José Luis Peixoto: “La poesía me pareció siempre un horizonte de toda escritura”

5 agosto, 2024

Todo escritor reconocido convive con una pregunta cristalizada, infaltable. Una que, por más que pasen los años, se repite como un estribillo en todas las entrevistas que brinda. Para José Luís Peixoto (Galveias, 1974) es aquella sobre su relación con el Premio Nobel de Literatura José Saramago. La pregunta, aunque no es original, es pertinente. Primero, porque desde que Saramago lo bautizó como “una de las revelaciones más sorprendes de la literatura portuguesa” y “el continuador de los grandes escritores”, Peixoto no ha hecho más que confirmar que el autor de Ensayo sobre la ceguera no solo pensaba, hablaba y escribía como un sabio, sino que también apostaba como un sabio. Veintitrés años después de aquel vaticinio José Luís Peixoto no solo se ha convertido en una figura obligada de la literatura portuguesa, sino también de la literatura europea; ha escrito cuentos, teatro, novelas y poesía, ha escrito hasta letras musicales para bandas de Heavy Metal, como  Moonspell, o para el género folclórico más conocido de Portugal, el Fado. Su prosa lírica ya se lee y deja sin aliento en más de una veintena de idiomas. Y cada nueva publicación suya se convierte no solo en un acontecimiento literario, sino en un acontecimiento mediático. Como es el caso con sus dos últimas novelas, Comida de domingo y Autobiografía, en las que Peixoto noveló las vidas de dos íconos de la cultura portuguesa. Por un lado, en Comida de domingo, noveló la memoria de Rui Nabeiro, magnate portugués reconocido por fundar y regentar un imperio del café. Y en Autobiografía, Peixoto —cuya constante es la calidad, pero no las formas ni los fondos— redobló las apuestas, la suya, la de su propia literatura, y la del Nobel que apostó por él, escribiendo una obra refractiva, un juego de espejos, donde su vida y la de Saramago se funden para darnos la vida de uno a través del otro, del otro a través de uno, o la de los dos al mismo tiempo. También su última obra supo darnos una segunda y perfecta excusa para volver a hacerle la pregunta que, entonces, Saramago ya había hecho obligatoria desde la realidad, y que, ahora, Peixoto ha vuelto obligatoria también desde la literatura.

Te pido disculpas, pero me siento obligado. ¿Cómo fue conocer a Saramago y recibir su aprobación desde tu primera novela?

Es un tema que me gusta incluso bastante hablar porque ha tenido un impacto enorme en mi vida, pero también porque José Saramago es un autor que significa mucho en Portugal. El encuentro que tuve con él en 2001 para mí fue increíble. Yo tenía veintisiete años, se otorgó el Premio José Saramago a Nadie nos mira, que era mi primera novela, y fue algo completamente fuera de lo común (es un premio que abarca todos los países de habla portuguesa) que se le diera a alguien tan joven. Saramago había ganado el Nobel tres años antes, y, así mismo, me prestó mucha atención y se involucró mucho en acompañarme de algún modo. La primera vez que estuve en Argentina, en 2003, estuve con él. Fue una locura. Nunca he vuelto a ver una recepción así a un escritor, una cosa impactante, recuerdo a la gente peleando para entrar. Ese aspecto, su acompañamiento, ha sido importante para mí no solo por tener ese ejemplo de ver lo que puede ser un escritor, sino la manera en que él mismo se plantea en la sociedad, cómo comunica, cómo elige sus temas, cómo elige el punto de partida para escribir; y, al mismo tiempo, el nombre de ese premio hizo que yo pudiera empezar a ser escritor profesional. Las cosas comenzaron de una manera rápida en un mundo, el de los libros, que no es tan rápido. Después he tenido oportunidad de seguir encontrándolo y hablándole hasta su muerte en 2010. En 2018 he tenido la idea de escribir una novela que lleva un título irónico, se llama Autobiografía, porque no es una autobiografía sino una novela y tiene a José Saramago como personaje principal. Y eso es un aspecto que ahora mismo me gusta mucho trabajar: incluir personas reales como personajes en ambientes que son ficcionales.

Se necesita valor para agarrar a alguien de la talla de José Saramago y ponerlo de personaje. ¿Qué más se necesita?

Eso es un poco arriesgado. Cuando uno está escribiendo siempre están esas voces que te habitan: las voces de las dudas y del miedo, de pensar cómo van a leer esto. Uno tiene que manejar esas voces. Pero cuando se elige escribir un texto ficcional en el cual está presente de una manera tan clara una persona conocida, como José Saramago, hay muchas expectativas ahí que hay que tener en consideración y que son difíciles de tener presentes mientras uno escribe. Pero ¿qué sería escribir sin desafíos? Muchas veces escribir es eso: ponerse en medio de un problema, y salir de ahí con vida.

¿Cómo es Galveias, el pueblo en el que naciste y de donde has escrito?

Es un aspecto muy fuerte de mi identidad. Es un pequeño pueblo del interior, un lugar que tiene más o menos mil personas. Muchas veces cuando digo esto en ciudades grandes la gente se queda con la idea de que mil personas son pocas. Pero no. Son muchas. Y, además, si las conoces todas, son realmente muchas. Y ahí (en Galveias) es inevitable conocerlas a todas.

¿Por qué te planteaste mudarte a Lisboa?

Yo ya tenía esa ambición desde siempre. Uno de los aspectos del interior portugués y que es difícil para quien vive ahí es la poca perspectiva que ofrece vivir ahí. Y para un joven, como el que yo era en ese tiempo, o desgraciadamente es lo mismo para los jóvenes de hoy, salir hacia la ciudad es uno de los caminos más comunes.

Sin embargo, comenzaste a escribir y a leer en Galveias. ¿Qué habías encontrado ahí?

En Galveias los libros no eran abundantes. Pero yo he tenido la felicidad de encontrarlos en distintos locales y puntos: en mi casa, primero, con mis hermanas; pero también por las bibliotecas itinerantes, que era una biblioteca montada sobre un bus que llegaba una vez al mes y se parqueaba en la Plaza Central de Galveias y se quedaba ahí unas dos o tres horas en las que nosotros teníamos la oportunidad de tomar y llevarnos algunos libros a casa que, después, en el mes siguiente, devolvíamos. Además, el bibliotecario, que era también el motorista, era una persona a la que yo conocía. En otra ciudad, cercana a Galveias, yo lo conocía como dentista. Fue una persona muy importante con respecto a sugerirme lecturas de poesía portuguesa. Ahí conocí a Fernando Pessoa.

¿Qué impacto tuvo Pessoa en vos?

Pessoa es un autor que marca mucho. Y, en mi caso, me llevó a un intento de escritura personal, una escritura confesional, que ha sido el inicio de mi escritura.

Tus novelas hablan del amor, de la memoria y de la muerte. Tres temas que, aunque podrían ser los temas más agotados y clichés de la literatura, en tus novelas adquieren un brío que los vuelve, otra vez y como siempre, interesantes. ¿Cómo lo lográs?

Son temas difíciles por la gran tradición que existe en la literatura sobre estos temas. Pero también me parece que estamos lejos de que se termine de escribir sobre ellos, porque las respuestas que logramos alcanzar sobre estos temas no son definitivas: cada persona, en su vida, intenta buscar respuestas para estos temas. Y lleva la vida, toda, intentar alcanzarlos. Pero sí puedo decir que me parece que los trataba con más facilidad hace años, durante mi juventud, puede ser que por alguna irresponsabilidad. Pero una irresponsabilidad que también es necesaria para la escritura, porque si te pones a medir todo lo que significará un texto, te quedas paralizado. Esa irresponsabilidad, ese no pensar, puede ser muy útil.

¿Qué tan crucial es la poesía en tu escritura?

La poesía, de una manera conceptual, es una síntesis de las características fundamentales de la literatura. También de la narrativa. Porque la poesía también tiene narrativa. En mi caso, por los textos que me llegaron, la poesía fue la raíz de todo. De algún modo, esa capacidad que la poesía tiene de inventar un lenguaje, de inventar un mundo, me pareció siempre un horizonte de toda escritura. Y aunque veo que a lo largo de estos años que vengo publicando, que ya son más de veinte años, mi camino se está haciendo hacia un texto más de prosa, sigo teniendo mucha dificultad para poner fronteras entre prosa y poesía. Mismo con la música; que muchas veces, por pereza, la ponemos en un puesto para imaginar que no sale de ahí, pero no es verdad, la música está en el texto, en las artes visuales y en múltiples dimensiones, porque la música es una estructura abstracta. Pero es una estructura abstracta que, aunque te habla de algo que muchas veces queda más allá de las palabras y de la expresión verbal, es más concreta de lo que queremos aceptar.

¿Cómo fueron los primeros trabajos que escribiste en tu vida?

Ha sido la poesía, en mi adolescencia. Yo creo que la escritura en la adolescencia es muy común porque realmente es muy útil y porque escribir, sea lo que sea, siempre es organizar, siempre es poner las cosas en una secuencia, medir las dimensiones de cada elemento, decidir cómo empezar, cómo continuar, dónde terminar, y en la adolescencia uno está lleno de dudas, de incertidumbre; uno no sabe si es un niño o si es un adulto; a veces es niño, a veces es adulto… (ríe) Y la escritura organiza eso.

¿Alguna vez hiciste algo parecido a un taller de escritura o tener alguien que te guiara para escribir?

Los talleres de escritura no existían en Portugal en ese tiempo que comencé. Pero también escribir fue un acto fuera de mi realidad. Durante algunos años toda la gente a mi alrededor ignoraba que yo escribía. Solo mi hermana mayor tenía una visión de lo que yo hacía, porque era profesora y una gran lectora, una lectora que me daba mucha confianza. Ella ha sido muy importante en mi formación. Pero también tengo que decir que en los años noventa, noventa y dos, descubrí algo más que cambió mi relación con la escritura: un periódico. Un periódico nacional que tenía un suplemento donde recibía y publicaba textos de jóvenes escritores. Yo empecé a enviar mis textos y se publicaron algunos. Eso ha sido, en ese tiempo, de una importancia extrema; porque comencé a escribir con esa motivación; también porque, cuando no publicaban, te escribían al costado del texto algunas líneas el por qué no lo publicaban, y eso era muy útil.

Hablando de estos suplementos y revistas, ¿te parece que el periodismo juega un papel para la literatura?

Sí, porque además en ese suplemento, las personas que ahí publicaban se leían las unas a las otras y era más o menos de la misma edad, y hoy en día muchas de esas personas son escritores reconocidos en Portugal. Ese suplemento ha tenido una importancia enorme.

¿Qué opinás de publicar en papel versus publicar en digital?

Hoy mismo me parece relevante publicar en papel para quien está en esas edades o para los jóvenes que están empezando a escribir. Ese reconocimiento de tener el texto publicado en papel y de que circule físicamente me parece muy importante. Hoy tenemos muchas oportunidades de tornar los textos públicos, de hacerlos llegar a gente que los lee, pero ¿cómo los lee? ¿qué tiempo regala realmente? ¿qué atención? Con el papel, de algún modo, esa materialidad hace que el lector tenga esa atención y lea de otra manera. A mí ese incentivo de ver mis textos en papel me hizo seguir con la escritura. Un aspecto importantísimo para quien escribe es sentirse validado; es sentir que lo que hace tiene valor. Lo normal es dudar de nuestra escritura, porque la escritura en cierto aspecto es algo que se hace entre dos personas; necesitamos de esa otra persona para validar eso que hacemos: quien escribe necesita de quien lee, tanto como quien lee necesita de quien escribe; por eso, porque esto sucede entre esos dos polos, casi siempre esa duda es permanente. Y el papel es algo que da ese valor, que confirma y aleja esa duda. Por eso para mí fue fundamental el papel; sin ver esos textos publicados que buscaba por las mañanas a ver si había logrado salir publicado, no sé, no sé si habría llegado a publicar libros y novelas.

Esos textos del suplemento, ¿alguien más los leía, alguien más a tu alrededor?

Una vez publiqué un poema en ese periódico, que era un periódico nacional, y recuerdo que en el colegio una profesora llevó el periódico al aula y leyó mi poema como parte de la clase. Sí, leyó uno no de mis poemas para toda la clase, pero sin saber ni ella ni mis compañeros que era mío. Fue un momento que ha sido bueno que ella lo hiciera, porque es importante también que uno se presente. Muchas veces comparo escribir con esas personas que levantan la mano para decir alguna cosa en medio de la multitud. Hay que tener esa confianza. Es parte de la naturaleza de la escritura. Cuando publicas algo estás diciendo implícitamente a las personas “miren, yo creo que vale la pena que presten atención a esto” y para que hagas esa afirmación tienes que tener alguna convicción en lo que pusiste ahí. No puedes ponerte por detrás de lo que escribiste; es tu responsabilidad. Primero porque lo escribiste, pero segundo porque diste lo que era necesario para que hiciera público y saliera en un periódico o en internet, o donde sea, y por eso uno solo puede hacer ese gesto si tiene confianza en lo que está diciendo. Porque si no solo estás robando el tiempo de las personas. Y eso ya no es justificable.

¿Qué es lo principal que se necesita cuando sos un escritor joven?

Calma. Eso es lo que yo le aconsejo a los escritores jóvenes: calma. Eso es lo principal. Escribe, escribe, escribe, porque la certeza vendrá.

¿Y qué aspectos te parecen todavía vedados para el joven escritor?

El aspecto un poco triste es el acceso al mundo editorial. Para mucha gente es un gran misterio porque es un mundo un poco oscuro o que no está muy claro. Además de que es muy fácil de que des un paso en falso, de que publiques algo de lo que luego te arrepientas o que salga algo en una editorial que no hace un buen trabajo y que contamina todo lo que vendrá. El mundo editorial es como un campo minado.

¿Cómo es lo que estás escribiendo ahora?

La novela que estoy escribiendo ahora tiene que ver con escribir andando por lugares del mundo, con estar en un lugar pensando en otro, que es algo que tiene mucho que ver con la contemporaneidad: ese desplazamiento.

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Tegucigalpa, Honduras, 1995
Escritor y periodista. Lanzó su primer libro de poemas, El mar no deja olvidar, en 2013. Sus cuentos y notas se han publicado en distintos países de Iberoamérica. En 2020 un jurado integrado por Sergio Ramírez, Socorro Venegas y Juan Casamayor le otorgó el VIII Premio Centroamericano Carátula de Cuento y una residencia de escritor en la Universidad Autónoma de Nuevo León, México. Su Twitter es: @lezamabarcenas