Homenaje: Armando Morales y el olvidado arte de pintar
1 diciembre, 2011
Morales, además de pintor excepcional, fue un gran dibujante, acuarelista y grabador, dedicado tiempo completo a su arte, pintando sin tregua hasta el final de sus días. Viendo las tauromaquias de Armando Morales, se me ocurre que la lidia del torero con el toro, se convirtió en la lidia personal del artista con la pintura: una suerte de ritual solo interrumpido por la muerte.
“Muere el hombre pero no muere el nombre”, dice un viejo refrán castellano. Algo semejante sucede con el fallecimiento de Armando Morales (1927- 2011), quien como el Cid Campeador sigue ganando batallas después de muerto. No hay duda de que ha sido el mejor pintor de Nicaragua y de Centroamérica, y que forma parte de los grandes del arte Latinoamericano, siendo reconocido a nivel internacional. Se sabe quiénes fueron sus maestros en la Escuela de Bellas Artes (1941-1943) y que el magisterio de Rodrigo Peñalba, de quien Morales siempre habló con gran respeto y con quien estudió entre 1948 y 1953, fue crucial en su formación pictórica. Fue precisamente Peñalba quien le presentó a José Gómez-Sicre (Director de la División de Artes Visuales de la Unión Panamericana) cuyo impulso a la proyección internacional de Armando Morales fue decisivo. También se sabe que desde los inicios de su carrera comenzó cosechando triunfos: en 1954 obtiene el Premio Joaquín Díaz del Villar en la II Bienal Hispanoamericana de La Habana; en 1956 participa en el Concurso Centroamericano de Pintura celebrado en Guatemala y gana el Primer premio con su obra el Árbol-Espanto; en 1959 le otorgan el Premio Ernest Wolf en la V Bienal de Arte de Sao Paulo (Brasil) como Mejor Artista Latinoamericano y posteriormente, en 1960, con una beca de la Fundación John Simon Guggenheim Memorial prosigue sus estudios en Nueva York, donde reside por varios años.
Su estancia en Nueva York fue crucial porque tiene un contacto de primera mano con la segunda generación de Expresionistas Abstractos. Su estética por esos años está llena de modernidad y entra en un período de abstracción cercano a los color-field, rama no gestual del expresionismo abstracto. Sufre el impacto de las grandes áreas de color a la manera de Clyford Still, Rothko y Jules Olitsky, así como las meditadas composiciones de Poliakoff y Nicolas de Stäel. Es la etapa de los Ferryboat (1964) y los Paisajes de 1964 y 1965. En esa época, Armando Morales crea trabajos sumamente racionales, donde domina el planismo, la bidimensionalidad y la ausencia de todo elemento referencial o narrativo.
Sin embargo, un pintor tan versátil como Armando Morales no se encasilla en un sólo tema y en un sólo estilo: paralelamente a su Árbol-Espanto y a los Ferryboat, pinta sus geniales Tauromaquias desde 1959 y la serie de Guerrilleros muertos entre 1958 y 1961. La pasión por la fiesta brava está plasmada de manera magistral en los pases toreros, verónicas y banderillas, en el esplendor de los trajes de luces y el duelo a muerte entre el toro y el torero. Asimismo, su relación con el contexto histórico de una Nicaragua siempre violenta, se evidencia en sus guerrilleros muertos, reducidos a masas de colores, muy al estilo de Motherwell, que sugieren la pérdida de identidad en un campo de batalla donde el ser humano queda reducido a materia informe.
A finales de la década de 1960, alrededor de 1968, inicia su paso hacia la figuración. Lejos de ser un regreso a lo tradicional o un alejamiento de la modernidad, ha sido más bien una feliz incorporación de lo clásico dentro de la pintura moderna. A partir de la década de 1970, crece su fama a nivel internacional y no sólo internacionaliza la pintura nicaragüense sino también los paisajes lacustres de Granada, su ciudad natal, motivo y leitmotiv constante dentro de su obra pictórica. El hecho de retornar a la figuración constituye una nueva forma de representar la realidad de manera antirretórica, subjetiva y personal, sin guardar fidelidad a las apariencias. Con la figuración, la presencia femenina se vuelve una constante en su obra, integrando a la mujer como parte del paisaje lacustre granadino. Desnudos femeninos, paisajes, selvas tropicales y naturalezas muertas surgen exclusivamente de su reino personal, poblado por los recuerdos de Granada a los que une la recalcitrante presencia de los objetos más inverosímiles y cotidianos que él califica como utilería: un embudo de brillo acerado, una bicicleta, un viejo gramófono, una antigua bocina, un trípode con frutas (sin descartar los coches de caballos y las jaulas)… utillaje imprescindible para conciliar lo lineal con lo pictórico.
Toda esta serie de objetos le imprime a su obra connotaciones surrealistas, creando los escenarios más extraños y ambiguos: estos enseres rodean a mujeres desnudas frente a la Estación de Granada o frente al puerto o a la orilla del Gran Lago, sin quedar excluidos dentro de sus temas históricos. El resultado es tan incongruente y extraño como lo que Bretón consideraba “el encuentro fortuito de un paraguas con una máquina de coser en una mesa de disección”, y sirve tanto para escenificar la imagen como para crear un entorno teatral.
Su figuración jamás está sujeta al realismo tradicional y en su estrategia pictórica refleja el conocimiento de los grandes maestros de la pintura clásica como Giotto, Masaccio y Piero della Francesca. De ello dan prueba los Descendimientos y Puestas en el Sepulcro (1989), que conllevan toda la monumentalidad de un mural del Quattrocento. El tema histórico no podía faltar dentro de su obra, y la recurrencia de los temas nicaragüenses fuera de los límites granadinos se hace mayor a partir de la década de 1980. A esta etapa corresponden el Adiós a Sandino (1985) y las Mujeres de Puerto Cabezas (1986). Estas imágenes latentes estuvieron presentes en la memoria del pintor y afloran para reafirmar su nicaraguanidad. Los recuerdos pasan a ser elocuentes imágenes pues Morales revive la foto histórica cuya toma presenció en 1934 cuando él tenía 7 años. De ahí surge el Adiós a Sandino y La saga de Sandino, una serie de litografías realizadas en México en 1993. El hecho heroico se convierte en un mito y los diferentes episodios de la saga poseen una grandeza épica. Los personajes no son retratos que representen a una persona determinada, a excepción del retrato colectivo de Sandino con sus generales; son más bien seres que habitan en su reino irreal, iconos históricos que transcienden lo cotidiano, el tiempo y el espacio.
Morales dibuja por medio de la pintura, pero es la línea lo que define las formas y les confiere un carácter escultórico, llegando a lograr una feliz unión entre lo lineal y lo pictórico para lograr una magnífica integración del pictorialismo barroco y del equilibrio clásico. Pero también modela a través del color resaltando en las líneas firmes y cortantes la precisión de sus formas y volúmenes. Aunque sus figuras parecen estar construidas en base a gruesas capas de pintura, son superficies lisas, raspadas y vueltas a pintar de tal forma que adquieren el volumen y configuración de un altorrelieve.
Su alquimia especial parte de una vida dedicada al arte de pintar, sin olvidarse que el dibujo es esencial para contener el color. Prueba de ello son sus estudios anatómicos del cuerpo humano: no se puede obviar la transcendencia que para el artista tuvo el famoso tratado de Vesalio (médico de Carlos V), Humani Corporis Fabrica, cuyas ilustraciones anatómicas fueron cruciales para representar la figura humana. Morales, además de pintor excepcional, fue un gran dibujante, acuarelista y grabador, dedicado tiempo completo a su arte, pintando sin tregua hasta el final de sus días. Viendo las tauromaquias de Armando Morales, se me ocurre que la lidia del torero con el toro, se convirtió en la lidia personal del artista con la pintura: una suerte de ritual solo interrumpido por la muerte.
Catedrática, crítica de artes plásticas y visuales y fotografía. Nació en Oviedo, España. María Dolores Torres es el nombre profesional de María Dolores García Jamart, residente en Nicaragua desde 1966. Ha realizado estudios de Filosofía y Letras y Literatura Comparada en la Universidad Complutense de Madrid, España. Doctorado en Historia del Arte con especialidad en Pintura Contemporánea y Pintura Japonesa estilo occidental en Sophia University of Ychigaya Campus, Tokyo, Japón (Japan Foundation Grant). Post-doctorado en la Universidad de Newark, Delaware en Modernidad pictórica, Corrientes postmodernas e Historia de la Fotografía. (Fulbright for Senior Scholars).
En la actualidad (2006) es investigadora en el Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica de la Universidad Centroamericana de Managua (IHNCA-UCA). Es miembro de la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE) y responsable de la sección “La mujer en el arte” de la revista del mismo nombre y miembro del Centro Nicaragüense de Escritores (CNE).