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La Fugitiva, de Sergio Ramírez. Tras las huellas de Amanda Solano

1 febrero, 2013

La exégesis sobre La Fugitiva, la más recién novela de Sergio Ramírez continua. Significa que sus influjos y sorpresas han calado profundo en el espíritu lector de la época, fenómeno inusual por cuanto la imagen más allá de las letras gana terreno día a día; sin embargo, la literatura es un animal mimético que se transforma cada vez que en cualquiera de sus géneros se materializa el espíritu estético y conmovedor que la guía. Varios son los lectores que la han tratado con regusto, con sensualidad y con asombro, aquí el caso de Melquiades Villarreal Castillo, quien propone una visita por demás provocativa e interesante al interior de la aventura llamada Amanda Solano, personaje cimero de La Fugitiva.


Reconstruir los detalles de la vida de Amanda Solano es una faena complicada, una madeja que se desteje a través de una amalgama de realidad y de ficción.  Por ello, apreciado lector, te invito a compartir la primera lectura que hice sobre la novela La fugitiva del nicaragüense Sergio Ramírez (Premio Internacional de Novela Alfaguara con Margarita está linda la mar, 1998 y Premio Iberoamericano de Letras José Donoso por la obra de toda una vida, 2011).

Sergio Ramírez emplea una escala de recursos propios de la literatura clásica; así como Demódoco (Homero) se introducía en los versos de La Ilíada para obtener un trozo de pan o una copa de vino, el autor de Castigo divino se inserta en el texto como acucioso investigador que pretende encontrar la verdad sobre la vida de la escritora costarricense Amanda Solano, muchos años después de haber sido condenada al olvido en una tumba cuasi anónima, a no ser porque está identificada con el número 729.

El narrador recurre a tres mujeres nonagenarias que conocieron a Amanda –quienes hablan sobre sus recuerdos casi fantasmales sobre la escritora—, convirtiéndose en oyente atento de las tres Sherazadas, que con la complicidad del investigador entretienen y engañan al lector, Schariar incógnito, que se deja seducir por los tres relatos, coincidentes y en algunos aspectos disímiles, a través de un periplo por las trescientas diez páginas que, en alguna medida, nos rememoran Las mil y una noches, debido a las sorprendentes características de la vida de la escritora, pletóricas de sufrimientos y frustraciones, aunque con la complacencia de haber actuado de acuerdo con el genio de sus propias convicciones.

Sergio Ramírez no esconde en ningún momento su intención de ser protagonista pasivo en la obra (el que investiga, escucha y escribe la vida de Amanda Solano); sino que desde las primeras páginas compromete al lector a ser cómplice del mundo del relato, de hecho tergiversado, porque son tres versiones subjetivas acerca de una misma historia.

Esto lo logra mediante un artificio sutil cuando conmina al lector a aceptar la realidad expresa: “En esos mismos tiempos apareció mister Mainor Cooper Keith, para unos un visionario para otros un pirata, escoja usted.” (RAMÍREZ. 2011, Pp. 29).  La frase “escoja  usted” compromete al lector a aceptar la perspectiva, independientemente de la elección. A partir del momento en que el lector acata el compromiso, se torna en cómplice de una trama interesante, donde la ficción y la realidad pierden sus linderos para forjar una historia seductora, una muestra clara de buena literatura en tiempos en que el facilismo y la complacencia se constituyen en leit motiv favorito de la mayor parte de los lectores.

En la obra, pulula le denuncia sobre la realidad de todos los países en que se desarrolla la trama. De San José (Costa Rica) el narrador expone con un dejo de tristeza los negativos efectos de los cambios sociales experimentados en la época: “Ha cambiado todo, y esta ciudad me parece un infierno, no solo por la maldad, porque hasta prostitución  de niñas y niños hay, han salido reportajes horribles en el extranjero sobre el turismo sexual, personas viciosas que vienen en busca de placeres con menores; es que, además, todo el mundo anda atolondrado, y me parece que hay más gente de la que San José aguante.” (RAMÍREZ, 2011. Pág. 34) A pesar de que este pasaje denuncia la realidad josefina, Ramírez no pierde oportunidad para denunciar la realidad de Nicaragua y del hombre nicaragüense, que tiene que escapar de la tierra que lo vio nacer para realizar un éxodo incierto en busca de oportunidades, teniendo muchas veces que, a la manera de los judíos, disfrazar su identidad, su esencia, el conjunto de elementos que lo hacen diferente, para comportarse como los habitantes de las tierras extrañas que le tocan habitar, desarrollando a plenitud la máxima de San Agustín: “Cuando estés en Roma, compórtate como los romanos.” Aunque, en algunos casos la memoria histórica se pierde, se transmuta y se distorsiona en el nivel colectivo, al modo que le ocurre a uno de los personajes de Sergio Ramírez, quien, asombrada le cuenta al narrador: “Vea lo que es mi memoria, Me sirve para acordarme de esos nombres extranjeros, pero olvido los de mis nietos.” (RAMÍREZ. 2011. Pág. 40).

Amanda Solano tiene una vida muy sufrida, pero al mismo tiempo muy rica en experiencias. Personaje amado y odiado, según nos cuentan las tres mujeres que la conocieron y que, con sus relatos, nos ofrecen la oportunidad de conocerla. Las afirmaciones que se hacen de ella consolidan esta conclusión. Tenemos que Amanda Solano era una mujer incomprensible, porque desde niña se reveló contra todo convencionalismo social que fuese empleado como máscara para esconder la realidad.  Por ello, sorprende, en su adolescencia a sus propias amigas con actitudes deplorables para los que estamos imbuidos en una moral nutrida en la hipocresía y las apariencias, pero que carece de todo sustento, una moral que censura todo lo que no se atreve a hacer, pero que le gustaría hacer: “Los sátiros son seres de la mitología, peludos y con patas de chivo, no como ese viejillo que ya hasta calvo se ha quedado.  Peludo o no peludo, ¿cómo se atreve a quererte tocar los pechos?, le dije, enfadada. Pues me los tocó, dijo ella. ¿Cómo así?, le dije yo. Lo dejé que me acercara las manos, que me palpara, que me los apretara un poquito. ¿Y por qué hiciste esa locura? Respondió ella, vieras con qué felicidad me miraba con su ojo bueno mientras mantenía las manos sobre mis pechos, y me dijo que era capaz de regalarme a María Antonieta, pero el problema es que no es suya…” (RAMÍREZ. 2011. Pág. 60.) Esta acción le granjeó al personaje la crítica de las amigas, quienes guardaron silencio cómplice cuando la chica fue violada por su padrastro a los catorce años, ante la negativa permanente de la madre de aceptar aquello como cierto, inclinándose por la verdad contada por el marido frente al sufrimiento producido por el vejamen contado por la hija.

Amanda Solano tenía una virtud (entendida desde la óptica de la tercera acepción del Diccionario de la Real Academia Española: “fuerza, vigor o valor) que al mismo tiempo era su talón de Aquiles, puesto que: “Todos los hombres que se le acercaban se enamoraban irremediablemente de ella y era una tragedia constante, para ella, pobrecita.” (RAMÍREZ.  2011. Pág. 75).

Era una mujer irresistible, incluso para las mujeres, quienes no podían evitar enamorarse de ella. Con una capacidad atractiva solo comparable a la de Jean-Baptiste Grenouille, protagonista de la novela El perfume de Patrick Süskind, quien elabora un aroma con la esencia de veinticinco vírgenes inmoladas en el altar de su rencor, fragancia que lo hace irresistible para el resto del mundo a quien odia, por el hecho de que él carece de un olor propio. Amanda Solano, pareciera usar el perfume de Grenouille, aunque su realidad es muy diferente.

Si llevamos al personaje al laboratorio del análisis, nos encontramos con que vivió una vida difícil, pero elegida por ella: “Amanda era de un talento maravilloso pero no sabía manejar su vida.  Tenía ese problema, las decisiones sentimentales que tomaba no eran los correctas.” (RAMÍREZ. 2011. Pág. 109). Tal vez hubiera sido feliz, quizás hubiera gozado una vida longeva, es probable que Costa Rica la reconociera como la escritora de gran calidad que ella sabía que era…, siempre y cuando se hubiera sacrificado en el santuario de lo convencional. No obstante, se identificó con el Partido Comunista, estigma suficiente para ser discriminada, no solo por ser mujer, sino por reconocerse con una ideología tan controversial en una sociedad moldeada con un barro antagónico. Sin embargo, el hecho “de no saber manejar su vida”, debemos percibirlo desde varias aristas.  Por un lado es posible que desde el punto de vista de los que nos hubiera gustado que gozara una vida feliz, Amanda haya tomado decisiones equivocadas; pero desde otra perspectiva, es factible pensar que –dentro del cosmos de sus cuitas– haya experimentado la inefable satisfacción de haber hecho lo que le daba la gana: No ocultó su identificación con los comunistas, aunque el hecho de ser comunista fuese una mácula con inevitables y dañinas consecuencias; y, en cuanto a sus decisiones sentimentales, nadie puede negar que se permitió el lujo de elegir a cada uno de sus amantes, a diferencia de la mujer (feliz – promedio) de su época que era elegida por el hombre. En cambio, Amanda: “Defendía su derecho a ser mujer, por sobre todo, y para ella esa condición se basaba en su sexualidad, que no tenía sentido sin el complemento masculino. Y parte esencial de su derecho de mujer era elegir a los hombres. Al hombre.” (RAMÍREZ, 2011. Pág. 164). Esta situación, lógicamente le causaba problemas: recibió críticas y censuras sociales de toda índole: “Que era liviana, que se le metía a los hombres casados, que destruía matrimonios por placer, que no le importaban las edades; en fin, en lugar de amor terminaba despertando odio. Yo hubiera querido la mitad de su belleza, pero, claro está, ni la cuarta parte de sus pesares.” (RAMÍREZ, 2011. Pág. 50).

El texto nos explica con transparencia meridiana la esencia de esta situación: “¿Cómo explicar el afán de Amanda por la figuración social? Era una chiquilla que buscaba liberarse de sus redes, y al mismo tiempo disfrutaba de quedarse atrapada en ellas.” (RAMÍREZ, 2011. Pág. 170). En síntesis, dentro de sus sufrimientos, es innegable que fue una mujer realizada, hizo del mundo y en el mundo lo que ella quiso.

Su muerte fue prematura y tal vez guarde relación con el tipo de vida que llevó. La mujer peligrosa y contradictoria, pasa ahora a ser inocua: “Pero ya muerta era otra cosa. Amanda muerta se volvió inofensiva, ya no podría transgredir ninguna regla, ni incomodar a nadie con sus amoríos y con sus opiniones. Por eso, se la podía repatriar sin riesgos.  Ya no hablaría más, ya no provocaría  a nadie, ya no se verían las esposas amenazadas por aquella coqueta infame, destructora de hogares, según la pintura que hicieron de ella sus detractores.” (RAMÍREZ 2011. Pág. 152).

Sé que esta disquisición está contaminada por el exceso de citas y no me exculpo por ello.  Soy un convencido de que el oficio del crítico es promover la lectura,  ya sea como hábito tal y cual sostienen los entendidos, ya sea como vicio, tal y como recomienda Sergio Ramírez.

La obra la adquirí el 28 de agosto pasado en la Feria del Libro en Panamá y, desde entonces, se ha iniciado una lista extensa que desea que le preste el ejemplar. En quince días, once personas se han interesado en estar al tanto de la vida de una mujer y han leído el texto completo, coincidiendo con el autor en el hecho de que: “La maldición de Amanda fue su genialidad, su poder de colocarse  por encima o más allá de lo ordinario, asomarse a abismos que para otros se hallan vedados, y no resistir el clamor de las voces que la llamaban desde esos abismos.” (RAMÍREZ 2011).

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Nacido en Peña Blanca de Las Tablas (Panamá) el 24 de octubre de 1965. En la Universidad de Panamá obtiene los títulos de Licenciado en Humanidades con Especialización en Español (1991); Profesor de Segunda Enseñanza con Especialización en Español (1991); Magister en Literatura Hispanoamericana (1997). En la Universidad Interamericana de Educación a Distancia de Panamá, luego, obtiene el título de Especialista en Docencia Universitaria. En 2005, becado por la Fundación Carolina alcanza el título de Maestría en Lexicografía Hispánica en la Real Academia Española (Madrid, España). Investigador consagrado. Ha dedicado gran parte de su labor profesional a la investigación de las Literaturas Hispanoamericanas, y Panameña, temas sobre los cuales ha dictado conferencias y seminarios; además ha publicado ensayos sobre estos temas en las Revistas Maga y Lotería y en los diarios La Presa, Crítica Libre, El Panamá América, Universidad y La Estrella de Panamá. En la actualidad trabaja como Profesor de Español en el I.P.T. de Azuero en la Heroica Villa de Los Santos y en la Sede Universitaria de Los Santos. Ha servido los cursos de Poesía Panameña Neoclásica Romántica y Modernista y Poesía Panameña Vanguardista y Postvanguardista en el Postgrado de Literatura Panameña dictado por la Universidad de Panamá en la Sede de Veraguas, donde actualmente dicta el curso de Literatura de los Conquistadores en la Maestría en Literatura Hispanoamericana que dicta Nuestra Máxima Casa de Estudios en dicha Sede. En 2003, gana el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, sección ensayo, con la obra: Esperanza o Realidad: Fronteras de la Identidad Panameña. Ha publicado Cien años de literatura en Los Santos (Edición Nexo Universitario, Panamá, 2003), Esperanza o realidad: fronteras de la identidad panameña (Editorial Mariano Arosemena - INAC-, Panamá, 2003).