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La poesía es un fondo de agua marina. Santiago Montobbio

1 diciembre, 2012

Si usted, amigo lector, aún no ha tenido ocasión este año de leer un solo libro de poesía, le recomiendo que no deje que acabe sin abrir al menos este. Al principio, como cuando el cuerpo se mete en una corriente, sentirá que debe resistirse, pero después querrá dejarse llevar a un final incierto, porque, ¡cuidado!, se trata de poesía pura.  

En La poesía es un fondo de agua marina (colección El Bardo, Los libros de la frontera, Barcelona, 2011), Santiago Montobbio rompe con veinte años de silencio.    

El autor de Hospital de inocentes (1989), nacido en Barcelona en 1966, y en la actualidad profesor de Literatura en la UNED y en ESADE, declara y confiesa que reemprendió la escritura en febrero de 2009. Primero fue en forma de prosa que se fue haciendo poema, y luego los días se llenaron de ellos.

En esta publicación, posterior a la de una edición francesa (La poésie est un fond d’eau marine, éditions du Cygne, 2011), los poemas aparecen en el orden en que Montobbio los fue escribiendo, o ellos se fueron apareciendo, aunque no están todos aquí. Entre el mes de marzo y abril, llegó a componer 438 poemas. Pero dejemos por un momento los números.

Sus temas, los temas de siempre, reaparecen: la soledad, la búsqueda del amor, la melancolía, la añoranza por algunos retazos de infancia, la mirada lúcida, y la reivindicación de sus raíces y lecturas clásicas, y su vinculación a la cultura francesa e italiana, además de la española y catalana. Un poeta mediterráneo, sin duda, pero también de interior, y en suma, un poeta íntimo.

Cuando mira el edificio de La Pedrera, en el Paseo de Gracia, uno de los emblemas del modernismo barcelonés, él, vecino del barrio, advierte que nunca lo ha visitado, pero contempla los centenares de turistas que caminan por su tejado cada día. A partir de ahí, surge una reflexión sobre la Barcelona moderna que se precia de ser “la mejor tienda del mundo”, pero en la que el poeta añora la sencillez de algunos rincones de su niñez. Reconoce que ahora es posible que la ciudad esté mejor, sí, pero aún así, la de la infancia siempre fue mejor.

El mundo exterior, el de los amaneceres en la ciudad, el de los cafés, el de los desayunos frugales, está lleno de preguntas que llevan al poeta hacia su interior. Cumple la tarea de escribir por imperativo natural, sin más pretensiones:

Sólo he escrito. Cuando he oído hablar de un escritor/ importante/ esa expresión me ha rozado la piel, me ha/ sorprendido. / Porque no es un adjetivo que a un escritor pueda/ aplicársele. / Un escritor no es importante. La escritura no tiene/ importancia /…/ Es solo naturaleza que se cumple y que se extiende.

   Por eso, en otro poema llega a confesar que ya “no puede salir, respirar, mirar por la ventana, y pasear al perro sin que un poema aparezca”. Si bien, la mayoría de sus poemas surgen de esta corriente que podría parecer exteriorista, a veces sucumbe a un lirismo casi lorquiano, como en el poema 41:

TENGO UNA LUNA ENTRE LOS DEDOS,
UN OLOR A CAMPO,
una esquina del alma, un pañuelo y un trozo
de ala de gaviota por una infancia disecada.
Sobre todo ello camino y canto, me busco,
me alzo, me alcanzo. Todos tenemos un paisaje
que como en un puzzle roto está al final del alma,
y podemos a través de sus pedazos sentirla
y trazarla, dibujarla como nombre o como rostro,
sentir la patria que en el poema se cumpla
y en el vivir y el aire se deshaga.

La mayoría de los poemas comienzan sin título, con los dos primeros versos en mayúsculas, probablemente, porque así surgieron, como cuando vienen las palabras sin que aún se sepa qué quieren decir ni por dónde avanzar. Esos primeros versos a veces marcan el ritmo, y otras contienen la esencia del poema, podrían ser ellos mismos el poema, como en este:

EMPIEZO EL DÍA Y SONRÍO, AUNQUE SÉ,
QUE ESTÁ PERDIDO

Ha adquirido sin duda un estilo propio que no admite confusiones. Puede apuntar una intensidad única cuando avanza hacia dentro, intensidad que a veces pierde cuando el poeta, quizá asustado, o avergonzado (no sé), quisiera justificarse, y entonces vuelve a los otros, en busca de universalizar su experiencia, diciendo que “todos sentimos” eso mismo. Es ahí, cuando parece que el poema podría haber llegado más adentro. Pero con lo mejor y lo peor, estos versos viven con luz propia, no desfallecen y la mayoría deja un pellizco en el corazón o en la memoria.

Montobbio explica que los poemas surgieron con tanta urgencia que tuvo que escribirlos donde dispusiera de espacios en blancos, a veces, en los márgenes de los libros que leía mientras acompañaba a su madre al médico, y otras en las libretas conmemorativas del 25 aniversario de la Agencia Española de Cooperación en Nicaragua que le regaló su hermana Elena.

    En esta obra, no se asiste solo a un torrente poético, sino al proceso mismo de la escritura. Es como dos en uno: el propio libro, y el libro de cómo se hizo. Para todo el que esté interesado en el proceso de la escritura, o en la poesía pura, les sugiero este regalo de un poeta que carece de pretensiones, incluso algo tímido. En uno de sus poemas expresa:

LA TIMIDEZ NO AYUDA A VIVIR, PERO DICE
BIEN DE UNA PERSONA….

“Y al menos es, sin duda, una medida de decencia”, añade.

Quedan muchos otros poemas que no han sido publicados esta vez en este libro de la colección El Bardo, una iniciativa con solera de la poesía castellana que ha sido acogida por diferentes editoriales y en diferentes momentos y que, en sus inicios, publicó a Pere Gimferrer, Gabriel Celaya o Vázquez Montalbán entre otros. Así que el torrente no acaba aquí. Y es para celebrarlo.

Lo dicho. Aquí no encontrarán nada más ni nada menos que poesía. La dejamos al cuidado de sus ojos y de su silencio.  

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Nacido en Andalucía, tiene la doble nacionalidad hispano-nicaragüense, países en los que ha trabajado en el mundo de la docencia, la cultura, el periodismo y la cooperación. Licenciado en Filología, y master en Periodismo y Derecho Internacional. Es consultor de comunicación y cooperación. Escritor, docente y colaborador en varios medios en España (como El País) y Latinoamérica (Gatopardo, La prensa, Confidencial, Etiqueta Negra, etc.) sobre temas literarios y de actualidad internacional, crisis, cooperación y desarrollo. Ha publicado, entre otros libros de antologías y colaboraciones, ensayos y relatos (Las cien Novelas para siempre del siglo XX y Si estuvieras aquí, de la editorial Icaria). Fundó con Sergio Ramírez la revista cultural Carátula www.caratula.net , de la que fue editor. Ha sido profesor de Comunicación y Humanidades, traductor y responsable de información de Médicos sin Fronteras. Ha conocido de primera mano numerosos conflictos y crisis humanitarias. Fue coordinador de la Campaña de Acceso a Medicamentos en América Latina. También ha coordinado proyectos que unen el mundo humanitario y el desarrollo con la Literatura como la serie Testigos del olvido de El País Semanal.