Javier Alvarado: “La literatura no es un tópico para tener fama” 

1 junio, 2024

En esta edición de Carátula, nos complace presentar una entrevista con el poeta panameño Javier Alvarado. Alvarado, conocido por su capacidad de integrar elementos culturales e históricos en su poesía, comparte detalles sobre su proceso creativo, la selección de temas y la profunda influencia de sus experiencias personales en su obra. Con más de una veintena de poemarios y múltiples premios literarios, su trayectoria refleja un compromiso con la tradición hispanoamericana.

En esta conversación, Alvarado también reflexiona sobre la importancia de los premios literarios, la responsabilidad de representar la poesía panameña y centroamericana, y su visión sobre la poesía como un testimonio perdurable de la humanidad. Además, comenta su experiencia en la reciente edición del festival Centroamérica Cuenta, celebrado en Ciudad de Panamá.

Tu poesía abarca una variedad de temas que podrían considerarse casi documentales. ¿Cómo surge un libro de poesía?

He escrito más de una veintena de poemarios de variada temática, y puedo afirmar que cada libro tiene un proceso distinto. Carta natal al país de los locos, que obtuvo una Mención en Casa de las Américas y ganó el premio a obra publicada Medardo Ángel Silva en Ecuador, fue escrito en Escocia durante un mes. Allí pude enfrentar el dolor por la muerte de la madre biológica de mi madre, mientras insertaba contextos europeos. Por otro lado, El mar que me habita duró más de quince años en su concepción y escritura, y con él obtuve el Premio Rubén Darío. Viaje solar de un tren hacia la noche de Matachín fue escrito en dos años; durante ese tiempo investigué sobre la migración china a Panamá y el suicidio colectivo de ellos en el siglo XIX. Epopeya de las Comarcas tuvo algo curioso: el primer poema que escribí terminó siendo el último, y el último es el que abre el libro.

¿Cómo seleccionas los temas y estructuras para cada libro?

Creo que el tema te escoge, tú lo escoges o te lo sugieren. En el caso de Carta natal al país de los locos, mi madre me lo pidió, y El mar que me habita se debió a mi obsesión con el mar. Sin embargo, Viaje solar de un tren hacia la noche de Matachín surgió al ver la reacción de la poeta uruguaya Silvia Guerra cuando hablaba con Roberto Echavarren sobre los rituales de suicidio de los asiáticos durante la construcción del ferrocarril transístmico. Epopeya de las comarcas nació al ver el levantamiento de los indígenas en defensa de la tierra y el agua, y los enfrentamientos con las autoridades y las compañías involucradas.

¿Qué papel juegan tus experiencias personales y tu entorno en la creación de tus libros?

Las experiencias personales también tienen mucho que ver. Cierta vez, sentí un soplo al oído: Balada sin ovejas para un pastor de huesos; no sé de dónde vino eso y terminé escribiendo un libro con ese título. En la poesía mística, El pastor resplandeciente y Acuérdate de mí cuando estés en tu paraíso se fraguaron en la pandemia. Leí muchos sonetos y escribí muchos sonetos. En unas semanas, iré a El Salvador a presentar Llanto en los jardines de El Salvador. Ese libro surgió de una visita a ese país y, al estar en Izalco, pude enterarme de la masacre del año 32 de los náhuatl pipiles, lo cual encadené a otra serie de sucesos de ese país hermano. Son muchas anécdotas.

En ese sentido, tu obra incluye elementos de la cultura y la historia, no solo de tu país. ¿Cómo se integran estos elementos en tu poesía? (Tu poema “La Muralla China”, por ejemplo):

Ese poema está inserto en el libro Dolorosa primavera de las hermanas de Kafka. «La muralla china» es un texto del gran escritor checo y por eso aparece allí. Un hecho que se manifiesta es vivir a través de la lectura y viajar. Creo que a través de la literatura se pueden recrear esos mundos y explotar esos elementos.

Como te he contado, la historia de Panamá y también me atrae la historia de otros países Todo puede poetizar y hay una empatía con ese tema, con esa realidad, con ese suceso o con esos personajes que piden hablar desde ti. Es algo sobrenatural o natural, como lo puedas ver.

Panamá ha tenido una cualidad signada: geográficamente centroamericana, históricamente sudamericana y culturalmente caribeña; escribo desde esas atmósferas y creo que se puede palpar un sentir centroamericano y hasta caribeño. Tengo un poema, por ejemplo, dedicado a las hermanas Mirabal, heroínas asesinadas durante la dictadura de Trujillo en la República Dominicana. No tienes idea lo que significó para mí conocer a Minou Tavares Mirabal, la hija de Minerva, y a ella le regalé el poema.

Hablando de Panamá, ¿cómo es tu relación con la tradición de la poesía panameña?

Un testimonio que nunca me cansaré de dar y repetir es que mis primeras lecturas estuvieron arraigadas a la literatura panameña. Quise conocer lo que otros habían hecho antes y me dediqué a investigar, a adquirir libros y a hacer algo que hoy día me cuesta creer. Con quince o dieciséis años, recurrí a historias de la literatura panameña y al directorio telefónico para llamar a escritores; incluso hablé con familiares que me decían que sus parientes escritores habían muerto. Hoy día, resulta cómico. Tuve esa necesidad de entrevistarlos, tener sus libros, y muchos me apoyaron. No tengo ninguna queja sobre eso. Fue mágico y es emotivo recordarlo.

Siempre resalto la presencia de Moravia Ochoa y César Young Núñez, mis mentores. Me formaron y me dieron consejos útiles. Puedo enumerar poetas de mi predilección: Amelia Denis de Icaza, Ricardo Miró, Demetrio Korsi, Demetrio Herrera Sevillano, Rogelio Sinán, José de Jesús Martínez, José Franco, Tristán Solarte, José Guillermo Ros Zanet, Demetrio Fábrega, Bertalicia Peralta, Giovanna Benedetti, Consuelo Tomás, Manuel Orestes Nieto, Juan Dal Vera y Magdalena Camargo Lemieszek.

¿Hay alguna responsabilidad de representar o innovar dentro de esta tradición?

Trato de dialogar con las tradiciones. Hay algo por lo cual doy gracias, y es que en Panamá no hay un sentimiento parricida; nos vemos como un coro y respetamos lo que otros han hecho, siguiéndolos, influidos o no. Cada quien abre su trocha. Hay un papel arduo por delante. Me siento orgulloso de esa tradición y hay que seguir dando nuestro aporte.

Has ganado premios importantes fuera de Panamá, ¿qué piensas de los premios literarios?

Los premios literarios en mi carrera han sido vitales. Me he dedicado por entero a escribir y no podría publicar libros por mi cuenta; las cifras son elevadas en Panamá. Son una herramienta útil para dar a conocer el trabajo de los escritores. Todos los premios son entrañables; incluso con algunos internacionales he sentido un sentimiento de adopción por las personas que he conocido visitando esos países. La gente lo enraíza a uno a sus tierras. Es muy bello.

¿Son los premios los que le otorgan calidad al autor o es el autor el que le da prestigio al premio?

El poeta o el autor tiene que producir un trabajo de calidad, sea premiado o no. El tiempo todo lo pone en su lugar. Los premios dan publicidad en un momento dado, y lo importante es sostener esa calidad en el tiempo. Recalco que, aunque un autor nunca haya recibido un premio, si tiene una obra sorprendente, siempre será admirado. Cuando uno de mis libros es premiado, me siento satisfecho, pues valió el proceso de escritura y de autocrítica. La literatura no es un tópico para tener fama; es un compromiso de dar calidad dentro de este arte.

En una región como Centroamérica, ¿cómo es ser un poeta nacido en esta región, que a veces se dice no cuenta en las demás literaturas de Hispanoamérica?

Este paradigma lo rompió Rubén Darío en su momento por su innovación. Ahora, sí es cierto que la literatura centroamericana permanece un tanto desconocida. Desde las páginas de la revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro, que dirige el poeta Mario Meléndez en Chile, siempre trato de enviar material de poetas de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Belice, Costa Rica y Panamá, y de otras latitudes. Hay un gran desafío, pues la poesía no es un fenómeno de masas como lo puede ser la prosa o un producto de grandes ventas. Eso, en la mercadotecnia, se ve así. Pero en cuanto a festivales de poesía, hay muchísimos más que para los prosistas. Sí, hay público y hay otras plataformas y herramientas. Es hermoso ser centroamericano y sentir tuyas esas otras patrias y que te relacionen con ellas.

¿Se puede pensar en una poesía con un pasaporte fijo?

El gran poeta Derek Walcott dijo en su discurso de aceptación del Premio Nobel que en las Antillas había un espejo fragmentado de identidades, y ahí entran las otras culturas y sus lenguas. A mí me conmueve mucho escuchar y hablar lenguas indígenas tanto en mi país como en otros. En el Perú, me emociona mucho, por ejemplo, porque es más común. Cierta vez, caminando por Vía España, aquí en Panamá, me detuve ante dos señores y los interrogué, pues hablaban el patois o guari-guari, la lengua de las islas en Bocas del Toro. Somos herederos de una gran polifonía: lenguas heredadas, lenguas mutadas, lenguas originarias. No hay pasaporte y eso se traslada a la poesía oral y escrita.

Recién se celebró el festival Centroamérica Cuenta a Panamá, como autor de Panamá, ¿qué significó esto para vos?

Ha sido una decisión muy acertada, ya que, como mencioné anteriormente, a Panamá a veces no la consideran Centroamérica por sus múltiples herencias culturales e históricas. Es refrescante contar con excelentes escritores, narradores, poetas y periodistas que vengan a dejarnos sus obras, sus testimonios y compartir con ellos, y que ellos se lleven algo de nosotros. Doy las gracias por incluirme en el homenaje del centenario de Claribel Alegría, a quien conocí y quise mucho. Vendrán de aquí nuevos encuentros, proyectos y demás. Siempre digo que los festivales son el mestizaje de la palabra. Nos queda darles la bienvenida, manifestarles nuestro agradecimiento, hacerlos sentir en casa y abrazarlos panameña y centroamericanamente.


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Es autor del libro Viaje al reino de los tristes (2010), y Los jóvenes no pueden volver a casa (2017). Su trabajo aparece en distintas revistas y antologías de Iberoamérica.