La historia comienza: Amos Oz y el lector interior

1 diciembre, 2009

Dos acciones, paralelas y complementarias, signan la prosa de Amos Oz: la sumersión y la subversión. Sumersión, porque el escritor jerosolimitano se sumerge con arrojo casi infantil –como si fuera inconsciente del riesgo- en las profundidades del juego creativo, y se deja llevar por las encontradas corrientes y ondulaciones del discurso literario. Subversión, porque el premio Príncipe de Asturias 2007 subvierte la linealidad de los géneros caros a su escritura –la narrativa, la novela, el ensayo- y los puebla de constantes rupturas del ritmo y el tono, que hacen las delicias de los posibles lectores, así como los tormentos de más de un estudioso de literatura.

“Érase una vez, en una playa nudista, un hombre desnudo al que vi allí sentado, gozosamente absorto en un número de Playboy” escribe Oz en la “Conclusión” de La historia comienza. Ensayos sobre literatura. Y continúa: “Como aquel hombre, es en el interior, no en el exterior, donde debe estar el buen lector cuando lee.”

Difícilmente un escritor contemporáneo tiene la capacidad, que sobradamente posee Oz, de dejar a la vista, en letra viva, el proceso literario. Amos Oz (Jerusalén, 1939) no se resigna con presentar un discurso bien acabado; el fundamento de su escritura estriba en mostrar el paso que va dándole forma y rostro al discurso creativo. El gozo radica en estar “en el interior” del proceso de escribir, de su gestación a su concepción.

La historia comienza. Ensayos sobre literatura (The story begins. Essays on Literature. Traducción de María Condor. Fondo de Cultura Económica-Editorial Siruela. México, 2007. 119 pp.) reúne diez ensayos basados en una serie de cursos y conferencias realizada entre 1994 y 1996. Estos ensayos giran en torno a un mismo tema: el análisis de las primeras páginas de diez obras, algunas tan célebres y establecidas como Un médico rural, de Kafka, otras tan aplaudidas y poco comprendidas como El otoño del patriarca, de García Márquez, unas más insuficientemente difundidas como La historia: una novela, de Elsa Morante.

La elección de las obras analizadas pareciera ser arbitraria, y en honor a la verdad es cierto. La elección es arbitraria, pero no caprichosa. Los diez comienzos son juegos de significados, escaramuzas o mascaradas –según se prefiera verlos- en las que los autores esconden las verdaderas intenciones de los relatos. Dilucidar esas “verdaderas intenciones” con el lector, es la apuesta lúdica y lúcida de Oz, porque con ironía, con regodeo creativo, el autor de Una pantera en el sótano elige diez principios que simulan una verdad vertical, pero que por el contrario nos enredan en un horizonte laberíntico.

Amos Oz intuye en este juego la aparición final de algo distinto: la de las verdades que se forman con las contradicciones interiores, en oposición a las verdades absolutas del mundo exterior. Al optimismo ideológico del triunfo del proletariado sobre el capital, se opone el violento encuentro de la judía italiana y el soldadito nazi en La historia: una novela, de Morante; a la brutalidad física del hacedor de ataúdes se opone una sensibilidad lejana, casi agónica, pero cuya luz se deja ver durante todo el relato en El violín de Rothschild, de Chéjov.  

Es esta insistencia de los escritores por hacer intimar al lector con la historia, por hacerlos cuestionar el relato leído, al punto de buscar la otra posible lectura, la que le interesa a Oz, porque es ahí donde se asientan las múltiples interpretaciones y reinterpretaciones que podemos hacer de una obra literaria digna de tal nombre. No sólo se trata de contar una mentira que pueda ser creíble, que al fin y al cabo puede resultar fácil, sino de intimar con tal mentira al punto de que pueda revelarnos una verdad, la otra verdad, la de nuestra propia intimidad, siempre singular y tantas veces inconfesada incluso para nuestro fuero interno. La mentira que saca a la luz verdades mediante los artilugios de la intencionalidad estilística y discursiva del autor.

Porque existe definitivamente una intencionalidad estilística, discursiva, moral, ideológica preestablecida en lo que un escritor redacta. Nada más errado que considerar que un autor no tiene algún tipo de intencionalidad previa al hecho de escribir. Sin embargo, la intencionalidad particular del escritor se extravía, se licua e incluso desaparece cuando entra en contacto con las intencionalidades interpretativas del lector.

Es a esta relación a la que alude La historia comienza… Amos Oz nos invita a descubrir la mentira con la que pretenden seducirnos diez escritores, y más aún, nos invita a confesar que sabemos que la seducción es una falacia, pero una que esconde verdades sobre nos y los otros, sobre lo que los otros son y lo que nosotros quisiéramos ser.

“Con aire de importancia muy respetable” describe Oz el relato “La nariz” de Gogol, y al referirse a un relato de Raymond Carver sólo puede decir “Quita eso de ahí antes de que me haga vomitar”. En ambos casos –y en todos los otros- el jerosolimitano advierte que ha descubierto la mentira, y lo festina burlón, pues también advierte que el descubrimiento no lo exentará de ser engañado más adelante.

Antes apunté que La historia comienza… está conformado por diez lecturas de las primeras páginas de igual número de textos. Son ensayos, en el más puro sentido de la palabra: experimentación, prueba. Amos Oz prueba hasta qué grado la experiencia de la lectura nos puede llevar, por sí misma, a la comprensión de la lectura, al entendimiento con la experiencia literaria. Una propuesta para aprender y aprehender literatura.

Oz prueba, experimenta, pero no divaga ni se regodea en las posibilidades de la interpretación. Antes bien, reconoce los peligros implícitos en una interpretación arbitraria, fundamentada únicamente en las emociones, en las impresiones inmediatas, pero no en la revisión interior del sentimiento y la razón, de la episteme y la doxa.

Amos Oz, novelista y cuentista, es también, y no de manera superficial, investigador literario y profesor universitario. ¿Cómo se conjugan en el escritor jerosolimitano los placeres del lector con los deberes del investigador? Cuando el lector que es recurre a las herramientas del investigador para hacer de su lectura algo sustentado y sustentable; cuando éste incurre en las libertades del placer para encontrar en su materia de estudio la verdadera pluralidad de significados y significantes.

Un hombre leía Playboy en una playa nudista, nos cuenta Oz. ¿Y por qué lo hacía? Porque los cuerpos desnudos en la playa comparten una misma noción, la de la desnudez en comunión con la naturaleza, con los otros animales humanos, sin intervención de la libido, o por cualquier otra circunstancia; en cambio, el cuerpo desnudo en la revista sólo puede y sólo quiere ser visto bajo la luz de nuestro erotismo individual. Cada vez que “la historia comienza”, sea en su forma erótica o física, sentimental o intelectual, nos exige ser lectores interiores. 

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Managua, Nicaragua, 1972.
Poeta y ensayista nicaragüense . Licenciado en lengua y literaturas hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Ha colaborado en diversas revistas culturales de su país (Cultura de Paz, Decenio, El Pez y la Serpiente), así como de México (Diturna, Alforja de Poesía, Cuadernos Americanos). Publica artículos y ensayos de crítica literaria y de cine en el periódico El Nuevo Diario, de su país, y en la revista virtual Carátula, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Ha participado en el 4º Encuentro Internacional de Poesía Pacífico-Lázaro Cárdenas (2002), en Michoacán, en el Primer Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), en el 8º Encuentro Internacional de Escritores Zamora (2004), en Michoacán, en el Libro Club de la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente (2004), como invitado especial en el Tercer Encuentro Regional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), y en el Segundo Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2005). Radica en México, D.F.