Foto de Jaime Martín Chamorro Argeñal
Foto de Jaime Martín Chamorro Argeñal

La poesía nicaragüense de Pablo Antonio Cuadra

6 enero, 2022

Pablo Antonio Cuadra publicó su libro Poemas nicaragüenses en 1933, a los 21 años.  Hace tiempo escribí que ese había sido el primer libro de poesía nueva o de vanguardia publicado en Centroamérica.  Fue el escritor costarricense Alfredo Sancho el que me lo hizo notar.  Ahora, con la gran cantidad y calidad de poesía nicaragüense que se ha escrito desde entonces a esta parte, pienso: ése fue también el primer libro de poesía nicaragüense publicado en Nicaragua. Es más: ese es el libro más nicaragüense.  Y no sólo son Poemas nicaragüenses: ese libro es nicaragüense. Una vaca muerta en las sierras de Chontales; y el paréntesis de sus cuernos sobre la tierra; la que era la amiga alegre del cedro; y el niño al saberlo llora en la cocina. O las quemas, antes de los aguaceros y antes que salgan las hormigas y florezcan los corteses.  La yegua anciana de la infancia. La dulzura de los potreros en la tarde. La jícara de tiste derramada.  Un niño lanzando taburetes a perros (y este niño es Pablo Antonio). O es el invierno que llega, y es Chontales. Chillan los pájaros en el alba.  El padre dice “revisen las goteras” (y es el padre de Pablo Antonio el que habla).  Los muchachos regresan remojados de los potreros.  La tierra tiene olor a tinaja.  El padre ha dicho que las vacas enfermas deben volver al campamento.  Y por la noche los muchachos oyen el ruido del invierno bajo las rojas chamarras, el ruido de la lluvia golpeando la tierra.

Y los caminos de Chontales. “Falta poco, patroncito”.  El sol reverbera en estos caminos. Después la tarde; aves nocturnas, la luna.

Y con la luna el cielo tiene una tierna mirada azul como 

           la infancia 

¡oh! tú lo sabes, como la infancia.

 La poesía de Poemas Nicaragüenses es la poesía de la infancia de Pablo Antonio, además de ser la poesía de Nicaragua. Y es la de todas nuestras infancias. Lo nicaragüense, además, para casi todos nuestros poetas, es la infancia: el buey que vimos en nuestra niñez echando vaho un día. ¿Será que Nicaragua es algo que aún está en su infancia? 

Los caminos de estos poemas, son los ásperos caminos que recorre Nicaragua. Por ellos vamos bajo el sol, y en la tarde, y con las aves nocturnas, y la luna.  ¿Cuánto falta para llegar? “Poco, patroncito”.  Por esos caminos, en la noche, va un muerto a caballo, “horqueteado”: amarrado a una horqueta y sobre una albarda vieja, como un aparecido. Y también somos la albarda nicaragüense, a la que Pablo Antonio da categoría de símbolo.

Hecha de cuero de vaca muerta –bandera de muertos– la albarda va por el llano fangoso, por el camino pisoteado, bajo el sol, bajo la lluvia, con la tarde enfrente, con la noche enfrente, con la muerte enfrente. La albarda de este poema es el pueblo nicaragüense.  Es la nación sufriente. Y es también el hombre. “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” pregunta San Pablo. La albarda de cuero viejo siempre tiene que caminar y caminar, hasta más allá de la muerte, hasta que se vivifique otra vez y un ternero mame las ubres. 

Pablo Antonio en su poesía le ha dado trascendencia universal a la albarda, al comal, a la piedra de moler, a los caites, al rancho.  No es el exhibir objetos típicos a los turistas en su aeropuerto internacional. ¿Folklore?  También es algo más profundo que el folklore.  En Poemas nicaragüenses un muchacho abrió los ojos a lo nica. Y su poesía, junto con la de los otros del grupo de “Vanguardia”, hizo que los nicas abrieran los ojos a lo nica. Lo que no es poca cosa. Es crear el país nada menos.  Una señora fue a una exposición de cuadros de Whistler y el ómnibus la llevó por la ribera del Támesis. Le dijo al pintor cuando llegó: “Todo el viaje fue una exposición de cuadros de Whistler”. Y Whistler le contestó bromeando: “Pues la naturaleza está progresando”.  Y no era broma, el Támesis se había hecho moderno en su pintura.  Mejor dicho, Whistler hizo a los ingleses mirar el Támisis de otra manera. Así: por esa poesía nicaragüense, Nicaragua es vista ahora de otra manera.  Rubén no tenía los ritmos apropiados para eso.  Habría necesitado hacer otra revolución en el idioma español, y es mucho para un hombre hacer dos revoluciones en una vida.  O tal vez es que murió muy pronto.

Ahora ya tenemos una poesía nicaragüense hecha: un velorio indio, se les ve  las caras cuando encienden sus puros, y nadie habla; la carreta de bueyes cansados en la madrugada; fiestas de pueblo; los gritos  de  monos en el Río Escondido; la pesca del tiburón; ancianitas sesteando  en sus hamacas en el norte, en  el Territorio en Litigio;  la muchacha en la manifestación contra el Gobierno, leve como una garza ; la época de Navidad en Managua con los arbolitos llenos de luces,  y las manzanas del mercado San Miguel; la pesca de langosta, de noche en el Pacífico con la luna llena; la tristeza de los llanos de la Costa Atlántica donde la Pine Company pasó arrasando los pinares;  los valles verdes de Boaco con sus vacas; la lluvia de mayo,  los malinches de junio,  los caminos polvosos del verano;  los guerrilleros deslizándose en la noche, entre luces borrosas por la lluvia, a asaltar un cuartel. Todas esas cosas y mucho más están hechas.  Y puede decirse también: ya no es difícil en Nicaragua hacer poesía nicaragüense.  Se poseen las técnicas apropiadas para hacerlo.  Tan sólo falta que el ejemplo de la poesía lo sigan también las demás artes: pintura, música, etc. 

No se trata de cantar a Nicaragua por patriotismo y menos aún por nacionalismo. Sino que se trata de crear a Nicaragua.  Y más que ningún otro la ha venido creando Pablo Antonio Cuadra, no tan solo con su canto sino también con su influencia personal en todos los otros poetas desde mi generación hasta los más jóvenes, e incluso con sus editoriales dominicales en La Prensa. Y creando no sólo la Nicaragua de hoy: también la del futuro. Pero no tenemos siquiera idea de cómo va a ser esa Nicaragua del futuro.  Pero cuando haya, por ejemplo, una escuela de Bellas Artes en Tepenaguasapa, se va a decir: Pablo Antonio hizo posible esa escuela de Bellas Artes en Tepenaguasapa. En ese lugar precisamente que él cantó:

En las márgenes del Tepenaguasapa

donde una mañana vi esconderse los garrobos súbitamente

y perderse un novillo en las fauces de un lagarto lleno

          de lodo y de lama

so levantan unos árboles altos y desnudos…

 O cuando haya Teatro en Tecolostote.  Y se publiquen revistas literarias en Muy-Muy o Matiguás.

En Rubén tenemos el laurel, el mirto, el acanto. En Pablo Antonio, ya desde su primera poesía, tenemos el carao, el malinche, el cortés, el guapinol.  No se trata nada más de sustituir una flora por otra. Y una fauna por otra. Esto es fácil, no es más que cambiar de nombres.  Se trata de que mediante los nuevos nombres haya una poesía distinta. Otros ritmos.  Y también otras emociones, no expresadas antes por ningún poeta, excepto nuestros poetas nahuas seguramente. 

PAC dialogando con campesinos nicaragüenses – Cortesía de PAVSA

La de Rubén, fue la poesía de lo exótico y de lo soñado.  Esta es la poesía de lo cercano y de lo vivido. 

Pablo Antonio sobre todo es quien más lo ha vivido.  Muchos nicaragüenses no distinguen el guásimo del jobo.  Yo escribí hace años un poema breve en que hablaba del oso-caballo, y nunca había visto un oso-caballo. Una vez mencioné también a un guarumo en un poema, porque necesitaba que hubiera cierto árbol nicaragüense en ese poema, y me fui a La Prensa en un taxi para que Pablo Antonio me describiera los guarumos. 

Pablo Antonio vivió los árboles, en los cortes de madera, como nos los describe él mismo:

Yo corté las maderas de las montañas en diciembre. 

Penetraba en la respiración de las inmensas soledades

 sin intentar definirme.  Ni a mi nombre llamaba,

 porque la selva esparce los contornos del hombre.

… ¡Era cuando los árboles!

Recordemos la columna del níspero silvestre,

del mango, del malinche,

su espontánea vegetal arquitectura

rematando en sus racimos maduros capiteles! 

Poesía nacional la de Pablo Antonio que tiene también un gran sentido social. Se solidariza con el pueblo, con el pobre…Él ha cantado la revolución, pero la revolución cristiana, la única revolución. (La misma de Vallejo que al cristianismo llamó comunismo, y su comunismo no fue marxista sino cristiano: “Amar aunque sea a traición al enemigo”).  Pablo Antonio pregunta por la cabaña de los huérfanos, por la isla del ciego, la peña de la viuda. Por el peregrino con su alforja. Es un poeta de los pobres, como Vallejo.

Y poeta de los campesinos.  Siempre los campesinos.  “Por los caminos van los campesinos”.  Usados como carne de fusil en las guerras civiles. O como rebaños en las campañas electorales. Nuevos sistemas quieren que dejen de ser campesinos para convertirlos en piezas de la máquina del Estado.  Pablo Antonio en cambio quiere que todos seamos campesinos espiritualmente.  Él es además espiritualmente un campesino:  un campesino que es poeta, que es hijo del Dr. Cuadra Pasos, que es presidente de la Academia de la Lengua, etc., pero al fin y al cabo un campesino.

Necesitamos agacharnos como los campesinos a la tierra,

 doblar el cuerpo para tocar como los campesinos a la tierra,

 adorar al Señor con esta inclinación como los campesinos

 de la tierra.

Su programa social y político es un programa de humildad.  El mismo de las parábolas agrarias del Evangelio. Campesinos y trabajadores son convocados en la aurora para hacer un nuevo país (“en vísperas de la luz”).

También hay otras lecciones políticas al país:

 Anote el poderoso esta ley del maestro

 cuando legisle para el débil…

Buscando al pueblo, el poeta ha bajado a las raíces de nuestra nacionalidad. Se ha remontado en el pasado indio hasta la noche náhuatl y de allí ha extraído extraños sueños nacionales (pesadillas a veces); a la luz de la luna indígena ha visto el jaguar, el caudillo, el poderoso; también una masa del pueblo quebrando sus piedras de moler y sus tinajas y huyendo al exilio; también sabe el secreto de las niñas chorotegas y la intimidad de los amantes. Y no sólo es pasado, porque también está la india del presente con su cántaro “como transportando la tierra”.  En la estación de Posoltega ha visto el rostro de la patria viajando en tren, en tercera: lo ha visto en el rostro de un huertero.  No es la imagen de un país subdesarrollado ni tampoco la de una comunidad superdesarrollada y esclavizada por un sistema ideológico o por la técnica: 

Nosotros ¡ah! rebeldes

al hormiguero

si algún día damos

la cara al mundo:

con los rasgos usuales de la Patria

¡un rostro enseñaremos!

También ha visto el rostro de la patria en sus grandes paisajes, sus selvas, sus soledades.  Aquí es, dice él, “donde habita el misterioso dios perdido”.  Y sigue en esta   visión:

Tirana soledad dormita en las riberas.  Apenas la sardina

 víctima del garzón, deja en la fina

 transparencia, su muda agonía en ruedas de cristal.

¡Nunca miré sobre el espacio nuestro 

tanta virginidad! ¡A lirio y luna sobre el verde intacto y su fragancia!

Mas no de agua: de silencio corre este caudal.

¿Dije escuela de Bellas Artes en Tepenaguasapa? Podría haber dicho también monasterio contemplativo en Tepenaguasapa.  O en Solentiname, que es igual.  Y pienso ahora: mucho tuvo que ver la poesía nicaragüense de Pablo Antonio con el encuentro de estas soledades.  Hemos querido agacharnos como los campesinos a la tierra.  He conocido la cabaña de los huérfanos, la isla del ciego, la peña de la viuda. También he aprendido a distinguir el guásimo del jobo.  El jobo da dentera a las vacas, el guásimo es bueno para el ganado, pero atrae zancudos.  Hemos cortado los jobos y hemos dejado algunos guásimos. Delante de mí, junto al lago, hay unos bellos guarumos. Don Chico Ortiz el ajustero quería cortarlos porque atraen el comején, pero yo no quise.  Actualmente se mecen suavemente en el viento con algunos grandes nidos de comején en las ramas.  Detrás están las aguas azules y en ella se refleja Dios.

Nuestra Señora de Solentiname 

Gran Lago de Nicaragua.

(Publicado en la revista El Pez y la Serpiente No. 9, verano 1968)

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(1925-2020), poeta, escritor, escultor y sacerdote nicaragüense nacido en Granada, cuya vasta obra poética ha sido reunida en Poesía completa (Editorial Trotta, Madrid, 2019), ofreciendo “una visión integral de lo humano que no excluye ninguno de sus perfiles: junto al poeta hallamos al historiador, al antropólogo, al místico, al revolucionario”. Cantor de un proceso cósmico evolutivo que converge hacia el amor, Cardenal ha sido una de las voces poéticas más influyentes de Hispanoamérica. Merecedor del Premio de la Paz de los libreros alemanes (1980), del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda (2009) y del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2012). Su poema Hijos de las estrellas figura en su obra póstuma En el camino de Emaús. Poemas de resurrección (Managua, Anamá Ediciones 2020).