» Homenaje a Francisco: Tal como lo pactamos

1 febrero, 2011

A Francisco Ruiz Udiel.

Cuando te vi por primera vez fue en la gradas de la alcaldía de Managua, sospeché que eras el más rebelde de todos los que estábamos ahí y en menos de cinco minutos entendí que eras un poeta insustituible que cargaría sobre sus hombros el peso de buena parte de la poesía nicaragüense, uno que yo jamás podría ignorar y menos en ese marzo del 2002 cuando acababa de dejar todo por la poesía, era mi primer encuentro de escritores y podía olfatear la rabia de los espíritus a kilómetros.

Esa noche te acompañaban unos verdaderos incendiarios, un grupo de amigos con el que hacías una revista rarísima que yo amaría hasta estos días: Literatosis, una publicación que guardaría celosamente por años a pesar de las mudanzas y gracias a los envíos postales donde me contabas todo cuanto pasaba en Nicaragua. Apenas hace unos meses conversábamos en Bogotá de Literatosis con Chrisnel Sánchez, del grupo fundador de la revista, habías hablado tanto de mí como me habías hablado de ella que no sabíamos si realmente no nos habíamos visto nunca o qué, ya nos habías convocado en algún lugar y en algún momento, solo cumplíamos el trámite final de vernos a los ojos y cruzar palabra.

Construí una familia con ustedes, una familia de locos maravillosos donde también nació la amistad con Claribel Alegría, un amor incondicional en el que coincidimos ferozmente vos y yo, aunque no el único. Fue en esos calurosos días que escuchamos de la viva voz de Claribel los primeros capítulos de lo que sería años después Mágica tribu y conocería gracias a tus recomendaciones la obra de Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez, Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos.

Nunca me quité de la cabeza la imagen que eras como un niño en medio del peor torrente, un niño que sonríe con ironía y se lanza porque cumple un sacrificio del corazón. Ojos claros, un gesto duro en el rostro, blanco de Estelí y la sensación de que no existía nada más que la poesía, era lo primero que uno se topaba al verte. Nada de medias tintas con vos, al grado que nunca perdonaste mi aparente moderación y yo criticaba tu desmedido pesimismo. Ni cuando buscabas refugio en el desastre de casa que tenía en San Salvador, o cuando yo te buscaba porque huía del tiempo y quería hablar de poesía en Managua entre ustedes, hubo tregua. Eso sí, logramos aborrecer al tiempo con la misma intensidad.

Recuerdo unas fotos que me mostrabas hace años en tu casa, en primer plano se veía una hermosa mujer y sonreías entre las olas a lo lejos, me habrías contado la historia casi detalle a detalle pero ya no la recuerdo, importaba la sonrisa. Poco antes había conocido fragmentos del que sería tu libro: Alguien me ve llorar en un sueño y brindamos por eso.

Yo te vi llorar, pero también te vi feliz, muy feliz. Recuerdo cuando le tomábas el pelo al chino con el que compartimos la cabina del tren a París diciéndole que destrozaríamos el lugar si no aprendía palabras nicas y terminó repitiendo «diacachimba» o «chigüín» y durmió con ojo abierto; o en un bar, conversabas con unos africanos y les contabas cómo era el «vigorón», el ron Flor de Caña y la «cosa de horno», le describías Nicaragua como nada en el mundo y los convencías de que éramos realmente hermanos.

Así te quiero recordar como en la tienda de la FNAC en pleno centro de París, bailabas como poseído ante la mirada de los demás «Fell in love with a girl» de The White Stripes, hacías las piruetas más increíbles mientras me escondía, partido de la risa, entre los estantes. Ese eras vos también. Con el que bebí de la poesía en los bares de Madrid, París, Managua, Granada, San Salvador y nos valía madre el mundo y sus posturas. Pero tomaste una decisión que no voy a discutir porque la defenderías como siempre, irreducible. Las mismas pasiones que nos acercaban, curiosamente, también pondrían una distancia incomprensible.

Sabés que al escribir estas palabras cumplo una promesa. Quedamos que el que se quedara escribiría del otro y eso hago, como lo pactamos. Siempre creímos que escribirías primero sobre mí, pero no fue así.

He perdido tanto todos estos años que me siento «cabanga» como llaman ustedes en Nicaragua a una especie de melancolía que puede ser brutal, pero sé, como te lo dije un día, la palabra, tu palabra, quedará. Fran: te lo prometí, te lo juré, poeta, mi hermano.

Y así será.

Carlos Clará, San Salvador, El Salvador, domingo 2 de enero de 2011.

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Poeta salvadoreño.