alvaro-fiallos-2

Mariano Fiallos Gil (1907-1964)

25 septiembre, 2020

Alvaro Fiallos Oyanguren

Mariano Fiallos Gil, mi padre, de quien tengo multitud de recuerdos, ha sido un faro que ha guiado mi camino. Nos enseñó que, en nuestras vidas, no debemos de tener la “fe del caballo carretonero” que solo ve hacia una dirección ya que le tapan los ojos para que no vea hacia los lados, dicen que para que no se asuste por los vehículos.


Alvaro Fiallos Oyanguren

Mariano Fiallos Gil, mi padre, de quien tengo multitud de recuerdos, ha sido un faro que ha guiado mi camino. Nos enseñó que, en nuestras vidas, no debemos de tener la “fe del caballo carretonero” que solo ve hacia una dirección ya que le tapan los ojos para que no vea hacia los lados, dicen que para que no se asuste por los vehículos.

Él siempre nos empujó para ser analíticos en la vida y que no creyéramos en una sola solución a las cosas. Todo esto con una finalidad: que debemos respetar al ser humano ante todo. Como el buen humanista que él siempre fue, decía que las personas valemos por nosotros mismos y no por cualquier posesión o posición que se ocupe.

Su filosofía fue calificada como un humanismo beligerante y sirvió de título para el libro Humanismo Beligerante, en donde compiló muchos de sus artículos al respecto, propugnando por el respeto al ser humano; pero no solo por respetar, sino siendo beligerante en su pensamiento y en su actuar en la defensa de esa humanidad, individual – sobre todo –, y en lo colectivo.

Elección Dr. Mariano Fiallos Gil a la Rectoría de la Universidad 1957

Hay una anécdota que cuenta que en el escritorio del Rector anterior, mi padre encontró un telegrama que decía: “Presento al Bachiller Fulano de tal para la obtención de su grado, apruébese y examínese”, firmado por Anastasio Somoza García. Nada raro sería, porque así se vivía en esos tiempos.

Cuando él aceptó la Universidad venía de recuperarse de dos infartos y una operación fuerte y delicada. Su pensamiento beligerante lo empujó a poner las condiciones para obtener la autonomía y dedicarse en alma, vida y corazón a esa tarea importantísima.

Recuerdo que una de las primeras reformas que hizo en la Universidad fue la de incluir una representación estudiantil en la máxima autoridad, la Junta Universitaria. Esto provocó críticas de mucha gente que decía que los estudiantes solo sabían armar alborotos y protestas. Él contestó a las críticas diciendo que eso no era pecado alguno porque “la juventud que no es rebelde no es juventud”. Ese era su pensamiento principal, en su beligerancia humanista: la participación de todos y todas, en las cosas que tenían que ver con su futuro. Cabe aclarar que ese representante estudiantil debía ser del último año y con excelentes notas, además que no hubiera sido aplazado en ninguna materia.

Antes de convertirse en Rector, se dedicaba a la agricultura y la ganadería, en donde había desarrollado su vida en los últimos tiempos, después de regresar del exilio en Guatemala por haberse rebelado en contra del Golpe de Estado contra el Doctor Argüello a quien representaba como Embajador. Yo apenas tenía 6 años cuando autorizaron a mi madre a regresar a Nicaragua con sus cuatro hijos menores. Mariano, el mayor, se quedó acompañando a mi padre en Guatemala, quien después pudo regresar a Nicaragua. Mi padre se fue a buscar la vida a los Estados Unidos en donde trabajó como traductor, entre otros, en el periódico Diario de las Américas.

Durante su exilio, asistió a una reunión en Bogotá, Colombia, creo que de la OEA, enviado por la oposición, también exiliada. Estando allá, le tocó el famoso “Bogotazo” en 1948, donde tuvo que sobrevivir con agua y comida enlatada casi descompuesta. Eso le produjo grandes daños en el estómago y los riñones, que lo condujo hacia su muerte prematura a los 56 años un 7 de octubre de 1964. Yo tenía 22 años. En el mes de su muerte, fueron mis exámenes finales en la Escuela Nacional de Agricultura y Ganadería, hoy UNA, y contraje matrimonio. Podemos decir que octubre de 1964 es un mes que no olvidaré por el resto de mi vida.

Me tocó acompañar al Rector Magnífico en muchas cosas personales y oficiales. Son muchas anécdotas, a pesar del breve tiempo que me tocó vivir con él. Por ejemplo, yo andaba acompañándolo en Managua, – en una reunión con el entonces Presidente de la República, Luis Somoza, con quien tenía que discutir los detalles de autonomía y de presupuestos – cuando le avisaron a Luis de la masacre del 23 de julio de 1959. Luis se levantó y le dijo en secreto que se fuera de regreso a León porque habían sucedido cosas muy feas. Mi padre y yo nos regresamos de inmediato para revisar todo y acompañar a los estudiantes, que eran su prioridad.

En el entierro de los estudiantes, él pronunció un discurso, creemos que improvisado porque no le hemos podido encontrar registros de éste, denunciando las barbaridades sucedidas y acusando directamente a la Guardia Nacional y al Gobierno en general, de haber cometido una masacre. Luego la Junta Universitaria publicó un pronunciamiento, denunciando y acusando la masacre y que lo firmó hasta el representante del Gobierno ante la Junta Universitaria. Eran tiempos cuando se defendía la Autonomía Universitaria y sobre todo, a los estudiantes.

Desafortunadamente, mi padre se nos fue muy temprano. Su deseo que “la hora de las liquidaciones viniera con retraso” no se cumplió. Pero nos dejó lo que Él llamó “el signo y la intención” en su Carta del Rector a los Estudiantes para seguirlos. Eso se logró por un buen tiempo, pero lamentablemente sus ideas se perdieron en el camino político del País. ¡Una verdadera lástima!

A mí me tocó vivir poco tiempo con él, solo 22 años, pero sus enseñanzas, ejemplos y consejos, me han quedado grabadas eternamente. Debían haber sido muchos más para aprender, él me dejó mi vocación de la agricultura y ganadería y por eso estudié precisamente para eso. De mi padre nos quedó, a través de sus numerosos escritos, su pensamiento, su signo a seguir y su intención beligerante de la defensa del humanismo.

Agosto de 2020

Comparte en: