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» Homenaje a Claribel: Selene

1 junio, 2010

Poema inédito de Claribel Alegría
(De Otredad, poemario en proceso)


Que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

Calderón de la Barca

Duerme
duerme, Endimión
no quiero despertarte
con mis besos
déjame que te mire
déjame que te narre
mi odisea
tus ojos medio abiertos
se extravían
y yo sé que me escuchas.

Que me perdone Apolo
mas nadie alcanza tu belleza
tu máscara es perfecta
pero inerme
mis ojos se encadenan
a tus ojos  vacíos
tu rostro es el vacío
empieza todo
a esfumarse.
Déjame que te diga
antes de que tu encanto
oscurezca el recuerdo.

Ayer al mediodía
me detuve en un puerto
 y vi  zarpar los barcos
y pronuncié tu nombre
de sílabas doradas.
No sólo es tu belleza             
la que amo                                      
cuando  te vi en la cueva
amé la luz de tu mirada
tu ternura                                                                       
la manera de hablarle
a tu rebaño.
¿Por qué pedirle a Zeus
un sueño interminable?
¿Para guardar tu juventud?
¿Para ser inmortal?
Cada vez que despiertas
envejeces un poco
 y te amo mucho más.
Sólo a ti te he amado
pero tú no me amas
Endimión
eres como las fieras
como el perro y el gato
como el pájaro errante
que fecunda las flores.
Cincuenta hijas
y jamás  he sentido tu caricia.
¿Escuchas mi lamento?
Quisiera verte
desgarrado
enloquecido
atormentado
por tu propia tormenta
quisiera estrujarte
entre mis brazos
succionarte
convertirte en cántaro agrietado
por donde escape el llanto.

Durante miles de años
le di la vuelta al mundo
y nada me importaba
miraba y no veía
oía y no escuchaba
pero llegó el amor
abrió una brecha
y empecé a ver
a escuchar
a sorprenderme.
He visto tantas cosas:
cielos estrellados
cielos abismales
que amenazan hundirme
agujeros negros
que se escapan
golondrinas luchando
contra el viento
cataratas que explotan
y se sueñan
mares huracanados
el silencio en los mares
la desolada tristeza
del deshielo
desiertos que son sobres
y resguardan al sol
del mediodía.

Fui testigo del amor
y de la muerte
vi cadáveres de niños
y niños mutilados
que aún me sonreían
regalándome guiños
vi  bombardeos
violaciones
incendios
fugitivos en trenes
sin destino
pero también vi rostros
transfigurados por el amor
escuché a poetas lisonjeros
celebrando mi brillo
me turbó el llanto de un niño
que iba entrando a la vida.
Vi el amanecer
y vi el ocaso
escuché a los pájaros
cantar
y a las ranas
croar
sorprendí al viento
enamorando a las estrellas
me sorprendió su ira contra el mar
contra los bosques
contra el fuego
vi  leones
águilas
reptiles
ninguno alcanza la  crueldad del hombre
pero ninguno ama 
como él.

Quisiera que me amaras
Endimión
tu vanidad te absorbe
y no te deja ser
te miras a ti mismo
estás vacío
la tierra está agobiada
y qué te importa.
Es hora que despiertes
que florezca tu amor
adormecido
es hora de que sufras
que recojas tus lágrimas
incautas
y las veas verdear
en tu silencio.
Ven conmigo a mi ronda
cuélgate de mis cuernos
poséeme en el aire
acaricia mis senos
el planeta está a punto
de estallar
y el tiempo es un círculo
sin ojos
y la nada no existe.

Tu sopor me desquicia
tu vanidad estéril.
Duerme
duerme Endimión
clavaré mis palabras en tu pecho
y se abrirá la herida
donde el amor aguarda
y volaremos juntos
como esquirlas al viento
hasta que la fatiga
nos separe.
¿Es que la vida es sueño?
No hay muerte
sólo pasos
todo termina
cae
para nacer de nuevo.

Del poemario inédito Otredad


Más poemas de Claribel Alegría
Tomados de Ars poética (Leteo Ediciones, 2006)

MONÓLOGO DE DOMINGO

Las cinco de la tarde.
¿Qué haré con la alegría que delira en mis venas?
No me gusta este cuarto.
Tiene cuatro paredes que me ocultan la luz.
Saldré a buscar el sol
y me verán las gentes constelada de cantos
volcándome
escapándome
desligada del tiempo.
Tengo el peine, el pañuelo y la llave.
No me hace falta nada.
Las escaleras gimen cuando salto.
Pobres abandonadas que se quedan en casa
bajo el sombrío abrazo del silencio.
¿A que ese gesto extraño?
(Una mueca burlona rozándome la cara).
Todo huele a domingo.
Los árboles han cambiado de estatura
y expresan a la brisa alegremente.
Hay una nube gris.
Ya pasará esa nube.
Quiero un cielo claro, iluminado.
Me mira el sol, me mira y se enrojece.
¡Los ojos del portero!
¿Qué deseas de mí?, iba yo a preguntarle,
mas la palabra terca se concentró en mudez.
Encendido de ruidos el tranvía.
Cómo arrastra su gloria por las calles.
Cómo esperan su paso.
Huele a fruta podrida y a sudores el tranvía.
Me bajaré en seguida.
¡Los ojos del portero!
Es cosa de echarle en el olvido.
Verdes, blancos, violetas, escarlatas.
Las palomas en grupo ungen de amor la tarde.
Una mujer encinta perpetúa el paisaje.
El cielo encapotado.
¿Irá a llover acaso?
El portero, el portero.
¿Dónde lo he visto antes?
Sus labios finos, juntos
y su piel amarilla
y su anillo de oro.
Cuánta gente en las calles.
Caminaré hacia el norte,
donde acaba más pronto la ciudad.
Casas.  Tiendas.  Casas.
Una ronda de niños en el parque.
Ha crecido la hierba
y amorosamente los recibe.
Cómo se oyen los pies sobre la acera.
Clap, clap, clap.
Ya sienten la fatiga.
Horizontal el pie
como el sueño y la tierra.
Qué pronto el cielo oscurecido.
Ni una estrella visible.
El viento se desata
y resbala en mi cuerpo.
¿Quién dijo que la noche es maternal?
Todo rueda al vacío.
Esta es la calle.  Sí.
6a. Avenida Sur.
Comienza a gotear de los tejados.
Las paredes de lágrimas tatuadas.
Se me cierra la noche.
Qué arañada la casa.
Entre todas las casas la más vieja.
Clavados en la puerta están los ojos.
Tartamudea el aldabón en el pasillo.
Las rodillas temblando.
Alguien se acerca, alguien
como a través de un túnel.
Se ha entornado la puerta.
¿Quién se esconde y me mira?
Es su rostro, su rostro.
Un escalofrío y otro.
No.  A mi cuarto, no.
Entraré a la cocina a calentar los pies.
No, mejor a mi cuarto.
El gemido temblón de la escalera.
¿Habrá llamado alguien?
No se atreven los ojos a volverse hacia atrás.
¿En donde está la llave?
Se ha perdido la llave.
No.
El cuarto está vacío.
Y qué sucia la alfombra.
En mi rostro su gesto desencajado y gris.
Qué ademán tan hambriento cuando extiende la mano
de pordiosero altivo.
Adivino.  Adivino.
Se vistió de portero
y acecha las entradas
las salidas.
Quizá será esta noche.
¿Como, cómo, Dios mío?
Tengo miedo.  Estoy sola.
Los senderos, los ríos
me aguardan en sus brazos.
Tengo una cita antigua
con el rosal del parque
con las lilas, la ceiba
la sutil telaraña.
Me buscas.  Sí. Me buscas.
Olfateo tu aliento
No quiero despertar en tus tinieblas
más allá de las horas.
¿Será tiempo de huir?
Por la puerta de atrás, sin hacer ruido.
Dejaré los zapatos.
Todo. Todo lo dejo.
Otra vez la escalera.
Parece lleno de uñas el pasillo.
¿Quién ensombrece el patio?
Algo se ha estremecido.
Pero no hay nadie, nadie.
Qué largo el viaje sin regreso.
Por mezquino que sea
un rincón en el mundo.
Se ha entornado la puerta.
Estoy equivocada.
Se ha entornado y rechina sin haberla alcanzado.
Es tu mueca burlona rozándome la cara.
Me anuncia la derrota.
No puedo irme, no.
Me quedaré en tu casa
y subiré corriendo la escalera.

De Vigilias (1953)

CARTA AL TIEMPO

Estimado señor:
Esta carta la escribo en mi cumpleaños.
Recibí su regalo.  No me gusta.
Siempre y siempre lo mismo.
Cuando niña, impaciente lo esperaba
me vestía de fiesta
y salía a la calle a pregonarlo.
No sea usted tenaz.
Todavía lo veo
jugando al ajedrez con el abuelo.
Al principio eran sueltas sus visitas
se volvieron muy pronto cotidianas
y la voz del abuelo
fue perdiendo su brillo
y usted insistía
y no respetaba la humildad
de su carácter dulce
y sus zapatos.
Después me cortejaba.
Era yo adolescente
y usted con ese rostro que no cambia.
Amigo de mi padre
para ganarme a mí.
Pobrecito el abuelo.
En su lecho de muerte
estaba usted presente
esperando el final.
Un aire insospechado
flotaba entre los muebles.
Parecían más blancas las paredes.
Y había alguien más
usted le hacía señas
él le cerró los ojos al abuelo
y se detuvo un rato a contemplarme.
Le prohíbo que vuelva.
Cada vez que lo veo
me recorre las vértebras el frío.
No me persiga más
se lo suplico.
Hace años que amo a otro
y ya no me interesan sus ofrendas.
¿Por qué me espera siempre en las vitrinas
en la boca del sueño
bajo el cielo indeciso del domingo?
Sabe a cuarto cerrado su saludo.
Lo he visto el otro día con los niños.
Reconocí su traje
el mismo tweed de entones
cuando era yo estudiante
y usted amigo de mi padre.
Su ridículo traje de entretiempo.
No vuelva
le repito.
No se detenga más en mi jardín.
Se asustarán los niños
y las hojas se caen
las he visto.
¿De qué sirve todo esto?
Se va a reír un rato
con esa risa eterna
y seguirá saliéndome al encuentro.
Los niños
mi rostro
las hojas
todo extraviado en sus pupilas.
Ganará sin remedio.
Al comenzar mi carta lo sabía.

                      De Acuario (1955)

PEQUEÑA PATRIA

Detrás de mí
un remolino de huérfanos pálidos
de niños con el vientre hinchado   
de madres pordioseras                                                                      
exhibiendo a sus hijos
llenos de moscas
de mendigos astutos
que invierten su vida
en una pierna morada de costras
y vendas sucias.
Me detengo y grito:
«Se está cayendo el cielo.»
«Queridas»,
comenta la señora gorda
mientras baraja el naipe
«¿saben la última noticia?
Dicen que el cielo se está cayendo.»
A las tres de la tarde
se abre la reunión de directorio.
Me levanto y digo:
«Señores,
hay un solo capítulo
en la agenda de hoy
se está cayendo el cielo.»
El gerente se agita.
«Propongo,» exclama
«la construcción de una caja fuerte
debajo de la tierra.
Debemos  proteger nuestros archivos
los valores.»
Llama el centinela al cuartel
con la noticia.
«Que las tropas vestidas de campaña
se formen,»
increpa el general
«que levanten rifles y bayonetas
que sostengan el cielo.»
El día está nublado.
Se cumple una cuota normal
de actividades.
Los carniceros venden tres cuartos
a las amas de casa
y cobran un kilo
las solteronas ventilan sus odios
en aulas de pupilos
los donjuanes se pavonean con sus amigos
mientras las criadas
arruinan la comida
y contemplan el aborto.
Pronto el arbolito de café
dará cerezas rojas
la caña, miel
los desfiladeros de algodón
nubes carnosas
que habrán de convertirse
en Cadillacs
en una noche de casino
en el alquiler de una suite en Cannes.
Me siento a la mesa de los intelectuales.
«¿Qué haremos?» pregunto
«se está cayendo el cielo.»
Sonríe el viejo radical.
Hace veinte años lo predijo.
«¿Y si fuera verdad?»
pregunta el joven iracundo
«¿qué haremos?»
Con ademán ajustado
al significado histórico
saca su pluma
y comienza a redactar sobre el mantel
un manifiesto de intelectuales y artistas.
Hace días no salgo.
El cielo no se cae.
Los políticos lo han dicho
los directores
los generales
hasta los mendigos lo afirman.
Para cada señorito
hay una criada encinta
manteniendo equilibrio.
Para cada señora gorda
un tuberculoso que recoge algodón
para cada político
un ciego con bastón blanco.
Todo es lícito.
Mi pavor, infantil.
La exhibición pública
de la angustia
hace daño a las gentes
interfiere con el comercio
amedrenta a los niños.
Mañana iré al mercado.
Lo recetó el psiquiatra.
Podré ofrecerle
diez centavos a un mendigo
y sentir compasión.

De Vía Única (1965)

ES CERRAR ESTA PUERTA LO QUE TEMO

Aquí estoy
definitivamente instalada
en mi presente
con los gladiolos rojos
y la jarra de vino
y el recuerdo fresco
de tus labios.
No es el miedo a la muerte
como insistes
está lejos mi muerte
no vislumbro su rostro
ni me importa
si me reduce a polvo
quizá sería lo mejor
un sueño largo
largo
en el que vas desintegrándote
es cerrar esta puerta
lo que temo
cerrar esta puerta para siempre
perforar este muro
y encontrarme de pronto
al otro lado
sin la jarra de vino
sin tus labios
sin los gladiolos rojos.

De Raíces (1975)

AMOR

A Bud

Todos los que amo
están en ti
y tú
en todo lo que amo. 

De Sobrevivo (1978)

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Revista bimensual y digital que promueve las ideas, la creación y la crítica literaria. Fundada en 2004 por el escritor Sergio Ramírez