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» Homenaje a Claribel: Vía única

1 diciembre, 2010

Segundo poemario de Claribel Alegría, publicado en la ciudad de México, en 1953, por Ediciones Poesía de América.


En las cercanías de la Catedral de Notre-Dame de París, Claribel escribió unos de sus grandes poemas de amor: “Aunque dure un instante”. Ante la imagen móvil de la eternidad, eso que Platón describe como el tiempo, la palabra inscribe su presencia sobre la realidad, el momento vívido irrepetible.

Pero el amor no es la vía única; en este poemario la memoria familiar deja su legado en los poemas “El abuelo” (Federico Vides) y “Se hace tarde, doctor” (se refiere a su padre, Daniel Alegría).

Ambos poemas rescatan un pasado que nos llevan al siglo XIX a través del bisabuelo José María Vides, que durante un viaje a Francia se hizo tan amigo del escritor Alphonse de Lamartine (1790-1869), que éste le obsequió sus obras completas.

José María, de origen español, se casó con una india salvadoreña llamada Juana Carballo, mujer que pertenecía a la clase económica privilegiada y que con su fortuna envió sus hijos a estudiar a Europa. De este matrimonio nació Federico Vides, quien se dedicó a la prosa y a la ciencia. También fue médico y farmacéutico, aunque no ejerció su profesión.

En tanto, Daniel Alegría tenía la fama de ser el mejor médico en toda Centroamérica y de ser un hombre incorruptible, quien a sus 17 años luchó junto al prócer nicaragüense Benjamín Zeledón (1879-1912).

En la década de los 20 del siglo XX, Nicaragua estaba invadida por los marines y en Estelí, la familia de Claribel era acosada constantemente por aquéllos, quienes ejercían presión para silenciar a su padre, agitador y crítico de la ocupación yanqui.

En un episodio la madre salvadoreña, Ana María Vides, cargada a la pequeña Claribel de cuatro meses, cuando los marines dispararon sobre su cabeza con la intensión de asustarla. Aquél fue el motivo del exilio hacia Santa Ana, El Salvador. Daniel Alegría las seguiría cinco meses después.

Luego en Nicaragua, tras la llegada del dictador Anastasio Somoza García, en 1936, éste le propuso a Daniel Alegría, que fuera Embajador de Nicaragua en El Salvador, a lo que él respondió: “Jamás seré una herramienta de tiranos”.

En “Se hace tarde, doctor”, Claribel recordará a su padre y su viaje hacia el exilio: “Llegó hasta El Salvador sobre una mula. / Venía de Estelí, / de Nicaragua, / de aquella tierra azul / con olor a becerros / y a tiste”.

Poemas de Vía única

Colección carabela / Editorial ALFA /
Montevideo, Uruguay / Septiembre 1965 /
Fotografía de portada es de N. Ojeda

PIRUETAS EN UNA SALA DE ESPEJOS

No ha sucedido aún,
sin embargo me veo
entre el humo de las locomotoras,
las voces,
el ir y venir de los pasajeros.
O en un muelle vacío.
Tu pañuelo,
tú,
mi barco alejándose,
el enlutado grito de mi barco.
Poco a poco el invierno
me ha ido desgastando:
sus árboles negros,
su agua lodosa
lamiendo piedras,
la bruma tumbada
sobre un horizonte de alambres
y chimeneas.
Un abismo a mi lado.
No lo ven los demás.
Un abismo de voces,
de ojos,
de fantasmas.
Siguen brotando manos.
La mano de Eugenia,
su temblor.
La mano de mi hija,
su dibujo.
Todas las manos pidiéndome,
exigiéndome,
y yo no soy capaz.
Todas las manos como plagas,
incendios,
cataclismos que me acechan,
me desnudan,
me estrujan.
Llevo tu rostro barajado
con vitrinas ortopédicas,
señas de tránsito,
anuncios de aspirina.
Soy el agua,
la espuma,
esa nube en el cielo.
No ha sucedido aún,
y ya pienso en nuestro amor,
en los días,
las horas de nuestro amor
como si el libro se hubiese cerrado
definitivamente.

AUNQUE DURE UN INSTANTE

Ahora,
mientras el río de obsidiana
nos refleja,
quiero hablarte de amor,
de nuestro amor,
de los diversos hilos
de su trama,
del amor que se toca
y es herida
y que también es vuelo
y es vigilia.
Sin él,
el verde de las hojas
no tendría sentido,
ni el farol de la calle
iluminando el agua,
ni la imagen ondeante
de la iglesia.
Mi amor es la escudilla
en la que tú dejaste una moneda,
la moneda tañéndome que existo,
la trenza que forjan las palabras,
el vino,
el mar desde la mesa,
los malentendidos,
los días
en que nos damos cuenta
que ya no somos uno,
que estamos alejados
irremediablemente.
Ayer,
desde mi exilio,
inventé que llegabas.
Salí del hielo,
espanté pingüinos,
desplacé a las estrellas
acechando tu desembarco.
Quería ayudarte a plantar banderas,
celebrar de rodillas
el milagro.
Ahí quedé
con mis señales.
¿Te sorprende mi vértigo?
Estoy hablando de eso:
de la alegre punzada
de saber que sí,
que de pronto es verdad,
que no estoy sola,
que estamos juntos bajo el árbol
con mi mano en tu mano,
que nos refleja el río,
que ahora,
en este instante,
en este ahora,
aunque dure un instante,
estás conmigo.

EL ABUELO

Me mira,
desde un daguerrotipo
con el marco ovalado.
La figura frágil,
apoyada su mano
sobre el espaldar barroco
de una silla,
la garganta hundida
detrás de un cuello muy alto.
Para mí fue el tronco,
el único abuelo.
Nació gran señor.
Su vida,
una lenta bancarrota.
En la casa de paredes añosas
de un metro de ancho,
sentados sobre el poyo
de la ventana,
me contó de su tía,
de cómo enrollaba hojas
de tabaco
y asoleaba en el patio
sus monedas de plata.
Desde el avión que llega,
que me trae,
adivino su gesto.
Me siento lejos de él.
Imagino el paisaje
caminado a paso de hombre:
las hojas,
la yerba,
la tierra oscura,
volcánica,
las chozas con su cerco
de izote.
Vivió París:
Le Bois de Boulogne en carruaje,
conciertos,
champagne,
un Don Juan salvadoreño
con sombrero de copa
y con bastón.
Soy fruto de su derrota,
segunda cosecha
de sus años grises.
Ante el alto escritorio,
sin notar la penumbra
que crecía,
recitaba en voz lenta
Lamartine.
No supo darse cuenta.
Le quitaron sus fincas
los banqueros.
Las bodegas,
los cofres
se quedaron vacíos.
Siguió ensimismado
entre sus libros,
musitando a Voltaire
y a Buffon:
en su gran biblioteca,
desvalido.
Se vendieron las sábanas de lino,
el servicio de plata,
renunciaron los hijos
a estudiar secundaria
y falleció la abuela.
Van a construir un techo
sobre el patio.
El nuevo dueño alaba el escritorio.
Tiene varios cajones
para libros de cuentas.
Sonrío,
digo que sí.
Paso mi mano
por la madera.
Miro el polvo,
el blanco polvo centenario.
Dibujo con el dedo
una muñeca,
una niña de trenzas
y falda corta.
Sonrío,
digo que sí,
que cómo no,
que por supuesto.

SE HACE TARDE, DOCTOR

Llegó hasta El Salvador sobre una mula.
Venía de Estelí,
de Nicaragua,
de aquella tierra azul
con olor a becerros
y a tiste.
Estudió bajo la luz de los faroles.
Ganó medalla de oro.
Pero no.
Quiero ser más precisa.
Lo veo,
llevándonos a cuestas por el patio,
haciendo de león para asustarnos,
mirándome a los ojos y diciendo:
«Para un viejo
una niña
siempre tiene el pecho de cristal.»
Recuerdo:
mi sofocante asombro,
mis preguntas,
las paredes de cal,
mis pantorrillas
que nunca me engordaban,
los arcos,
el jazmín,
el porte de mi madre,
su manojo de llaves
en el cinto.
A veces, por la noche,
mientras la luna
alumbraba los gatos de las tejas
y se oía chirriar a las cigarras,
nos habló de Sandino,
de sus hombres,
de las largas marchas por la selva,
de los marinos yanquis,
desde arriba silbando sus helldivers
para herir la columna.
Nos hablaba también de la cesárea,
de descubrir al niño acurrucado.
En días de neblina
subimos al volcán,
el rocío lamiéndome las piernas,
con orquídeas las ramas
y con musgo.
Subíamos al sol,
hasta la cumbre,
otra vez hasta el sol de Centroamérica.
Yo quería correr,
era el ama de casa;
salir a buscar nidos,
alisaba el mantel.
Mi  hermano,  canturreando,
hacía saltar piedras
sobre el lago de azufre,
de esmeralda.
Tu aire de patriarca
nos cohibía.
Presidías la mesa
como un señor feudal.
Quiero hablarte de mí,
de cómo soy.
Conservo mi egoísmo,
sigo haciendo complots
para ganar cariño.
Se hace tarde, doctor.
Los dos amanecimos
junto a un niño enfermo,
nos aburrimos
entre gentes extrañas,
hicimos el ridículo,
tropezamos,
caímos,
tuvimos que aceptar.
Me legaste riquezas:
Sandino, por ejemplo,
la unión de Centroamérica,
el afán de tener una cesárea.
El exilio nos duele.
Nos incomoda a veces
nuestro papel de padres.
Sigo pensando en mí con prioridad.
No soy tu hija ahora,
Soy tu cómplice,
tu socio.
Mis derrotas,
mis luchas,
me han hecho el llanto fácil.
Pienso en ti mientras digo.
Pienso en mí,
en las cosas que ocurren.

MORNING THOUGHTS

Hoy la luz es lechosa.
Me llegan titilando los olores.
Las cosas que recuerdo
—como un potrillo torpe
asaltaba el regazo de mi madre—
¿No lo sentiste así?
En un salón ruidoso
te encontré.
Hablamos de la India,
de T. S. Eliot,
del neorrealismo italiano.
Desde mis veinte años te miraba,
desde mi soledad
y mi deseo.
Surgen ahora rostros:
fatigadas meseras
retirándome hostiles
el menú,
empleadas de almacén
que me llamaban «honey».
En medio del asfalto
me ofreciste una encina.
Fue solamente un préstamo,
un pagaré a cobrar.
Con retazos de olores,
con cumplidos,
cada uno midió su desamparo.
Me fastidian los pájaros que chillan,
tus ideas políticas,
ese cuadro torcido.
Fuimos dos soledades
impermeables.
Con sigiloso empeño
hicimos presupuestos
y el amor.
Aprendí que reírse alivia,
que el calor de tu piel,
sin palabras,
sin sexo,
me disfraza el vacío.
Soy una boya,
un corcho
que se levanta
y cae,
un ala templada por el viento,
un grito ronco,
inútil,
mendigando ternura.

DOCUMENTAL

Sé conmigo una cámara.
Fotografiemos la guarida,
la hormiga reina
expulsando sacos de café,
nuestro país.
Estamos en el corte.
Enfoca  sobre  esa  familia  que  duerme
obstruyendo la zanja.
Ahora,
en medio de los árboles:
los dedos rápidos,
morenos,
manchados de miel.
Cambia de cuadro:
la fila de hombres hormiga
que bajan la quebrada
con sacos de cereza.
Un contraste:
muchachas vestidas de colores
ríen, charlan,
recogen granos en canastos.
Más cerca.
Un close up de la madre encinta
dormitando en la hamaca.
Enfoca bien las moscas
que salpican su rostro.
Corta.
La terraza de mosaicos lustrados
protegida del sol.
Criadas de cofias blancas
nutren a las damas
que juegan canasta,
celebran invasiones
y se duelen de Cuba.
Izalco duerme
bajo el ojo del volcán.
Un rugido subterráneo
lo sacude.
Con su carga de sacos,
camiones y carretas
chirriando cuesta abajo.
Además de café
se siembran ángeles
en mi país.
Un coro de niños
y mujeres,
con el cajoncito blanco
se apartan respetuosos
mientras pasa el café.
Las mujeres del río
lavan su ropa
desnudas hasta la cintura.
Canjean los choferes
alegres obscenidades
por insultos.
En Panchimalco,
padeciendo que cruce la carreta,
un campesino
con las manos atadas
por los pulgares
y su escolta de guardias,
pestañea al avión:
abeja rebosante
de caficultores
y turistas.
Se detiene el camión en el mercado.
Un panorama de iguanas,
gallinas,
tasajo,
canastos,
rimeros de nances,
nísperos,
naranjas,
zunzas,
zapotes,
quesos,
bananas,
perros, pupusas, jocotes,
olores ácidos,
melcochas,
orines, tamarindos.
El café doncella
baila en el beneficio.
Lo desnudan,
lo violan,
lo tienden en los patios
y se adormece al sol.
Las bodegas oscuras
se iluminan.
Desprende el café oro
reflejos de malaria,
de sangre,
de analfabetismo,
de tuberculosis,
de miseria.
Sale rugiendo
el camión
de la bodega.
Bramando cuesta arriba
sofoca la lección:
A de alcoholismo,
B de bohío,
C de cárcel,
D de dictadura,
E de ejército,
F de feudo de catorce familias
y etcétera, etcétera, etcétera.
País etcétera,
país llaga,
niño,
llanto,
obsesión.

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Estelí, Nicaragua 1977 - Managua, 31 de diciembre de 2010.
Realizó estudios de poesía bajo la tutela de su mentora, la poeta nicaragüense Claribel Alegría, discípula del Nobel español Juan Ramón Jiménez.

Ha publicado el poemario “Alguien me ve llorar en un sueño” (Premio Internacional Ernesto Cardenal de Poesía Joven 2005). También publicó “Retrato de poeta con joven errante”, antología poética de su generación con prólogo de Gioconda Belli. Su poesía aparece en las antologías “La poesía del siglo XX en Nicaragua” (Editorial Visor, España 2010); Antología de poesía nicaragüense: Los hijos del minotauro (1950-2008) (Revista TRILCE, 2009) y en la Antología del IV Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (Trilce, Villahermosa, 2008). Poemas suyos aparecen además publicados en las revistas “Karavan” (Suecia, 2006); Revista Oliverio (Argentina, 2005); Revista Maga (Panamá, 2005); Revista “Lichtunten” (Alemania, 2009); Revista Nómada dirigida por Jorge Boccanera (Argentina, 2008); Revista Prometeo (Medellín, Colombia, 2008) y en la memoria poética del Encuentro “El vértigo de los aires”: Poesía Iberoamericana (México, 2009) y las memorias del I, II, III, IV y V Festival Internacional de Poesía de Granada (Nicaragua).

Asistió como invitado a diversos Encuentros y Festivales poéticos internacionales, entre los que figuran: V Festival “La poesía tiene la palabra”, Casa de América (Madrid, España, 2005); IV Festival Internacional de Poesía de El Salvador (San Salvador, 2005); XXII Festival Internacional de Poesía de La Habana (Cuba, 2007); Fiesta Literaria de Porto de Galinhas, Estado de Pernambuco (Brasil, 2007); XVIII Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia, 2008); IV Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer (Villahermosa, México, 2008); Festival Internacional de Poesía de Costa Rica (San José, Costa Rica, 2009); Encuentro Iberoamericano de poetas en el Centro Histórico 2009: El vértigo de los Aires (México, 2009); VII Festival Internacional de Poesía de Granada (España, 2010).

Su poesía ha sido elogiada por célebres poetas y escritores como Jorge Boccanera, Waldo Leyva, Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal. Según el crítico peruano Julio Ortega, Ruiz Udiel se cierne como uno de los herederos de la poética latinoamericana y según el crítico francés Norbert-Bertrand Barbe, "de todos los nuevos poetas de Nicaragua, Udiel es sin duda uno de los que tiene mayor voz propia".

En 2004, junto al escritor nicaragüense Ulises Juárez Polanco, fundó Leteo Ediciones, proyecto sin fines de lucro que promueve la literatura joven de su país. Entre las publicaciones como co-editor se encuentran: Memoria poética: Poetas, pequeños Dioses (Managua, 2006); Sergio Ramírez: Perdón y olvido, Antología de cuentos (1960-2009), (Managua, 2009); Claribel Alegría: Ars Poética (Managua, 2007); Missael Duarte Somoza: Líricos instantes (Managua, 2007) y Víctor Ruiz: La vigilia perpetua (Managua, 2008).

Antes de su prematura muerte trabajó como editor de Caratula, revista cultural centroamericana dirigida por Sergio Ramírez.

También era periodista colaborador de la sección Variedades de El Nuevo Diario, de Nicaragua, y laboró como relacionista público del Centro Nicaragüense de Escritores.

Era miembro de la Red Nicaragüense de Escritores y Escritoras (RENIES); miembro de la Red Internacional de Editores y Proyectos Alternativos (RIEPA) y miembro del PEN INTERNACIONAL por el capítulo de Nicaragua.