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La sirvienta y el luchador: Castellanos Moya y la cotidianeidad irritante

1 octubre, 2012

Sin dejar de lado la crítica, Moisés Elías Fuentes desmenuza analíticamente la novela de Horacio Castellanos Moya: La sirvienta y el luchador, exégesis que le sirve para dar libertad a las virtudes literarias del narrador salvadoreño, pero dejando abierta la ventana a modo de permitir al lector penetrar al universo literario de un autor cuya narrativa ha emprendido el vuelo y situarse en lo que le concierne: “la evolución del ser social –de su natal El Salvador-  expuesto a la doble violencia, la institucional y la guerrillera, y al caos y la desazón sentimental y de pensamiento derivada de ambas”.


“Aquí todos tenemos la muerte en la cara” dice sin miedos ni prisas “El Vikingo” y esa sentencia, en su voz, se convierte en la divisa de todo un país en La sirvienta y el luchador (Tusquets Editores. México, 2011. 267 pp.), la novela con la que el salvadoreño Horacio Castellanos Moya cierra una tetralogía iniciada con Onde no estén ustedes y continuada en Desmoronamiento y Tirana memoria, las cuales alternativamente abarcan años de la macro historia de El Salvador y la micro historia de una familia; macro historia y micro historia que se entrelazan, se afirman y se desdicen en un juego que quiere obviar la dependencia que tienen una de la otra.

Dueño de una prosa agresiva y rauda, Horacio Castellanos Moya (Honduras, 1957) ha sabido madurar un estilo narrativo compacto, violento y sin concesiones líricas, pero también prolija en el despliegue de un humanismo en carne viva, inmediato, surgido de la ineludible urgencia que deriva de una situación de violencia generalizada y feroz, que se ha ido entrometiendo hasta en los círculos más íntimos de la vida diaria.

Autor que emergió en el exilio, Castellanos Moya desarrolló temprano una narrativa acometedora y cínica que ha evolucionado, con los años, a trabajos más equilibrados, limpios de las autocomplacencias que signaron en parte sus primeros escritos, destacando entonces las virtudes de un escritor que se conduce entre el lenguaje coloquial y la descripción puntual, que no minuciosa, de los hechos narrados.

Siguiendo las enseñanzas de lo mejor de la novela negra estadounidense –pienso en Elmore Leonard, James Elroy o Cormac McCarthy-, así como también la prosa insignia de Truman Capote y Norman Mailer, maestros del relato ficticio-periodístico, Castellanos Moya ha comprendido con singular acierto que una situación violenta en literatura se explica por sí sola, sin necesidad de rebuscadas alegorías ni de tintas cargadas para expresar los actos ofensivos, por crueles que sean.

Este control sobre la brutalidad se aúna a la aparente desideologización del discurso en el novelista salvadoreño. Aparente, porque en realidad Castellanos Moya visualiza con claridad cómo la debilidad de los sistemas democráticos en Centroamérica, que no únicamente en El Salvador, ha provocado la continua inequidad en la seguridad social y en la justicia, a más que ha fertilizado el terreno para nuevas formas de intimidación ciudadana, de las bandas de maras a los cárteles de la droga colombianos y mexicanos asentados en el istmo, de las mafias del tráfico y trata de personas a las corruptelas y complicidades de altos funcionarios públicos con las oligarquías y con los políticos omisos y complacientes.

Ante ese desequilibrio social en la región, los artistas en general y los escritores en particular, han reaccionado con actitudes que se bifurcan: los hay quienes se entregan a un esteticismo escapista, mientras otros se dedican a una crítica social, a veces inteligente, a veces más bien amarga, en tanto que algunos más se deciden por la revisión histórica, a partir de la idea de que dicha revisión puede dar las bases para entender las particularidades de los procesos sociales en el istmo.

En más de un sentido Castellanos Moya se identifica con el grupo de la revisión histórica: en primer lugar porque su discurso es apartidista, que no apolítico, por lo que se mueve a sus anchas en las intimidades de ambos bandos; en segundo, porque es inclusivo, lo que desemboca en una narración polifónica, que entra y sale con plena libertad en las diversas capas sociales y en las micro historias de sus personajes.

La sirvienta y el luchador refiere los encuentros y desencuentros que tienen a lo largo de un día, que concentra muchos días, María Elena, la veterana sirvienta de una familia pudiente, y “El Vikingo”, ex luchador profesional metido a policía de la seguridad nacional, encargado de los secuestros, las torturas y los asesinatos de los enemigos del régimen. En el transcurso de días, de unos días definitorios para el destino del país, María Elena y “El Vikingo” tendrán la oportunidad de contrastar lo aciago de sus vidas.

Narrador con oficio, como ya se ha dicho, Castellanos Moya también tiene experiencia en la academia, lo que se denota en un discurso que asimila la brutalidad del medio ambiente social a través de un humor no menos brutal, sádico, que con franca ironía retoma aquella máxima de la nouveau roman según la cual la anécdota, los personajes y el drama presentados en la narración debían quedar supeditados al lenguaje, verdadero y único protagonista.

Castellanos Moya esboza una sonrisa y deja que el lenguaje asuma el papel de protagonista, sólo para que constatemos que el propio lenguaje está supeditado a una realidad cruel y deforme que lo abarca todo, que se entromete en todo, que no da permiso ni siquiera de un pequeño escapismo, de una evasión fugaz: la pareja de universitarios bien avenidos, recién llegados del exilio, son llevados a las mazmorras de las que no saldrán vivos, “El Vikingo” no puede alejarse del Palacio negro sin arriesgar la vida; Belka, la enfermera hija de María Elena asciende en lo laboral al prodigar favores sexuales a los médicos en jefe, sólo para descubrir que todavía debe hacer otros favores que dejan a la degradación sexual en una escala menor.

Un mundo despendolado y, sin embargo, manipulado por un péndulo oculto, inaccesible a los hombres y mujeres del común, meros comparsas de una tragicomedia en la que no hubieran querido participar. Si en otras narraciones de Castellanos Moya los protagonistas y antagonistas pertenecían a clases sociales de élite, en La sirvienta y el luchador los protagonistas y antagonistas pertenecen a las clases bajas, son los que no deciden, los que no tienen ni voz ni voto en las decisiones que otros toman, aunque las mismas afectan de manera irreversible su existencia. De ahí que los hechos relatados dan la impresión de verse desde afuera, desde perspectivas en las cuales somos no más que espectadores pasivos, mirones indolentes de nuestra derrota, de nuestra ruina social.

El escritor de La sirvienta y el luchador es un escritor de oficio, hábil en eso de hilvanar la trama y las sub tramas; inteligente, cuando no brillante, en la resolución de situaciones límite. Además, Castellanos Moya le ha dado una perspectiva más madura y sólida a la literatura centroamericana que ha querido revisar el pasado reciente de la región, pero sobre todo la herencia de dicho pasado: un panorama despojado, post apocalíptico, en el que los enormes sacrificios de las guerras y la acción social parecieran haber sido desproporcionados ante la pobreza de los resultados.

A diferencia de otros autores del istmo, Castellanos Moya no se interesa en exteriorizar juicios de valor respecto de los movimientos guerrilleros que se enfrentaron a los sistemas dictatoriales y oligárquicos centroamericanos, lo que signó de manera directa o indirecta la historia de la segunda mitad del siglo XX en todos los países de la región. Lo que le concierne a la narrativa del salvadoreño es la evolución del ser social expuesto a la doble violencia, la institucional y la guerrillera, y al caos y la desazón sentimental y de pensamiento derivada de ambas.

Es en este punto donde mejor se aprecia la valía estética de la prosa de Castellanos Moya, además de su valentía ética. Con base en diálogos escuetos y en descripciones mínimas, el autor simboliza la incomunicación y la soledad provenida de aquélla. No importa si “El Vikingo” y María Elena se conocieron en otra época, así como no importa la emoción juvenil ni las pulsiones sexuales de los estudiantes reclutados por la guerrilla, todos están incomunicados, aislados dentro de su propio ser, presos de un discurso hiperbólico que no da sosiego en sus exigencias sin retribuciones, y que en definitiva sólo ofrece la igualdad en la muerte, porque todos han de morir bajo el sello de sustantivos anónimos: objetivos o presas.

El planteamiento sin tapujos de un entorno social sin salidas, centrípeto, que inmoviliza a los personajes y determina de modo irónico a la trama, es un hallazgo de estilo indiscutible e indisputable para Castellanos Moya. Ahí encuentra las fuerzas y las debilidades de su discurso literario. Fuerzas, porque el argumento se cohesiona con las diversas anécdotas y sub tramas, hasta hacer un tejido sólido. Debilidades, porque al no ofrecer ninguna salida, ningún respiro, el discurso a ratos se asfixia, escamoteándole al escritor la plena libertad de acción y de pensamiento. Cuando Castellanos Moya haya conseguido superar esa agorafobia narrativa, sin duda ha de alcanzar obras aún mayores a la que ya ha logrado.

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Managua, Nicaragua, 1972.
Poeta y ensayista nicaragüense . Licenciado en lengua y literaturas hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Ha colaborado en diversas revistas culturales de su país (Cultura de Paz, Decenio, El Pez y la Serpiente), así como de México (Diturna, Alforja de Poesía, Cuadernos Americanos). Publica artículos y ensayos de crítica literaria y de cine en el periódico El Nuevo Diario, de su país, y en la revista virtual Carátula, del escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Ha participado en el 4º Encuentro Internacional de Poesía Pacífico-Lázaro Cárdenas (2002), en Michoacán, en el Primer Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), en el 8º Encuentro Internacional de Escritores Zamora (2004), en Michoacán, en el Libro Club de la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente (2004), como invitado especial en el Tercer Encuentro Regional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2004), y en el Segundo Encuentro Internacional de Escritores Salvatierra (Guanajuato, 2005). Radica en México, D.F.