nicaragua… Pues si ustedes van, nosotros vamos”. Claribel y Bud llegaron a  la Nicaragua  libre  en  septiembre  de  1979.  Julio  y Carol, en noviembre. “Para ellos fue un amor a primera vista. Adoraron Nicaragua. Tanto es así que él me decía que querían vivir entre París y Nicaragua”, recuerda la escritora.

La obra sobre la Revolución Sandinista salió publicada primero en México, y se convirtió inmediatamente en libro de texto en la universidad. Se trata de un texto histórico-testimonial. “Empezamos con  la historia de Nicaragua con William Walker –el filibustero que se autoproclamó presidente de Nicaragua e incendió la ciudad de Granada– y  terminamos con el  triunfo de  la Revolución”.

La ilusión es la palabra que mejor define a esa época en la que parecía que el pasado lo sería ya para siempre.

En uno de  los periódicos que hay  sobre  la mesa, junto a la botella de ron Flor de Caña que ha  ido vaciándose a lo largo de la tarde, se informa sobre una manifestación  que  hay  convocada  en  unos  días  para protestar contra la política del comandante Daniel Ortega, en el poder tras ganar por un ajustadísimo margen en las elecciones presidenciales de 2006. En el diario se cita, con preocupación, que el gobierno está preparando ‘contramanifestantes’, como ya ha sucedido otras veces, y que se teme por que produzcan ataques contra aquellos que, pacíficamente, quieran oponerse a las prácticas del sandinismo de ahora. De hecho, días más tarde de esta entrevista, así sucedió. Turbas supuestamente enviadas por el gobierno atacaron a  los manifestantes y
hubo algunos heridos de gravedad.

Claribel se atreve a decir que si Cortázar viera la Nicaragua de hoy “no estaría nada de acuerdo, estaría muy triste, como lo estoy yo. Nada tiene que ver el gobierno de ahora con el que conoció Julio”, asevera.

¿Qué ha ocurrido en el camino, cómo es posible que la esperanza se corrompiese de esta manera? “Fue algo terrible, con lo linda que había sido la revolución. Ahora me acuerdo del discurso que hizo Daniel Ortega cuando perdió las elecciones y las ganó doña Violeta Barrios de Chamorro. Fue un discurso que me encantó. Pero entonces vino la piñata –el reparto ilegal de propiedades que hicieron entre ellos algunos altos mandos sandinistas–, y ese fue el primer desencanto espantoso, esa piñata”. Claribel recuerda ahora unas palabras de otro escritor que soñó con la Nicaragua revolucionaria, el uruguayo Eduardo Galeano: “Todos esos comandantes que daban su vida por la revolución, ahora les están quitando la esperanza al pueblo”. “Muchos de los comandantes de entonces ahora son millonarios”, asegura con gesto torcido la escritora.

Pero, ¿queda algo de aquello, de un movimiento popular que ilusionó en todas las latitudes? Claribel duda antes de contestar, bebe un sorbo de ron. “Mucho ha sido borrado. Los sueños han sido pisoteados por algunos de  los que  los generaron. Pero algo quedó, creo, aunque se diera un paso adelante y dos atrás. Por ejemplo, en el caso de  las mujeres. Ahora hay más puestos para las mujeres que en época de Somoza, aunque siguen muy acosadas”. De todas formas considera que el pueblo ahora “está más concienciado” y no cree que quieran “otra guerra civil”. Si hay otra revolución, “porque Nicaragua necesita otra revolución, será más al estilo de Gandhi, sin el derramamiento de sangre que no sirvió para casi nada y fue horrible”.

La propaganda gubernamental habla de una nueva revolución, de un gobierno de reconciliación nacional. Las emisoras progubernamentales  lanzan a cada  instante consignas. No hay rincón del país en el que no haya un retrato de un Ortega sonriente que dice que “cumplirle al pueblo es cumplirle a Dios”. La primera dama, Rosario Murillo, es la artífice de todas las campañas. Se empeña, rodeada de un halo místico y casi sobrenatural,  en que  en Nicaragua  se  está  viviendo  la revolución de la paz y de las flores. Claribel no está de acuerdo. “No es una revolución eso que ellos dicen. Aseguran que van a ayudar a los pobres, pero eso se queda en nada. Al contrario, nos están llevando a una dictadura, así lo creo”. La escritora no tiene miedo en ser tan contundente en  sus declaraciones, a pesar de que es consciente de que en  la actual situación sus palabras pueden provocarle algún disgusto. “Mira todos los acosos que se están dando, a Ernesto Cardenal, a Sergio Ramírez, a Carlos Fernando Chamorro y a tanta otra gente. Todavía hay libertad de prensa, en los periódicos aún salen bastantes cosas, pero ya existe una dictadura institucional. Y los que no están con ellos, son acosados. Lo peor es cuando  llega la autocensura por el miedo, peor  incluso que  la censura  impuesta. Ahí se acaba el periodista y el escritor”. Y Claribel no quiere que a ella le suceda esto.

La mayor parte de los intelectuales nicaragüenses que apoyaron la Revolución Sandinista han alzado su voz contra lo que algunos llaman o bien danielismo, o, como ha acuñado la escritora Gioconda Belli, ‘murteguismo’, en alusión al poder e influencia que ejerce Rosario Murillo. “Yo me sigo sintiendo sandinista, como tanta otra gente, pero no soy ni orteguista ni danielista y, ni mucho menos, murteguista…” dice riendo.

La situación de acoso que viven algunos intelectuales nicaragüenses ha hecho reaccionar a escritores de todas partes del mundo en una especie de nuevo movimiento solidario que, paradójicamente, se enfrenta a unas siglas por las que hace treinta años se escribieron algunas de las más bellas declaraciones de amor . “Desde Estados unidos,  desde Europa,  desde  toda Latinoamérica… Con lo de Cardenal y Sergio Ramírez ha sido increíble, es una maravilla. Fue Gioconda Belli  la que dijo esa frase tan linda, ‘la solidaridad es la ternura de los pueblos’. Ojalá no la perdamos”.

* Claribel Alegría cumplió 86 años el 12 de mayo 2010.

(Entrevista realizada en Managua, febrero de 2009
publicada inicialmente en Cuadernos Hispanoamericanos nº 708)

Comparte en:

Granada, España, 1976.
Escritor y periodista español especializado en historia de Nicaragua del siglo XX. Su tesis doctoral, con la que obtuvo la calificación de Sobresaliente Cum laude, está dedicada a las implicaciones culturales y educativas de la Revolución Sandinista en Nicaragua.

En su faceta literaria, fue elegido por cerca de 100 universidades (Harvard, Oxford, Princeton, Columbia, La Sorbone...) uno de los autores más relevantes de su generación para el volumen El canon abierto: última poesía en español. Su obra literaria ha sido publicada en varios países y traducida a diferentes idiomas.