Javier Marías. Narrativa española de nuestro tiempo

1 febrero, 2007

A pesar de lo que se diga y piense en la actualidad, la novela, se encuentra en una situación particular, digamos inédita: nunca como ahora había adquirido tanto prestigio, pero, a su vez, también, padecido una carga igual de desprestigio. Es decir, existe esa suerte de polarización en su percepción, que ha hecho emitir opiniones tan contradictorias como aquella de que la novela ha muerto, pero semejante polémica resulta un fiasco, un invento para llamar la atención, las editoriales están publicando historias noveladas, ficciones, cuentos, novelas, que se están leyendo con asiduidad. Por otra parte la creación está en alza, el ámbito se puebla de textos riquísimos a la vez interesantes. Imposible dejar de reconocer, a la par, el fenómeno de la charlatanería literaria y la publicación de un sinnúmero de fárragos narrativos desprovistos de profundidad literaria, vacuos, que aluden al exitismo imperante, sostenido más en el golpe del efecto -voltee a ver a su alrededor, porque este fenómeno no es privativo exclusivamente del escritor-, en lo irrazonado, en la inexistencia de la reflexión suficiente, que en la solidez formal: alimento imprescindible de lo sustancial, andamiaje insustituible de la calidad.

Empero, quien ya se va habituando a descubrir esta calidad, encuentra más tarde que temprano el fraude, habida cuenta que transcurrido algún tiempo, este mismo –el tiempo- funciona cual tamiz que deja pasar aquellas narraciones propietarias de la extrañeza propia de las obras distintas, de esas cuyos contenidos ejercen gravitación en el espíritu, no sólo por sus variadas interpretaciones, sino también por su alertar la reflexión, ofrecer entretenimiento, riqueza de lenguaje, penetración psicológica-filosófica, estructura y argumentación macizas, y otras virtudes que las sitúan justamente en el rango de literatura.

Con Marías, acaso no asistimos a lo que pudiera considerarse, parte-aguas o innovación de las letras, aunque creo atisbar en el referente de un estilo sustentado por la prosa, que en su caso la desenvuelve con efectividad y precisión argumentativa, a modo de ubicar locaciones físicas y/o sentimentales, alterar personalidades, y ficcionalizar –si se me permite la licencia- a partir de datos y perspectivas de la realidad, cual es el caso de “Todas las almas” (Premio Ciudad de Barcelona, 1989); como también de “Mañana en la batalla piensa en mí”, (Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, 1995, Premio Fastenrath de la Real Academia ). Ambas novelas refieren situaciones de relación amorosa en espacios físicos y sociales distintos, la primera en la ciudad universitaria inglesa de Oxford y la otra en Madrid, aunque también, de algún modo, hermanada en su urdimbre con Londres –el marido de Martha, personaje femenino con que abre la novela, está ausente porque desarrolla un trabajo en la capital londinense-.

Mas en Javier Marías la prosa no sólo está al servicio de sus ficciones, el prurito del creador por atreverse a entrar en lenguajes distintos al de su origen lo lleva a traducir, destacando de entre esos trabajos: “The life and opinions of Tristram Shandy, Gentlemen” del irlandés Lawrence Sterne con la cual obtuvo el Premio Nacional de Traducción en 1979. Quizá motivado por la profundidad de la caracterización de los personajes sternianos , el humor y el sentimentalismo que éste imprime a su prosa, Marías se acoge un tanto al influjo sin disimularlo, lo cual puede observarse en el trato que le da a la gorda Muriel, de pronto ocasional aventura sexual del protagonista: el españolito becario en Oxford, y a la catedrática Clara Bayes en “Todas las almas”, asimismo a Víctor Francés, quien no logra consumar la aventura erótica con Martha Téllez, porque ésta muere prácticamente en sus brazos, en tanto transitan los prolegómenos del acto en el departamento de Martha con los cuales siembra la poderosa expectativa ante el lector en “Mañana en la batalla piensa en mí”.

Aún más, acuciado por ese deseo de conocer perfiles de personajes misteriosos y retratarlos desde el enfoque de su mirada, emprende la tarea de asomarse a la vida de algunos autores literarios, en el delicioso libro que tituló “Vidas escritas” (Edición ampliada), cuyo contenido nos transporta de inmediato a algún episodio importante de las biografías de los escritores geniales que Javier escogió para contarnos ya las excentricidades, algunas conductas sui géneris, o acaso, manías y obsesiones ocultas de ellos.

“Vidas escritas” (Ed. Alfaguara) anuncia en la portada el rótulo de “Edición ampliada”, lo cual se debe, nos explica Javier, al agregado de la sección nueva titulada “Mujeres fugitivas” escrita con posterioridad a la primera edición de “Vidas escritas” en 1992, además de retocar un par de vidas, y cambiar la elección de fotografías, que entonces fueron escogidas por Jacobo FitzJames Stuart y ahora seleccionadas por el propio Marías.

Me es pertinente señalar aquí un detalle que me parece alusivo al homenaje a sus maestros. Menester de cualquier autor, asumido beneficiario de otras creaciones, es reconocer de algún modo el influjo, el agón, la competencia de aquellos que lo antecedieron en la escritura y que se han conformado como su cuadro de referencias y admiraciones, en el caso de Javier Marías, creo, atiende esta situación de modo elegante y creativo: avista aquel volumen de biografías cortas del italiano Giorgio Vasari: “Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos” –que lo mantiene permanente y vivo, mucho más que sus pinturas, porque siempre está presente en la memoria de todos los enamorados del arte, estoy hablando de un texto de fines del siglo XVI- que se hermana justamente con “Vidas escritas” por la brevedad al referir una parcela de la biografía, un vistazo de los artistas.

Asimismo, sucede con “Los raros” del nicaragüense Rubén Darío (Buenos Aires, 1893, Barcelona 1905), y claro, con el que pienso que existe mayor acercamiento: “Vidas imaginarias” (1896), joya legada por el francés Marcel Schwob, para cuya escritura, y aquí acudo a Borges, inventó un método curioso: Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos.

“Vidas escritas” se autodefine como volumen de biografías, así se constata al leerlo. De repente enfrascarse e introducirse a las cuestiones personales de los genios literarios resulta morboso, tal vez hasta excitante. Es necesario acotar que no está descrita toda la vida, tampoco es el repaso generalizado de su obra o de las peripecias particulares desde su génesis a su defunción. No, sencillamente Javier Marías investigó al detalle algún instante, acaso una protuberancia conductual, el barrunto magnificado de cierta actitud ante los demás, o tal vez sólo el atisbo de sus complejos, para desarrollar en tan mínimas cuatro o cinco cuartillas un retrato fisionómico-psicológico del escritor asaltado por la pluma y la detectivesca investigación de Javier.

La seducción de la narrativa mariana estriba en la capacidad para hacer de cada personaje un ente entrañable a nuestra percepción, de ahí que nos ponga nervioso cuando ellos están nerviosos, apacibles cuando lo necesitan y pasionales en tanto aman, se extrañan y odian; es decir, Javier logra modular la intensidad dramática en todos los momentos, de ahí que su lectura resulte apasionante. Su narrativa seduce desde el principio y como dije antes, Javier Marías sume a quien lo lea en “Mañana en la batalla piensa en mí” en un mundo de tentaciones y suspenso que no nos soltará hasta dar de tope con el desenlace.

En “Mañana en la batalla piensa en mí” Javier trama, reflexiona a partir de los hechos y circunstancias del texto, dejando al descubierto un innegable oficio y lo que es más rescatable: trascendencia en lo que dice. Desde que la historia inicia, marca su territorio y el lector ya adentro será presa de la intriga. Imagínense a un tipo -un tío, como dicen los españoles- dedicado a producir textos para otros escritores: negro, escritor fantasma, suplantador u otro nombre que se le ocurra, divorciado de Celia -cuya liviandad para andar con otros es notoria-, después de haber cenado con una mujer recientemente conocida por él y que también es casada, madre de un niño de dos años, se preparan para pasar una velada erótica en el departamento de ella. El vino y la cena sucede sin contratiempos y ya cuando Marta, que así se llama, ha acostado a su hijo y se dispone a amar a Víctor, fallece, dejando a éste en la más aterradora e inédita soledad momentánea. Víctor comienza a preguntarse qué hacer y como conducirse ante semejante situación: Marta ya cadáver en la cama desnuda a medias. La llamada telefónica de un tipo que parece también tenía relaciones con Marta, un marido ausente cuyo trabajo lo ha enviado a Londres, el niño durmiendo en la otra recámara y la agobiante carga de terror ante lo desconocido que está por venir, orillan a Víctor a actuar de manera tal que nos va llevando por los ocultamientos a que nosotros los hombres estamos acostumbrados, a las intenciones de nuestros hechos y a la actuación de la que somos sujetos en cuanto nos vemos enfrascados en circunstancias inéditas, en fin a todas aquellas pequeñas cosas que nos atañen a todos.

La maldición y el reproche resuenan constantemente en la mente de Víctor después de la muerte de Marta, ahí está calcinante en forma de cita, a la vez, premisa toral y título de la novela: “Mañana en la batalla piensa en mí, cuando fui mortal, y caiga herrumbrosa tu lanza. Pese yo mañana sobre tu alma, sea yo plomo en el interior de tu pecho y acaben tus días en sangrienta batalla. Mañana en la batalla piensa en mí, desespera y muere”.

La fascinación de Javier por los personajes se deja traslucir sin velos, tanto en “Todas las almas” como en “Mañana en la batalla piensa en mí” y en “Vidas escritas”, en donde por cierto, no es ocioso decirlo, los autores elegidos también semejan a protagonistas de sus novelas: se aglutinan alrededor de las acciones, son seres que se mueven al son de las palabras de Javier pero paralelamente adquieren fisonomías individuales con sus interiores ya complejos o simples.

Es así como encontramos a William Faulkner taciturno, adorador del silencio; a un Oscar Wilde seductor en cuanto comenzaba a hablar, después de haberlo percibido repelente al primer golpe. A Yukio Mishima, el japonés majadero, preclaro exhibicionista, obsesionado por el pavor a ser envenenado, a tal medida que cuando iba al restaurante sólo pedía platos poco aptos para la ponzoña y luego se lavaba los dientes frenéticamente con sifón o soda, todo lo anterior, sin incluir la fascinación erótica por los viriles cuerpos torturados, aduciendo que eso era un acto de belleza plena. A un Thomas Mann, anticuado, nadie como él para explotar la asociación entre enfermedad y lo artístico, porque -cuenta Marías-, Mann se comprendía como un enfermo del estómago y quizá llegó a gozar de esa psicopatía, pues escribió en sus diarios una serie de padecimientos estomacales entre los que se contaban los del estreñimiento, dificultades para tragar la comida, propensión a la diarrea y otros, finalmente, el estómago y el sexo aparecen unidos como temas afines a su sentir, lo malo de Thomas Mann, agrega Javier es que creía no tomarse en serio, cuando si algo salta a la vista, tanto en sus ensayos como en sus cartas, como en sus diarios, es que se hallaba plenamente convencido de su inmortalidad.

Y los personajes continúan imperiales dentro de la obra mariana, sin deterioro de la historias, mas bien enriqueciéndolas, como puede verse en «Todas las almas», donde una tribu bastante conservadora se dedica a comer gente, subsanar ocios encarecidamente aburridos e investigar la privacidad de sus miembros en un afán sumamente notorio de alzarse con el conocimiento del chisme como un estandarte que representa la victoria de quien lo consiguió. Expone además el escenario del engaño conyugal dentro de un círculo de personas que se mueven más allá de una supuesta vulgaridad. La novela, no cabe ninguna duda, está escrita con toda la corrección posible, ya que alguna parte de su valor se basa precisamente en lo prosaico del error.

Como ya lo hemos dejado asomar a lo largo de este comentario, uno de los grandes valores en la narrativa de Javier Marías se halla justamente en su prosa, que auspicia, obvio, el tono para abordar la manufactura de sus textos y la caracterización de sus protagonistas.

La prosa como una forma de expresar con mayor detalle los dobleces y estiramientos de estilo.

La prosa como vehículo para llegar al conocimiento de las puerilidades que se conforman alrededor nuestro y de cualquier familia en cualquier parte del mundo.

La prosa en “Todas las almas” fría flemática, construyendo la atmósfera del espacio físico que habita. Prolija, a veces abusando del empleo del fárrago, regodeándose en exceso con la extensión desmesurada de algunas cosas que aparentemente no tienen importancia, apostando por el torrente de palabras para dilucidar con ellas los asuntos que plantea,

La prosa en “Mañana en la batalla piensa en mí”: torrente cálido, exaltación de la expectativa, intriga en la historia.

La prosa en “Vidas escritas”, insidiosa, develadora, acaso cáustica, antisolemne, ágil, sencilla.

Se agradece siempre ese tipo de escritura que se aleje de la seriedad impostada, de la grandilocuencia, del acartonamiento, por ello cuando un escritor logra conjuntar, espíritu, intención, eficiencia y agilidad, digamos, domina completamente el oficio, tal es el caso de Javier Marías:

«Nadie piensa en otra cosa que en mujeres y hombres, la totalidad del día es un trámite para detenerse en un momento dado y dedicarse a pensar en ellos …Todo lo que se hace, todo lo que se piensa, todo lo demás que se piensa y maquina es un medio para pensar en ellos. Hasta las guerras se libran para poder volver a pensar, para renovar ese pensamiento fijo en nuestros hombres y en nuestras mujeres, en los que ya han sido nuestros o lo podrían ser, en los que ya conocemos y en los que nunca conoceremos, en los que fueron jóvenes y en los que lo serán, en los que han estado ya en nuestra camas y en los que nunca pasarán por ellas».

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Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).