Obra de Claudia Fuentes
Obra de Claudia Fuentes

La profundización del mundo indígena en Claudia Fuentes de Lacayo

5 febrero, 2024

I

El experto francés en culturas precolombinas, Raoul d’Hartcourt, afirma: “Ambas Américas ofrecen el ejemplo de un continente casi desgajado durante mucho tiempo del resto del mundo. Sin embargo, la mayoría de las civilizaciones que se desarrollaron allí presentan un estadio ya más evolucionado”.

“Ciertos grupos humanos de América habían alcanzado, antes del descubrimiento de Colón, un grado de cultura muy elevado.” Raoul d’Harcourt los divide, uno al norte y otro al sur: los Aztecas de México y los Incas del Perú, que generaron el primitivo realismo y la primitiva estilización.

La cristianización y la colonización produjeron un arte menos primitivo pero imitativos de la imaginería hispana. Los mayas hallaron una expresión en alto relieve que se localiza en el templo de Bonampak y crearon obras arquitectónicas y escultóricas admirables en los estados mexicanos de Chiapas, Yucatán y Copán, pero la cultura conquistadora las subestimó y destruyó durante unos tres siglos. Las artes plásticas de América Latina quizá desde el siglo XIX empiezan a recuperar su identidad, al registrar en sus lienzos su entorno y sus habitantes, sus costumbres y divinidades, su cosmología.

Muchos pintores americanos que viajaban a estudiar en las academias de Europa descubrían lo indígena, mestizos, indoamericanos que eran. Pero antes, viajeros que en otro tipo de misiones recorrían América, como Squier o Lothrop en el siglo XIX, prestaron atención a la lítica, o sea, a esculturas en piedra de divinidades indígenas de la fecundidad, con bajos relieves de serpientes en sus lados, con cabezas de animales sobre sus cabezas o cruces que significaban el agua.

México fue uno de los primeros países en indagar su expresión americana moderna india y propagarla, promoviéndola. Pensamos en los paisajes de luz profunda y la extensión del Valle de Anáhuac de José María Velasco, en la vulcanología y telurismo del Dr. Alt, en cierta fisonomía colonial, ya mestiza, con elementos barrocos, de Saturnino Herrán; en los grabados de José Guadalupe Posada que documentan los temas de la Revolución mexicana.

Perú tuvo pintores como José Sabogal, especialistas en las mujeres indígenas, y Mario Urteaga Alvarado, que pintó costumbres, ritos y guerras;  el también sudamericano Oswaldo Guayasamín, ecuatoriano contemporáneo, fue el pintor del llanto de las mujeres de América, una América dolida y desgarrada. Están también Mariano Rodríguez, cubano, pintor de gallos y el caribeño Wifredo Lam.

Los pintores latinoamericanos han pintado su mundo, que se ha redondeado  con el Muralismo Mexicano: Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, que retrataron la fisonomía mexicana y resemantizaron la lengua, las formas, los cuerpos de fuego y los nombres de Huichilopoxtli, Oxomogo, Chachihueney, Quiatot, Hecat, Mixcoac, Mazat, Teostelos…Posteriormente, el cósmico Rufino Tamayo con su luna y astros y  perros y siempre en México, el espinoso dibujante, ceramista y pintor Pancho Toledo; los tótems escultóricos con fogatas indirectas de Ricardo Martínez; los telares y sacerdotes geométricos de Carlos Mérida de Guatemala; las grandes mocuanas de Pancho Zúñiga en Costa Rica…La brasileña Tarsila do Amaral…

Obra de Claudia Fuentes

Si los indígenas y mestizos se pintaron a sí mismos, la negritud, parte de la identidad nuestra, encontró en el cubano Wilfredo Lam sus junglas y sus lanzas, mientras el aire andino sopló en el Ecuador con la fuerza de Oswaldo Guayasamín. No olvidemos tampoco al colombiano Carlos Jacanamijoy ni a los bolivianos Cecilio Guzmán de Rojas y Arturo Borda. El incaico sol relumbró emplumado en Fernando de Szyszlo. La pintura primitivista, naif, ingenua, espontanea de Haití, permitió ratificar la negritud… En Nicaragua, el pintor Rodrigo Peñalba (1908-1979) y el poeta y crítico Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), valoraron la estatuaria y la cerámica indígena, prehispánica, como obras de arte. Imitando a Rubén Darío, los pintores nicaragüenses han trabajado con su piqueta,

en el terreno de la América ignota.
¡Suene armoniosa mi piqueta de poeta!
¡Y descubra oro y ópalos y rica piedra fina,
templo, o estatua rota!
Y el misterioso jeroglífico adivina
la Musa.

Para 1960 Mesoamérica o Centroamérica contaba ya con todo un movimiento pictórico, con nombres como los del esplendido maestro guatemalteco Carlos Mérida, quien hizo dos carpetas a color, una sobre el Popol-Vuh y otra sobre los trajes de los pueblos y comunidades indígenas mexicanas, además del carácter global de su obra. Asimismo, guatemaltecos son también Luis Díaz, Elmar Rojas, Marco Augusto Quiroa y Roberto Cabrera. En Guatemala el Grupo Vértebra introdujo lenguajes nuevos como el collage, la pintura matérica y el expresionismo abstracto. En Nicaragua aparecieron Omar de Leon, Armando Morales, Fernando Saravia, Leoncio Sáenz -nuestro Tlacuilo-, auténtico artista indígena, tan milenario como contemporáneo, dibujante de líneas incisas y de colores planos, además del Grupo Praxis. Y tres mujeres pintoras vinieron a ampliar la estética indígena y nacional: Claudia Fuentes de Lacayo, Ilse Ortiz de Manzanares y Rosario Ortiz, que se formaron bajo la dirección de Alberto Ycaza y por medio de cursos de Leonel Cerrato.

En 1966, el indigenismo moderno continuó a través de Genaro Lugo, quien pintó un Canto a la raza que mereció el Premio de Pintura del Centenario del nacimiento de Rubén Darío en 1967, tríptico en el que se escenifica un cruce de dioses flotantes y fetos de un barro mágico (120 x 237 cm.). Y en la escultura de Ernesto Cardenal, cuya simplicidad y temática zoomorfa está “hecha como el indio y con el alma india”, según Cuadra: jaguares, loras, conejos, gatos, garzas, palomas, etc…

En la década de los 70, algunos artistas del antiguo Grupo Praxis (1963 -1972), tales como Alejandro Aróstegui, Leonel Vanegas, Orlando Sobalvarro y Róger Pérez de la Rocha, resemantizaron signos o pictogramas sugestivos pero comunicantes de aquel mundo: la poza del mero, el Cailagua, los petroglifos del litoral Pacífico, generando en América otro muralismo distinto al mexicano, como si Paul Klee fuera chorotega. No hay que perder de vista, en los 80, los Quetzalcóatl desplegando garras y penachos de Xavier Sánchez, ni los petroglifos en metal y los cuencos de Luis Morales Alonso.

Hacia mediados de los 60 Claudia Fuentes se enfrentó al caballete, la paleta, los tubos de óleo y los pinceles, para asumir su vocación pictórica con pasión y profesionalismo; cuenta con más de 80 exposiciones personales y colectivas dentro de Nicaragua y en el exterior: Miami, San Salvador, Chile, California, Washington, China, Costa Rica, Carolina, Madrid, New Orleans, y más de 40 años de trayectoria con identidad, profundizando su expresión indígena y desplazándose por varios países, donde completó su formación e información.

En las creaciones germinales (65-74) de sus primeras muestras, comienza a aparecer su código: metates con cabezas de jaguares, botellas veladas, ollas, vasijas, porongas, composiciones pétreas que dan la sensación visual de cofres o baúles piratas y evocan el tiempo, que es muy importante en Claudia Fuentes: tiempo prehispánico, tiempo colonial, tiempo moderno, actualidad, horas. A través de relojes de casas solariegas o en la torre del Reloj de Diriamba, vuelven sus ollas que aparentan mamas o frutas y, asimismo, aparecen las máscaras del “Macho Ratón” como imagen del mestizaje en el primer baile teatral de la colonia, nuestro paradigmático “Güegüense”, personaje burlador de los criollos y autoridades españolas. Su personal código indígena vino definiéndose, confirmándose en varias décadas, curiosamente, fuera de Nicaragua.

Obra de Claudia Fuentes

II

Ahora, comenzando el siglo XXI, cuando Claudia Fuentes Cardenal de Lacayo (León, 30 de octubre de 1938) regresó a residir a su tierra natal, mientras el mundo externo anda en la post modernidad y la transvanguardia va y viene con propuestas de hace un siglo o actualizadas con 80 años de retraso  o con la heterogeneidad de un mundo que, al menos por las tecnologías de la comunicación, hace pensar con ilusión colonialista que se pertenece a él o que forma parte de la universalidad mediática, Claudia Fuentes de Lacayo, una pintora posterior al Grupo Praxis, aparece con una muestra que continúa la veta autóctona e indígena sin folklorismos o pintoresquismos, lo que revela que la veta está viva, fuerte, y, por tanto, con mucho que expresar; confirma además la trayectoria de la pintura nicaragüense en cuanto expresión americana y ubica a la pintora como una personalidad plástica cierta y segura, cuyo concepto se abre a otras dimensiones. Ella ha dado un salto cualitativo notable: de la interioridad del barro, del entierro a la imaginación, avanzando a un primer plano visual, poético, nostálgico.    La pintora ha profundizado en una huaca que es ella misma: su memoria, su silencio, su sentimiento. Su secreto mejor guardado: su espiritualidad. Hay que tener presente que su indigenismo -no lugareño, no típico- ha pasado a poseer en ella “otro” lenguaje raigal y poético, creatividad.

El nombre de su primera exposición al regresar a su patria, que tuvo lugar en el Banco Central de Nicaragua del 27 de  octubre a 11 de noviembre de 2005, fue Teotexcalli,  que según el padre  nahuatlista Ángel María Garibay (2) significa piedra divina, brasero mítico; ese nombre no es gratuito, tiene su razón de ser; es un deliberado homenaje subjetivo, huaca o alma interior, a la cerámica, a los incensarios, a las estelas que a través de signos hablan un lenguaje sagrado; a las ollas funerarias que como úteros naturalmente renuevan la vida al devolver el cuerpo a la tierra, y a los teponastles que resuenan lejanos, acompañando danzas y mitotes; a los tiestos puestos en relación con sus glifos, su gama y su geometría.

Es el concepto y la temática habitual de la pintora que, como afirma la doctora Dolores Torres, “se distingue especialmente por sus representaciones de la alfarería popular e indígena trasladada a sus telas en fuertes texturas, que forman una suerte de bajorrelieves en los que destacan las superficies fracturadas y craqueladas de sus vasijas prehispánicas. Siente una especial fascinación por la arcilla cóncava, sin vidriado y sin brillo, así como los colores terrosos”.

Sí, ahora la composición resulta tan simple como compleja y la expresión honda se torna mítica y mística. Estamos en presencia de altares y objetos rituales con los que hace siglos los indígenas adoraron a sus divinidades. Claudia Fuentes devuelve ahora la índole religiosa a este barro: la cruz, el sol, el hombre, los rayos, las espirales, que si no aparecen por primera vez en ella como pictogramas denotativos de lo divino, aparecen con frecuencia y en abundancia. Todo esto visto, percibido y pintado poéticamente.

Hay tres piezas de mediano formato que están llenas del absoluto indígena: Trípode al tagüe y al til, Urna Sagrada y Ofrenda al agua. Las tres piezas son de sencillez extrema a ojos vista, pero bien vistas, la rotundidad de sus sombras las dota de un espacio misterioso: el trípode servía para quemar el copal y sahumar a los dioses y a los fenómenos de la naturaleza que los expresaban. La urna sagrada pareciera en cambio más occidental o por lo menos mestiza, sin embargo, su color ocre y sus rayas negras e insinuaciones de serpientes le dan el toque indígena. El otro trípode, con similares características del primero, es una ofrenda al agua, al agua que fecunda la tierra en los meses lluviosos y al agua que apacigua la sed de los muertos, los habitantes del Mictlán.

No es gratuito que las piezas de cerámica no vengan de la sombra, de la oscuridad, sino de la luz solar, como si hubieran estado enterradas en la atmósfera solar y no dentro de la tierra. Véanse de esta manera: Brasero mítico I, Brasero mítico 2, y Boca de Tinaja. Aquí vemos, que, junto a estas tres piezas de formato pequeño, lo cual las hace más primorosas, hay un tercer brasero mítico que carece de toda atmósfera sobrenatural, su Díptico de la cerámica, compuesto sobre la superficie terrena.

El abordaje y tratamiento indígena de Claudia Fuentes reside en inventar la sobrevivencia de este barro religioso, bajo las piedras, que pueden recordar o remitir a las construcciones pétreas de los Incas en Machu Pichu, aunque se pinten cacharros chorotegas o náhuatl de Nicaragua; eso no importa. Se está pintando desde una América imaginada y en términos generales.

Pero hay algo que llama la atención de esta muestra y es el ludismo con que la pintora toma sus modelos y explora sus formas, volviéndolas de un lado y otro, al derecho y al revés, manifestando así su gozo creador y, a veces, el logro estético: todo el misterio, la magia, la religiosidad expresada en cilindros, formas ovoides y circulares y aun en cuadriculados de blanco y negro, lo que nos parece un buen uso del arte cinético.

No es gratuito que en dos de sus piezas mayores en todo sentido, Cóncavo y Convexo 1 y Cóncavo y convexo 2, sinolvidarla sacralidad de la pieza, se advierta la geometría. La plástica y la figuración prehispánica curiosamente tienen de fondo rectángulos y cuadrados que dan la sensación de fondos abstractos en colores pastel, que resaltan las tierras y las obras.

III

Claudia Fuentes de Lacayo no solo se ratifica como pintora sino como latinoamericana; modela con el pincel y no con la mano. Con el mismo pincel hace telares de cintura a la manera maya. Rescata y da vida con los colores, especialmente con el negro o el blanco, a los jeroglíficos de las edades remotas, de antes de que llegaran los españoles y pasáramos a formar parte de Occidente.

Ella misma ha dicho que:

“en el inconsciente mesoamericano, sobreviven la olla de cerámica, la vasija quebrada y las figurillas de arcilla enterradas bajo las estructuras de la actual cultura occidental que compartimos. Con mi pincel y espátula, modelo cada pieza como si fuera de barro, y descubro como una arqueóloga, bajo los muros de la epistemología eurocéntrica, los restos de culturas de tremenda sabiduría y diferentes maneras de entender el universo”

En su exposición del 27 de septiembre al 6 de octubre de 2011, titulada “Signos y Símbolos liberados”, en la Galería Códice de Managua, resulta la misma artista, mas ya con elementos e intenciones distintas, imaginativas y comunicadoras. Descifra, desentraña los signos o símbolos. Presenta piezas unitarias, dípticos, trípticos y polípticos, cuya dinámica mezcla los símbolos de la naturaleza concebidos por los indígenas: allí las cruces representan el agua, elemento importante para una cultura agrícola, tal como eran las mayorías de las culturas precolombinas; hay estolas o bandas  que ondulan o reptan evocando, por una parte, los fajones de cintura tejidos a mano  en la plaza de Antigua Guatemala y, por otra,  el movimiento de los reptiles que mudan de piel y se convierten en cuadriculados que cruzan y atraviesan con signos e ideogramas las ollas y las vasijas, piezas que recuerdan los telares mayas. Encontramos glifos que ofrecen composiciones sencillas para reafirmar el sistema indígena con peces reiterados y otros jeroglifos zoomorfos… Es otra Claudia Fuentes y la misma: liberando a través de la creación los signos y símbolos olvidados, acuñándolos de nuevos y antiquísimos sentidos.

Vean también cómo el arte popular tiene en ella una interprete en “La Lupita”, estilización de la Virgen de Guadalupe, invocada así por el pueblo mexicano; o en su “Homenaje a la Virgen”, ambas obras tratadas con el cuadriculado del arte cinético, una suerte de artesanía popular. La pintora entreteje así lo nuevo con lo viejo, lo culto con lo elemental. 

No en vano el pintor de Nicaragua Alejandro Aróstegui ha señalado que la exhibición de Claudia Lacayo en Galería Códice “tiene la novedad de presentar en pequeños formatos y elegante presentación, detalles de ornamentos desprendidos de su intención inicial (comunicativa, simbólica y decorativa) adquiriendo en sus mejores logros, una presencia emergente luminosa contra apacibles fondos colorísticos (Políptico de la naturaleza 44cm. X 50cm, Tríptico glifos sobrepuestos 78cm. x 33cm, Díptico Agua y Tiempo 56cm. x 37cm.) o atmósferas más oscuras de contraste y dramatismo (Díptico Glifos sobrepuestos, 62cm. x 56cm, Dípticos de bioformas 62cm. x 56cm, Glifos en movimiento 62cm. x 56cm, Díptico Glifos 64cm. x 56cm, y Díptico Ruta de peces y Glifos ondulante 62cm. x 56cm.) La evolución de este período de Claudia se efectúa de forma gradual al ondear la banda decorativa de signos y símbolos, como serpiente mágica frente a diferentes vasijas de cerámica desnudas, atravesando muros, nichos y barrotes hasta quedar sola, entrecruzando entre ellas en un exhibicionismo lúdico y enigmático (Díptico Glifos danzantes 83cm. x 55cm.)”.

IV

Hacia la segunda década del siglo XXI, es decir, entre 2010 y 2014, Claudia Fuentes experimentó un sismo en su temática, se movió del mito indígena y de las cerámicas indígenas a la realidad urbana y contemporánea. Los antiguos muros se transformaron en paredes de ciudades llenas de rótulos, entre anuncios de bebidas, cervezas o jugos. Es la evidencia de la cultura comercial: la basura, los desechos…Sus ollas y tinajas envueltas o cruzadas con fajones mayas sobre fondos a rayas onduladas con una apariencia de textura fuerte y un colorido de tierras, anuncian ahora las geométricas rayas negras y las alfombras también rayadas y cuadriculadas en azul, dando la aséptica del arte cinético.

Otra novedad temática que no podía faltar en esta obra es la serie de Acahualinca: las cerámicas hechas pedazos “Memorias de Acahualinca N1”; las huellas de los pies de los pobladores petrificadas sobre lodo y ceniza, huyendo de alguna erupción en “Memorias de Acahualinca N2” y en otra “Memoria Acahualinca N3”. Estos cuadros sobre Acahualinca están enmarcados por otro elemento novedoso: el uso de las latas y la chatarra, que no hace coincidir a Claudia Fuentes con las latas de Alejandro Aróstegui, quien las ocupa con fines estéticos. Mientras Claudia Fuente las utiliza haciendo denuncia, Alejandro Aróstegui lo hace con fines estéticos. He aquí dos materiales opuestos en su ejecución. Claudia no desiste de sus ollas, signos y símbolos para protestar por los atentados al medio ambiente y por la destrucción del patrimonio artístico precolombino.

Es interesante como hasta los enmarcados de varias piezas de Acahualinca y de Mi barrio dan la apariencia de barrocos metálicos, con sus círculos y arabescos. La ironía se manifiesta en el contraste con la basura y el presunto arte de las pintas en las paredes,  que dan un aire de una nueva plástica de las urbes dizque modernas…

Obra de Claudia Fuentes

V

La más reciente creación de Claudia Fuentes data de 2020 y está vinculada con la anterior en cuanto a los nuevos elementos plásticos y sus fines experimentales; siendo diferente, permanece siempre ella misma. Se trata de un arte muy original y pocas veces visto en ella y en la plástica americana. Hay audacia, hay riesgo, hay convicción. Permanentemente indígena, pero con otro material; ya no pinta sobre el lienzo, sino, más cercana a una técnica mixta, hace convivir  la piedra y el metal—lo que quizá no sería tan novedosa–; la pintura y la escultura –lo que tampoco sería novedoso- ; lo verdaderamente original, lo nuevo y sorprendente es que la piedra dura se convierte en sus manos de artista –sin el cincel- en dúctiles piedras que adquieren otras formas, unas, lanceoladas, y otras, como puntas de flechas indígenas que, gracias a la pintura verde y rosa, parecen robles florecidos.

Hay piedras rectangulares que interactúan muy armónicamente: una piedra alta y otra mediana se emparejan, pero se distancian y consiguen la hermandad del árbol.

Piedras cuyos desniveles, gracias a la pintura, se le prestan para paisajes; piedras de un sólo color comunicante; piedras abstractas; piedras cuya lectura o contemplación estética puede hacerse por sus cuatro costados o por los que tengan; piedras cuyas vetas se sueltan en llamas, evocando el mito de Quetzalcóatl, infaltable en esta colección. La piedra convertida así en fuego y hierro, logrando comunicar y conmover.

Piedras cuyas bases han sido perforadas con taladros eléctricos para poder sostenerse empotradas en bases metálicas. Pinturas diríamos de la edad de piedra, contemporáneas con el arte cinético. Y la artista no sólo incursiona en este arte mixto, sino que lo hace más mixto aún, nombrando a cada piedra con un vocablo indígena  o algún nicaraguanismo, haciendo lexicología: “Homenaje al Güegüense”, “Amerrisque”, Palacagüina (36x 2ocm), Tipitapa, Cráter del Masaya, Quetzalcóatl, Ticuantepe, Diriamba, Tribal, Montelimar, Isla del muerto, Alamikamba, Macizo Peñas blancas, Serie de animales en extinción,  Río mico, Memoria rota, Comal resquebrajado, Composición, Tinajón, Fertilidad, Momotombo, Monimbó, Xolotlán, Teustepe, Chocoyero, Lava, Aguas Claras, Catarina, Acoyapa, Jiquililllo, Cerro negro, Zapatera, Punta Gorda, Zonzapote…

Llama la atención del que mira y admira estas piezas que casi todas llevan un ideograma indígena; muchas piedras y lienzos tienen el nombre de memorias profundas, lo que ratifica el carácter de estas obras en las que pervive el recuerdo, la memoria, la evocación de un mundo perdido, pero recuperado gracias al arte.

No digo que sea la última Claudia Fuentes, sino la más reciente, porque como afirma atinadamente Alejandro Aróstegui: “La liberación de los símbolos y signos de sus superficies habituales presagia brillantes e insólitas soluciones”.

Todos estos elementos del arte de Claudia fuentes de Lacayo son los que con gran riqueza configuran su código de pintura y de pintora.

Veracruz, agosto-septiembre 2023

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Masaya, Nicaragua, 1952.
Poeta, ensayista y crítico de artes plásticas y literatura. Hizo estudios de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y se licenció en Artes y Letras en la Universidad Centroamericana de los jesuitas de Managua. Es miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Entre sus numerosas publicaciones, ha reunido su poesía en Con sus pasos cantados (Centro Nicaragüense de Escritores 1998); Balada del campanero ciego (Premio Internacional de Poesía Pablo Antonio Cuadra, 2012). Autor de la novela Réquiem en Castilla del oro (1997). Fue director del Área de Literatura y Publicaciones del Ministerio de Cultura y miembro del Consejo Editorial de Nuevo Amanecer Cultural.