La perspectiva equívoca: Chiquita

1 junio, 2008

De Antonio Orlando Rodríguez, Novela Ganadora del Premio Alfaguara 2008.


El increíble hombre menguante (The incredible shrinking man. EU, 1957) relata la en efecto increíble historia de un hombre que, afectado por una extraña nube de radiación nuclear –la película no aclara si es cósmica o provocada por un experimento humano-, pierde su tamaño normal hasta reducirse a una partícula, un átomo, quizá menos. Dirigida por el mítico maestro de la serie B Jack Arnold, El increíble hombre menguante relata un cuento no por inverosímil menos aprehensivo y dramático.

Scott Carey (Grant Williams) afirma que nos referirá su fábula, su cuento –story en inglés popular-, pero en realidad lo que nos refiere es una historia –history en inglés culto-. Historia y cuento, la lucha del hombre menguante por sobrevivir evoluciona de la entretenida anécdota de ciencia ficción a la introversión en el espíritu de un ser que se decide por reencontrar su nicho entre los nichos de la naturaleza: “Si hay lugar para lo infinito debe haber lugar para lo infinitesimal.”

Con aciertos y con errores, el mejor cine de Jack Arnold se inclinó por retratar criaturas que buscaban su nicho en un mundo cerrado que les negaba espacios, y lo hizo a través de personajes activos, ciertamente entrañables en sus dudas y sus contradictorias relaciones con su entorno, llenos de perspectivas que podían o no ser equívocas, pero a las que apostaban su destino: la perspectiva de los marginados.

A lo largo de su carrera literaria, Antonio Orlando Rodríguez (Cuba, 1956) ha optado por la perspectiva equívoca y por la relación contradictoria. Con lucidez y riesgo, ha abordado la literatura para niños, tanto en la narrativa como en el ensayo, y ha deslizado unos ambiguos cuentos para “adultos”, y su leit motiv literario ha sido la visión de los “monstruos” cotidianos, sean niños, adultos o quimeras.

Galardonada con el Premio Alfaguara 2008, Chiquita (Alfaguara-Santillana Ediciones Generales. México, 2008 518 pp.) contiene tres obsesiones de Rodríguez en una sola figura: una adulta niña que es también un fenómeno, una anomalía de la naturaleza. Chiquita Cenda es un monstruo adulto perpetuamente infantil, reunión de equívocos en la que creemos hallar la explicación para y el desfogue de algo unívoco escondido en el sustrato de nuestro ser: nuestras calladas perversiones.

Espiridiona “Chiquita” Cenda fue, explica Rodríguez, un personaje real que fascinó y sedujo los mejores vaudevilles estadounidenses y europeos a fines del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, el novelista no consigna la historia, la history, de Chiquita Cenda, sino su cuentanazo, su story, amalgama de realidad y fantasía, de maravilla y extrañeza, que hacen del personaje real una ficción apenas aceptable, y de la ficción una realidad no sólo admisible sino también deseable.

Chiquita es una respuesta y una interrogante. Su tamaño mínimo la hace frágil, objeto de cariño más que sujeto de afecto. Mujer minimalista que requiere más atención que amistad, más cuidado que espacio. Es mínima como Cuba, celada y sobreprotegida por unos padres en incordia constante, como la España decimonónica abandonada por sus hijos americanos y al borde de la quiebra económica y moral. Y también, como Cuba, es denodadamente revuelta y rebelde, contestataria y habilidosa, y, sin embargo, Chiquita no es una metáfora de Cuba y Cuba no es un reflejo de Chiquita: destinos a un tiempo autónomos y paralelos, gemelos y distintos.

Chiquita se declara una gozosa y descarada mentira literaria plagada de verdades que, paradójicamente, al “contaminarla” de realidad, la hacen aún más verosímil a nuestros ojos. La historia de Chiquita Cenda se pliega a la dudosa memoria de un anciano periodista que afirma haberla conocido, haber convivido con ella, lo que podría o no ser verdad, pero que aceptamos como verdad en la medida en que el viejo nos relata el cuentanazo de una liliputiense que ha encontrado su nicho en el mundo que la rodea, y que se deleita ante los titubeos de los seres humanos “normales”, que evidencian ante ella sus desarreglos con el mundo y consigo mismos.

Chiquita Cenda es una liliputiense en acuerdo con su tamaño y su persona, una mujer perversa e ingenua, vulgar e instruida, consciente de que su pequeñez física es su lastre y su viento en popa, su llave de entrada a la vida sexual y moral de los múltiples hombres y mujeres que la acechan a lo largo de su vida, sea la de la realidad real, sea la de la realidad literaria.

History y story se mezclan, se confunden, pero no se interrumpen en el medio millar de páginas de Chiquita, y la confusión permite a Rodríguez jugar un doble papel: el de periodista de la irrealidad  –el autor cubano es profesional del periodismo-, y el de fabulador de la realidad. Personajes reales como las míticas Sara Bernhardt y Nellie Bly, el poderoso empresario de la información Joseph Pulitzer, entre otros, desfilan por las páginas del reportaje de la irrealidad, mientras que una fauna desconcertante de inmigrantes, reporteros corruptos, aventureros de alta sociedad, artistas oscuros, pervertidos sexuales y toda laya de amantes del dólar pululan por los vericuetos de la paquidérmica Nueva York finisecular en la fabulación de la realidad.

En semejante bullicio novelesco, Rodríguez se da tiempo para las descripciones rápidas, los juegos de enredos, los relatos pormenorizados y las reflexiones estilísticas, con un dominio cabal del ritmo. Sin embargo, aun cuando tiene una indudable solvencia técnica, Rodríguez falla al condescender en ciertos momentos a una cursilería demasiado evidente, más intelectual que espontánea, lo que interrumpe la fluencia del relato, y nos hace sospechar que se trata de una impostura, una “novela”, y no una historia en la que queremos creer. Así también, en otros lapsos el novelista cubano no matiza lo suficiente a los personajes, y los deja en tipos más que en personas, descuida la soltura a favor de la actitud prefabricada. Ahí tanto el novelista como el periodista pierden el tono, y se percibe el desequilibrio de la cadencia narrativa.

Hablo de errores, deslices dentro de una novela de factura sólida, no de una generalidad. Chiquita es una novela a varias voces, aunque relatada por una sola voz que se multiplica, se hace eco y de nueva cuenta voz individualizada y única. Antonio Orlando Rodríguez es un novelista consistente, ágil en el discurso y experimentado en la técnica.Scott Carey, el antihéroe El increíble hombre menguante, sufre una caída bíblica hasta el sótano de su casa, desde donde tendrá que levantarse para conquistar su nuevo espacio en el universo, para replantearse como ser humano. Chiquita Cenda es elogiada por ser una anomalía de la naturaleza humana. Ella no busca su nicho en el universo, sino al universo en el nicho que se ha forjado. Nicho real por novelesco: una charada.

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Managua, Nicaragua, 1972.
Poeta y ensayista nicaragüense . Licenciado en lengua y literaturas hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Ha colaborado en diversas revistas culturales de su país (Cultura de Paz, Decenio, El Pez y la Serpiente), así como de México (Diturna, Alforja de Poesía, Cuadernos Americanos). Publica artículos y ensayos de crítica literaria y de cine en el periódico El Nuevo Diario, de su país, y en la revista virtual Carátula, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Ha participado en el 4º Encuentro Internacional de Poesía Pacífico-Lázaro Cárdenas (2002), en Michoacán, en el Primer Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), en el 8º Encuentro Internacional de Escritores Zamora (2004), en Michoacán, en el Libro Club de la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente (2004), como invitado especial en el Tercer Encuentro Regional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), y en el Segundo Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2005). Radica en México, D.F.