rosario-aguilar

Soledad: tú eres el enlace (Fragmento): En León de Nicaragua

1 septiembre, 2020

Rosario Fiallos

– En la ciudad de León la familia Oyanguren y López de Aréchaga se sentía bien. León había sido la capital de la provincia de Nicaragua y residencia de las autoridades españolas en tiempos de la Capitanía General de Guatemala. Tenía una sobria elegancia de capital de provincia.


Mariano Fiallos Alemán

Rosario Gil

El ambiente cultural era de lo mejor. Profesores y estudiantes de toda Centroamérica llegaban a la Universidad Nacional, al Seminario Mayor y al Instituto Nacional de Occidente. Las actividades religiosas rivalizaban con las culturales. Ocho parroquias católicas, con sus diez y seis iglesias, dos capillas, y tres ermitas—muy hermosas todas, de la época de la colonia—, le daban un ambiente europeo y alegraban la ciudad con sus alegres campanas—o la entristecían si doblaban por los difuntos

En el centro de la ciudad estaba la gran catedral con su Episcopado y el Seminario al sur. Cuatro grandes conventos—de una manzana entera—le daban también un aire de claustro. A todo esto se sumaban, un hospital, dos hospicios de huérfanos y un asilo de ancianos.

La mayoría de los leoneses de entonces eran católicos practicantes. Siempre se estaba llevando a cabo alguna actividad religiosa. Tocaban las campanas desde la madrugada llamando a los fieles a misa o a rosario y novenas por las tardes. Los domingos y fiestas de guardar había misas solemnes, procesiones. Bautismos y confirmaciones.

En esos tiempos—1921—, León era casi del mismo tamaño de Vitoria—de donde venían—. “Sus casas y calles coloniales eran mucho más elegantes que ahora”, me explicó Soledad.

A un pequeño teatro, el Municipal, venían las compañías que recorrían Centroamérica—para goce de la alegre joven española—.

Los parques de la ciudad, frente a las iglesias, eran auténticas áreas verdes, con árboles enormes dando sombra y refrescando el ambiente tropical; debajo de los árboles había bancas para sentarse a descansar o a platicar. En medio, entre los árboles, kioscos.

Mariano y Soledad

Con frecuencia había veladas musicales y literarias. En el hipódromo se llevaban a cabo actividades deportivas.

La estación del ferrocarril, además de funcional, tenía un objetivo social—todo el que viajaba, partía o llegaba a León por la estación del ferrocarril, única vía de acceso en esos días —. A la orilla de la estación pasaba la avenida que iba hasta el hospital San Vicente en las afueras de la ciudad. Todas las calles eran empedradas al estilo colonial.

Por el poniente León tenía una carretera que finalizaba en el mar y unía a la ciudad con su balneario exclusivo: Poneloya.

Mientras yo anotaba Soledad callaba. Al verla tan pensativa no me atreví a interrumpir sus recuerdos.

Durante el noviazgo con el joven vecino Mariano Fiallos Gil, él le escribía cosas hermosas en un álbum de recuerdos y de poemas, cosas así: “Afinas mi espíritu ya de por sí inclinado a las cosas perennes del hombre como el arte y la ciencia”.

Y le recitaba sus poemas preferidos especialmente la Egloga III de Garcilaso de la Vega:

¡Flérida!, para mí, dulce y sabrosa
         más que la fruta del cercado ajeno,
         más blanca que la leche y más hermosa
         que el prado por abril de flores lleno.

La joven vasca -que había venido a América con su familia- pasado unos años quedó unida en matrimonio después de la bendición del sacerdote con Mariano Fiallos Gil que seguía enamorada de ella y que –según sus propias palabras- se enamoró perdidamente de ella cuando la escuchó cantar Flor de Té y El Relicario, acompañada en el piano por su madre Rosario.

Y Soledad me lo describió con sus palabras:

MFG –  Fotografía de su graduación de abogado en UNN en 1933

“Mariano era guapísimo, el alto que a mí me gustaba, alto, muy alto, con unos ojos morunos, como dice la canción, en fin, regio por todas partes. Nos casamos sin ninguna fiesta ni nada. Nos casamos un 11 de septiembre y fuimos a Corinto al hotel Lupone que era elegante. Yo iba de sombrero en el tren. Íbamos por tres días. Los días patrios, pues él, además de que lo habían nombrado juez del distrito del crimen, era maestro de una escuela. La última noche contamos lo que nos quedaba de dinero y tuvimos para un día más. Como a mi hermana Piedad, cuando se casó, le hicieron una gran fiesta, yo pedí, lo mismo que habían gastado en ella. La casa solariega de Mariano, la habíamos pintado y nos había quedado linda: pintada y empapelada. Sólo la cama era nueva, lo demás, los muebles, eran de doña Rosario, mi suegra”.

La joven vasca se pasó a vivir con su esposo a la casa vecina. “La casa de los Fiallos”, como la conocían en la ciudad y que Mariano había heredado de su padre. Los dos baúles llenos de sus cosas, habían sido comprados en Vitoria y vinieron con ella. Su maleta, un regalo de Ernesto, su hermano sacerdote, comprada en Madrid.

Para Soledad, Mariano era el prototipo del hombre americano: luchador, fuerte, cuya personalidad –siempre segura de sí mismo- irradiaba un halo vigoroso, una fuerza acogedora y protectora. A su lado se respiraba una extraña sensación de libertad. Era además siendo tan joven, muy culto y sentía –y sentiría siempre- un gran orgullo de ser americano.

Y… para él, que entonces no había salido de León, ella representaba la civilización y cultura europea de la que había leído tanto; las ciudades extrajeras y lejanas –incluyendo las americanas-, que él solamente conocía de sus constantes lecturas. En Soledad, Mariano había encontrado un horizonte ilimitado que le permitía ampliar su mundo. Con ella podía conversar de libros, intercambiar estrofas de poesía y de canciones.

Le pregunté a Soledad si era verdad que con frecuencia le llevaba serenatas… y ella sonrió imperceptiblemente.

Comparte en:

Rosario Aguilar nació el 29 de enero de 1938, en la ciudad de León. Hija de Mariano Fiallos Gil y doña Soledad Oyanguren López de Aréchaga. Contrajo nupcias con Iván Aguilar Cassar (1956) con quien procreo cinco hijos. En 1966 participó en los Juegos Florales de Quezaltenango, Guatemala donde obtuvo Mención Honorífica. Ya en 1968 la revista El Pez y la Serpiente publica la novela Rosa Sarmiento que era una biografía de la mamá de Rubén Darío. Se retiró a vivir en el extranjero desde 1983 hasta 1990 que vuelve a Nicaragua.

La Academia Nicaragüense de la Lengua la incorporó como Miembro de Número en 1999 y ese mismo año la Real Academia Española le nombra como “Correspondiente Hispanoamericana en Nicaragua”. Para 2007 ante la petición de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN-León), de dictar lección inaugural por el año académico decide dictarla sobre el escritor Mariano Fiallos Gil (su padre) con el tema "Mariano Fiallos Gil a un siglo de su nacimiento".