ileana-rodriguez

Así en la paz como en la guerra: Campesinos: huérfanos de Estado, sin nación.

24 septiembre, 2020

Ileana Rodríguez

– Campesine: limo de la tierra, aorta del mundo, cripta de la modernidad, tres metáforas para alcanzar figurativamente una identidad que se disipa. Se trata de la tenencia de la tierra, de un precariato y modo de producción bajo asedio. Nicaragua campesina, gente sin nación (2010) alude al problema en directo mientras Arreo (2019) lo hace con indirección. Si el primer documental localiza la lucha campesina dentro de la insurgencia armada, matanza y persecución a los productores de la tierra, el segundo sordamente alude al arriendo, lo arduo del trabajo, el hijo que se va a la ciudad.


En la guerra: Nicaragua campesina, gente sin nación

En el norte de Nicaragua, Departamento de Madriz, las pequeñas comunidades de San José de Cusmapa, El Carrizo, Pantasma, El Portal, apenas distinguibles en un mapa político de la nación, fueron objeto de agresión, según reportan sus habitantes en el documental Nicaragua campesina, gente sin nación.  Relato filmado contra un fondo de paisaje tropical lujurioso, donde frondosas ramas ensombrecen los ríos y cobijan esos jóvenes que caminan portando un fusil, fotos de archivo donde los viejos rinden el testimonio de su juventud grabada románticamente en en fotografías—comandantes Rojito, Johnson, Chino, Wilmer.  El docufilm graba la intensidad de esa hubris que asedia una población campesina en combate perpetuo contra el Estado y construye el archivo de su defensa ante los atropellos.  La banda sonora de tambores y trompetas, a la poeta y campesino de Franz Von Suppé, es alarma que anuncia la destitución de ese sujete.

El archivo se construye a partir del testimonio directo de los agraviados, apoyados por notas periodísticas que hablan de lo mismo: “Desalojo a campesinos”, “Ejército obliga a campesinos a dejar sus casas”, “Sandinistas repartieron solo balas a campesinos”, “Caso de campesinos asesinados en manos del cardenal Obando”.  Los encabezados del periódico muestran como ‘la contra’ nació de los abusos de los sandinistas que, esposados y amarrados, se llevaban a los reclutas a la fuerza y el que se corría, lo tiraban.  Muchos de estos combatientes ‘contra’ empezaron la lucha a los 12 años. Y al final de la guerra, perdieron su “juventud [y quedaron] sin trabajo, sin que comer ni nada, sin ni un córdoba en la bolsa. En ese tiempo esperanzado absolutamente a nada”, dice el Comandante Rojito.

Contra sombreados eneblinados se recortan unas viviendas parecidas a la del puestero de Arreo donde el fogón, las pailas encontiladas del carbón, la tuza de maíz para prender la leña, los sucios galones de plástico y el zinc de la pared deja entrever la luz por todas partes.  Contra esa absoluta precariedad, Irinea Mejía, voz calma y rostro sereno ajusta cuentas: el Estado les negaban la cédula y daba sólo documento supletorios. “Por ese motivo empezó el odio con nosotros.  Solo por reclamar esa desgraciada cédula”.  Los periódicos la acuerpan: los campesinos “reciben balas y no cédulas”.   Mataron al esposo y a sus dos hijos  en El Carrizo.   “Doña Irinéa Mejía: Ya no quisiera vivir” señala el título de un periódico. En un cuarto de cocina muy prolijo o frente a un altarcito vestido de blanco, casitas de barro y caña brava, de desalineadas paredes blanco- albayalde, con señas de bala, bajo una luz filtrada, guardamos silencio para oírla:

Estaban empezando a comer cuando la bulla, la gran bulla: que venían 4, cuando miraron que una camioneta se dirigió allá por el cuadro, tiró los faros de luz para acá y la otra se dirigió aquí pero ni sabíamos nada…. A mi hijo, Josué Saél, yo lo contemplaba queriendo dentrarle adentro de su estómago las viceras, buscando un pañal ralito. ¡Mentira, nunca pude!  Es durísimo aquéllo. Yo con lágrimas en los ojos les puse velas a los tres…. Llega la polícía: ¿‘y donde están los vestigios’?  ¿Y cuáles vestigios? le digo…. ¿Porque no avisó a la autoridad?  ¡Cuál autoridad! le digo y ¡no es la autoridad la que anda matando¡ ¡A cuál autoridad le iba a avisar!  Los falsos que nos habían levantado es que nosotros teníamos armas y nosotros les decíamos que si nosotros hubiéramos tenido armas hubiera muerto más de alguno de ellos también…. A mi marido y a mis hijos nunca los voy a volver a ver; ni espero que vengan…. Que los tiraran para otro lado donde yo no los mire.  Porque soy mujer, soy vieja, soy lo que soy, pero siento, tengo sentimientos también.

En este film, el campesino se define como un ser “sencille y humilde”, “ser lo que se es” pero con “sentimientos”.  Sencille significa del campo y sin mayores pretenciones; humilde, no disponer de sumas considerables de dineros y carecer de arrogancia; y sentir quiere decir, ser humane. Les campesines son propietarios de pequeñas parcelas de tierras que producen maíz y frijol; gente sin nación porque ningún gobierno les ha respondido. Por eso lucharon contra Somoza, se armaron contra los Sandinistas, y se rearmaron con doña Violeta.  Esos tipos de naciones no eran suyas: los sandinistas traicionaron los ideales democráticos y doña Violeta irrespetó el voto.  Los primeros perseguían a los que disentían, obligaban a los jóvenes a ir a la guerra, confiscaron sus productos, sufrieron desalojos, evacuaciones, persecusiones, torturas y muerte. Le segunde incumplió al dejar el mismo ejército y la misma policía en su administración, desentendiéndose del voto y obedeciendo solo a las balas.  El retorno de Daniel Ortega al poder en 2007, empeoró todo y una política de cero tolerancia y recrudecimiento del uso de la fuerza fue su ley. Las comunidades rurales quedaron en la total indefensión, con abundantes ejecuciones extra-judiciales como respuesta a la defensa de su tierra, familia y recursos naturales.

Los campesines son huérfanos de estado, gente sin nación.  Para ellos, el Estado es una ofensiva sin tregua, presente en sus instituciones, policía y ejército, obligada a vivir bajo el terror, sus niños cortados en pedazos, sus niñas violadas, sus líderes silenciados, sus muertos enterrados en fosas comunes para desaparecerlos, mientras los represores quedan en la total impunidad. Ya oímos a doña Irinea Mejía contar la historia de su desnacionalización.  De justicia ni hablar: los que la operan, jueces y fiscales, son sandinistas y el plan es acallar su movimiento. Por ello, aquelles campesines que defienden su palmo de tierra son renominados criminales, delincuentes, narcos que azotan el país y para incriminarlos, “matan al campesino, lo visten de militar, le ponen bolsas de mariguana” y nunca demuestran esas acusaciones.  Así las cosas, la guerra nunca terminó; el proyecto de paz y reconciliación, trabajo y patria nunca se realizó.

El campesine vive con las manos atadas; sin acceso a la representación política, tierra, nación, estado o gobernancia, no puede levantar cabeza.  Es un huérfane político, remanente de una modernidad post- y neo- en la que no tiene cabida.  El campesinade es un sobrado, gente que tiene todo que perder, estorbo de mega productores, sin calza alguna en el desarrollo moderno. Decir campesine es decir enemigo de los proyectos estatales, cuyas matrices oficiales son políticas necrófilas. El Estado neoliberal tiene que exterminarles porque obstruyen su idea de inversión y dominio absoluto de los recursos naturales. La identidad campesina tiene un proyecto obsoleto: la pequeña propiedad, formación social-territorial extemporánea, sin asidero en lo real post- y neo-.

Por eso, en los 80s del siglo pasado, les campesines se alzaron contra la revolución y se llamaron a sí mismo “contras”.  La presencia del Estado en esas particulares zonas fue fuerza de ocupación militar, similar al Estado colonial.  Managua y las llamadas élites revolucionarias establecieron cualidades, rasgos y características de poblaciones enteras clasificadas en términos de especies, géneros, o razas verticalmente.
 El sujeto de su proyecto modernizador, el “hombre nuevo”, poco o nada tenía que ver con el campesine.  Así, en el film, el norte del país se convierte en el epicentro de una nueva concatenación de mundos y la desposesión del campesino es un momento constitutivo de esa nueva modernidad revolucionaria, neo- y post-. Empeñado en el dominio total de espacios y de gentes, el sandinismo instala varios discursos de verdad sobre la mentira de un campesine que un Estado-Partido construye como enemigo y un proyecto de nación que lo excluye y conquista por la fuerza.

El campesine se produce de esta manera como lazo social de sumisión, cuerpo de extracción sujeto a la voluntad de un Estado que se empeña en obtener de él la máxima rentabilidad. El lazo social de explotación se amarra de manera consuetudinaria y se produce y reproduce sin cesar a través de una violencia de tipo molecular que sutura y satura la relación servil.  La revolución vive bajo un miedo que afirma contundentemente las distinciones entre comandante y “contra”. El señor comandante respira bajo el espectro de la revuelta y a medida que la revolución deviene institución económica, disciplinaria y penal, el sujete capesine deviene ontología cívicamente destituida: dejan de ser gente para constituirse jurídicamente en ‘contra’—luego serán llamados bandas de delincuentes, narcos.  La pequeña propiedad campesina se debilita y su dueño deviene mano de obra subordinada a proyectos nacionales ajenos a él—campesine sin nación.

Pero la sociedad revolucionaria nace dentro de la era neoliberal del capital financiero, dominado por las tecnologías digitales, y la empresarialización del mundo que dota todo de un valor de mercado. Nicaragua campesina… muestra ya la metamórfosis de ese pequeño propietario, en nómada, humanidad superflua, prescindible, de vida psíquica adosada a formas ultra-modernas de dominancia, sujeto neoliberal hoy, empresario de sí mismo, de la deuda y del mercado, en economías estractivistas y securitización que lo condenan como a todo otro Sujeto-cosa, -máquina, -flujo, a aprendizajes y flexibilidades perpetuas, absorbido por y en su animalidad, coseidad, mercantibilidad, análogo del esclavo y “le negre” aunque no así lo parezca.


En la paz: Puesteros en Arreo

Arreo, documental de Tato Moreno, ocurre en un puntito insignificante en el monumental mapa de la cordillera de los Andes, en Malagüe, ciudad agrícola al sur oeste de la provincia de Mendoza, Argentina, donde presenciamos los modos de vida de arreadores, los gauches de esas tierras, con sus rebaños de cabras.  En tomas largas, de una fotografía impresionante, entramos en un paisaje majestuoso, vasto, seco, vacío, austero, estéticamente filmado, donde una soledad tranquila descansa sobre una geografía que serena. Las amplias llanuras, los montes, los inmensos y grandiosos riscos, el ranchito minúsculo en su regazo es el lugar de nacimiento de Eliseo Parada, casado y con dos hijos, sonriente, ágil siempre, siempre trabajando, ordeñando, cuidando a les recién parides.  Nosotres le acompañamos en su recorrido, en su relato, en su trabajo.  Oímos todos los sonidos de un rebaño, cencerros, balidos en sus diferentes notas e intensidades, los animales que se hambrean y se ahijan cuando pasan mucho tiempo encerrades, los cascos de animales sobre terrenos de piedra, los silbidos de los arrieres-gauches, el acordeón, la armónica y la guitarra de fondo. Hay una paz inmensa, como la llanura, de una belleza que nos pone en estado de gracia.  Contra esas tranquilidades transparentes, a primera vista no oímos el cuento del arriere-campesine-gauche porque es tanta la inmensidad, tan clara la sonrisa, tan arduo el trabajo que uno va perdiendo el oído en la lejanía del paisaje, del trabajo, del habla animal.

Pero Eliseo Parada, hombre sencille y humilde, como los campesines de Nicaragua campesina…, nos cuenta la historia del desarrollo y de la ciencia y el efecto que las gobernanzas tendrán para el futuro de él, sus hijos, sus rebaños.  Su hijo José Abel ya se fue a la ciudad.  No sabe si su hijo Facundo se va a quedar: “si Facundo no sigue, yo iré a tirar hasta donde me de el cuero [dice]. Y, bueno, después será un puesto más y un productor más que se va a terminar.”  Eliseo habla el fin de una formación socio-laboral. Su parlamento es largo y sencillo, de inmediatés pragmática pero lleno de certezas; y su lucha es sin balas pero lucha de desgaste al fin.  Lo primero que dice es que es una lástima que el campo se termine porque: “Si lo que hay es la tierra, por algo está: si no se tendría que terminar todo.  Se tendría que terminar el corte de ladrillo, la saca de petroleo.  Se va por la facil.  Es más facil decirle a un puestero, ‘no cace zorras’, que ir a decir no saque más petróleo”.  Así es; no miente.

En su decir queda clara la comparación entre economías de subsistencia del campesine-arriere-gaucho y economías estractivistas—ovejas/petroleo; como clara queda la lucha entre ambas, fuerzas desiguales en pugna porque ‘el puestere’, así designado su lugar laboral, no gana conque le dejen la casa y donde pastorear los animales.  La Ley de Arraigo no les asegura la propiedad, la herencia, la permanencia.  El hijo mayor le dice, “¿y qué sacás papi, con hacer adelantos, hacer un cierre, si después te corren?”  Por eso es puestero, el que está puesto, un arrendatario o inquilino, un arrimado en medio de esas inmensidades e intensidades sin dueño que oímos cantar lo que la poesía dió por llamar en lengua culta, la gauchesca, escritura en el aire, como diría Antonio Cornejo Polar refiriéndose a la literatura nacional peruana, idealización de los gauches en este caso. [i]

En Arreo la lucha se establece clarita entre el campo y la ciudad, entre el asfalto y la ruta, entre la ciencia y el trabajo del campo—enmendar zapatos, hacer pan en un horno cabado bajo tierra, sacar tiras del cuero de un animal, trenzar un collar, cardar lana, cocinar, veranear, caminar 60 o 70 kilometros durante 3 o 4 días para llegar al río arreando el rebaño por carreteras que ocupan los carros con impaciencia que los puede atropellar.  Esa ruta la hicieron sobre “la huella de la herradura”, que caminaron sus antepasados, los viejos de antes por camino ganadero, “topografías que uno las hace sin ser topógrafo, sin ser ingeniero, porque uno, el gauche, nunca va derecho hacia arriba; siempre va para que el animal vaya aliviado”. Tierra y trabajo que el gobierno desconoce y que haría bien en ir a pasarse “unos días de viaje como nos hacemos nosotros; unos días trabajando de parición, unos día de veranada y saber realmente lo que es trabajo de campo”.  Pero no, porque justamente se trata del final de un modo de producir y trabajar que se evidencia en la migración de jóvenes a la ciudad, uno que “se quedaría si les dieran la tierra y el precio de los animales aumentara”.

De eso, ni hablar; pero el campesine-gauche está claro de la diferencia entre derecho y propiedad.  El derecho lo da el pago de los impuestos, tener los papeles al día cuando se vive en tierras del Estado.  No lo pueden correr, tiene ese derecho por vivir ahí mucho tiempo.  Pero no es dueño.  No tiene derecho a pastaje.  Cuando se va a invernar firma un contrato y, al hacerlo, reconoce las tierras como ajenas, frente a un apoderado que a lo mejor no es tal sino “cualquier chanta que va y con un papel que dice, ‘yo soy el apoderado’”.  Campesinos sin tierra, gente sin nación: “si el gobierno diese una mano en esto, los jóvenes podrían seguir produciendo en el campo”.

Sentados alrededor del fuego, padres e hijos platican sobre la diferencia entre el campo y la ciudad en cámara.  Y luego cantan: “Perdido en la polvareda/vamos bajando el cerro/solo se siente a lo lejos/el ladrido de los perros” y eso es exactamente lo que vemos en una toma en la que priva la idealización de esa vida que se va y canta: “Del trabajo campesino/tengo mucho por contar/de primavera a verano/inviernos y mucho mas/y así con mi simple rima/se lo quisiera explicar/si hablamos de pariciones/que en octubre va a empezar/hay que apartar las preñadas/y empezarlas a cuidar/pastorearlas todo el día/ y si empiezan a parir/ver los hijos y la madre/y después no confundir/y así va pasando el tiempo/de esta tarea cotidiana/hasta que llega el momento/de arriar para veranada/con sus perritos arrieros/y su mulita cargada…. esperemos que venga el comprador a cargar/del precio no voy a hablar/porque no se cuanto pagan…pero ese problema tiene/todo aquel que es productor/pero es tener que vender barato lo que le costó sudor.


Achille Mbembe

Razón occidental/razón negra

En Crítica de la razón negra. Ensayo sobre el racismo contemporáneo, Achille Mbembe propone provincializar Europa y hacer girar esta provincialización en torno a la categoría “negre”.[1]  Los estudiosos se preguntan si las lógicas que articulan “le negre” sirven para iluminar conjuntos poblacionales otros—campesines, migrantes, éxodos.  La respuesta de Mbembe es afirmativa porque las identidades subalternas han sido producidas ayer y reproducidas hoy por la expansión planetaria de mercados, privatización del mundo bajo la égida del capital clásico o neoliberal, imbricado con la economía financiera, complejo militar postimperial y tecnologías electro-digitales.

Como elemento fundador del proyecto moderno, “le negre” es metáfora que actúa como diluyente esencial de los pilares de universalidad donde descansa la Ilustración europea y blanca.  Como “lo negre,” el campesine ha circulado en los archivos universales como ente sin derechos, explotable y descartable.  Porque dichos sujetos carecen de igualdad, la igualdad no es universal y, por ello, es imperativo rearticular el pensamiento alrededor de otros dispositivos conceptuales.  Mbembe propone mercado y trabajo; subordinar categorías fundantes como Estado a formas de organización laboral como modelos de gobernancia—plantaciones, fincas, estancias, mega propiedades—y darles un lugar axial en la lógica madre, paridora de identidades subalternas, de la modernidad capitalista.

La tesis más fuerte de Mbembe es que la razón occidental ha “enegreado” y “ensalvajado” el universo cognitivo y laboral, extendiendo los predicados del concepto “negre” a la enorme producción de poblaciones prescindibles.  La razón negra es un diferendo a estas dimensiones ontológicas de sujetos concebidos como prescindibles; tecnología y dispositivo que someten al subalterno al cálculo de la extracción de plusvalía; esfuerzo por marcar la ceguera y provincialismo del texto occidental y acuerpar conceptualmente identidades otras como las de los docufilm examinados aquí.  

Como “le negre”, el campesine es un ente desvinculado del archivo histórico-cultural e inscrito como ajeno a una organización política no del común; son ambos biologías vulnerables que aluden a diversas figuras del saber-poder; modelos de depredación, paradigmas de dependencia, ese otro hablado en lengua opaca.  En la película Nicaragua campesina…, el campesine como “le negre”, es un complejo perverso, generador de miedos, contrariedades, sufrimientos y catástrofes—figura de la neurosis fóbica, obsesiva, histérica, para decirlo en cristiano.  A través del desprecio, el campesine no significa semejante, uno de nosotres, sino objeto amenazador al que hay que subyugar pero, también es depositario del deseo de idealización de la vida natural-rural, poeta y campesino, ficción útil y fantasmática cuya función es obscurecer conflictos verdaderos.  En el film en cuestión, el campesino es un ser sin derechos, coartado de desarrollar sus poderes privados y públicos como persona, símbolo de vida vegetal y traidor, trabajado por y en el vacío de la contrainsurgncia, manipulado y financiado por fuerzas anti patrióticas.  Así visto, es un ser carente de razón, carga que obliga protegerlo despojandole de su pequeña propiedad con volencia.

De ahí la tesis de Mbembe del devenir-negre del mundo, estrategia de complicidad entre lo económico y lo biológico—hoy expresado en militarización de fronteras, parcelización y segmentación de territorios despojados de soberanía nacional (Indio Maís y Bosawas en Nicaragua) que operan bajo autoridades fragmentadas y poderes armados privados, organización ad hoc que multiplica las condiciones de excepción y alimenta la anarquía, so pretexto de combatir la inseguridad y el desorden.  Obedecen estas políticas a contratos de reconstrucción con firmas extranjeras, grandes potencias y clases dominantes autóctonas que se apoderan de los recursos naturales, petroleo y asfalto en Arreo, con transferencias masivas de fortunas hacia intereses privados y pago indefinido de bloques de deuda.  La vida cultual, jurídica y política se expresan físicamente como un apartheid light, frontera que acelera los procedimientos de diferenciación, clasificación y jerarquización con propósitos de exclusión, expulsión, erradicación. El hijo del puestero de Arreo emigra a la ciudad porque el mundo es ajeno.

La función de la razón occidental es codificar las condiciones en las que aparece y se manifiesta ese sujeto otro; es nombrar una realidad exterior que desconoce y sitúa en relación a un yo central a toda significación, fuera del cual empieza la anormalidad. Provincializar Europa significa fundar el archivo que historice sujetos subalternos, para dar cuenta de historias de pueblos imprecisos y heterogéneos, creados a partir de lo residual, zonas grises de una ciudadanía nominal, insertas en un Estado de libertad y democracia cuyo sustrato es aporético. La función de la razón negra es escribir la historia de las ciudadanías bajo condiciones adversas, inscritas en la sucia superficie de la modernidad y su estructura de sumisión implícita.

El campesine no se habla como raza en ninguno de los docufilms en cuestión. En ambos se le piensa ligado a un pequeño pedazo de tierra o a la poesía.  A Cantos a Cifar; la primera; a la gauchesca, la segunda: realidad especular, fuerza pulsional que para operar tiene que hacerse imagen, efecto óptico como “le negre”, que participa de y se manifiesta en lo sensible, en los sentidos, puntal desesperado de la estructura de un yo desfallecido, con capacidad de producir objetos esquizofrénicos y asentar y afirmar poderes. [2] Ambos convocan un rostro humano que hace ascender desde las profundidades de la imaginación un fantasma que escapa de lo finito para ocupar el lugar de un cuerpo y un rostro de gente que es otra cosa, otra realidad. Es una forma de desorden psíquico a raíz de la cual el material reprimido asciende brutalmente a la superficie e ilumina regiones oscuras del inconsciente; desgarramiento que produce e institucionaliza formas de infra-vida, indiferencia y abandono. El Estado moderno de izquierda liberal o derecha pasa por ese desprecio y  funciona en la modalidad del biopoder.

El campesine es una invocación para constituir un lazo social que eradique la historia de subyugación y fractura biopolítica; expresa la voluntad de salir de la resignación, unirse, autoproducirse a través del trabajo y de sus propias obras, de considerarse a sí mismos como su propio origen, certeza, destino en el mundo.  Invocar la identidad de un sentimiento de pérdida, revivir el cuerpo privado de suelo e instituciones, es la respuesta a un deseo de protección frente a la amenaza de desaparición.  Esto requiere una redistribución de lo sensible y de los afectos, de la percepción y de la palabra. La comunidad campesine se funda sobre el recuerdo de una pérdida indisociable, materia prima para la fundación de la diferencia y el excedente, eso en cuyo nombre se llevan a cabo cesuras en el seno de la sociedad, se establecen relaciones guerreras y se regulan las relaciones coloniales; gente de una condición límite.

Subalternizar estigmatiza, codifica la división y organización de multiplicidades, su repartición en espacios estancos bajo regímenes de segregación; subalternizar identifica grupos poblacionales y fija los límites dentro de los cuales ellos pueden circular para prevenir riesgos y peligros inherentes a su presencia—neutralizarlos por anticipado mediante la inmovilización o la muerte.  Subalternizar es un dispositivo de seguridad fundado sobre el arraigo biológico de la especie, ideología y tecnología de gobierno.  Y en esto todas las subalternización comparten atributos con el racismo que construye “le negre”.  En los regímenes de plantación, apartheid y colonia, la raza asignaba el rol distribuido a las especies humanas y participaba en la bioeconomía y así reconciliaba historia natural, biológica y economía política. El trabajo, la producción de riquezas obligaban a la regulación de movimientos, circulación y captura, tecnologías de seguridad y mecanismos de inscripción de la gente en sistemas jurídico-legales diferenciados. Campesine y “negre” son portadores de la aporía de la modernidad, pegadita a los dispositivos de servidumbre. Lo campesine, como “le negre” es una cesura, exclusión raigal, limo de la tierra, aorta del mundo,  pero no su dueño: gente sin nación. [3]


1] Achille Mbembe, Crítica de la razón negra.  Ensayo sobre el racismo contemporáneo. Barcelona: Futuro Anterior Ediciones, 2016.

[2] Pablo Antonio Cuadra.  Cantos de Cifar y del Mar dulce.  San José, Costa Rica: Libro Libre. 1985

[3] Lo mismo puede sentirse en filmaciones como Arreo, en la que los campesinos gauchos ovejeros no son dueños de la tierra. Arreo de Tato Moreno (2019).

[i] Antonio Cornejo Polar.  Escribir en el aire.: Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural de las literaturas andina. Lima, Horizonte. 1994 Solía escribir con su dedo grande en el aire/Papel deviento[…]/Pluma de carne […]

Comparte en:

Jinotepe, Nicaragua. Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. BA. Philosophy and Ph.D. en Literatura Hispánica de la Universidad de California, San Diego La Jolla, California,es profesora en The Ohio State University donde ejerce como Humanities Distinguished Professor of Spanish. Sus áreas de especialización son la Literatura y Cultura Latinoamericana, la Teoría Postcolonial, los Estudios Feministas y Subalternos con énfasis en Literatura Centroamericana y del Caribe.
Su último libro publicado se titula Hombres de empresa, saber y poder en Centroamérica: Identidades regionales/Modernidades periféricas: Managua: IHNCA, 2011. Títulos anteriores son:Debates Culturales y Agendas de Campo: Estudios Culturales, Postcoloniales, Subalternos, Transatlánticos, Transoceánicos(Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2011).
Es autora de Liberalism at its Limits: Illegitimacy and Criminality at the Heart of the Latin American Cultural Text.(University of Pittsburgh Press, 2009); Transatlantic Topographies: Island, Highlands, Jungle. (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 2005); Women, Guerrillas, and Love: Understanding War in Central America (Minneapolis, London: University of Minnesota Press, 1996);House/Garden/Nation: Space, Gender, and Ethnicity in Post-Colonia Latin American Literatures by Women (Durham: London: Duke University Press 1994); Registradas en la historia: 10 años del quehacer feminista en Nicaragua (Managua: Editorial Vanguardia, 1990); Primer inventario del invasor (Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1984).
Ha editado los volúmenesEstudios Transatlánticos: Narrativas Comando/ Sistemas Mundos: Colonialidad/ Modernidad. With Josebe Martínez. (Barcelona: Anthropos, 2010); Convergencia de tiempos: Estudios Subalternos/Contextos Latinoamericanos—Estado, Cultura, Subalternidad(Amsterdam: Rodopi, 2001); Latin American Subaltern Studies Reader ( Durham: Duke University Press, 2001); Cánones literarios masculinos y relecturas transculturales. Lo trans-femenino/masculino/queer (Barcelona: Anthropos, 2001); Process of Unity in Caribbean Society: Ideologies and Literature (con Marc Zimmerman. Minneapolis: Institute for the Study of Ideologies and Literature, 1983); Nicaragua in Revolution: The Poets Speak. Nicaragua en Revolución: Los poetas hablan (con Bridget Aldaraca, Edward Baker, and Marc Zimmerman. 2nd ed. Minneapolis: Marxist Educational Press, 1981); Marxism and New Left Ideology (con William L. Rowe, Studies in Marxism. 1 Minneapolis: Marxist Educational Press, 1977). En la actualidad trabaja sobre abuso—en particular incesto, pedofilia y violación—tal como estos casos son reportados en los medios de comunicación.