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La multiplicidad irreverente: Carlos Monsiváis Aceves (1938-2010)

1 agosto, 2010

Crítico, ensayista, antólogo, cronista de la ciudad de México, fue figura señera y cotidiana de la cultura mexicana del siglo XX y del XXI. Fue y lo es, ya que nos legó una obra que ahora, a la muerte física de su autor, se funde con la leyenda urbana que también fuera el «Monsi», como solía llamársele familiarmente, como a buen intelectual de la vida diaria. De algunos momentos de esa presencia viva, que se ha transformado en herencia viva, nos habla en este ensayo el poeta nicaragüense Corea Torres.


I

Estoy cierto que puedo entrar en honduras cuando apelo al Monsi como una personalidad que de pronto rebasa a su escritura y presencia física para situarse en el estadio de la oralidad. Por instantes, su actuación en este ámbito pareciera sobresalir por encima de textos y ubicuidades.

No estoy planteando que sea mejor histrión que su obra, por favor no me malentiendan, aunque haya algo de grandilocuencia en algunas de sus intervenciones, sino sencillamente sus irrupciones en el territorio mediático, a instantes, lo alzaban metros arriba de su expresión escrita, y eso él lo sabía, porque detectaba en la gente, y aquí hablo de propios y extraños, el disfrute de su hablar irónico, cáustico, en mayor medida, antes que el escudriñamiento de sus libros, en donde la indiscutible inteligencia de la que era poseedor, se manifestaba quedando lejos de toda duda. Me viene a la mente el recuerdo de aquel otro gran oral mexicano de melena aleonada, y que también se regodeaba ante cámaras y micrófonos, sin menoscabo mínimo de su calidad y talento autoral, me refiero al jaliciense Juan José Arreola, aunque éste, tal vez  menos ácido que el Monsi, y por qué no referirlo, también, un poco más antes, el amaneramiento hasta vocal, aunque eso sí siempre abundante, de Salvador Novo.

En el momento menos esperado la figura de Carlos en la pantalla, su voz en la radio, o su humanidad, puesta al servicio en cualquier acto que se le invitara, relacionado obviamente con causas sociales, ya fuese la defensa del movimiento lésbico-gay, la presentación de un libro, o como conferenciante acerca de las virtudes de la tuna para determinar las conveniencias de las contracciones peristálticas del intestino, no hacía más que relacionarlo directamente con la gente, y, de algún modo, aplacar el prurito de la vena escénica y darle cauce a su enorme habilidad nemotécnica.

Es proverbial su inclinación al séptimo arte y aunque concurro al lugar común es imprescindible mencionarlo, para él «la industria cinematográfica logró crear una nación sentimental que hasta este momento no existía», obvio resulta señalar, que la referencia la hacía por allá de los años cincuentas cuando aún, ni la televisión influía tan determinantemente, mucho menos la internet y los teléfonos celulares, adminículos tecnológicos modernos, que ni siquiera existían, al menos entre el común de la gente, de tal manera que él y su generación fueron depositarios de los descubrimientos que le hicieron las películas de la época; entonces era de esperar una formación cultural cinematográfica de igual intensidad y acopio. Esa pasión por el cine lo hizo estar cerca de la industria. Luis Tovar agudo crítico cinematográfico, quien tiene un registro de sus intervenciones apunta: «queda por averiguar si realmente son sólo nueve sus inclusiones en películas: Un alma pura y Los Caifanes, de Ibáñez; Tajimara de Gurrola; En este pueblo no hay ladrones y Las visitaciones del diablo, de Isaac; Emiliano Zapata de Cazals; La guerrera vengadora, de Chagoyán; Un mundo raro, de Casas y Acosada de Marcela Fernández Violante, debe sumarse no sólo el guión que escribió para México de mis amores, sino un número de apariciones indeterminado…»

II

Las anécdotas relacionadas a su estar en todas partes son abundantes y variadas, la que traigo a cuentas es muy personal, más bien le pertenece a mi hijo mayor Carlo Corea, realizador cinematográfico, vinculado indirectamente con el quehacer teatral. En cierta ocasión por allá del 2003, Luis de Tavira, a través de la Dirección de Teatro y Danza de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, emprendió la puesta en escena de Ahora y en la hora, pieza del también recordado Víctor Hugo Rascón Banda; para la concepción escénica, según de Tavira, era necesario incluir como parte esencial de la obra, un video de ficción (hoy llaman «falso documental») que le fue encargado a Carlo y a su Lavandería Producciones, en donde se diera cuenta de la desaparición física del Papa, cuando su visita a México, con todo y papamóvil durante unas horas en la inextricable metrópolis de ciudad de México, los medios informativos, por supuesto, darían cuenta de dicho suceso, aquí entraba el inefable Monsi, como uno de los tantos comunicadores que echarían un rollo al público acerca de la misteriosa desaparición del dignatario religioso; para ello fue invitado por el dramaturgo Tavira y participó con mucho gusto, pues le pareció divertido.

De Tavira, Carlo Corea y el equipo de filmación llegaron a casa de Monsiváis, por cierto impregnada de todos los aromas gatunos existentes, habida cuenta de su gatofilia (otra historia monsivaina interesante de contar); mientras preparaban luces, sitio y audio, Luis quien era amigo del Monsi, le dio una breve explicación de lo que se trataba, diciéndole además que su intervención no traspasara más allá de los tres minutos y como en toda representación dramática, le pidió, ensayaran; el Monsi con esa frescura y humor que le caracterizaba, aunado a su luminosa memoria y facilidad para urdir, construyó un discurso articuladísimo en casi exactamente los tres minutos que le indicaron, platicaba sobre el asunto de las apariciones que en tiempos pasados eran milagrosas, pero ahora merced a la parafernalia de la comunicación y la intervención hollywoodense se había trastocado la idea, haciendo pasar las desapariciones como los nuevos milagros, de Tavira y el grupo de trabajo quedaron maravillados ante la invención y dijo: «perfecto queda para el video», sólo que no se percató que los miembros del crew (equipo de filmación y Carlo) aún no estaban preparados, es decir, no se había filmado nada. Se le volvió a pedir al Monsi su perorata con las mismas intenciones y tono en que lo había dizque ensayado, y éste, como si fuese algo que ya tuviese preparado, de nuevo la emprendió ejecutando la misma idea, en los mismos minutos solicitados, sin la ayuda de libreto alguno y con apenas unas escasas explicaciones de lo que se pretendía. El segundo discurso fue también admirable en tono y contenido, dejando aún más sorprendidos a de Tavira y compañía, quienes no tuvieron empacho en admitir la capacidad intelectual para entender una idea con sólo apenas atisbarla, pero también la comprensión del hecho ficticio como asunto del arte, la habilidad de articular oralmente en vivo con un decir coherente sobre una base absurda y hasta incoherente, y por último la claridad memoriosa, como el Funes de Borges, con lo cual Carlos Monsiváis evidenciaba su sorprendente cultura, acopio de información, e inteligencia.

III

Esa persistente posición por aparecer en los medios de comunicación en donde la oralidad y la presencia son protagonistas, no detenía su crítica, acaso podría colegirse que, también aprovechaba estos instrumentos con el afán de mostrar al grueso del público, errores administrativos, fallas políticas en la conducción del país, o los profundos abismos existentes en la educación y el abuso de los poderosos, y desde esa perspectiva crítica proponer respuestas. El protagonismo del que se le podría acusar no obstaculizaba la pulsión para manifestarse escrituralmente, prueba irrefutable es el edificio literario que logró construir a su manera, concertando un estilo que Octavio Paz llamó «el género literario Carlos Monsiváis», desparramado en revistas, suplementos culturales, periódicos, prólogos y en sus libros.

Su pasión por la poesía era de todos conocida, y eso lo llevaba a leer con inefable gozo los poemas y poetas por él admirados, en sus años mozos intentó desarrollar la vena poética pero desistió, al darse cuenta que no elaboraba con potencia las metáforas e imágenes, según propia confesión: «abandoné cualquier pretensión al respecto en un momento de suprema lucidez», pero esa misma persecución del fenómeno poético lo orilló a traducir aquellas piezas que lo conmocionaban, que lo llevaban a la luz, a la sorpresa, y se tornó desde ese entonces en un lector agudo. Memorioso como pocos, decía los poemas que le gustaban, se los aprendía, y de pronto se soltaba recitando: «¡Que alegre y fresca la mañanita!/ Me agarra el aire por la nariz,/ los perros ladran, un chico grita/ y una muchacha gorda y bonita/ sobre una piedra, muele maíz…», poema Del trópico, de Rubén Darío, o «La nieve es la única sangre de estos pobres Muertos…/ Estos niños, viejos según la escala canina de los años, demasiado viejos/ para el seno sin esperanza, fantasma para los cuales/ no hubo cuidado alguno/…» de Los huérfanos de la guerra, poema de la autora británica Edith Sitwell, por cierto no muy conocida; acaso: «Madre naturaleza, ya no hay flores por do mi paso vacilante avanza./ Nací sin esperanza, ni temores: Vuelvo a ti sin temores ni esperanza.», de Ignacio Ramírez (según platica Jesús Ramírez Cuevas en su Monsiváis conciencia y compromiso), o también citaba «A algunos hombres les llega el día de pronunciar el gran Sí o el gran No. De inmediato se revela Quien dispuesto lleva preparado en su interior, el Sí manifiesta, y diciéndolo avanza en el camino del honor y seguridad…» del poema Che fece… il gran rifiuto», de Constantin Cavafis, entre otros que guardaba en su repertorio.

IV

Otra vena creativa sumada a su ya reconocida obra, además de la traducción, es la de antologador, llama la atención Antología de la poesía mexicana del siglo XX (1966); Poesía mexicana II 1915-1985 (1985), consideradas ya referentes por antonomasia del género. Personalmente me atrae la compilación que hizo en el libro de cuentos Lo fugitivo permanece (1ª.ed. 1989 y 2ª. reimpresión por Cal y Arena, 2002), allí reúne a 19 narradores, que bien podrían considerarse la flor y nata de la cuentística mexicana, posiblemente sus amigos, o al menos sus conocidos, apellidos de aristocracia literaria: de la Cabada, Revueltas, Valadés, Arreola, Garro, Monterroso, Garibay, Ibargüengoitia, Fuentes, García Ponce, Melo, Poniatowska, Zepeda, Agustín, Samperio, Villoro, Aguilar Camín, concluyendo con dos de lo más granado: Pacheco y Pitol, quienes junto con el Monsi conformaron en cierto tiempo lo que he dado en llamar el trinomio cuadrado perfecto de la literatura mexicana. En este libro delicioso, además de los cuentos de esos autores, se incluye el ensayo El cuento en México 1934-1984, de Monsiváis y el relato Mañana lloraré de Héctor Aguilar Camín, pieza narrativa de casi perfecta manufactura, por el tono desparpajado con que se aborda y por la forma de tomar la anécdota como centro de atención específica, tal como debe ser un cuento eficazmente contado.

Con Aguilar Camín, Carlos establecía nexos de complicidad y aunque quizá no comulgaban sus ideas políticas eso no les negaba el derecho de asociarse para polemizar sobre ciertos temas, para el caso recuerdo un acto en La Casa de Cultura de Puebla, ambos fueron presentados como los protagonistas y hablaron sobre un tema del cual no me acuerdo, hierático como es Héctor Aguilar Camín, estupendo narrador y magnífico conversador, sostuvo con Carlos una riquísma charla abierta al público poblano, Camín no podía mantener su solemnidad porque su rostro era la risa pura, que se manifestaba cada vez que el Monsi tomaba la palabra, provocativo, histrión, con una actitud similar al Oscar Wilde de los mejores tiempos, aunque también, pese a todo el discurso monsivaiano, Aguilar Camín no se dejaba envolver, no perdía el hilo de la discusión y polemizaba, dotado de la inteligencia propia y del aura y tonalidad que confiere discutir con alguien del tamaño del Monsi, es obvio que esa tarde salí recargado para la reflexión, me di cuenta que el debate de las ideas no está reñido con la espontaneidad, mucho menos con la carga humorística ni con la desfachatez para decir las cosas. Me demostró además que los argumentos de discusión, bien dotados de razonamientos claros, de información y conocimiento, penetrarán con mayor precisión en la mente de los interlocutores y serán eficientes para persuadir, en tanto estén aderezados de sencillez y humor.

V

Fervoroso y agradecido creyente de la cultura popular mexicana nuestro Carlos Monsiváis de todos los días, no quiso quedarse con todo aquello que había coleccionado a lo largo de los 72 años que nos duró físicamente, y dejó para el pueblo el Museo del Estanquillo, situado en el edificio La Esmeralda, en la esquina de Isabel La Católica y Madero, justo en el Centro Histórico de la Ciudad de México, el inventario levantado a vuelo de pájaro de Magali Tercero consigna: fotografía vanguardista, maquetas, caricaturas, imágenes de niños muertos y del fotoperiodismo salidas de la lente de los Mayo y los Casasola, historietas de La familia BurrónLágrimas y risas, juguetes populares, máscaras de luchadores, esculturas en miniaturas, postales, dibujos varios, crucifijos de palma, calendarios, publicidad y libros, y toda una serie de artículos y piezas elaboradas por manos artesanas, pero también destacó como un entendedor del arte actual.

La multiplicidad de Monsiváis como puede entenderse es más que evidente, va desde personaje oral, actor de cine, conferencista, cronista de la ciudad, antologador, luchador de causas sociales, polemista empedernido, coleccionista, crítico acérrimo del poder y crítico literario, traductor, de algún modo humorista, ideólogo de la izquierda, defensor de los derechos humanos, pero sobre todo escritor, inteligencia lúcida ah y gatófilo, su muerte definitivamente representa una pérdida irreparable para México, como lo expresa José Narro Robles Rector de nuestra UNAM, «Nos queda su obra, su trayectoria, pero hoy la inteligencia nacional está de luto. La palabra se viste de luto porque era un intelectual…».

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Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).