La brevedad del goce. Poemario de Rafael Ángel Herra (*).
1 octubre, 2012
Ruth Cubillo, Doctora en Literatura, académica universitaria, penetra con su mirada y sensibilidad sobre el poemario La brevedad del goce, del escritor costarricense Rafael Angel Herra, y le comparte a los lectores de caratula este texto rico en expresividad. Atendiendo a su hermenéutica expresa que “el mayor de los deleites de los mortales (la gracia humana y no divina) lo produce el cuerpo, el cuerpo que gime de placer”. Ruth entrevé y comenta tres vertientes esenciales en su recorrido por las páginas de La brevedad del goce: el disfrute del cuerpo, el tiempo – todo pasa a través del tiempo- y el discurso religioso, en un fino e inteligente ejercicio sobre un libro con virtudes que por sí sólo manifiesta la vertiente epicúrea del placer carnal.
“Vivimos bajo el dominio del cuerpo. En medio
Vicente Quirarte
de la tempestad que provocan sus demandas,
el espíritu es un barco de vela tan frágil
como el que bota un niño a la fuente del parque.”
Tanto en las diversas manifestaciones artísticas como en la vida cotidiana, el cuerpo es el lugar donde ocurren los placeres y los dolores del sujeto, así como el lugar del cual surgen todas las posibilidades de expresión. El cuerpo, que es el soporte del discurso del sujeto, afecta lo que lo rodea y a la vez es afectado por ello. “Pero esta condición corporal de la construcción de objetos mediadores de sentido no es propiedad de una categoría particular de seres humanos; no podemos afirmar que por no ser artista, por una decisión de estilo de vida, de disfrute de la sexualidad o de pensamiento político, una persona no esté sujeta a esta doble vertiente biológica y simbólica de su corporeidad. Sábanas y chocolate: cuerpo, placer y palabra. José Horacio Rosales Cueva, en: Letralia. Año XII, Nº 185, 21 de abril de 2008, Cagua, Venezuela.
Si hay algo que compartimos los seres humanos es una corporeidad similar, es decir, nuestros cuerpos están construidos de una manera semejante, poseen una arquitectura similar los unos con los otros y además nuestras respectivas culturas nos enseñan la forma en que debemos usar y valorar este cuerpo, así como nos enseñan a valorar lo que sentimos y lo que experimentamos. Si no compartiéramos esta corporeidad sería muy difícil para nosotros establecer y construir las relaciones intersubjetivas, pues necesitamos suponer que mis sufrimientos y mis placeres son parecidos a los de los otros (los que odio y los que quiero). Ahora bien, las palabras aproximan íntimamente mi cuerpo al cuerpo ajeno, y también el cuerpo del lector, al cuerpo de los personajes de ficción, o bien, al del yo lírico, como en este caso.
La brevedad del goce es un poemario que nos propone una clara idea: el goce (entendido como sinónimo de placer o más bien como un placer intenso), es efímero, es un instante, así como la vida también es efímera; por eso hay que aprovechar cada momento. Nos encontramos ante un yo lírico que reflexiona ante su amada (tú lírico) y a causa de ella, con un discurso amoroso, placentero y gozoso, que no llega a ser erótico, pero que sí legitima el amor carnal como una de las principales fuentes de disfrute en la vida de los seres humanos.
A lo largo de todo el libro podemos percibir el diálogo del yo lírico con otros discursos, especialmente el filosófico, pues alude de manera explícita al carpe diem horaciano , así como implícitamente a la propuesta hedonista y al tema de la fugacidad del tiempo desarrollado por Séneca en De brevitate vitae. Surge aquí una pregunta importante: ¿Cuándo, en qué momento de nuestra existencia, nos detenemos a pensar en la brevedad de la vida, en la brevedad de todos los goces que podemos procurarnos y que nos depara nuestro cuerpo? Sin duda cuando ya hemos dejado atrás la juventud. Por eso no es casual que en el poema 86 el yo lírico aconseje así: “Lee solo buenos textos (…) serán pan contra el hambre cuando el cuerpo ya no dé y materia combustible en el alma mientras no pases la página.”
Para este yo lírico todo es cuestión de tiempo. En la existencia de los seres humanos todo está marcado por el tiempo y todo pasa a través del tiempo. Este carácter efímero de la vida se plasma en la noción del instante: “Quisiera enseñarte a conocer lo efímero. Vive el ya, el ahora, cuenta los segundos, las fracciones (…) Si quisieras recorrer lo efímero, déjame enseñarte los espacios y los tiempos sin relato donde habitan los placeres”. (Poema 5); “Adoro el vicio, el sueño ingrávido sobre la piel, el roce de los labios, el infame vicio del instante” (Poema 32). Asimismo, lo efímero se expresa mediante ciclos vitales que casi siempre pasan por la lógica binaria, principio fundante de la metafísica occidental; por eso el yo lírico insiste en las dualidades: día/noche; luz/ sombra; lo eterno/ lo efímero; lo celestial/ lo terrenal; cuerpo/ alma; placer/ dolor; vigilia/ sueño; vida/ muerte: “Qué vicio el de las sombras: necesitan luz para vivir.” (Poema 62); “Me dices que no es de noche, pero se acaba el día y hace frío” (Poema 70).
Pero La brevedad del goce también alude persistentemente al discurso religioso (en particular al texto bíblico) para deconstruirlo, para desestabilizarlo, para decir herejías. La II y la V partes son claras muestras de ello. En el poema 45 se aborda el tema del pecado original cometido por Adán y Eva en el jardín del Edén a instancias de Satanás convertido en serpiente, pero se niega la idea de que dicho pecado sea la perdición de los seres humanos, pues de no haber sido por él no conoceríamos el deseo ni el placer: “Hay un jardín por ahí, lleno de frutos. ¿Sabías que entre las flores atisban bichos maliciosos? Escucha, escúchame: las serpientes predicen la felicidad (…) Y hoy te digo: recoge la cosecha, pues ya vuela el día con sus pétalos de amanecer entre deseos, los que inventó aquel Dios que peca en mi jardín”.
En el poema 52 se plantea que Dios, al ser espíritu, sufre porque no tiene cuerpo para gozar el placer carnal: “Pero cuidado: duros son los celos de Dios cuando nos mira. No hay que fiarse: solo las caricias lo refrenan: pero no podrá saciarlas en su cuerpo ausente. Míralo sufrir y escóndete.” El poema 54 refuerza la idea de que el mayor deleite de los mortales (la gracia humana y no divina), aquellos no dioses, aquellos que ignoramos la eternidad, lo produce el cuerpo, el cuerpo que gime de placer.
El poema 114, único que conforma la V parte del poemario, titulada “Ruega por los gozos”, alude claramente a las letanías que forman parte del santo rosario de la Iglesia Católica, no sólo por su estructura anafórica, repetitiva del “ruega por”, sino también porque se invoca a la amada, que en este caso no es virgen, sino mujer amante, mujer pecadora, mujer de carne y hueso. Podríamos decir que en este poema, uno de los más extensos de todo el poemario -como buena letanía- se sacralizan los pecados carnales o se les libera de la sombra de lo pecaminoso: “Ruega, sigue rogando por el triunfo del pecado bello que inventó la carne. Ruega para bendecir la vil caricia (…) Ruega por nosotros. Ruega por los gozos.”
Al sacralizar estos pecados carnales, que la tradición judeo-cristiana se esfuerza en asociar con lo negativo, lo punible, lo censurable, lo sucio, el poemario exime de toda culpa a los amantes que gozan de sus cuerpos por el puro placer de hacerlo. Eximir de culpa es algo que no podemos tomar a la ligera, sobre todo si somos conscientes de que en nuestras sociedades cristianas occidentales los individuos somos manipulados y obligados a comportarnos de cierto modo, gracias a la culpa, es decir, muchas veces hacemos o dejamos de hacer porque nos da terror sentirnos culpables, ante nosotros mismos y ante los otros.
Ahora bien, ¿de qué goce nos habla este yo lírico? A esta alturas ya tenemos claro que nos habla fundamentalmente del goce asociado al disfrute del cuerpo del amado/a, pero también del propio cuerpo, es decir, de un goce carnal; por eso, en la introducción de la segunda parte del poemario, Herejías del deseo, nos dice: “Si Dios existiera, sería de carne para gozarse”.
El disfrute de este goce muchas veces implica, desde la perspectiva de nuestro yo lírico, la ausencia de palabras, es decir, el silencio de los amantes: “Será una tarde de silencios y tibia piel, un día sin voces que perturben el secreto o el gozo” (Poema 13); “Dices todas las palabras cuando callas” (Poema 22); “No quiero decir palabras carnales: hoy decidí acallar los gritos y liberé a la bestia que campeaba en los territorios del deseo” (Poema 68). En el instante del goce el cuerpo se expresa con su propio lenguaje y los buenos amantes aprenden a escucharlo: “Anoche desnudé palabras, rocé los labios sobre consonantes y conjugué vocales con gemidos (…) No calles, cuerpo de palabras, dame señales misteriosas, nombres, adjetivos; a cambio te daré otro verbo y la sintaxis del deseo.” (Poema 59)
Una última idea que me interesa rescatar del poemario: el yo lírico llega a sentir ira ante la constatación de esta brevedad del goce y de la vida, pues, como mortal que es, siente gran impotencia ante el paso inexorable del tiempo, que no nos toma en cuenta al transcurrir: “¿Escuchaste la lluvia? La lluvia apaga los ruidos. Ah, si fuera tan fácil vencer la finitud y apagar los ruidos de la calle con un poco de lluvia.” (Poema 91); “Si pudiera dirigir mis sueños, ya sé hacia dónde irían, gozando el instante, pero llenos de ira porque solo fingen.” (Poema 97).
Me surgen entonces varias preguntas que, en mi opinión el poemario plantea, pero cuyas respuestas, por suerte, solo insinúa: ¿El disfrute de lo efímero no es más que un consuelo para los mortales?; ¿el goce de los placeres carnales no es más que un “mientras tanto” llega la hora?; ¿no es acaso que nos amparamos en la belleza del instante para amortiguar el dolor del inevitable final, el dolor de la muerte de los otros, de nuestra propia muerte?
(*) Rafael Ángel Herra: La brevedad del goce, Editorial Costa Rica, San José, 2012.
Señalaba Horacio: “Aprovecha el momento, no lo malgastes, mientras hablamos huye receloso el tiempo.” Virgilio, en las Geórgicas, habla sobre el Tempus fugit y nos recuerda que el tiempo se escapa y vuela como las nubes, como las sombras.
Pero me refiero sobre todo a un hedonismo contemporáneo. En este sentido, la escritora Valérie Tasso, en su libro Antimanual de sexo señala que “el hedonismo es una actitud ante la vida. Es una filosofía vital que prima al instante sobre el devenir, que reivindica la valentía sobre el miedo, que respeta la materialidad y cuestiona el espíritu, que gestiona lo que sucede sin despreciarse por lo que nunca sucedió, que aprecia la lógica de la vida y cuestiona la lógica de la muerte, que busca el placer donde está, no donde se busca, que hace de su cuerpo su aliado y no su prisión, que desea sin que lo esclavice su deseo […] El hedonista ejerce el difícil arte de establecer la paz consigo mismo”.
Costa Rica.
Es Bachiller en Filología Española y Máster en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Costa Rica. Doctora en Literatura Española por la Universidad Autónoma de Barcelona, España. Profesora catedrática de la Escuela de Filología, del Posgrado en Literatura y del Posgrado en Historia de la Universidad de Costa Rica. Coordinadora del Programa de Investigaciones en Literatura Comparada de la Escuela de Lenguas Modernas de la UCR.
Ha publicado artículos especializados sobre literatura española y costarricense, y sobre teorías de género y literatura en diversas revistas tales como la Revista Káñina, la Revista de Filología y Lingüística, la Revista Reflexiones, la Revista de Historia, la Revista Iberomericana, la Revista de Historia de América y otras.
Ha publicado capítulos en diversos libros, así como dos libros en la Editorial de la Universidad de Costa Rica: Mujeres e identidades. Las escritoras del Repertorio Americano (1919-1959), en el 2001, y Mujeres ensayistas e intelectualidad de vanguardia en la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX, en 2011.
Actualmente se encuentra investigando sobre las concepciones de pobreza y exclusión social en la literatura costarricense de 1890 en adelante.