
I Want To Believe
3 febrero, 2025
Un cuento de la escritora mexicana Elma Correa, donde el humor y lo insólito desdibujan los límites entre realidad, ficción e identidad.
Lo primero que ve son los condones en la mesita de noche. Es una caja abierta de la que sobresalen las tiras de paquetitos individuales como si fueran serpentinas. El lugar no es elegante como se esperaría de una Honeymoon Suite, pero todo en él está en el límite de lo vulgar. La televisión reproduce viejos capítulos de los Expedientes Secretos X. Él sube el volumen y dice que ese episodio es su favorito, luego la mira como invitándola a decir algo, a comentar lo que pasa en la pantalla.
Viole se encoge un poco sobre sí misma abrazando la bolsa que le cae a la altura del vientre. Está parada junto a los condones con el pie izquierdo sobre el derecho, guardando un equilibrio frágil, como si una brisa o un gesto de él fueran suficiente para hacerla ir a dar al suelo. Es algo que empezó a practicar hace algunas semanas, cada vez que se pone nerviosa. Un ejercicio de contención y autocontrol que aún no domina.
Hace media hora, Viole era otra persona anónima entre los cientos de asistentes a la convención y ahora está ahí, en una suite para recién casados, con él, que le pide su opinión acerca de unas escenas que no le significan nada.
CONTACT es una convención anual que reúne a ufólogos, investigadores de lo paranormal y entusiastas de los encuentros del tercer tipo. Hay mesas de discusión, talleres, conferencias, presentaciones de libros, proyección de películas y documentales, también rondas de oradores estelares que suelen ser celebridades de la farándula o personajes de cierto submundo web.
A Viole, lo que más le ha gustado es la memorabilia, los miles de objetos y productos coleccionables que se extienden desde la entrada del domo hasta perderse en el horizonte de ese recinto, que tiene el tamaño y la distribución arquitectónica de un centro comercial, con aulas y pasillos que, a cierta hora de la tarde, se atiborran de personas que se reconocen entre sí como parte de una sociedad distinta, de una comunidad que ha decidido creer.
Se supone que Viole está en camino a pasar una temporada con sus tíos, pero en lugar de trasbordar hacia meses de apariencias y aburrimiento, tomó la ruta de la autenticidad y la aventura. Antes del viaje, Viole hizo un descubrimiento y tuvo una revelación.
Descubrimiento: es adoptada.
Revelación: fue abducida por extraterrestres que intervinieron su cuerpo insertando algo dentro de ella.
Aunque Viole siempre se supo amada por René y Lina, sus padres, también se sentía incómoda de un modo que no podía explicar. Había algo que no encajaba por completo, una sensación constante de no estar donde debería, de haber llegado a algo demasiado tarde o demasiado temprano.
Encontró los documentos en un clóset, buscando viejos álbumes fotográficos para un proyecto de la escuela. Cuando los leyó, conforme sus ojos recorrían el papel e iba llenándose de angustia, se sintió dolida, pero también aliviada. La consoló saber que había una razón por la que vivía como intrusa en su propio hogar, como una forastera en su familia.
No dijo nada al respecto, tomó fotos de las actas con su teléfono y volvió a dejarlas donde estaban. Que, si lo pensaba, no era que estuvieran especialmente ocultas.
Esa misma noche llegó la primera bruma, que era como experimentaba las visitas de los seres interestelares. Una niebla descendía sobre ella envolviéndola en una luminiscencia difusa que generaba un campo electromagnético que la levantaba de la cama.
Luego nada.
Despertar con un hormigueo en el cuerpo entumecido, con la sensación de que algo le había sido arrebatado, un lapso indeterminado de tiempo perdido en el que se diluían su conciencia y su voluntad.
Pero no había miedo.
Él sigue esperando una respuesta, una reacción. Viole clava los ojos en la alfombra deseando ser invisible, que un eco de radar preceda al avistamiento que pueda salvarla de tener que hablar con él. Esto no es nuevo ni producto de su descubrimiento ni de la revelación. Siempre ha sido tímida, casi introvertida.
Cuando era niña, su madre le organizaba citas de juego y aunque a Viole le atraía el mundo de las risas, de las tacitas de té para el señor Oso y la señorita Barbie, de los holanes en los vestidos y las cintas de colores en el cabello, se paralizaba ante la idea de intercambiar palabras con las niñas que su mamá la obligaba a ver.
Una vez, Jimenita, una vecina torturadora que disfrutaba desmembrando a las Bratz y cortando las crines mágicas de los pequeños ponis, le preguntó si era tonta o muda y Viole pensó que como no era muda, tal vez sí fuera tonta y esa posibilidad, junto a la aprensión de ver a los muñecos mutilados, la llenó de una zozobra de la que solo tuvo reposo cuando tomó a Jimenita de las coletas para hacerla comer tierra y lodo.
Viole recuerda que lloró debajo de las sábanas, no por lo que había hecho ni por el castigo que le impusieron, sino por la certeza de que no era normal.
Entonces, unos golpecitos tímidos dieron contra su ventana. Era Polo, el hermano de Jimena, un niño callado igual que ella al que también trataban de tonto. Polo había trepado por el árbol de limones esquivando las espinas hasta alcanzar el segundo piso de la casa de Viole y se había quedado ahí, entre las ramas, hasta que Viole dejó de llorar.
Con los años, Viole adquirió las herramientas elementales para vencer su inseguridad y relacionarse con la gente de su entorno inmediato, con el resto, seguía en el límite de las habilidades sociales.
Estar en CONTACT representa una batalla ganada y sus elecciones la han traído a esta habitación de hotel.
Se sabe observada.
La mirada de él podría tocarse, es algo que Viole podría tomar con ambas manos. No, no es su mirada, es la necesidad y la insistencia que laten detrás de ella. Viole podría hacer un moño con la urgencia de ese hombre por una reacción suya. Acaba de notar que ha erguido la espalda y se aposta con ambos pies en el piso de esa habitación. Sonríe.
Se sonríe a sí misma un momento hasta que se decide por fin y le devuelve la mirada.
Lo escudriña mientras sonríe. Es bien parecido. Viole no se atrevería a catalogarlo como guapo porque con los extranjeros no se puede comparar. Si alguien llegara a preguntarle diría que no está mal y procedería a ruborizarse. Es un estadounidense muy mayor, casi viejo, pero aparenta rondar los cuarenta años, es delgado y la complexión de sus hombros revela que pudo ser atlético en su juventud. La luz de la pantalla le reverbera en las pupilas intensificando su tono verde azulado y lo pálido de su piel.
De ningún modo parece común. Es esa persona que sobresale en las multitudes, esa persona que hace girar los cuellos y atrapa las atenciones, que vuelve irrelevante lo que está a su alrededor y deja sin aliento a los más impresionables. Pero Viole apenas se da cuenta de eso. Cuando se encontraron en el salón de la conferencia sobre los archivos desclasificados del Área 51, cancelada sin explicaciones, su primera opinión fue que era alguien corriente con toneladas de carisma.
Viole revisaba el programa y decidía entre la presentación de un libro sobre el Incidente Roswell o un panel de expertos en los antiguos astronautas del paleocontacto, actividades para pasar el rato mientras llegaba la hora del evento que le interesaba de verdad, la charla testimonial de un grupo de sobrevivientes de diferentes formas de abducción, cuando él irrumpió agitado con la camisa hawaiana abierta y subiéndose el cierre de las bermudas.
Iba vestido como la caricatura de un turista jubilado. Del cuello le colgaban varios carnets de identificación, pases a zonas restringidas y la tarjeta de su hotel. La sorprendió en una silla de plástico con el folleto abierto cubriéndole el rostro como si se ocultara detrás del papel, se disculpó en un español bastante bueno y se abotonó la camisa con lo que Viole pudo percibir como un pudor honesto.
No se presentó, solo Viole, en un arrebato de confianza, le dijo su nombre y él la trató como si fueran amigos íntimos, como si fuera obvio que ella lo conocía y Viole no se animó a sacarlo de su error. Era encantador y divertido, sobre todo si Viole decidía ignorar el fermento que despedía su boca cuando se le acercaba mucho, el olor ácido de su sudor, las ojeras, los ojos inyectados y el ligero flujo nasal que sorbía ruidosamente como en un tic.
El nivel de inglés de Viole le permitió dejarlo descansar de las palabras que le resultaban más difíciles de pronunciar. Bañera, exigir, enardecer, fumar, huida. Le contó que estaba escondiéndose de su agente y de unos presentadores con los que había tenido un altercado. Algo de un malentendido que involucraba a una edecán y a otras mujeres del staff.
A Viole le resultaba entretenidísimo lo que le decía y cuando la invitó a su suite y le dijo que reconocía a otro fugitivo cuando lo veía, que sabía que ella también estaba huyendo y que los prófugos debían mantenerse unidos. Viole no pudo estar más de acuerdo. Además, él le contó que estaba en una Honeymoon, la habitación para recién casados, la más cara y especial de todos los hoteles, por encima de las presidenciales.
Viole siempre se había hospedado en habitaciones estándar, para personas corrientes, y le pareció que conocerla con él, con todas las posibles implicaciones, era un paso extra en su ruta a la liberación y el autodescubrimiento.
La llevó por pasajes entre los bastidores de la organización y Viole se asombró por la cantidad de involucrados en el desarrollo del evento. En cierto punto tuvieron que meterse debajo de una tarima para despistar a dos hombres. Arriba, en el escenario, un ufólogo hablaba de sus experiencias con alienígenas y aseguraba que Google Earth había captado el momento de su secuestro por parte de entes espaciales. Viole escuchó las exclamaciones del público y tuvo ganas de estar en la audiencia para ver las pruebas.
Salieron de su escondite cuando el ufólogo iba a empezar con la clasificación de las especies aliens, un tema que Viole conocía bien.
El ufólogo explicó que estaban los Pleyadianos, unas criaturas antropomórficas muy similares a los humanos; los Reptilianos, o sea, reptiles del espacio; los Grises, que son esos seres delgados con la cabeza grande y alargada y enormes ojos negros que se señalan casi siempre en los avistamientos, esos que se mantienen en la cultura popular como el estereotipo del extraterrestre; y los Nibiruanos, unos gigantes que podrían ser los verdaderos dioses egipcios y aztecas responsables de las pirámides.
Ella quiso seguir escuchando, pero él le dijo que debían llegar al último piso por las escaleras de servicio y emergencia.
Subieron los escalones y Viole pensó en el trauma, el estrés, la amnesia, el sonambulismo.
En las marcas transparentes que dejan en la piel de los humanos los visitantes del espacio.
Pensó en la hipnosis y las terapias de regresión que necesitaría para dar con la verdad de su caso.
También pensó en que, si se trataba con algún especialista, quizá el siguiente año pudiera ser una de las expositoras de CONTACT y entonces él la sacó de sí misma haciéndola reír y correr y esconderse y sudar y Viole pensó que en esa aventura su cuerpo se sentía el de siempre pero también un poco distinto.
Ahora Viole le sonríe por primera vez desde que entraron al cuarto y él, envalentonado por la sonrisa que le dedica, saca una bolsita de plástico de su cartera y se pone el contenido en el dorso de la mano, luego lo inhala y lame los restos de polvo blanco. Viole comprende lo de su flujo nasal y duda acerca de quedarse. Él es un observador sagaz y en lugar de ofrecerle, lo guarda y le dice que no es nada, que no se asuste, que se acerque a ver la televisión. Que se tome algo.
El minibar parece un pequeño campo de batalla. Él rebusca y le muestra que todavía quedan unas cuantas botellitas que resisten, estoicas. Viole solo ha bebido alcohol una vez y piensa que por qué no, dándose permiso de intentarlo de nuevo. Él le acerca una botellita de Jägermeister y le dice que es el licor que los nazis utilizaban como anestésico y desinfectante, y en ocasiones, como suero de la verdad para hacer hablar a sus enemigos.
Viole se toma un trago y cree que va a vomitar las entrañas junto a lo que sea que los aliens le hayan sembrado dentro. Él le sostiene la cabeza hacia atrás y le dice que respire por la nariz evitando las arcadas. Se ríen con ganas. Viole, con una determinación que no sabía que tenía, bebe otra botellita. El asco la marea. Se controla.
Se pregunta si ahora será capaz de revelar sus secretos.
Se pregunta si ahora algo más le será revelado.
Él aplaude y se toma unas ginebras.
En la televisión, la agente Scully cae enferma por las secuelas de los experimentos que han hecho con ella los extraterrestres. Viole, hasta entonces desinteresada, se queda atenta a la historia, frunciendo y succionándose los labios, entumecidos por el Jager.
Él la mira absorta en la pantalla, satisfecho.
En el capítulo, la agente Scully se recupera cuando le insertan un microchip en el cuello. Viole se decepciona, porque dónde va ella a encontrar un microchip. Suspira y sin apartar la vista de la pantalla, hace un repaso de sus circunstancias. Fue una niña no deseada, abandonada por sus padres biológicos, sus padres adoptivos le han mentido cada día de su vida, es víctima de sucesos paranormales y dentro de ella crece algo extraño que según The X-Files podría ser cáncer del espacio.
Es curioso pero Viole nunca ha visto los Expedientes Secretos, conoce la referencia, claro, como cualquiera, pero es demasiado joven para estar familiarizada con su mitología. Esta es la primera vez que mira la serie. Para ella, la agente Scully es la señora de Sex Education.
Ese pensamiento la lleva a otro, al de la posibilidad que flota en el ambiente enrarecido y disoluto de la habitación.
La posibilidad que intuyó desde que aceptó subir a una suite para recién casados.
Piensa también que ese hombre drogadicto y borracho que la tiene mirando un programa de televisión que se estrenó cuando ella todavía no nacía, antes de que su verdadera madre la dejara en una estación de bomberos o en las escalinatas de una iglesia o en medio de un bosque para que se la comieran los pájaros, es la única persona que le ha puesto atención legítima en demasiado tiempo, por lo menos desde que ya no quiso volver a abrirle la ventana a Polo.
Él se dobla para alcanzar otra botellita y le roza descuidadamente la rodilla.
Viole solo ha estado así de cerca de los visitantes que la abducen por las noches.
Y de Polo.
Polo es quien la introdujo al universo de las hipótesis extraterrestres, de las evidencias de vida en otros lugares del cosmos. De civilizaciones ancestrales en galaxias lejanas. Con Polo bebió alcohol aquella única ocasión, la noche que descubrió su origen. Y Polo la besó por primera vez cuando la vio tan afligida y Viole sintió que se ahogaba y que una niebla espesa la cubría y hacía que su cuerpo levitara. Y cuando estuvo sobre ella, en ella, una luz la cegó por completo y al abrir los ojos no recordaba lo que había pasado, como en las abducciones.
La agente Scully y Mulder están en un episodio donde un adivino predice cómo mueren las personas. El adivino es un personaje entrañable y Viole se sobresalta cuando a su lado, él grita:
—Asfixia autoerótica —y se ríe con carcajadas que lo dejan sin aire.
Luego, animado, dice que después de leer ese guion estuvo practicando la asfixia autoerótica durante unos meses. Para enfatizar, cuelga la cabeza hacia un lado, saca la lengua y con los ojos en blanco, sacude ferozmente su entrepierna.
La epifanía empuja a Viole de su ensimismamiento.
Lo mira con la boca abierta y luego mira la pantalla para asegurarse de que no está soñando. Busca otra botellita de Jägermeister pero no queda ninguna. Viole siente que se aproxima la bruma cósmica y trata de calmarse.
Respira. Cierra los ojos durante algunos segundos.
Cuando los abre, el agente Mulder todavía está ahí sentado junto a ella, sobándose y acabando con las reservas del minibar.
Viole saca el programa de su bolso y lee hasta que da con la lista de los eventos magnos.
Conferencia magistral The Truth is Out There: 14 teorías de la conspiración probadas. Impartida por David Duchovny aka agente especial Fox Mulder (1993-2018).
Vuelve a leer solo para confirmarlo.
Así que el hombre desarrapado que corría por la convención con las bermudas abajo, el señor que le toca lúbricamente las piernas y le habla en un español muy insuficiente, es el agente Mulder. Viole lo rechaza con delicadeza. David Duchovny, con lo que parece ser una dislocación de quijada, intenta convencerla. Gruñe y se retuerce como esos monigotes de tecnología noventera de la televisión.
Mulder, el Monstruo de la Semana.
A Duchovny le sangra la nariz.
Viole piensa que ese hombre triste podría ser su abuelo.
Tal vez su abuelo consanguíneo sea también un yonqui adicto al sexo. Por qué no. Incluso podría estar emparentada con el mismísimo Fox Mulder. Quién sabe. Viole deja que David Duchovny se limpie la sangre apretando el rostro contra sus senos. Lo escucha sorber.
En la pantalla, un Mulder joven, intrépido, apuesto, lucha con un alienígena del Ku Klux Klan.
Viole se imagina que un platillo volador aterriza en el domo de la convención para devolverle a sus padres biológicos. Porque quizá sus padres sí la querían. Quizá fueron raptados y llevados a otra dimensión. Cierra los ojos e imagina su reencuentro con su madre biológica. La mujer no la reconoce, no sabe que están vinculadas. Viole intenta explicarle pero su madre no la escucha y Viole nota que no se parecen. Ni su nariz, ni su cabello, ni la forma de sus manos. No hay nada que las haga familiares. Entonces aparece Lina, su otra madre, la única que ha tenido, y solo ella la reconforta.
Un extraterrestre le toca la frente y con un destello le borra los recuerdos dolorosos de soledad y carencias emocionales. La vergüenza y el resentimiento también se esfuman. Otro visitante espacial toma un imán gigantesco y lo pone en su cintura, sube y baja y paralelo a su cadera, la atrae, la atrae con fuerza hasta que se expande haciendo que su barriga se infle y crezca.
Algo se mueve en su vientre y Viole se inquieta.
David Duchovny ronca en su hombro.
Con cuidado, Viole se desliza hasta ponerse de pie y lo acuesta en el sillón. Baja el volumen del televisor.
Mulder y Scully se enfrentan a un grupo de personajes incestuosos que producen niños enfermos debido a la endogamia. Los niños deformes son enterrados vivos al nacer. Viole piensa en la oscuridad, en los terribles secretos que pueden mantener a una familia unida. Piensa en el temor a la verdad y también piensa en la esperanza.
Envía las fotos que tomó de los documentos de su adopción a sus padres. En el mensaje les avisa que regresa porque necesitan tener más de una conversación, juntos. Duchovny se remueve y masculla. Viole pone una almohada bajo su nuca y coloca su cabeza en ángulo para evitar que broncoaspire.
—I’m Fox Mulder.
Dormido, Duchovny llora.
—I’m Fox Mulder.
—Sí, sí —dice Viole con suavidad.
—And Hank Moody. And Sam Hodiak.
Viole no sabe de qué habla. Repite que sí y lo arrulla torpemente.
Le acaricia el cabello.
Con una osadía que ya no la impresiona, le roba uno de los gafetes de identificación. También le saca algunos dólares de la cartera con los que comprará una camiseta para Polo y tazas a juego para sus padres. Y uno de esos posters irónicos con la imagen de un ovni abduciendo a una vaca.
Y una prueba de embarazo porque empieza a ser claro que sus noches de bruma intergaláctica son solo expresiones de culpa por las noches con Polo.
Piensa en sus madres, la verdadera y la desconocida. A Viole no le asusta ser mamá. Lo dice en voz alta. Duchovny se reacomoda y Viole ve una mancha de sangre en el cojín donde estuvo sentada. Siente la humedad y se revisa la ropa.
Ahoga una risa.
Tanta preocupación, tanto miedo, tanta expectación sobre su cuerpo. Tanta confusión por su árbol genealógico y su identidad. Tantas mentiras al respecto de todo, especialmente al respecto de sus propios deseos.
Viole se siente otra.
Llevará con orgullo la sangre de la nariz de David Duchovny en la blusa y su sangre menstrual en el pantalón.
Se inclina hacia él y le da las gracias en un susurro para no despertarlo.
—I’m Fox Mulder —repite dormido, con la boca pastosa, llena de saliva.
Apaga la luz y antes de salir se enreda la tira más larga de condones sobre los hombros como si fuera un collar hawaiano.
—I’m Fox Mulder.
Viole cierra la puerta con cuidado.
—Don’t leave me.
Duchovny no intenta incorporarse.
—Bitch.
Originaria de Mexicali, Baja California, donde coordina un encuentro internacional de escritores y gestiona @habitaciones_propias, una comunidad virtual donde las mujeres del mundo comparten los espacios donde crean. Es Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana, Maestra en Estudios Socioculturales y Doctora en Sociedad, Espacio y Poder. Escribió Que parezca un accidente (Nitro/Press, 2018), Mentiras que no te conté (UDG, 2021) con el que recibió el XX Premio Nacional de Cuento Juan José Arreola; Llorar de fiesta (BUAP, 2022); Lo simple (INBAL, 2024) Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí Amparo Dávila 2022 y La novia del león (Nitro/Press, 2024).