Ficción: IV. Aleluya

1 junio, 2024

| Los jóvenes |

Te pasan esta nota:

No se debe adornar y acicalar el cristianismo: hizo una guerra mortal a cierto tipo superior de hombre; desterró todos los instintos fundamentales de este tipo, de estos instintos extrajo y estiló el mal; consideró al hombre fuerte como el réprobo. El cristianismo tomó partido por todo lo que es débil, humilde, fracasado, hizo un ideal de la contradicción a los instintos de conservación; estropeó la razón de los temperamentos espiritualmente más fuertes, enseñó a considerar pecaminosos, extraviados, tentadores, los supremos valores.

La lees, miras a Román entre las cabezas de los compañeros. Te hace un gesto que no quieres discutir; has pensado en estrujar la nota y tirarla, que te vea hacerlo; pero la ocultas bajo los folios y diriges tu atención al profesor. Sobre su figura, en la pared, el crucifijo de siempre.

Pasas la tarde estudiando en casa, luego, entrenamiento de baloncesto, juegas bien y el entrenador te felicita porque has mejorado el rebote. Te duchas y te deshaces de los otros jugadores del equipo. No gastes la colonia, se burla uno. Te ríes. Si es para no oler a ti. Ya, ya… ¡A ver si te funciona algún día!, dice el que sabe el motivo, has quedado con ella. Con Mariví.

Tienes un rato, media hora antes de regresar cada uno a su casa. Dejas la bolsa en el suelo y la abrazas. Su olor te maravilla cada vez, sientes sus pechos contra el tuyo por un momento. Luego ella se separa y empieza a contarte la última batalla con su madre. Está impaciente, se le nota en cómo le brillan los ojos. Dais un paseo por las partes menos concurridas del barrio; ninguno de los dos quiere que se sepa, aunque no hayáis hablado al respecto. Camináis cogidos de la mano, en la otra llevas la bolsa. Cuando se emociona, te suelta y al poco vuelve a anudar sus dedos entre los tuyos, eso te excita; pierdes el hilo pensando en la delicia de que se separen, porque no sabes cuándo ella tomará la iniciativa, de la que tú eres incapaz, de volver a enredarlos. La felicidad absoluta. Te gusta su prisa por besarte y escapar cuando llega la hora, cerca de su portal, siempre bajo el acecho de miradas que no convienen. Te gusta su prisa, también porque te protege; porque mientras ella decida no tienes más que dejarte llevar de un puerto seguro a otro.

Caminas con el amor que derrama desde la altura del cielo por las fachadas de los edificios su naturaleza invisible y se te cuela como un ser que busca ocultarse. Lo guardas dentro, más poderoso que tú, más frágil; la alegría secreta.

Os reunís en casa de Román, una fiesta privada. Joaquín ha llevado una película porno; Gonzi se parte de risa, ya viene fumado; Asensio y Román parecen tranquilos.

Ha pasado media hora y están los cuatro de cerveza hasta arriba, tú no llegas a tanto, pero te diviertes. Entonces, ¿lo ponemos o qué?, pregunta Gonzi. Pues claro, ¿qué esperas? Si es por mi madre, no te preocupes, aclara Román. Es una bestialidad, os lo juro. ¿Tú ya la has visto?, se interesa Asensio. Me he reservado para vosotros. Mentiroso. Bueno, un poco. Se echan a reír; tú, lo mismo. Te interroga Joaquín: ¿tienes problema? No, mientes. Este es muy católico, se entromete Román, le estoy haciendo leer a Nietzsche a ver si lo espabilo. Los curas le han lavado el cerebro, apunta Asensio, y tú le das un golpe en el cogote. Eso no se cura con filosofías, necesita más cine, bromea Joaquín. Ríen todos; detectas cierta crueldad, temes un poco convertirte en la diana de su atención. Bueno, ¿lo pones o no?, pide Gonzi.

No quieres mirar, buscas alguna excusa, vas al baño, regresas; Asensio gasta una ironía que los demás no siguen, pendientes de lo que ven. Observas a tus compañeros, Román no despega los ojos, toma su jarra y bebe un trago. Han hecho varios comentarios al principio; ahora, en cambio, solo se escuchan los gemidos de la pantalla y cada cual se abstrae en su mundo. Joaquín es el único que, de vez en cuando, comenta un detalle, algún otro le responde y se callan. Tú no abres la boca; el psicólogo del colegio te adjudicó una personalidad con un extraordinario autodominio. Quizás por eso sabes que nada puede doblegarte. Miras de frente el televisor y tratas de no atender, sientes asco, eliminas el deseo para interpretar un juego de objetos y superficies, a veces lo consigues; te quedas al margen. Todo te parece burdo. Ni siquiera sabes hasta qué punto tus amigos disfrutan o es solo un límite más que traspasar. Crees que te observan, que hubieran decidido poner esa película solo para probarte. Ahora hay un cambio en el guion y Joaquín detiene las imágenes. Bueno, ya os vale –nadie protesta–, ¿habéis visto el vídeo de los chavales que se tiran desde un balcón?

Quedan seis días para Navidad. El domingo, a la salida de misa, Mariví te espera a buena distancia de la entrada; te despides de tus padres y hermanos para reunirte con ella. Te conduce a un rincón del parque; el abrazo es mucho más largo que de costumbre; casi no habláis; te besa, te acaricia la nuca, los hombros; un trazo de aire te recorre la espalda. Recoge tu mano derecha y la pone en su pecho, te sobresaltas; su mano hace presión sobre la tuya. ¿Qué te pasa?, le dices. Nada, ¿no te gusta?, te ha preguntado. Sí, claro, le dices. ¿Te molesta?, insiste en saber y se aparta. No, le respondes, aunque no la atraes hacia ti. Ella acaso lo deseaba. ¿La has decepcionado? ¿Debes reaccionar de otra manera? No has resuelto tus dudas cuando te lleva de nuevo hacia sí, te besa, se une; nunca había sido tan exigente. La besas y solo sientes su fuerza, su cuerpo, su olor; también tu alegría, tu emoción, tu deseo: forman una unidad. Ella te quiere y no hay más explicación. Eres lo querido de su ímpetu. Su asalto te sorprende al mismo tiempo que te dirige. Procuras no defraudarla. No sabes hasta dónde te arrastrará. Permanecéis todo el tiempo de pie, cerca de un árbol que os cubre, ni siquiera podéis sentaros. Tu cabeza piensa todo eso a la vez que no deseas más que sentir lo que te está pasando, lo que ella manda. Ha habido un trance como un túnel en que tus labios y tu cuerpo no han quedado quietos; te has entregado y ha dejado de importarte qué sucede. Cuando ella se frena, te frena. Todo vuelve a la realidad en un momento. Te mira a los ojos, como calibrando tus emociones y por ellos confiesas: me ha gustado, te amo, soy tuyo, eres mía. Ella dice: este miércoles mis padres no están en casa, van a comprar regalos; quiero que vengas. A las seis; te llamaré, ¿vale? Has memorizado todo, te quedas callado, con la imagen ya estás allí, sentado a su lado en el sofá. ¿Quieres?, pregunta. Sí, respondes. No sabes qué más hacer o decir. Bueno, afirma, tengo que marcharme. Yo también, hoy comemos con mis abuelos, me están esperando. Y te parece que esa explicación no venía a cuento; te ves torpe pero ya no hay manera de arreglarlo; sin embargo, a ella no le importa porque dice: Te quiero. Tú contestas lo mismo. Ya está. No sabes si despedirte con un beso, pero ¿cómo? Ella se retira sin dejar de sujetarte la mano y luego se desanuda, da pasos hacia atrás y hace volar un instante esa misma mano para decirte adiós. Copias su gesto. Le echas un beso sobre la palma y soplas, al instante te parece mortalmente cursi. Ella sonríe. Adiós. Adiós, Mariví. Das media vuelta y sientes ganas de salir corriendo, no lo haces porque temes que te observe. Cuando te vuelves a unos cien metros, ella está lejos y se pierde doblando la esquina.

En esos días te han dado las calificaciones, bastante buenas; sales con Román y Joaquín a dar una vuelta por el centro. Os burláis de la gente que gasta lo que no tiene, de los papanoeles barrigones y decadentes que han sembrado por la ciudad, de la musiquita dulzarrona que se proyecta casi desde cualquier parte… La gente se vuelve loca, dice Román. ¡Es Navidad! ¡Amor, hermandad, tarjetas de crédito!, exclama Joaquín teatral. Eso no es Navidad, dices tú, y tu comentario suena sombrío, ¿eres sombrío? ¿Eres siempre un aguafiestas? ¿Eso no es Navidad?, ¿y entonces qué es? A la gente le da igual todo, a lo mejor sirve para que le echen una moneda a un pobre: ya está Román aprovechando la menor ocasión para pincharte. El resto del año, que se pudra, pero en estos días la gente se ablanda, continúa Joaquín. El espíritu navideño, algo es algo, remata. Además, que Jesús no nació el veinticinco de diciembre, es un invento de los curas, engañando como siempre. La Navidad no tiene nada que ver con este circo, te has arriesgado a decir al fin, y lo sabéis. Los dos se conchaban en tu contra, ríen, chocan las manos, se callan, vuelven a reír. Pasa un rato hasta que puedes unirte a ellos; siempre te ocurre igual: quieres estar y no puedes, puedes estar y no quieres. Acabas molesto y herido algunas veces como si te hubieran expulsado del círculo.

Es la época del amor, voy a llamar a Cris a ver si este fin de año cae. Nuevas risas. Cristina ya te dijo que pasaba de ti, Román, te ha borrado de su lista. No me desanimo, quien la sigue la consigue. ¿Y tú a quién vas a llamar? Este no llama, este va a la misa del gallo y después a su casa a ponerse hasta arriba de polvorones. Déjame en paz ya, pesado. No, en serio, ¿cómo era la chica esa del Calasancio? ¿Justina? Nuevas risas. Que te hacen reír también a ti. Juana de Arco, si te parece, replicas. Ahora veis cruzar a unas chicas muy maquilladas y con minis. Esto sirve para que se olviden de ti y los comentarios desaparezcan. Luego el tema serán unas zapatillas que Joaquín espera de regalo por sus notas. Entras en el asunto como puedes; en realidad, te sientes lejano porque les ocultas lo más importante. Son amigos, aunque no para todo. Piensas que no podrían entenderte o no quieres que te entiendan. ¿Cómo vas a contarles que te has citado con ella en su casa? A veces se te olvida; a veces te abrasa la inminencia. Tus padres y tu hermano son ruido de fondo. La tele propaga ideas absurdas. No llevas un diario; por esta vez, lamentas no haber empezado uno.

Te cuesta dormir. El reloj es ese bicho luminiscente testigo de tu vida real. ¡Ah, sí! Las zapatillas.

Ya es el miércoles. Has tenido que poner una excusa a tus padres. De pronto, comprendes que es necesario llegar con algún detalle, sacas dinero del cajón y recuerdas dónde está la floristería. No sabes comprarlas, fuera de rosas y geranios, desconoces los nombres. Así que pides dos rosas. La mujer de la tienda te dice que mejor una, o tres. Tres, una solo te parece algo miserable. Caminas hacia su barrio, pegado al tuyo. Te sobresalta su mensaje. Estoy sola ya, te anuncia. La palabra «sola»… Y un corazón rojo.

Eres precavido igual que ella; observas el portal de su casa, te aseguras de que no entra ni sale nadie. Ha habido suerte. Aunque, piensas, nadie me conoce; ¿habrá más chicas con pareja en este edificio? Subes por las escaleras porque necesitas ese tiempo para que el corazón se te aquiete un poco. Estás muy excitado y te cubres con las flores,

¿por qué te cuesta tanto emplear ciertas palabras?, tienes que hacer lo imposible por que no se dé cuenta. Te plantas delante de su puerta, respiras hondo. Lo que es inesperado, te asaltan ganas de llorar, y de huir, y de que todo pase rápido, de que te abrace y te dirija, pero que no te obligue a hacer nada que no desees. Después de la tormenta, en medio de la tormenta, le das al timbre. Transcurre medio minuto. Vuelves a llamar y ella abre.

Sonríe, viste una camiseta y un pantalón corto. Se ha quitado el sujetador. Sus labios y su cabello se te acercan antes de que puedas enseñarle las flores. Os tropezáis, le descubres el manojo de rosas y se las entregas. Las ha levantado, las huele y su sonrisa es la más maravillosa de toda su vida. Qué bonitas son, dice, gracias. Para ti, contestas y comprendes que es una tontería. Ella cierra, te roza cuando pasa; tú miras al suelo y caminas detrás, eres el bobo que trastabilla, un cordero y al mismo tiempo un héroe. Has llegado al centro de la sala, cuando te das cuenta de que se ha detenido y está enfrente de ti, acerca su rostro y os besáis. Te pones muy nervioso, sin embargo, has previsto relajarte, te olvidas. Cuando lo decide, interrumpe los besos. Te quiero, la escuchas decir; hace un gesto rápido para dejar el ramito en la mesa y te conduce de la mano hasta el sofá. ¿Quieres tomar algo?, pregunta. No, le respondes, no sé. No sabes qué es lo adecuado ahora. Ella no ha esperado casi la respuesta, está junto a ti y por primera vez en tu vida entiendes qué es el cuerpo de una mujer. Te aprisiona los dedos, los labios, la cabeza; no sientes tus propias manos y sí, en cambio, las suyas. Otra vez el miedo; otra vez la duda de dónde empiezan sus caricias y dónde acaban tus brazos, tu espalda y tu nuca. Bésame, abrázame, te pide; te quiero. Y obedeces lo mejor que eres capaz. Está sucediendo lo tan esperado, lo que imaginabas de un modo abstracto, negándote a visualizar detalles; lo que tenía que llegar ocurre con la fuerza misma del mito y la sencillez de los cuerpos. ¿Te gusta?, pregunta como si realmente pudiera entrar en tu cabeza y leer tus pensamientos. ¡Sí!, jadeas. Te besa, su boca en la tuya; consigues desdoblarte por un momento; ves su ansia, su deseo. Se vuelve de pronto un ser extraño que busca algo de ti, percibes la dimensión exacta de su violencia, sientes que eres su objeto y te arrebata. Los besos se vuelven rabiosos. Tócame, te pide. Te saca de tu ensimismamiento, ¿cómo puedo distraerme en una situación así?, te reprochas, eres un imbécil; le ofreces las manos; le acaricias el pecho, haces círculos, buscas la manera de estimularla, te atreves a pellizcarla delicadamente, escuchas su gemido y sabes

que has acertado. De pronto se detiene y toda la pasión frena con ella. Cesa de moverse y de suspirar. Ves que está conteniéndose, ves los cuatro corceles piafando en el borde. Te mira a los ojos para no ser mentida. ¿De verdad te gusta?, te interroga una vez más, ¿quieres seguir? Cómo detenerte para explicarle lo que estás sintiendo, pensando, descubriendo; para contarle quién eres y el encuentro de un hombre con una mujer que habías imaginado, te das cuenta de que son reflexiones tan genéricas y diferentes a lo que de verdad ocurre entre ella y tú. Necesitarías veinte minutos, una hora para hablarle de lo que te abrasa. Lo arruinarías todo. Su mirada encendida, su boca abierta, adonde ha llegado; comprendes que se entrega, que también ella ha recorrido un camino hasta abrirte su puerta. Crecen tu alegría, tu gratitud. Nunca sospechaste que sería tan fácil y tan regalado, anegarte en su nombre, Mariví, y reconocer lo real: te amo. Ella se lanza con una furia desconocida, te cubre con sus besos y te sumerge.

Regresas a casa. Caminas por el medio de la calzada de una calle oscura que asciende. Pasado mañana es Navidad. Miras a lo alto preguntándote si Dios va a asomarse a la noche y dispensarte su bendición. Te detienes y contemplas el cielo impenetrable. Haces visera contra la iluminación de una farola, se adivina una estrella, allí está, brillando un poco. Echas a andar de nuevo y la felicidad se agita por tus piernas. Todo se ha transformado. El esplendor de la realidad te deslumbra. El ser interior te llena de gozo. Percibes el amor surgiendo desde dentro, tan inmediato que se deja reconocer. No soportas el caudal de emociones que te colma. Estás llorando y riendo. Te sientes el ser humano más afortunado y el más minúsculo sobre la tierra. Eres el destino de una revelación: lo que hace del mundo un lugar habitable y perfecto. Tus proyectos se han vuelto gigantes: jugar al baloncesto, triunfar en los estudios, realizar una carrera. Y al mismo tiempo no te reconoces sino como un chico perdido, un granito en el cosmos. Ahora sabes que no necesitas nada. Es un regalo divino, ¿no lo vas a apurar? Te acompaña la alegría, resuenan tus pies sobre el pavimento, quieres gritar de júbilo: el próximo jueves sus padres vuelven a faltar y ella te ha invitado.

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Vitoria, 1961.
Es autor de los libros de cuentos El lector de Spinoza (2004), Propuesta imposible (2008), Mirar al agua. Cuentos plásticos (2009), que obtuvo el Primer Premio Internacional Ribera del Duero, Bulevar (2013), distinguido con el XI Premio Setenil, Fantasía lumpen (2017); además del poemario Motivos (2006) y la novela Vida económica de Tomi Sánchez (2020). Sus relatos han sido incluidos en importantes antologías como Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (2010); Pequeñas resistencias 5. El nuevo cuento español 2001-2010 (2010) o Cuento español actual (1992-2012) (2013). Ha editado la antología de Hipólito Navarro, El pez volador (2008). Publica textos misceláneos y de crítica literaria en Cuadernos hispanoamericanos, penúltiMa, Quimera, Ínsula o Zenda. Coordina la revista digital oxi-nobstante.blogspot.com