La mujer de todos los cuentos (entrevista con Cristina Fernández Cubas)

1 diciembre, 2010

Cuidado. Los relatos de Cristina Fernández Cubas (Arenys de Mar, Barcelona, 1945), reunidos en su libro Todos los cuentos, de la editorial Tusquets, te atrapan de verdad. Y uno se queda después sin saber muy bien qué hacer. Cruzas, mientras los lees, una puerta hacia otra realidad paralela, y cuando sales a la calle, piensas que un día te puede pasar lo mismo que a la protagonista de uno de sus relatos: que sufras una ausencia y de pronto ya no sepas quién eres, y que te busques en las cosas pequeñas para reconstruir tu propia historia; o que encuentres escondites invisibles en medio de un convento; o que una mujer de verde te señale al pasar por la calle y te conviertas en su asesina. Cuidado.

Con Cristina Fernández Cubas (y su primer libro publicado en 1980) el cuento en España volvió a renacer, según algunos críticos. Hoy, el cuento goza de buena salud (librerías y editoriales especializadas han surgido en los últimos años). Los cuentos de Fernández Cubas han gozado del boca a boca, consolidándose discretamente hasta lograr que toda la crítica esté a su favor. La recomiendan los expertos en esto de los cuentos. Pero cuidado. Yo pagué las consecuencias.


Me  hallo en un andén de Sants, la estación de trenes de Barcelona. Estoy con el libro de Cristina Fernández Cubas, una antología que reúne 5 libros más (de todos los cuentos publicados por la autora hasta la fecha). Elijo uno de los de en medio para empezar (eso es lo bueno de estos libros: que puedes empezar por donde quieras). Se titula Mundo,  y al cabo de las primeras líneas, me atrapa entre las paredes de un convento. Ya no estoy en una estación de tren, sino en un sinfín de historias que se van contando sin parar. La realidad (¿qué será eso?) se ha desvanecido por un instante. Mi tren sale a las cuatro y media. Aún tengo veinte minutos. Sigo leyendo, leyendo. Creo que han pasado cuatro minutos. El reloj me da una bofetada. El tren está ya a punto de salir. Salgo corriendo. Aún está sobre la vía. Se cierran las puertas. No llego. Qué furia. ¡Cómo pude ser tan despistado! Tendré que esperar media hora más hasta el próximo. No importa. Quedan muchos cuentos. La mujer de verde, el mejor de todos para mí. Una ejecutiva se siente atraída por la visión de otra mujer, podría ser una mendiga, vestida con un traje escotado, verde, y en pleno invierno. Son los días de Navidad. Se va tras ella. No puedo dejarlo. Y otra vez, al mirar el reloj, me resigno. Esta vez no hace falta que corra. He vuelto a perder el tren. Es demasiado. No puede ser por mi culpa solamente.

Una semana después, me cito con la verdadera culpable, Cristina Fernández Cubas, una fría mañana de noviembre en el bar Jockey, esquina de la calle París con Enric Granados, en Barcelona. Es una cafetería de los años cincuenta que apenas ha cambiado la decoración desde entonces. Cristina llega abrigada por un mantón en forma de poncho. Sus ojos grandes, azules, miran de un modo que a veces parece ilusión y a veces miedo. Algo así como en sus cuentos. Un te y un café.

J. Sancho Más: A causa de tu libro, perdí dos trenes (le digo nada más saludarla).

C. Fernández Cubas: Ah, eso me parece muy bien (contesta riéndose y girando el cuello en un gesto de orgullo).

SM: Es que tus cuentos tienen algo que te aleja de la realidad por un momento. Me explico mejor si leo el principio de La mujer de verde: “Esa misma mañana a punto he estado de telefonear a mi casero. ¿Cómo ha podido alquilar el piso de arriba a una familia tan ruidosa? Pero lo que importa ahora no son los vecinos ni tampoco el casero ni mi cansancio, sino el extraño espejismo que, por lo visto, he debido de sufrir hace apenas media hora. Una especie de turbación y certeza que me ha llevado a abandonar precipitadamente una zapatería, y correr por la calle tras una mujer a la que me he empeñado en llamar Dina”

CFC: Ese cuento surgió de un sueño real. Yo estaba en una zapatería de una calle bulliciosa en Navidad. De repente, vi una mujer con un traje verde, escotado, sorprendentemente escotado para la estación. Se había detenido en mitad de la acera, me miraba y, sobre todo, me señalaba con la mano como si intentara avisarme de algo…En este punto me desperté. Pero a lo largo de todo el día no pude olvidarme de la desconocida, de su mirada ni de la sensación de que, con su mano alzada, me estaba eligiendo a mí…Así que me puse a escribir. Sobre la  desconocida, la  mujer “a la que me he empeñado en llamar Dina…”Y de extraña figurante en mi sueño la convertí, sobre el papel, en enigmática protagonista de un relato.

SM: Sé que en anteriores entrevistas has rechazado que se califique a tus cuentos de fantásticos. ¿Te molesta?

CFC: No. Lo que pasa es que, en este país,  casi todo lo que no sea un reportaje, una fotografía del entorno, se suele echar en el saco de lo fantástico con auténtica ligereza. Y, la verdad, algunos  de mis cuentos  sí pueden considerarse fantásticos; otros se limitan a participar de un atmósfera que recuerda lo fantástico; y unos pocos, en fin, basados en hechos reales, sólo son  fantásticos en la medida en que a la vida le ha dado por sorprender y ejercer de guionista… Yo me atengo a la cita que encabeza el libro de Todos los cuentos. ¿Quieres leerla, por favor?

SM: Leo: “La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan. Blaise Pascal”

CFC: Luego, según Pascal (y llevando su frase al extremo), cuanto más racional sea una persona, mayor espacio dejará  a lo desconocido, lo imprevisible, lo que no podemos explicarnos. Me encantan las palabras de Pascal .Siempre he contemplado la llamada “realidad” como un largo camino sembrado de agujeros negros.

SM: Uno siempre recurre a la tontería de leer en busca del rastro de otros escritores, de tus influencias. Y claro, por la atmósfera en que se escriben tus relatos, se podría pensar en Poe, en Henry James, pero no te pareces a ninguno.

CFC: En este asunto (ante esta pregunta, vaya), siempre trato de no resultar pedante al repetir que   no me siento influida por nadie en concreto, aunque sí tengo fascinaciones, como, por ejemplo, la que siento  por Poe  y que se inició a una edad muy temprana.   Nunca en la vida he intentado imitar a nadie. Mi interés por lo extraordinario, en realidad, viene de los cuentos orales, de las leyendas y sucesos misteriosos que me narraban cuando era pequeña  y  también  de un mundo propio, quizás surgido del aburrimiento durante las horas de estudio en el colegio, cuando la imaginación se disparaba, o tal vez, además, por  cierto sentido mágico de la vida. Pero también me alimento mucho de sueños. Sin llegar a los extremos  de   Colleridge, que , como sabes, soñó prácticamente todo su Kublai  Khan

SM: ¿Has soñado un cuento entero?

CFC: No; no he llegado a tanto. Pero sí imágenes poderosas, laberintos, puntos de partida… Y no sólo en “La mujer de verde”. En otra ocasión soñé que regresaba a mi casa natal después de mucho tiempo y la encontraba completamente distorsionada. Era mi casa, desde luego, pero había algo siniestro en ella, algo amenazante que no lograba expresar con palabras. Entonces, dentro del sueño, presté atención y oí una  potente  voz que me decía: (y pronuncia con acento grave, terrorífico) “Lo estás viendo todo desde el ángulo del horror”. Luego, reconstruí la historia, y la titulé, por supuesto, El ángulo del horror.

“En un cuento no debe escribirse la palabra fin”

SM: ¿Eres de las que tiene una libreta en la mesita de noche para apuntar lo que sueñas?

CFC: Lo he intentado, pero no resulta. Hay sueños muy creativos, sin embargo la lógica de los sueños y la de la vigilia no tienen nada que ver. Y si alguna vez apunté algo medio dormida, al día siguiente  no entendí    nada de lo que anoté. Ahora, cuando duermo, duermo de verdad.  Otra cosa es que algunos sueños, más tozudos que otros, atraviesen barreras  y ,al despertar, te acuerdes de todo.

SM: Salvo en el relato de Ausencia, donde la mujer que ha perdido repentinamente la memoria vuelve a su casa tratando de reconstruir su identidad y desea fervientemente ser la misma que dejó los rastros del desayuno que observa sobre la cocina, en la mayoría de tus cuentos no hay finales cerrados.

CFC: Yo creo que una de las propiedades del cuento es que no se debe escribir la palabra fin. Eso que se dice ahora de que el lector de cuentos es uno que va con prisas me parece un solemne disparate .El  lector de cuentos es, precisamente, un lector no apresurado. Si algo no le queda claro, no tiene el menor reparo en volver atrás, releer o quedarse un buen rato meditando. Algunos relatos se cierran en si mismos, cierto,  pero todavía admiten muchas posibilidades. El cuento va mucho más allá del número de páginas y el lector tiene todo el derecho a preguntarse   qué es lo que pasó después. En cierta forma ,entre cuentista y lector se establece una gran complicidad.

SM: Cuando escribes, ¿lo planeas todo antes de empezar?

CFC: No. Cuando escribo parto de un impulso. Sé  adonde quiero ir, pero no ignoro que en el proceso de escritura pueden pasar muchas cosas. O sea, que sin  abandonar las riendas ni un segundo,  no descarto que ,en un momento dado, pueda imprimir un giro inesperado. Porque si tú creas una atmósfera, unos personajes, una situación…!cuidado!,lo que has escrito  cobra  carta de naturaleza sobre el papel  y ,muy a menudo , es mejor que permanezcas atento y no te empeñes en que las cosas sucedan “como tenías pensado”.

SM: ¿No haces ningún borrador de guión, o escaleta?

CFC: Alguna vez lo he hecho, por ejemplo para la novela El año de gracia. Pero nunca en cuentos.  A menudo apunto ideas o detalles en papeles que casi siempre termino extraviando.  Pero es una forma de fijarlos en la memoria.

SM: Si en otros escritores de cuentos, percibes la historia a través de un ritmo concreto de palabras que te llevan, en tu caso, yo al menos percibo imágenes, como si escribieras para cine. ¿Alguna vez te han llevado al cine?

CFC: Cristina Andreu  adaptó, hace ya muchos años,  “Los altillos de Brumal” – la película se llamó “Brumal”-  y, hace menos, Jesús Garay filmó una TV Movie para TV3 basada en mi obra de teatro “Hermanas de Sangre”  Ahora, sobre lo que decías  acerca de la escritura, el cine y las imágenes, quiero señalar que me interesa mucho la sonoridad y exactitud   del lenguaje. Huyo de los adjetivos rebuscados. Adjetivar es muy peligroso, así que trato de utilizar siempre el adjetivo más sencillo, el más ajustado.

SM: Hay un fragmento de tu cuento Lúnula que me pareció perfectamente trabajado para llenarte de imágenes y sensaciones. Leo: “Subí los escalones de dos en dos con la felicidad de la pesadilla que termina, sonriendo, cantando por primera vez desde mi llegada a aquella ciudad inhóspita y difícil. Subía brincando como una colegiala estúpida, reteniendo en mi nariz aquellos olores que se me habían hecho cotidianos: sofrito de cebolla, meados de gato,…”

Adjetivos, como “difícil”, resumen todo lo que podría decirse de esa ciudad, y “estúpida” no resulta fuerte ni insultante, sino que describe una actitud; y en cuanto a los olores del sofrito y lo demás, se te meten directamente en la nariz. Y el “trepidar de un tenedor contra la clara de huevo” es imposible no escucharlo cuando lo narras.  

CFC: Es el ambiente típico de las pensiones baratas, de las casas de vecinos donde siempre esa pareja “tenedor-clara de huevo” se cuela por puertas y ventanas, y se burla de distancias, alturas, pisos…

Si pasas todo el tiempo escribiendo, no te enteras de nada. Escribir es vivir otras vidas, pero a mí también me gusta esta”.

SM: Esta presencia de lo más cotidiano junto a lo extraordinario es un sello de tus cuentos. Entre todos ellos, ¿cuáles son tus preferidos?

CFC: Siempre es difícil decirlo. Pero gracias al de Mi hermana Elba, pude seguir escribiendo. Hacía tiempo que me perseguían imágenes de la infancia, así que recuperé en la escritura lo que en mi infancia era parte de la realidad: los escondites misteriosos y los “caminos chiquitos”. De pequeña estaba convencida de que había lugares donde podías observar sin ser vista, el viejo sueño de la invisibilidad. Y  al acabar el cuento, supe que seguiría escribiendo.

SM: Publicaste tu primer libro en 1980, y lo editó ni más ni menos que la editorial Tusquets. Tú tenías más de treinta años.

CFC: Sí, en una colección pequeña, “Cuadernos Ínfimos”. Antes había enviado el manuscrito a otras editoriales. Sin fortuna. Me decían que era bueno,  pero también que el género-cuento no  vendía   y apenas tenía salida.  Ahora creo  que estuvo bien que fuera así .El libro terminó en la editorial que yo prefería y a la que no  me había presentado por una mezcla de miedo y  derrotismo. Me habían asegurado que Tusquets tenía el programa de publicación cerrado… ¡para cinco años! .La  información era  errónea, pero yo no lo  sabía y, claro, me pareció inútil intentarlo.  Pero poco después, estando  yo en El Cairo, mi marido, Carlos Trías, escritor,  releyó el manuscrito en Barcelona y sin decirme nada lo llevó a Tusquets.

SM: Sorprende que te publiquen, y más en esa fecha, un primer libro de cuentos.

CFC: A Beatriz de Moura, la editora, le gustó muchísimo  y me escribió una carta. A partir de aquel día  empezó para mi una nueva vida, y también, como en casi todas las entrevistas me preguntaban que para cuando la novela, una especie de campaña para reivindicar un género que se había infravalorado en España.

SM: Fernando Valls, en el prólogo del libro, dice que la publicación de tu primera obra supuso “el renacimiento del cuento español”. Ahora es un buen momento. Hay editoriales como Páginas de Espuma y librerías en Madrid, como Tres Rosas Amarillas, especializadas en cuentos.

CFC: Sí. Ahora hay más posibilidades para publicar. Y naturalmente espero que vaya en aumento.

SM: Y ahora la pregunta materialista: ¿Se puede vivir del cuento?

CFC: Del cuento por sí mismo, no está muy claro. Pero de lo que rodea al cuento, sí. Las actividades de mesas redondas, exposiciones, etc. ..   En cualquier caso, ahora, con la crisis, estas actividades escasean y se está poniendo difícil vivir de la literatura. Hasta hace poco, uno se podía organizar la vida comedidamente.

“Escribíamos en extremos opuestos de la casa”

SM: ¿Eres de las que si no escribe a diario, se siente a disgusto?

CFC: ¡Nooo!, para nada. Si te pasas todo el tiempo escribiendo, no te acabas enterando de nada. La vida es mucho más: es comer, beber un buen vino, charlar con los amigos, viajar… Escribir es vivir otras vidas, pero a mí también me gusta esta.

SM: Tu marido (que falleció hace tres años) fue escritor. ¿Cómo era la vida en una casa con dos escritores.

CFC: Estupenda. Era estupenda. Mucha gente no lo entendía. No había ninguna competencia entre nosotros. Para empezar, nuestros lugares de trabajo estaban en extremos opuestos de la casa. Antes, cuando no teníamos computadoras, el ritmo de la máquina de escribir de él era distinto al mío, y eso me perturbaba. Como yo era muy insegura, terminaba una página y se la enseñaba. Pero con él aprendí que las cosas hay que enseñarlas cuando ya estén completas. De lo contrario no se puede opinar. Yo también era su primera lectora. Tener un interlocutor en casa que no tenía ningún problema en decir lo que le parecía bien o mal era muy bueno.

SM: Este tiempo debe haber sido difícil.

CFC: Horroroso, pero tengo que pasarlo. Y creo que estoy en camino.. Me ha costado mucho volver a escribir. Durante mucho  tiempo me era casi imposible hacerlo.  Y tampoco leer. Para leer y escribir se  requiere una concentración que yo no tenía.   . Intenté escribir incluso  sobre lo que me había pasado, sobre la  gran perdida de la que no me reponía …Y al principio me fue bien. Pero sólo al principio. Terminé dejándolo.

SM: Y en todo lo que escribes siempre está el recurso de la vuelta a la infancia.

CFC: Pero no lo hago a propósito. No vuelvo a ella. La infancia va conmigo. Ahora quizá será un síntoma de la vejez (sonríe). Porque la vejez, que ya toqué en “El Moscardón”, me está empezando a interesar bastante.

SM: Lo que no veo en tus cuentos es la política. Y has sido periodista, y has viajado por Egipto, Perú, Argentina.

CFC: Fui periodista por poco tiempo  y, en realidad, no me gustaba demasiado  porque prefería lo atemporal de la literatura. El periodista trabaja con el stress de tener que alimentar a la bestia, que es el periódico. Supongo que esto puede dar marcha  y  conozco a muchos periodistas que no podrían vivir de otra manera. Pero a  mí me gusta trabajar  a mi aire, sin fechas de entrega.

SM: Esta entrevista saldrá en diciembre y enero, y está muy bien porque tus cuentos son para regalar en Navidad.

CFC: Con eso que me dices, ya puedo decir que vivo del cuento.

Con Cristina, en una cafetería de los años cincuenta, el tiempo es algo muy relativo. Le encanta hablar, contar cosas, casi tanto como escribir cuentos. Y estos tienen algo de Poe, de Henry James, de Cortázar; es una gran admiradora del Rulfo de Pedro Páramo, pero todos ellos no son reconocibles en el estilo, sino en la atmósfera que los envuelve. Son cuentos para regalar en Navidad, sin duda, e imaginarse que uno los lee de noche, junto a un fuego, aunque sea de día y haya un sol radiante y un calor de treinta grados… La realidad, ¿qué es eso?

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Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.