La picaresca criolla o las fronteras del periodismo en El héroe de Berlín de Carlos Meneses

1 febrero, 2008

Como en criminología, el lector de ahora busca en la novela las verdaderas huellas digitales del autor del crimen más que la historia del crimen. ¿Pero qué es eso en literatura? El estilo, es decir sangre, sudor y lágrimas en cada frase, en cada acápite, en cada capítulo, tan sólo para que el lector se comprometa con el universo que la operación verbal va creando. En otras palabras, cierto grado de combustión de la lengua que no sólo cuente sino que también desate el goce de la lectura.

Esta ha sido la reflexión que me provocó El héroe de Berlín de Carlos Meneses (Lima, 1930), una historia inmersa en el universo de la picaresca criolla. No es ésta, sin embargo, la primera vez que este narrador pone al desnudo el universo del criollismo limeño. Ya en su novela breve Huachos rojos asistimos a la prefiguración del mundo en el que ahora se mueve el Pavo Olímpico, su héroe. El mismo universo emergía en su novela ganadora del Premio Blasco Ibáñez de 2002. Ahora en El héroe de Berlín, aunque hay una cierta voluntad denunciar los llamados desniveles económicos, sociales y culturales, la verdad es que el universo al que nos lleva se halla por encima de esa voluntad. La operación verbal, repito, consigue crear un verdadero universo autónomo o paralelo a los referentes de época y de sociedad. Es más, inscribiéndose en la tradición de los narradores que hurgan en el intríngulis del periodismo y la política, revalora la función del periodismo y al mismo tiempo nos entrega un paradigma de investigación porque lo trasciende y se convierte en literatura.

Poco importa que algunos lectores reconozcan o no el referente socio histórico, el mundo del periodismo de los años cincuenta y sus implicaciones con la dictadura de Odría o la psicología del deportista nacional, lo cierto es que el valor agregado a toda esa información, la ficción, da como resultado este retrato de nuestra picaresca. La novela arranca con una voz que está hablando con alguien sobre los riesgos y límites de la investigación periodística. El narrador es pues un profesional de la información mordido por la tentación de crear un universo autónomo con los elementos de su investigación: la vida de un deportista, reconvertido en un hombre hiperactivo dedicado a múltiples negocios, para terminar al borde de la decisión de dar el salto hacia la política. Todo un héroe.

En la primera página leemos: “No sé si has reparado que continuamente buscamos desnudar a la gente… Tirar abajo murallas para que el individuo… quede impúdicamente a la vista de todos.” Así comienza el deslinde entre literatura y periodismo, uno de los ejes de reflexión de la doble pesquisa que encierra esta novela. Una de ellas es conducida por el mismo narrador y se desarrolla en el presente de la acción. La otra, realizada en el pasado, avanza desde el momento en que uno de sus colegas dio con el cuerpo de un alcohólico tirado en una de las calles de Lima hasta hacerla convergir con la primera.

En ese afán de desnudamiento de su personaje va surgiendo como telón de fondo el universo social del que proviene el deportista, su hundimiento en el alcoholismo, el mundillo de la farándula limeña, el comadreo de políticos y periodistas y los chanchullos del mundo de los altos negocios: el Perú de ayer y hoy. No se crea por lo dicho que se trate de un lagrimeo perpetuo. El narrador se ríe no sólo de sí mismo, también de su héroe. Ya sabemos que ninguna obra sin humor pasa a formar parte de la producción intelectual inteligente puesto que poco lejos van quienes avanzan por el mundo sin una buena dosis de ironía.

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