La elección presidencial más grande de la historia

1 octubre, 2024

En San Francisco y Los Ángeles, aparecieron como de la nada los dos verdaderos candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, nada menos que Jesucristo y Satanás, y desde las playas de California comenzaron su travesía de América en dirección a Washington. En tren, en autobús, a caballo o a pie, subiendo montañas y atravesando desiertos y praderas, en cada pueblo por el que pasaban la gente se reunía para escuchar sus discursos.

La emoción de ver por fin enfrentarse el Bien y el Mal era enorme, la multitud vitoreaba a Jesús, vestido de una túnica sencilla, y lanzaba insultos a Satanás, de pelo corto, barba cuidada, ataviado en chaqueta, corbata y chaleco como un abogado, pero con llamativos anillos en los dedos y dientes de oro estilo rapero. Nadie dudaba de que Jesús derrotaría a su adversario, era imposible pensar lo contrario, y los medios de comunicación seguían la caravana electoral sólo por deber y para mofarse ocasionalmente de los obstinados partidarios de Satanás, reducidos a unos pocos miles de entusiastas del heavy metal y algún que otro contreras cuyo satanismo era más ridículo que peligroso.

Sin embargo, con el pasar de las semanas, el humor de la multitud empezó a cambiar. Jesús era un orador deslumbrante, y qué dulce su voz, pero para ser sincero, su agenda política no se veía tan emocionante. Estaba contra los ricos, y eso estaba bien, todos los que no son ricos están contra los ricos, pero cuando decía que había que darle al Estado lo que era del Estado, ¿quería acaso decir que subiría los impuestos? Además, toda esa insistencia en alimentar a los hambrientos y dar agua a los sedientos se volvía aburrida al cabo de un rato. Es cierto que era generoso con los milagros y multiplicaba los panes y los peces en cada mitin, pero ¿quién iba a comerse todo ese pescado, al fin y al cabo? ¿Por qué no multiplicaba filetes, ya que estaba en eso, o era acaso un activista de los derechos animales en contra de la carne roja? La gente empezaba a decir que querían un presidente con el que poder sentarse a comer una hamburguesa y tomar una cerveza, alguien como ellos, en definitiva.

No es que Jesús fuera abstemio, eso no, siempre terminaba sus discursos con una copa de vino, pero se decía que era un vino selecto, sofisticado, y el equipo contrario se lo pasaba bien difundiendo la noticia, no se sabe hasta qué punto fundada, que no era un producto americano y que más bien se lo enviaban en secreto desde algún viñedo mediterráneo. 

Los mítines de Satanás, por otro lado, siempre eran una fiesta callejera. No multiplicaba las costillas de res, parece que ese truco no le resultaba, pero al contrario de Jesús, no pedía dinero. Por supuesto, Jesús lo pedía para dárselo a los pobres (y todo quedaba documentado, imagínense si haría trampa en uno de los puntos clave de su campaña), mientras que Satanás parecía sacarlo de sus arcas en cantidades ilimitadas. Por otro lado, sabemos que el dinero es el estiércol del diablo, pero con la ventaja de que no apesta. Así que Satanás lo distribuía entre sus votantes, ricos o pobres, en forma de cheques válidos, todos firmados por él personalmente, y que ningún banco rechazaba. Y con ese dinero uno podía incluso salir a emborracharse, él no tendría nada que objetar.

También uno se podía permitir ciertas libertades que habrían sido impensables en los mítines de Jesús. Mientras Satanás hablaba y hablaba, se cruzaban miradas entre hombres y mujeres solteros que decían, nos vemos luego en ese lugar en cuanto termine este asunto del mitin, y también Satanás dejaba en claro desde el escenario, en aquellas ocasiones en que se salía de su guion y se ponía a improvisar, que le apetecían mucho las mujeres hermosas, mientras que su contrincante nunca parecía decidirse con esa Magdalena, ni siquiera quedaba claro si realmente le gustaba, pero un presidente debe tener una Primera Dama, ¿no? A mí los que se las dan de ascéticos no me convencen, decía Satanás, en mi opinión tienen algo que ocultar, no serían capaces de actuar con una mujer al momento oportuno, quién sabe, tal vez tengan otras preferencias, y la gente se moría de risa y pensaba tiene toda la razón, queremos un presidente con cojones.

Bueno, en cambio Jesús no se reía nunca, y esto era un problema. No era buena compañía, no sabía entretener y de hecho entristecía a quienes lo seguían. Siempre iba diciendo que había que acoger a los extranjeros, que él también era extranjero, que todos éramos extranjeros en esta tierra, unos discursos para morirse de depresión, y al fin y al cabo, ¿qué iba insinuando en realidad? ¿Que necesitábamos abrir las fronteras y dejar entrar a quien quisiera? Los policías en la frontera con México ya tenían miedo de perder sus empleos.

En el primer debate televisivo, cuando el moderador le había preguntado cuál era su programa de gobierno, Jesús había respondido seráficamente: “Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os odian”. Y ese había sido el momento en que Satanás realmente lo había atrapado. Se había vuelto hacia él y le había preguntado a quemarropa: “¿Y por qué?”. Jesús había vacilado por nada más que un instante, pero Satanás no se había dejado escapar la oportunidad: “¿Cómo puede ser, entonces, que a mí tú y tu padre no me aman, ya que todo el mundo sabe adónde me echasteis, por una sola infracción, sin siquiera un jurado o un proceso de apelación?”

Los doscientos millones de personas que seguían el debate por televisión quedaron de una pieza. Se trataba de un verdadero game changer, ahora realmente todo iba a cambiar. Mientras tanto, Satanás había tomado el control del timón y no lo iba a soltar más. Afirmó enérgicamente que la idea de amar a los enemigos era la cosa más estresante que se pudiera imaginar, que nadie en el mundo sería capaz de seguir semejante mandamiento, que era absolutamente contra natura e incluso antiestadounidense.

Él en cambio a sus enemigos los odiaba absolutamente, ya que si eran sus enemigos significaba que eran enemigos de Estados Unidos. ¿Acaso Jesús tenía pensado quitarles las armas a los ciudadanos estadounidenses para obligarlos a amar a sus enemigos? ¿Era este tal vez su plan secreto? Pues no, antes de lograr ese objetivo tendría que pasar sobre su cadáver, el de Satanás, que había sido derrotado en una campaña electoral anterior, sí, pero ahora era el comeback kid, el que regresa cuando menos se lo espera, y no iba a dejar que lo pisotearan otra vez porque él un mensaje lo tenía, y muy clarito: haz a los demás lo que los demás quieren hacerte a ti, pero hazlo a ellos primero.

¿Y Jesús, cómo reaccionó? Nadie lo creería. Abandonó el podio, se acercó a Satán, lo besó delicadamente en la boca, rozando apenas sus labios, y se alejó en silencio, dejando el debate a medio terminar. Al día siguiente todos los comentaristas se encontraron de acuerdo en que Jesús había desperdiciado sus posibilidades y ya estaba perdido, e inmediatamente después las encuestas les dieron la razón. Los evangélicos estaban entusiasmados, Satanás era un verdadero Christian, representaba plenamente los valores cristianos. Hubo ilustres deserciones en el bando de Jesús. El director de su campaña, perseguido por los periodistas, hasta llegó a negar tres veces haberlo conocido. Y ni siquiera había ninguna necesidad de negarlo, Jesús se había retirado, eludía los medios, alguien afirmó que lo había visto ejerciendo como trabajador social en el South Side de Chicago. En noviembre Satán fue elegido con un porcentaje altísimo, nunca se había visto un plebiscito así, había logrado una hazaña imposible, había unido a América. Prometió paz y un reinado de mil años, al final del cual habría alguna escaramuza con las legiones celestiales, de acuerdo a las profecías, pero por el momento no había nada de qué preocuparse, los americanos podían estar seguros, el orden reinaba y seguiría reinando.

Traducido por Giorgio Mobili,
California State University, Fresno, CA

Comparte en:

Lodi, Italia, 1954.
Es un poeta, novelista, periodista, traductor y académico. Ha publicado diez libros de poesía (el más reciente es Il tempo dei morti, 2022), cuatro novelas (la más reciente es Lo studente di medicina, 2021), y ensayos personales (Sapere, 2022). Carrera tiene un título en Filosofía de la Universidad de Milán, Italia, y un doctorado en Música, Medios y Humanidades de la Universidad de Huddersfield, Reino Unido. Ha escrito sobre literatura italiana y comparada, música clásica y popular, filosofía continental, arte y cine. Ha traducido al italiano seis novelas de Graham Greene y todas las canciones y prosa de Bob Dylan. Entre sus publicaciones en inglés se encuentran Fellini's Eternal Rome (Bloomsbury, 2019) y las introducciones a la edición en inglés de obras de los filósofos italianos contemporáneos Massimo Cacciari, Emanuele Severino y Carlo Sini, que también editó. Actualmente, es editor en jefe de Gradiva. International Journal of Italian Poetry y Director del Departamento de Lenguas Modernas y Clásicas en la Universidad de Houston, Texas.