La política en el pensamiento de Salomón de la Selva

1 febrero, 2023

En el ámbito intelectual de la América Latina, bien puede decirse que Salomón de la Selva ha nacido el más político de los poetas y el más poeta de los políticos. No puede decirse menos de un hombre, que, tanto en el ámbito de la política entendida como acción, como en el de la política entendida como reflexión y prescripción, alcanzó el grado de excelsitud. 

En efecto, como político, Salomón de la Selva se desempeñó como patriota en la lucha contra la intervención norteamericana en Nicaragua; como promotor y líder de organizaciones sindicales; como diplomático, soldado y, especialmente, como consejero y asesor de importantes dignatarios extranjeros. Entre ellos se cuentan el papa Juan XXIII, con quien habría discutido la conveniencia de la convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II, que reformó y actualizó a la Iglesia Católica; y el Presidente de México Miguel Alemán, a quien dedicara su monumental obra Ilustre familia.

Sin embargo, es en el ámbito intelectual de la política, en donde Salomón alcanza su plenitud. En su ensayo sobre Julio César Salomón corrige las equivocaciones de Nicolás Maquiavelo, quien ha sido tenido por el padre del Realismo Político moderno. Nos corresponde, pues, esta noche, la tarea de analizar, en forma breve y, pudiera decirse esquemática, sus principales conceptos políticos. 

Empezaremos con la idea que Salomón tenía de la política. Así, en Ilustre familia,sostiene que “la política no es otra cosa que la represión de la fuerza bajo un régimen de justicia en las relaciones entre la comunidad y el individuo.” (1954, p. xciv]).

Esta definición de la política está íntimamente relacionada con su concepto acerca del poder. Para Salomón, el poder es la “Fuerza”, la cual define con las palabras de Mille Weil cuando discurre sobre la Ilíada de Homero:

La fuerza empleada por el hombre, la fuerza que esclaviza al hombre, la fuerza ante la cual se sobrecoge la carne del hombre. Definida, esa fuerza es el factor invisible que convierte en cosa a quien cae dentro de su esfera de influencia. Ejercida hasta el límite, convierte al hombre en cosa, en el sentido más literal: Lo hace cadáver. Alguien había aquí, y al instante ya no hay nadie. Tal el espectáculo que la Ilíada no se cansa de mostrarnos: los corceles arrastraron ruidosamente los carros, entre las filas de batalla, deseosos de sus nobles conductores, pero estos tirados en tierra, yacían más codiciados de los buitres que de sus esposas. El Héroe se ha convertido en cosa arrastrada por caballos desbocados: Con la cabellera esparcida yace en el polvo su cabeza, hace un momento hermosa. Zeus ha permitido a sus enemigos mancillarla en el nativo suelo. (1954, p. [lxxvii).

¨La fuerza —sigue diciendo— es implacable para quien la posee o cree poseerla, no menos que a sus víctimas. A esta las aplasta, a aquel lo embriaga primero. La verdad es que nadie la posee.”(1954, p. [Lxxix).

En estos párrafos, Salomón nos entrega toda su concepción del poder y de la política. Como podemos observar, el poder es una fuerza irresistible que debe ser controlada, restringida y encausada por la política que la sujeta dentro del régimen de la justicia. Frente a las concepciones autoritarias y totalitarias, en boga hasta hace algunos años, que sostenían que el ejercicio del poder era un fin en sí mismo, Salomón antepone la idea del poder como medio al servicio de la conciliación de los intereses entre el individuo y la comunidad. En fin, la fuerza del poder debe ser encausada por la política, teniendo a la justicia como el principio fundamental y ordenador de la sociedad humana. 

Dentro de este ámbito, en el nivel práctico, Salomón también define la política como la unión de los egoísmos. César y Alejandro Hamilton acceden al poder porque son capaces de conciliar los egoísmos de sus conciudadanos. César logra unificar, en el proyecto de sacar a Roma del marasmo en que se encontraba sumida, tanto su propia ambición personal, como la codicia de riquezas de Craso y el ansia de glorias militares de Pompeyo. Hamilton pone al servicio del proyecto de la Unión Americana los intereses económicos de una incipiente plutocracia. 

Salomón sostenía que en el campo de las realidades “el gobierno para ser firme, debe basarse, mejor que en ideales color de rosa y en ideas con alas de ángel, en el egoísmo de los individuos… El egoísmo es lo que en los mortales prevalece, y sumando egoísmos y atándolos a su servicio, el príncipe adquirirá el indispensable monopolio del poder y su gobierno se mantendrá firme”.  (1971, p. 195).

De aquí que la labor del estadista consista en tejer una nutrida red de intereses egoístas de sus conciudadanos, para darle soporte sólido a los grandes proyectos políticos. 

Los intelectuales o los “filósofos” juegan en la política un importante papel. Salomón considera que “la moral es la más alta ingeniería de caminos y la moralización el más hermosos campo abierto a la poesía en su calidad de base y sostén de la política… El problema de la fuerza es fundamental en la vida y su consideración profunda es el más elevado oficio de la poesía”. (1954, p [xciii).

Por consiguiente, de la Selva creía que la política debía de estar enraizada profundamente en la moral y que la labor del intelectual como poeta, filósofo y escritor, debía de ser la moralización de la fuerza, es decir, del poder y de la política misma. 

En cuanto a lo que conocemos en el lenguaje popular como “politiquería”, Salomón opina, haciendo suyas las palabras de Hesíodo:

“A Hesíodo —dice Salomón— Ulises —que es todo engaño— no lo engaña. Esa inteligencia, pensaría el beocio ¿no será argucia, esencia de falsedad? Y que, ¿habremos de vivir en engañifas y mentiras y estratagemas toda la vida? ¿Será bueno el truco, la simulación, la perfidia, la política vulgar en suma?” (1954, p. [xcv).

De esta manera, Salomón establece que la moral es la brújula que debe guiar el ejercicio del poder y la práctica de la política. Confiere al intelectual la alta labor de moralizar la política y reniega de la “politiquería”.

Sobre las formas de gobierno más convenientes para la sociedad humana, se advierten en Salomón dos concepciones distintas que se corresponden sucesivamente. En un inicio, se pronuncia en favor de una especie de tiranía ilustrada (a modo de basileus o buen autócrata). De ese modo en el ensayo sobre Julio César afirma que: 

“Y a nadie al parecer se le ha ocurrido que, en vez de fulminar epítetos, dicterios y condenaciones sobre el tirano y la tiranía, se reconozca sencillamente su existencia (en lo que en Hispanoamérica como en los demás del mundo, no tenemos sino que abrir los ojos y alzarlos a nuestros gobernantes) y buscar modos y maneras de hacer menos dura y aún de ennoblecer esa realidad; sobre todo si consideramos que, como evidentemente es el caso, todos los esfuerzos que se han hecho en los países para debelar a los tiranos han desembocado siempre en tiranías de la misma calaña cuando no peores”. (1971, p. 196)

En este párrafo, Salomón acepta la tiranía como forma de gobierno, especialmente en los pueblos hispanoamericanos. Sin embargo, no se trata aquí de una tiranía vulgar como la que en ese momento acontece en la década de los cincuenta en nuestra patria Nicaragua. Salomón cree que el tirano debe ser un buen gobernante (el buen autócrata) que debe ser educado por los intelectuales para ejercer su oficio en beneficio del pueblo.

La otra concepción sobre la mejor forma de gobierno aparece en el “Discurso de Apolo”, perteneciente al “Libro Cuarto” de la Ilustre familia, en donde afirma:

“La función única del buen gobierno es acatar la voluntad de los gobernados, sin forzarla, dejándolos en libertad para que esa voluntad que es fluida, se desarrolle y cambie conforme cambian las circunstancias y cambia la sabiduría de los hombres. […] dejad pues a los hombres en la libertad más amplia posible, porque solo en la libertad puede su naturaleza dar lo mejor de sí. Mas, como precisa que la libertad de ninguno amengüe la de otro, y como hay servicios comunes que atender, en los que todos tienen un interés, es necesario el gobierno. ¿Pero por qué atribuirle o exigirle al gobierno fines extravagantes? ¿Por qué hacerle creador o guardián de la felicidad perpetua o de la justicia inmanente? ¿No veis que lo lógico es que el gobierno sea sencillamente aquella institución de los hombres cuyo poder se derive de la voluntad de los gobernados y sirva a esa voluntad aún en sus veleidades?” (1954, p. 148], [149).

También en el ensayo sobre Alejandro Hamilton, Salomón opina que:

Es democracia dejar al pueblo en libertad absoluta para hacer lo que le plazca; inclusive, desde luego, para cometer sus propios errores; y no solo es tiranía cometer esos errores en su nombre, sino también hacer el bien al pueblo contra su gusto, contra su voluntad, contra su parecer previamente expresado. (1971, p. 174, 175).

Salomón tenía como preocupación fundamental de su pensamiento político lo que debía ser el modelo del gobernante. Desde su perspectiva clásica griega, su gobernante modelo debía de ser un hombre excelente, virtuoso y sabio. Y no se cansó a lo largo de sus escritos de proponerle a los déspotas de turno que gobernaban a los pueblos latinoamericanos, la necesidad de encarnar esos valores en el accionar político, con el fin de sacar a sus sociedades de la pobreza y del subdesarrollo. Así, vemos que en su “Acroasis en defensa de la cultura humanista” nos dice:

Alguna vez literalmente llore lloré por mis países de tan raquítica cultura, de espiritualismo tan inexistente, convencido, como lo estoy cada vez más, de que nuestra pobreza material, rayana en la miseria, es el resultado más bien que causa de nuestra pobreza intelectual… Nuestros pueblos no saben hacer dinero porque carecen de la agilidad para esto que el gran fondo cultural que han alcanzado, da a los pueblos ricos… El circulo que así se forma es vicioso: nuestra pobreza, a su vez nos obliga a la incultura; a los periódicos mal escritos y mentirosos, a los gobernantes que menosprecian a los intelectuales; a los profesionales sin conciencia; y no atinamos con la libertad que todos desearíamos, porque nos faltan luces del intelecto para saber buscarla. (1974, p. 13, 14,15).

De acuerdo con Julio Valle Castillo, Salomón propone a lo largo de su obra tres modelos de gobernante:

En la Evocación de Horacio, Salomón explora las relaciones entre el poder y la poesía o el intelecto. Sostiene el establecimiento del mecenazgo como virtud fundamental del buen líder. Así, el Gobernante se presenta como el protector y promotor de las artes, la ciencia y la poesía. (2007, p. 269, 313).

En la Evocación de Píndaro, la virtud sobresaliente del gobernante es la de ser él mismo educador e influencia moralizante de su sociedad. (2007, p. 331, 365).

Y en Acolmixtle Netzahualcoyolt, el gobernante mismo que es el poeta o filósofo se enfrenta a las labores del gobierno:

Netzahualcóyotl dijo:
¿A que siempre los reyes en litigio, consumiendo la hacienda de los pueblos en incendio de guerra?
¿A que los odios de reino a reino?
Mejor es que se unan pueblos del mismo tronco.
Hagamos, pues, alianza Tenochitlan, Tlacopan y Tezcoco para vivir en paz. 
Así lo hicieron, y a Netzahualcóyolt designaron Gran Chichimecatl Tecuthli, rey de la nación Acolhua. (2007, p. 464).

Para Salomón, el gobernar es:

Manejar, es dirigir una nación, oficio que desde que los griegos dieron con el símil se explica bien comparándolo, mejor que como los hebreos con pastoreo de ovejas, con el del piloto de una embarcación. ¡Ay del que no sepa que ruta lleva ni las estrellas de ha de mirar, ni las maniobras que ha de hacer para salvar escollos y tormentas y llevar el barco a puerto! No es cuestión de si su carácter es amable o rudo, y de si obtuvo el puesto en que está de una manera enteramente ética o si hubo en ello una moral dudosa, sino de si tiene o no tiene competencia o la tiene sólo a medias. (1971, p. 208).

En cuanto a sus ideas sobre el ciudadano y las virtudes que le deben de adornar, Salomón considera que el orden es la primordial necesidad del espíritu humano. Y su noción de orden proviene la tradición que se remonta a la Patrística y la Escolástica, pues “todo lo que es, sea cual fuere su índole, existe sólo en virtud de sus relaciones con la naturaleza y con los seres naturales y sobrenaturales” (1954, p. 210]).

La segunda es la libertad: “Libre es sólo aquel que por voluntad propia acata las leyes, entendiendo su bondad, porque el no entender la ley es también una manera de esclavitud. El Orden dentro de la Libertad y por el entendimiento es, pues lo conveniente y lo que en todo instante debe buscarse” (1954, p. 210]).

La tercera virtud es la obediencia, entendida como “la concurrencia voluntaria en reconocimiento de lo justo, y en la capacidad para asumir responsabilidades y cumplirlas” (1954, p. 210]).

La cuarta es la jerarquía, la cual es “ordenamiento de utilidad y por lo tanto no es incompatible con la libertad. La Jerarquía debe establecerse en virtud de justicia y en virtud de ser y de sentirse cada quien útil y necesario en la colectividad” (1954, p. 210]).

La quinta es la igualdad, que “hace nobles a las almas así como la Libertad las hace fuertes”. (1954, p. 210] [211).

La sexta es el honor, al que atribuye la facultad de “armonizar las necesidades espirituales. Donde hay honor reconocido en cumplir cada quien con su deber, y en saber obedecer lo conveniente, allí no habrá conflicto de jerarquía y libertad, sino libertad y jerarquía en orden de igualdad”. (1954, p. [211).

La séptima y última es la belleza, que “tanto en lo físico como en lo espiritual hace que los hombres se asemejen a los dioses y compartan su naturaleza”. (1954, p. [211).

En el ámbito de las ideas políticas contemporáneas, Salomón de la Selva (1893-1959) estuvo plenamente definido. Recordemos que su época coincide con el surgimiento y apogeo de los grandes fenómenos totalitarios que afligieron a Europa durante la segunda mitad del siglo XX y de allí irradiaron su influencia maligna el resto del mundo. El Fascismo, el Nacional Socialismo y el Comunismo se entronizaron profundamente en Italia, Alemania y la entonces Unión Soviética, proclamando en sus respectivas versiones un milenio de esplendor totalitario, halagando y tentando la imaginación de los intelectuales, muchos de los cuales sucumbieron a la tentación de sus cantos de sirena.

Salomón se mantuvo incólume, así nos lo explica en la parte final de Ilustre Familia en una parábola griega:

La vida es bella… Sólo la Guerra es fea, y pues no tiene remedio la locura que nos arrastra a sus terrores, a sus crueldades, a su abolición de la piedad, al menosprecio de la conciencia, y al triunfo de la fuerza, quienes sabemos que las musas existen todavía y que Helena alienta en el deseo de los hombres, debemos de insistir en la alegría de vivir, que es también una manera de mantener la dignidad del hombre, de proclamar su libertad, y de avivar su fe en la grandeza omnipotente de Dios.

¿Vamos a Chipre? No. Vamos a Galilea y a la loma del Gólgota. Vamos a Roma y a la colina del Vaticano. Pero el mar es griego y canta en griego. Quien está bien amarrado al mástil de la fe cristiana, no debe temer el encanto fatal de las sirenas. (1952. p, clx]).

Por eso Salomón de la Selva siempre defendió la libertad del hombre y la democracia como la forma menos imperfecta de gobierno y como la convivencia de los pueblos en dignidad.

A aquellos que con altisonantes notas antiimperialistas, propugnaban por la guerra total contra los Estados Unidos, Salomón en la “Acroasis en defensa de la cultura humanista” les dice:

Quiero afirmar, y me será muy fácil comprobarlo, que he sufrido en carne propia, y en mi alma, todos los desmanes que el egoísmo de la nación más fuerte de América ha infligido en nuestros pueblos débiles. Pero me pregunto, si nosotros en su lugar hubiéramos sido magnánimos, siquiera justos. Por lo que rechazo como indigna de ser rectora de nuestros sentimientos, la idea de una revancha poco menos que imposible, por lo demás, y por consiguiente idiota, como es idiota también pensar que potencia alguna (la Rusia bárbara, opresora de pueblos, negadora de nuestra moral, en la actualidad) puede ser paladín de nuestro deseo de venganza. Puesto que, por separados que parezcamos estar, hay más entre nuestros pueblos que tiende unirnos que lo que tiende a distanciarnos, creo que lo noble, lo cuerdo, lo posible, es esforzarnos en crear una cultura común.  Lo que no significa en punto alguno una rendición de nuestra parte, y menos una sumisión, sino hacer real y efectiva en nosotros la cultura que hemos creído siempre que era privilegio nuestro. (1974, p. 18).

Para concluir esta reseña, es importante señalar que en Salomón de la Selva los ciudadanos del hemisferio Occidental tenemos un verdadero maestro de política, de educación democrática y cívica, y de virtud o, mejor dicho de “ἀρετή” o, aristós, que es lo divino actuando dentro de lo humano. 

Finalmente, no puedo pasar por alto esa virtud ciudadana que adornó siempre a Salomón de la Selva y que constituyó el eje de su reflexión política, me refiero a la pasión que sentía por su patria. Su patria comprendida como su pertenencia a lo universal entendido desde la particularidad de sus circunstancias, a la nación iberoamericana, a México y por encima todas las cosas, a Nicaragua, y dentro de Nicaragua, a León, punto medular de su expresión vital desde donde contempló el mundo.

Por eso es que exclama:

¡Y por eso te canto
León! Tú me forjaste, soy todo tu criatura,
tu cantera de héroe, tu manera de santo,
tu aspiración divina sobre tierra dura. (2007, p. 474, 475).

REFERENCIAS

  • Selva, Salomón de la. (1954) Ilustre familia. Novela de dioses y héroes. México: La Nación.
  • Selva, Salomón de la. (1971) Dos ensayos: Julio Cesar y Alejandro Hamilton. León Nicaragua: Editorial Universitaria.
  • Selva, Salomón de la. (1974) Versos y Versiones Nobles y Sentimentales, «Acroasis en defensa de la cultura humanista». Managua, Colección Cultural del Banco de América.
  • Selva, Salomón de la. (2007). Antología mayor: (acróasis y selección de Julio Valle-Castillo / Salomón de la Selva. –la ed.–Managua: Fundación UNO.
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Académico nicaragüense con amplia experiencia en los campos de la abogacía, los negocios, el gobierno, las relaciones internacionales y la educación superior. Entre sus credenciales académicas el Dr. Velásquez Pereira cuenta con un Doctorado (PhD) en Ciencias Políticas de University of Arizona (Tucson) Maestría en Gobierno por la Universidad de Essex (UK) y licenciatura en Ciencias Jurídicas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN. León). En su carrera profesional se ha desempeñado como abogado en los ámbitos nacionales e internacionales, en el sector público como Presidente del Consejo Nacional de Planificación Económica Social (CONPES), asesor de corporaciones privadas y públicas, Embajador Representante Permanente de Nicaragua ante la OEA.