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» Homenaje a Francisco: Días soleados en México

1 febrero, 2011

Llegué a México DF el sábado 16 de octubre al mediodía invitada al Encuentro de poetas del Mundo Latino. Tenía una lectura esa misma tarde en el Zócalo como poeta invitada a la X Feria Internacional del Libro, así que cuando terminé la lectura y después de cenar, regresé al hotel y me fui a la cama a las diez de la noche.

Estaba completamente dormida cuando el teléfono sonó y sonó y logró sacarme de mi sueño. Al otro lado, una voz de muchacho me decía: «Hola, Milagros. Es Francisco.»  Yo solamente me reí; cuando terminé de despabilarme y le hablé se dio cuenta que me había perturbado y me dijo: «Ay disculpame, te desperté».Ahora pienso en esa frase y me viene una sonrisa a la memoria, una risa sonora. Pienso en él y una sonrisa grande despunta, llena mi rostro y me consuela.

Al día siguiente nos vimos a la hora del desayuno y nos sentamos juntos, sin antes prevenirme que todo en el buffet tenía chile. En ese momento aprovechó para entregarme un ejemplar de la primera edición de El Hilo Azul, revista literaria del Centro Nicaragüense de Escritores, CNE, donde aparecían unos trabajos de él. La hojeé rápidamente y prometí leerla.

Ese día domingo era su lectura en el Zócalo así que reuní a varios poetas internacionales para que me acompañaran a escucharlo: Antonio Miranda, de Brasil, Elba Serafini de Argentina, la chilena Rosabetty Muñoz, entre otros. Nos sentamos todos juntos a escucharle. Leyó poemas de su libro inédito -este que presentarán en su ausencia el 3 de febrero en Managua- y recuerdo haberme quedado con ganas de escucharle los otros, los de su primer poemario que conocí con él, por primera vez una tarde en Granada, Nicaragua durante el I Festival Internacional de Poesía en febrero de 2005. Esa tarde granadina era un muchacho mucho más joven aún, nervioso, se había tomado sus traguitos, seguramente para tomar coraje; así que esa tarde del Zócalo, casi 6 años después, pude ver su crecimiento en la poesía, su nueva madurez y eso, me dio mucho placer.

Después de su lectura nos separamos porque quise acompañar a Gioconda Belli a la presentación de su novela, que duró hasta entrada la tarde, y junto con Elba Serafini, María Lourdes Pallais, y otras amigas, nos quedamos esperándola hasta que terminó de autografiar el último libro y nos fuimos a almorzar invitadas por María Cortina, la Directora de la Feria, al restaurante Sirena detrás de la Catedral de México.

Al anochecer me reencontré con Fran en el bar del hotel. Yo estaba con un grupo de poetas de Chile, Perú y México conversando, conociéndonos, cuando llegó él y me llamó, todo emocionado, a mostrarme las fotos y el video de la entrevista a Homero Aridjis que había realizado esa tarde; así que me separé del grupo y me senté con él. Me encantó percibir la pasión con la que me relataba su encuentro con el viejo poeta, el video simpático que le tomó pintando. Nos reímos, esa noche hablamos hasta por los codos.

La tarde del lunes todos los poetas invitados al XII Encuentro de Poetas del Mundo Latino teníamos nuestra primera lectura en la Casa Universitaria del Libro de la UNAM, donde tuvimos un maratón poético. Durante la lectura yo me quedé con su cámara digital y cuando llegó mi turno, él se quedó con la mía y así fue que pudimos fotografiarnos. Después de eso volvimos al hotel caminando en grupo y nos quedamos conversando. Yo tenía preguntas que hacerle, tenía asuntos «nicaragüenses» pendientes que tratar con él, dudas que me molestaban. Ahora recuerdo esa conversación honesta,  sincera, sin barreras, lanzando puentes a la amistad que se consolidaba al mismo tiempo que aclarábamos algunos temas importantes.

Después de conocerle en 2005 recibí de parte suya mensajes y avisos. Junto con el poeta Luis Alberto Ambroggio tratamos de traerlo a Washington DC para algunos eventos poéticos, pero no se pudo. Yo le ofrecí mi casa de Virginia, donde entonces vivía. Ya después en Maputo, Mozambique, en 2007, mantuvimos algún tipo de correspondencia electrónica y a ratos me sorprendía con un «chat» en mi computadora, a pesar de las 8 horas de diferencia horaria. Una vez me pidió datos para una amiga suya que andaba por África y que quería venir a visitarme, pero ella no pudo organizarse. Después, durante los dos meses que pasé en Nicaragua a mediados del año 2008 me ayudó a crear un blog. Nos vimos un par de veces, una de ellas en León, durante la presentación de un libro de Sergio Ramírez, y otra en Managua, en la que pasamos como tres horas juntos entre las oficinas del CNE y el café Literato en Los Robles. Quería organizar una lectura mía en el CNE pero «no se pudo» me dijo. Era muy discreto. No echaba al agua a nadie. Y si bien me transmitía vitalidad y entusiasmo, había algo en él apartándolo, alejándolo poco a poco. Había una sombra que cargaba desde entonces, desde siempre, que le acompañó a México, en nuestra caminata rápida por el parque de Tiripetio, Michoacán, antes de seguir rumbo a Morelia, cuando le dije que entráramos a la iglesia y que pidiera tres deseos. Le tomé unas fotos lindas en el atrio, y frente a la pared blanca y roja en la que sale tan contento, y que puso en su página de Facebook.

Cuando llegamos a Morelia quedamos de encontrarnos al día siguiente temprano para caminar por el acueducto, pero yo me dormí, y cuando bajé a desayunar él ya venía de regreso de su caminata, solo, con los mapas que había conseguido y las instrucciones para hacerlo por mi cuenta. 

Esa tarde paseamos por la catedral, entramos a ver el órgano famoso que alberga y donde realizan conciertos barrocos internacionales. Dijo no conocer estos órganos, así que subimos y se lo mostré. Estaba impresionado, lo pude ver en su rostro. Así como cuando supimos que Quentin Tarantino estaba en Morelia en el festival de cine y hablamos de ir a alguna actividad, porque a él le fascinaba el cine, como a mí. Es aquí que me detengo porque surge la pregunta inevitable: ¿Por qué?  ¿Por qué con tanto por conocer, con tanto mundo por descubrir tomó esa decisión en el abril hermoso de su vida?  

Así que vuelvo a Morelia, a mis recuerdos bonitos de esos días de juventud, de su palabra cual hoja de otoño en el aire, de su amistad y de su corazón de niño huérfano que se daba a querer tan fácilmente. Su alegría con las fotos captadas por el fotógrafo mexicano Javier Narváez en las que aparece con la chaqueta prestada a Fernando Valverde y que también puso en su página. Alegría de niño, contagiosa. Recuerdo también nuestra discusión seria alrededor del título para su nuevo libro, o sus poemas. Quería llamarlo «poemas de invierno.»  Me preguntó si me gustaba; le dije que no. Le recordé que en Nicaragua no hay invierno, que mejor le llamara «poemas de lluvia» o «poemas del agua».

La tarde de su lectura en Morelia me sorprendió y conmovió con su dedicatoria pública. Antes de comenzar a leer dijo que me dedicaba el poema «Cada cuatro anos nace una poeta suicida». Me sentí halagada pero más que nada orgullosa de oírselo decir. El me llenó de alegría y orgullo, él, como el mejor representante de esa Poesía Joven nicaragüense que también me pertenece. Feliz, porque hasta ese momento había compartido muy poco de su primer poemario con el público y yo quería que ellos también escucharan esos versos que habían taladrado mi corazón en el atrio de una iglesia en Granada en 2005, sentada junto a los poetas Fernando Antonio Silva e Isolda Hurtado. (Lo recuerdo como si fuera ayer).

Ya en Ciudad de México a la víspera de nuestro viaje de regreso, nos encontramos en la calle por casualidad como a las once de la noche. Yo venía entrando al hotel con otros poetas, y el salía con Mauricio Molina y su esposa, costarricenses, a buscar dónde comer, así que di la vuelta y me fui con ellos. Encontramos la única taquería abierta en esa noche dominical y nos quedamos conversando los cuatro centroamericanos hasta las dos de la madrugada. Nos despedimos diciendo que nos veríamos en Granada en febrero, sin embargo, tuve otra oportunidad de verle la mañana siguiente, antes de irme para el aeropuerto.

Yo estaba terminando de desayunar cuando él se prestaba a salir a la calle en busca de la exposición de Alebrijes que ya había tratado de ver sin éxito. Me despidió su abrazo y un «nos vemos en febrero, en el festival.» Lo vi salir del hotel, solo. Ese fue el adiós físico a este muchacho sensible e inteligente, con una gran soledad entre sus brazos. Tal vez por eso quería y admiraba tanto a Claribel Alegría y a Sergio Ramírez, porque ellos le abrieron las puertas de sus intelectos y de sus corazones,  y encontró en ellos algún refugio para su pena, bálsamo para sus carencias, sosiego para su dolor.

Su amistad de esos días en México la guardo como un tesoro dentro de mi corazón. Su pérdida es muy grande pero nos quedan sus poemas. No se los llevará la lluvia ni el agua helada del invierno.

Brasilia, 14 de enero 2011.

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León, Nicaragua, 1962.
Ha publicado cuatro poemarios, y un trabajo de ficción titulado “El diario de una poeta”.

Sus poemas también han aparecido en antologías de literatura nicaragüense en Centroamérica, México, Chile, España y los Estados Unidos, y han sido traducidos al inglés, francés y portugués.

Es poeta, traductora y narradora. Máster en Literatura Hispanoamericana Universidad de Maryland, College Park (1998).

En 2007 fue galardonada con el V Premio Nacional de Poesía Mariana Sansón otorgado por la Asociación Nicaragüense de Escritoras, ANIDE por su poemario Sol Lascivo. Además, publicó en el año 2001 el poemario Plaza de los comunes y en el año 1993 publicó Las luces en la sien con prólogo de Gioconda Belli.