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La libertad de nuestra libertad. Discurso del poeta Luis Rocha, en el Acto de su ingreso como nuevo Miembro de Número de la Academia Nicaragüense de la Lengua

1 diciembre, 2012

“Honorable jurado, infalibles doctores: Son las doce. / Hora de saludar vuestros bigotes. / Buenos días, señores. ¿Estáis sentados hace rato? No importa. / Ése es viejo oficio de doctores. / No os levantéis, señores. / Guardad la compostura y distinguida / línea que os proporcionan vuestros cargos. / Alzad la frente sabia y entendida/ para juzgar el arte, y de corrida / pronunciad juicios agrios y amargos.”, dice Joaquín Pasos en su “Oda a los literatos de mi tierra”. Y Rubén Darío, en su “Letanía de nuestro señor Don Quijote”, escribe: “Ruega generoso, piadoso, orgulloso, / ruega casto, puro, celeste, animoso; / por nos intercede, suplica por nos, / pues casi ya estamos sin savia, sin brote, / sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote, / sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios. /… / De tantas tristezas, de dolores tantos, /  de los superhombres de Nietzsche, de cantos / áfonos, recetas que firma un doctor,  / de las epidemias de horribles blasfemias / de las Academias, / líbranos, señor”.


Así, como Rubén y Joaquín veían a las Academias y a los literatos, veía yo la Academia en mi adolescencia hasta que conocí, y me convertí en discípulo de Pablo Antonio Cuadra –cuyo centenario de nacimiento, un 4 de noviembre de 1912, continuamos celebrando hoy- y  quien con su esbelta figura de hidalgo cacique, siempre llevó intrínsecas tolerancia y generosidad. Fue un padre para nuestra literatura y para muchos de nosotros; vanguardista; atesorador y propagador del pensamiento vivo de Rubén Darío.

Precisamente en su discurso de incorporación a la Academia Nicaragüense de la Lengua, el 26 de julio de 1945, titulado Introducción al Pensamiento Vivo de Rubén Darío, refiriéndose a las iniciales contradicciones “académicas” entre don Enrique Guzmán y Rubén Darío, Pablo Antonio Cuadra desde entonces, premonitoriamente, me estaba induciendo a ser académico, conciliando tradición con liberación: “Es decir, don Enrique y Rubén- escribe Pablo Antonio– vienen a formar, a través del tiempo, una sola unidad en la vida gloriosa del castellano. Don Enrique es el pasado que se defiende para no sucumbir. Rubén es el futuro que batalla briosamente por no abortarse. Ambos acaban uniéndose. Ambos acaban formando una sola tradición, un solo caudal de riqueza para la raza hispana y para la expresión ecuménica… Enrique Guzmán es el académico. Rubén Darío es el anti-académico, el que hizo “todo el daño posible –según sus propias palabras- al anquilosamiento académico”. El uno salvaba a la Academia luchando por su conservación. El otro salvaba a la Academia luchando por su libertad.”

Esa misma lucha por la libertad fue una constante en la vida y obra de Pablo Antonio Cuadra, el principal de los académicos por haberse iniciado anti-académico, en lo estético, y en lo ético contrario a cualquier tipo de dictadura que quisiera oprimir a nuestro pueblo. “Sin ética no hay estética” dejó escrito, en latín, en el pizarrón a sus alumnos el también muy nuestro escritor extremeño, el “olivar” José María Valverde, cuando los más insignes catedráticos españoles ya no podían soportar la dictadura de Franco, y marchó al exilio. De Pablo Antonio ahí están sus “Escritos a Máquina” e innumerables poemas y ensayos anti-dictatoriales para corroborar mi afirmación. Toda su obra proclama su rebeldía ética y estética, y a la vez su nicaraguanidad, universalizada en y con Rubén Darío. Fueron él y mi padre, Octavio Rocha, amigos y compañeros a la hora de editar juntos la “Página de Vanguardia”, que les había cedido mi abuelo, Carlos Rocha, en “El Correo”, periódico granadino de su propiedad, y quiero agradecer al destino, que treinta años después yo relevara a mi padre en tantas aventuras de publicaciones en que acompañé a Pablo Antonio. A él y a José Coronel les debo España, y si a Coronel le debo todos los raudales de la literatura y el imborrable recuerdo de su magistral locuacidad, sobre todo a Pablo Antonio le debo Nicaragua, y el sentido misericordioso de vivir la vida.

No sabía qué título darle a este discurso que no transcendiera la pretensión de ser una aproximación a mi forma de entender, como escritor, la Palabra, como depositaria y gestora de verdad y libertad, y que a la vez fuera una simple reflexión sobre mi concepción de ella, en la Academia: ¿Prisionera o revolucionaria? Creo que Pablo Antonio Cuadra nos ha dado la clave de ser lo segundo -tal y como nos dará la definitiva interpretación al final de esta intervención- y por ello pienso que toda palabra es esencialmente verdadera, y que, en cuanto se la despoja de veracidad, deja de ser libre, deja de ser palabra, no tiene música ni vuelo, es tan solo un sonido gutural, algo que se asfixia o ahoga. Juan el evangelista relata, citando a Jesús en el capítulo 8, cómo el Maestro, hablándole a los judíos, asocia libertad y palabra: “Si os quedáis en mi palabra, seréis de veras discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Como escritor sé que las palabras tienen conciencia y que por lo mismo no puedo perder mi libertad callando o mintiendo. Me doy cuenta de nuestra enorme e ineludible responsabilidad para con las palabras. Los escritores debemos ser cuidadosos de lengua y lenguaje dotándolos de palabras precisas y verdaderas, y  no ser manipuladores, testaferros o chulos de la lengua o de nuestra habla, pues entonces, peligra hasta la palabra escritor.

Elías Canetti, en “La conciencia de las palabras”, pregunta: “¿Qué puede esperarse hoy en día de un escritor, cuando sabemos lo poco que nosotros mismos hemos hecho? ¿Podría alguien que empiece ahora, recuperar el sentido de esa palabra, aparentemente destruido?” El cuestionamiento continúa en su discurso “La profesión del escritor”, donde afirma: “He dicho que sólo puede ser escritor quien sienta responsabilidad, aunque tal vez no haga mucho más que otros por acreditarla a través de la acción individual. Es una responsabilidad ante esa vida que se destruye, y no debiéramos avergonzarnos de afirmar que dicha responsabilidad se alimenta de misericordia”. Misericordia, ética y solidaridad, son pues otros atributos de la palabra. Porque las palabras tienen alma. Bien sabemos que lo dijo Rubén Darío en sus Palabras liminares a Prosas Profanas: “Como cada palabra tiene un alma, hay en cada verso, además de la harmonía verbal, una melodía ideal.  La música es sólo de la idea, muchas veces.” Y se me antoja que tan grande afirmación, es complementada por Víctor Hugo: “El alma tiene ilusiones, como el pájaro alas; eso es lo que la sostiene”. Y refrendaría Rubén: “Una sed de ilusiones infinita”.

En su “Introducción al Pensamiento Vivo de Rubén Darío”, escribe Pablo Antonio: “Ahora comprendo que al fundar la Anti-Academia en mis primeros años juveniles, fundaba, sin saberlo, mi propia Academia; la continuación viva y sin interrupción de una tradición de libertad y fidelidad, que es el doble carril por donde corre gloriosamente nuestra lengua”. Me explico una vez más, por tan hermoso reconocimiento a la libertad, que es gracias a Pablo Antonio Cuadra que estoy aquí para apoyar el concepto de una Academia ajena a solemnidades, sarcófagos y pompas fúnebres, teniendo a la lengua como prioridad y entregada a dar libertad a las palabras como quien suelta bandadas de palomas. Como quien instala una orquesta y llena los recintos del mundo con notas musicales que son palabras. Las millones de palabras con alma y música que escritores como Rubén Darío y Pablo Antonio Cuadra nos legaron. Al respecto la investigadora alemana Erika Lorenz, en su libro “RUBÉN DARÍO. Bajo el divino imperio de la música”, dice de Rubén: “En lo más hondo, su pensamiento artístico gira en torno del misterio de lo musical y su obra está penetrada de nociones venidas de ese campo…Vista esa perspectiva, parece fácilmente comprensible aquella confesión de Darío: He querido ir hacia el porvenir siempre bajo el divino imperio de la música” (El Canto errante).

Para mí que la palabra tiene música, y si es verdad que es sonora, también puede ser muda o desentonada adrede. Así como “El pájaro de fuego” y  “El lago de los cisnes” tienen un mismo origen en el universo del arte. Puede la palabra ser “un arma cargada de futuro”, piedra, caricia y suavidad. Puede conducirnos al cielo o al infierno. Y pueden, en plural de poesía, ser “Barro en la sangre”, título del primer poemario de Fernando Silva, quien en “La lengua nuestra de cada día” nos entrega esta ejemplar y pedagógica apreciación de lo que es habla, sonido, palabra, en fin, la lengua nuestra: “Para pelar una naranja, quitándole la cáscara, lo hacen cortando con el cuchillo trocitos de la cáscara en pequeños cortes, igual a como se hace cuando se está tajando un lápiz. En concreto, estos fenómenos, a mi manera de ver, cuando el sonido de la voz de la palabra es sustituido por la acción del gesto, pudiera decirse que si se ve el gesto que hacen, de alguna manera se estaría oyendo lo que no se dijo hablando.” ¿Está implícita en el gesto la palabra que no se oye? Es obvio.

“Entiendo por Habla el uso individual que se hace del Lenguaje y que acepta por única norma, la forma normal, frecuente y habitual de expresarse, de modo que la regla es resultado de la costumbre y no de una reglamentación convencional”. Eso mismo que escribe y entiende  Carlos Mántica, entiendo yo, y con él, el que un “rimero”  de palabras configuran nuestra historia. Luego la palabra es historia, y si bien me siento incómodo al no dar el lugar preponderante que se merecen diccionarios y estudios relativamente recientes sobre y de nuestra lengua, y habla, como entre otros los de Róger Matus Lazo  y Francisco Arellano Oviedo, que como dijo éste último, “descubren, difunden y defienden el ingenio de los nicaragüenses demostrado en sus palabras”, me doy por muy satisfecho, por razones de espacio y tema, con El Habla Nicaragüense de Carlos Mántica, por familiaridad “rimera” y porque lo que citaré  de Carlos abona a mis propósitos de revolver las palabras y encontrarles, además de lo que de libertad y verdad encierran, su importancia en nuestra historia: “Reviso mis escritos, los leo una y otra vez y me pregunto qué significado tienen estas páginas monótonas y áridas. Diccionarios: Rimero de palabras inconexas, palabras extrañas, palabras solas…y sólo palabras. Palabras y sin embargo, nuestra única historia. Fuimos un pueblo sin libros. Un pueblo sin historiadores y en ese sentido, un pueblo sin historia. Nuestra historia es hablada y el habla es nuestra historia.”

Siempre me ha apasionado la libertad que contiene cada palabra y la libertad que nos es inherente a todos. Infunde respeto y clama por no ser desvirtuada en la mediocridad o la charlatanería. Precisamente este es el reto que, ante la palabra y su libertad, tiene todo escritor, y tiene todo académico de la lengua española que por lo demás debe de ser cervantino. El entrañable escritor y académico español Luis Rosales, quien mientras vivió tan amigo fuera de todos los escritores nicaragüenses, comenzando por José Coronel Urtecho y Pablo Antonio Cuadra, inicia el primero de sus Ensayos de filosofía y literatura diciendo: “La libertad, entendida de modo castizamente universal, es la capacidad de hacer lo que queremos. En el arranque de la filosofía moderna, Descartes llamaba acción libre a toda acción deliberada y voluntaria…” Y en Cervantes y la libertad, escribe: “Difícil es poner de acuerdo a muchos, y por ello no es cosa sólita y frecuente entre los cervantistas reconocer que la libertad es el núcleo vivo y central del pensamiento de Cervantes. Sin embargo, la relación entre la vida y la obra del más genial de nuestros poetas debía de ser indudable. La libertad, por la cual puso su vida en riesgo en tantas ocasiones, tiene que haber dejado una huella profunda en su creación artística…El pensamiento de Cervantes –igual que el de cualquier autor- necesita expresarse en el texto y en la conducta de los personajes, a estos dos medios conjuntamente es preciso atender para entenderle”.

Y para atender y entender el por qué la libertad es el núcleo vivo y central del pensamiento de Cervantes, al final de ese libro, Rosales nos obsequia “Algunos textos cervantinos sobre la libertad”, de los que seleccionamos unos pocos ya que abonan a saciedad a mis propósitos de reflexión sobre ella:

  • “Estos señores bien pueden entregarte mi cuerpo, pero no mi alma, que es libre y nació libre y ha de ser libre en tanto yo quisiere“.
  • “Yo nací libre y, para poder vivir libre, escogí la libertad de los campos”. 
  • “No hay para qué se dé cuenta aquí de mis cosas; yo soy libre y volveré si me diera gusto, y si no, ninguno de vosotros me ha de hacer fuerza”.
  • “Conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada”.
  • “Porque me parece duro caso de hacer esclavos a los que Dios y Naturaleza hizo libres”.
  • “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

 En su libro Libertad bajo palabra, Octavio Paz define con su extraordinaria capacidad de síntesis, la palabra y sus circunstancias: “Contra el silencio y el bullicio invento la Palabra, libertad que se inventa y me inventa cada día”. En su poema Las palabras, Paz pide guerra: “Dales la vuelta,/ cógelas del rabo (chillen, putas), / azótalas, / dales azúcar en la boca a las rejegas, / ínflalas, globos, pínchalas, / sórbeles sangre y tuétanos, / sécalas, / cápalas, / písalas, gallo galante, / tuérceles el gaznate, cocinero, / desplúmalas, / destrípalas, toro, / buey, arrástralas, / hazlas, poeta,/ haz que se traguen todas sus palabras”. Desde otro ángulo, Joaquín Pasos, en Por, en, sin, sobre, tras… las palabras, tras ellas se va diciendo: “Escribamos palabras sencillas, / de buen corazón, y adornemos con azul de cielo/ nuestra expresión. / … /  ¡Y los niños que juegan! Las palabras / con calzones bombachos. / Todas ingenuas palabras abejas / palabras arenas, palabras Mombachos. / De todo hay en mi cielo: las palabras / que retozan en el Parque Infantil, / y las que sueltan junto a los labios rojos / la melodía sin fin. / Llamad a los niños / de buen corazón, / y pongámosle calzones bombachos/ a nuestra expresión”. Y cierro esta antología sobre la y las palabras, con este contundente verso de Alfonso Cortés: “Por eso, mis palabras son silencio hablado”.

Cuando el Dr. Edgardo Buitrago, con su discurso “Perspectivas de la Lengua Española”, hizo su ingreso a esta Academia, dijo al inicio estas palabras que, en su memoria, quiero hoy hacer mías: “Sean las primeras palabras que pronuncie, en esta para mí dichosa ocasión, de profunda y sincera gratitud para vosotros, señores académicos, por el señalado honor que me habéis conferido al llamarme a formar parte de esta ilustre Corporación. Y permitidme que os exprese así toda mi emoción, con la sencillez y simplicidad de esta sola palabra: “gracias”, para resguardarme, precisamente en su sencillez y su simplicidad, de todo peligro de afectación o de falsa modestia, y asegurarme plenamente en mí mismo de la autenticidad con que quiero presentarme”. No fueron mis primeras palabras, pero las siento como una oración o invocación al Espíritu de la palabra: el verbo.

Compartida esta invocación, continúo diciendo que me animaron a este ingreso la perspectiva de la alegría iconoclasta de las palabras; el tener tantos y tan buenos amigos, que de tan buenos ni parecen académicos; el que quien contestará mi discurso, no por casualidad ocupando el sillón que fuera nada menos que de Pablo Antonio Cuadra, sea mi viejo amigo y compañero Sergio Ramírez Mercado , a quien nunca imaginé académico, de la misma manera que siempre vi como tales, pero de los magníficos, a los doctores Carlos Tünnermann y Alejandro Serrano Caldera; y el recuerdo del espíritu libérrimo de Pablo Antonio Cuadra, quien siendo Director de la Academia Nicaragüense de la Lengua no solo permitió, sino que propició y disfrutó de que Fernando Silva hiciera su ingreso silbando, un hecho insólito en cualquier Academia del mundo, que da la medida de un Pablo Antonio no sólo tolerante, sino que cómplice del humor que siempre será una forma de amor.

Soy consciente de que estoy ingresando a esta Academia a una edad apta para salir de este mundo –si nos atenemos al promedio de vida de los nicaragüenses-, pero creo que en lo de útil que le quede a mi vida, sobrado tiempo tendré para seguir revolviendo las palabras y buscando la libertad que tanta falta nos hace. Libertad para hablar, escribir, proclamando así la realidad de lengua y espíritu que equivale a vivir. Al ingresar a esta Academia Nicaragüense de la Lengua, pienso en no pocos ejemplos de académicos como Guillermo Rothschuh Tablada y no académicos como el poeta Francisco Pérez Estrada, que directa o indirectamente, entre muchísimos, hicieron de ésta una Academia de la Lengua Nicaragüense. Al ingresar, lo imagino con orgullo, lo hago flanqueado en espíritu por dos académicos que no lo fueron formalmente, pero cuyas personalidades de por sí fueron Academias al mejor estilo de Platón. Me refiero a don José Coronel Urtecho, académico de la palabra, y al  Dr. Mariano Fiallos Gil, académico de la libertad.

Por supuesto no estoy afirmando que uno u otro tuviera la exclusiva de esos términos: virtudes vitales propias de ambos, y siendo como casi siempre son las síntesis, incompletas, y más cuando se trata de semejantes personalidades, he querido emplear por justas aunque breves, esas dos caracterizaciones. José Coronel Urtecho decía que “Ante la literatura hay que ser humilde como ante el mar”. Me quedé sin palabras, dice mucha gente ante la inmensidad. Y precisamente respecto a las palabras –que junto con la libertad son mi tema de fondo-, decía Coronel: “Todo está en la lengua. No sólo las palabras son cosas, sino que todas las cosas son palabras. El silencio es la esencia más íntima de la lengua, su invisible substancia, su espacio y su sostén”. Por su parte el Dr. Mariano Fiallos Gil, de “Humanismo beligerante”,, “Padre de la Autonomía Universitaria” y creador del lema “A la Libertad por la Universidad”, escribió sobre tan significativo lema: “Pensamos que la Universidad es el sitio ideal para adquirir este conocimiento y de irradiarlo al pueblo, agobiado por la miseria, las enfermedades, la ignorancia y la tristeza…En la Universidad queremos formar una juventud capaz de comprender y emprender estas cosas, para liberar a nuestra Nicaragua, tan malherida por tantos dioses y tantos siglos.”

Palabra, Libertad y Verdad en la Academia: Sí existen. En su citada Introducción al Pensamiento Vivo de Rubén Darío, Pablo Antonio concluye su primera parte con esta conciliación que me abarca, persuade y seduce,  y que dio título a éste discurso: “Rubén Darío había exclamado también: ¡De las Academias, líbranos Señor!, y ahora él es un tesoro de la Academia; es, como he dicho, una libertad más que hemos incorporado a nuestro enriquecido verbo hispanoamericano, libertad a la que negamos la libertad de perderse y para lo cual la Academia se impone la vigilante obligación de conservarla. Guardadas las distancias –distancias casi infinitas- lo que yo puedo significar aquí es, también, otra libertad. Libertad muy pequeña. Libertad que una hormiga puede acarrear sobre su espalda. Pero libertad que vosotros, indulgentemente, habéis querido conservar. Libertad, en fin, que viene a probarnos, por contradicción, que no es posible -¡Oh, querido Rubén Darío!- libertarnos de la Academia, porque ella, vencedora de cualquier carrera sobre el tiempo, nos da alcance y se toma la libertad de nuestra libertad”.

Compartamos y celebremos –en el centenario del nacimiento de Pablo Antonio- nuestra libertad  “tomada” en el seno de esta Academia Nicaragüense de la Lengua. Brindemos con Rubén y con Pablo Antonio, y que con lo dicho por ambos se embriaguen las palabras, por ser todo esto verdad que nos hace libres, y porque sus personalidades complementarias ha convocado aquí nuestros vigores dispersos. Por todo ello, que la libertad de nuestra libertad sea entre todos nosotros, más libertad, es, gracias a Pablo Antonio Cuadra, mi ideal de Academia. Les doy mi palabra.

Muchas gracias.


BIBLIOGRAFÍA

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  • Silva, Fernando. LA LENGUA NUESTRA DE CADA DÍA. Academia Nicaragüense de la Lengua, Managua, Nicaragua, 2005.


“Extremadura”, Masatepe, 12 de junio de 2012.

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Escritor nicaragüense nacido en Panamá,1942.
Fue uno de los redactores de la nueva Constitución Política de la República de Nicaragua. Es fundador del Centro Nicaragüense de Escritores, del que ha sido secretario general y presidente. “Premio Latinoamericano de Poesía Rubén Darío”, l983. “Cruz de Caballero de la Orden Isabel la Católica”, 1980. “Orden de los 300 Años del Estado Búlgaro”, 1984. “Orden Darío-Cervantes”, Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, 2009. “Distinción de Honor al Mérito”, Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, 2011. Ha publicado “Domus Aurea” (poesía), 1968; “Ejercicios de composición” (prosa), 1974; “Phocas” (poesía), 1983; “La vida consciente” (poesía y prosa), 1996; “Dichoso el árbol” (fotografías), 1997; “Un solo haz de energía ecuménica” (prosa), 1998; “La vida consciente”, 2005; “PEDRO. ``Teniendo conocidos en cielo” (prosa”), 2008; y “Me quema la palabra” (antología de artículos periodísticos, 1982-2011). Es académico de número en la Academia Nicaragüense de la Lengua.