
Las tentaciones verbales de Ernesto Mejía Sánchez
2 diciembre, 2024
(Esquema de su poesía)
Quizá en los postreros momentos de su existencia, en la última hora como en verdad sucedió– se le presentó al Sr Mallarmé y/o en este caso, a Ernesto Mejía Sánchez, el Mal, encarnado en la oscura figura del demonio disfrazado de ángel, como a Cristo después de los cuarenta días de ayuno, invirtiéndole los seres humanos y las cosas en misteriosas tentaciones: a él, como a Mallarmé, a él, fiel esposo y padre amante, tan austero, intelectual y casi aburrido—. Hombre de rigores disciplinarios, serio, que profesaba la poesía como santidad, ética y religión, pero que a veces montaba en furia e irrumpía como Satanás mismo, contra la injusticia, contra la mezquindad, contra las dictaduras; un poeta con un cáustico sentido del humor, escéptico, incrédulo, desencantado, traicionado, negados sus dones por sus amigos y compañeros. Una criatura que más parecía un académico, un filólogo, un catedrático, que un poeta cuya poesía le llenaba toda su humanidad desde el corazón como un mar cambiante, furioso y sin consuelo.
Hijo de Norberto Mejía Meza y Juana Sánchez Ordeñana, Ernesto José Mejía Sánchez nació el 6 de julio de 1923 en Masaya, Nicaragua; pasó su infancia en una casa de campo frente a donde pasaba la línea férrea, entre el Coyotepe y la Barranca, escenario de la batalla final contra los marines que perdieron los patriotas en octubre de 1912. Era descendiente de Manuel Antonio de la Cerda y Juan Argüello, de donde solía decir: “También tengo sangre en Rivas…” Pasó su adolescencia entre Masaya y Granada. cursó la primaria y algunos cursos de la secundaria en el Colegio de Monseñor Juan Bautista Matamoros y en el Instituto Nacional Manuel Coronel Matus, de su ciudad natal. En 1940, dirigió la revista Anhelos. En 1942 se bachilleró en el Instituto Nacional de Oriente, Granada; ese mismo año comienza a formar parte de la Cofradía del Taller San Lucas, donde apareció una crónica sobre la mujer nicaragüense en los cronistas y viajeros, firmado junto a su maestro José Coronel Urtecho. En la Universidad de Oriente y Mediodía de Granada inició sus estudios de Derecho, pero dos años después, 1944, se marchó a México. En la Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, hizo carrera obteniendo en 1951 el título de Maestro en Letras, especialidad en Lengua y Literatura española.
En 1947 y 1950 ganó y compartió el Premio Nacional Rubén Darío con Manolo Cuadra y Santos Cermeño. En 1950 fundó en México, con Juan José Arreola, la colección Los presentes. Viaja a España, donde sigue cursos de doctorado en Filología Hispánica; conoce a Antonio Rodríguez Moñino. Publica una Antología (1953) y dirige la revista La Tertulia. Al mismo tiempo, su obra es seleccionada en la antología 5 poetas hispanoamericanos en España (también de 1953) y asiste a las “Primeras Jornadas de Lengua Hispanoamericana” en Salamanca. Recorre Francia e Italia, donde conoce y entabla amistad con Gabriela Mistral. Regresa a Nicaragua y se hace cargo de la Imprenta Granada. Obtiene el segundo premio centroamericano en el Concurso de Poesía, convocado por el Ministerio de Cultura de El Salvador. estableciéndose, definitivamente, en México.
Reincorporado a la vida intelectual de ese país, ingresa al Colegio de México, presidido por Alfonso Reyes; asimismo, es investigador del Centro de Estudios Literarios y catedrático titular de literatura hispanoamericana en la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde entonces, se especializa en ediciones críticas y documentadas de autores hispanoamericanos. En 1959 participa en el IX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, celebrado en la Universidad de Columbia, Nueva York. En 1962 permanece una temporada en el Estado de Nebraska. En 1971 recibe el doctorado honoris causa en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. En 1975 es admitido como miembro correspondiente a la Hispanic Society of America. En 1980 es nombrado embajador de Nicaragua ante España y, posteriormente, representando un gobierno de izquierda, como era el sandinista, ante la Argentina de los militares, se le otorga el Premio Alfonso Reyes. De todas las figuras capitales, a quienes dedicó sus más acuciosas indagaciones, fueron Darío, Reyes y Martí. Mejía Sánchez fue el más sabio dariano de su tiempo, como dan fe las ediciones que preparó de los Cuentos completos en 1950 y de las Poesías en 1962 y 1977, así como los fundamentales estudios recogidos en Cuestiones rubendarianas (1970) y numerosas investigaciones más.
Por su lado, sobre Reyes escribió centenares de páginas. En cuanto a la vocación por Martí, la plasmó en el prólogo a una compilación crítica de la correspondencia norteamericana del cubano que editó dos veces bajo el título José Martí en el Partido Liberal (1886-1892) y en varios seminarios y coloquios. Murió en Mérida, Yucatán, y sus restos fueron repatriados para ser sepultados en el cementerio de Granada, Nicaragua. Pero Mejía Sánchez fue principalmente un poeta, un poeta a la manera de sí mismo y de Mallarmé. Él mismo dirá:
Vers pour Mallarmé
En las últimas horas, quizá en la última
se presenta al señor Mallarmé un ángel imbécil
y bellísimo –a él, fiel esposo y padre amante
tan austero, intelectual y casi aburrido—
A tentarlo, ¿El pan en piedra, el vino en agua,
El hombre en hembra? ¡Eso lo vemos todos los días!
El señor Mallarmé trasmuta la insolencia creadora
en humilde artesanía, como el santo (sin iglesia
ni alarde, castamente) vierte las riquezas
en la miseria porque ambas desaparezcan de la vida.
Y ¿qué mejor poesía? Sin conseguirlo. Mais un coup
D´état pourrait toujours abolir le hasard.
Conocemos al Ernesto Mejía Sánchez (Masaya, 6 de julio de 1923 –Mérida, Yucatán, 29 de octubre de 1985), catedrático, filólogo, ensayista, investigador, editor y crítico literario, con más de cien títulos publicados, que abarcan diversas edades y autores de las letras españolas e hispanoamericanas. Hasta su misma complexión física: seca u ósea, higiénica, fina, filosa, como incisiva, que esconde al irónico y humorista, revela al “científico” de la literatura; pero su poesía es precariamente conocida, está rodeada de misterio, de secreto, de una religiosidad menos explícita que la de Ernesto Cardenal, pero de religiosidad al fin, de magia y claridad. Y esto, precisamente, nos oculta la identificación del Yo poético con Cristo. He aquí que sufre las tentaciones demoníacas en el desierto y aún más, en las “últimas horas” ya clavado en la cruz, en un eterno ayuno y una no menos eterna agonía, y en una constante purificación poética y personal de cara a salir como poeta a la vida pública, cuando está a punto de dejar el mundo. “Otro poco y me veréis y otro poco y no me veréis”, era una fase bíblica que Mejía gustada decir entre burlas y veras… Mejía Sánchez es, ante y sobre todo, un poeta, creador, un hacedor y como tal, uno de los más desatados, complejos e inquietantes poetas de la lengua española americana de hoy. El poeta vergonzante, casi inédito, riguroso y respetuoso de su mester, hasta cinco años antes de su muerte y por razones éticas de su adhesión a la Revolución Popular Sandinista, se permitió dar a conocer Recolección a mediodía, o sea, la junta de sus libros poéticos y sus poemas dispersos en revistas y suplementos literarios de las Américas y España; la edición anterior sólo titulada Recolección, León, UNAN, 1970 constó de un tiraje de 80 ejemplares.
Perteneció a la Generación nicaragüense del 40, a la post vanguardia, que ha llegado a convertirse en rectora de algunas de las corrientes y nuevas formas de la novísima poesía de América desde los 60 del siglo XX hasta principios del siglo XXI. De aquí que Recolección a mediodía venga a constituir uno de los libros fundamentales de la actual poesía centroamericana y, por ende, hispanoamericana. Está dividido en 12 secciones: Ensalmos y Conjuros (1947), La carne contigua (1948), El retorno (1950), La impureza (1951), Contemplaciones europeas… (1957), Vela de la espada (1951-1960), Poemas familiares (1955-1973), Disposición de viaje (1956-1972), Poemas temporales (1952-1973), Historia natural (1968-1975), Estelas/Homenajes (1947-1979) y Poemas dialectales (1977-1980).
Las 12 partes ofrecen a simple vista dos rasgos esenciales: la abundancia y la plenitud. Este es un libro abundante, múltiple en motivos, seguro en recurrencias, diverso en aspectos y significaciones: arte poética y arte ética, acto de fe y apostasía, claridad y hermetismo, poesía pura e impura, eticista, esteticista y testimonial. Sus motivos van desde el nacimiento del tercer hijo, la mujer dormida, la colonia urbana, las manchas de vino en el mantel, el cabello y las muñecas de la prima, las uñas y el pelo pintado de la prostituta, hasta la sangre de Lorca, los ómnibus de Santa María-Insurgentes, la mano izquierda de Amparo Ochoa, las fotografías, los números de teléfono, la ruleta erótica o la baraja, pasando por los rostros de los poetas, intelectuales, pintores y amigos, y aún por el propio rostro, por las ciudades y bares del mundo, la maldad humana, el tigre y Borges, la fe y la duda, el Coyotepe y Doña Leonor Acevedo, el amor y el desamor, la cortina de mierda de su país natal, la dictadura bicéfala o mama Rosa Argüello, así como el paisaje infantil. Sus recurrencias y formas verbales, desde el hai-kai, el soneto, el terceto endecasílabo y el cuarteto, hasta el poema largo, extenso, el versículo, el verso libre y las mezclas de versos de arte mayor y menor dentro del poema en prosa, y el mismo poema en prosa audaz, modernísimo.
Este dominio formal le permitió a Mejía Sánchez, dentro del informalismo y desaliño nerudiano de los cincuenta, recuperar el ritmo, la fluidez y limpieza del verso, véase la estructura dantesca de su poema “El retorno”. Aquí el erudito y filólogo están al servicio de la creación y por eso lo vemos sacar luminosas partidas de la semántica y de las afinidades fonéticas: rimas perfectas e imperfectas, aliteraciones y aún rimas conceptuales. Léanse su “Filología callejera” y sus poemas dialectales con los que crea arquetipos sociales nicaragüenses: el cotufero, el guayolero o el cabeceño. En esta misma dirección lo popular a veces se funde y confunde con lo más intelectual, las situaciones domésticas, los accidentes vulgares, son asociados a las obras maestras de la literatura universal; el refrán, el dicho es trastocado en cita y con la cita culta, casi cifrada. He aquí dos ejemplos: los ensalmos, las oraciones mágicas del mestizaje y los conjuros, actos de saneamiento de la brujería indígena o medieval—son promovidos a poemas precisos y preciosos, límpidos y siempre mágicos, pero en otro sentido. Veamos este:
APRENDÍ una oración para decirla
solamente de noche; pacifica el sueño,
transparenta los párpados:
Adonais, limpia mis ojos, vélame
ahora que me entrego a la muerte
nocturna, a la instantánea muerte.
Suéñame un ángel puro, que me acompañe
siempre, y que sea mujer.
Y este otro ensalmo:
HAY DÍAS limpios, construidos
por un aire inconsútil. Ni un demonio
ni un ángel lo penetran. Ahí
la soledad da la batalla.
De nada serviría, amoroso
llamarla. De nada, porque el aire,
homogéneo, cerrado, pone plomo
a la voz. Requiérela al menos,
sin abrir los labios, así:
compañía adversaria, estoy contigo.
Y este otro que podría leerse como arte poética:
PARA SABER si el fruto de su vientre
ha de ser varón o niña, que tu mano
inaugure la sombra de sus ojos, y
que pronuncie un nombre sin
recordar la noche de la sangre.
Si ella dice: rueca, o: golondrina,
será mujer quien alegre tu casa.
Si dice, por ejemplo: amaranto,
será varón quien besará
a la madre. Si queda muda,
no te apenes, él hablará por ella;
que nacerá un poeta.
El poema “Antes del sábado” que es una enumeración de lugares nacionales y una retahíla de improperios en contra de Somoza, recuerda al instante el coctel de las brujas de Macbeth. Pero el aporte de Mejía Sánchez a la poesía hispanoamericana contemporánea y acaso su lección o herencia más personal y permanente es el poema en prosa –bautizado prosema por Pablo Antonio Cuadra—, experimental, audaz. Sus poemas en prosa responden a los caracteres de esta nueva forma que se remontan a Charles Baudelaire; son, pues, breves, intensos, anárquicos y lúcidos, pero mezclan géneros y formas elocutivas primarias y secundarias con libertinaje; así tenemos y reconocemos prosemas-novelas, prosemas-ensayos, prosemas-expropiaciones textuales, prosemas-medallones, prosemas en los que se entrecruza la lengua despierta y la escritura automática, o el catálogo libérrimo, herencia del surrealismo, y prosemas-críticas de artes plásticas. Y en este particular cabe ver en Mejía Sánchez, además, al crítico y comentarista de pintura: Balbuena, Mérida, Elvira Gascón, Susana García Ruiz, etc. El poema enriquecido como crítica de arte y la crítica de arte potencializada por la poesía. Recolección a mediodía recoge la totalidad de estos poemas en prosa a partir de su primer y feliz intento en La carne contigua y Vela de la espada. Otra sorpresa y un aspecto más: Mejía Sánchez traductor del inglés en Un canto para nadie de Thomas Merton y Fragmentos desde un aeroplano de Philip Lamantia. El aspecto más original es el siguiente: Mejía Sánchez es irónico, fino, sutil, filoso, pero no se nos declaraba como el epigramático que es, según Vela de la espada y otras secciones: epigramas políticos, literarios y hasta amorosos. Con los epigramas de El monstruo y su dibujante de Carlos Martínez Rivas y losEpigramas de Ernesto Cardenal, ratifica el cultivo de esta forma antigua y moderna y una posición ética entre los poetas del país de las generaciones anteriores y de las posteriores a ellos.
La generacional actitud epigramática y la natural ironía, hija de una inteligencia aguda e incandescente, ante la sociedad, su gremio; los poetas y la dictadura somocista acusan en la obra de Mejía Sánchez una franca raíz moral. He aquí una poesía eticista, moralista, pero de una moralidad cuya rigidez puede ser quebrantada por las nobles pasiones humanas, como el amor y su espectro. El oficio de poeta es más que oficio; es una manera de ver la vida y de vivirla, un modo de entender el mundo y habitarlo, es la “otra santidad”. De aquí, por tanto, que se derive una posición política; es anti somocista por poeta (“A un poeta del régimen” y “A los poetas en el exilio”). De aquí también que el principal propósito y afán de su obra si es que los hay, sean la “salvación de las almas”, la limpieza del mundo, el orden del universo, la exaltación del hombre y el hombre mismo, la conservación del amor, de la justicia, de la belleza, del bien, la perfección y la plenitud, algo que revela su obra poética; plenitud y limpieza, despilfarro contenido, derroche de los dones.
El Mejía Sánchez primigenio proviene de Mallarmé, Baudelaire y algo de Rimbaud, los oficiantes de ritos inefables, los descubridores de las correspondencias o analogías del universo, los trasmutadores del verso en prosa y nuevas formas de poemas. Es un poeta de la sugerencia, poeta del silencio, apunta Cardenal, descendiente del neosimbolismo, pero mago, encantador, brujo –no en vano sus compañeros poetas lo llamaban “El brujito”— o hechicero verbal perteneciente a las culturas indígenas y populares de América; es uno de esos que inadvertidamente encendían para sorpresa del conquistador “un tabaco oloroso de las Indias”, fabricaban tres anillos blancos con el humo, una columna y aherrojaban al ángel que los asediaba, los acosaba o ya se les había metido en el cuerpo.
La poesía para este Mejía Sánchez es un conjuro, o sea, una oración y acción que exorcizan y adivinan; una fórmula mágica con la que realiza sus deseos, capaz de crear cuerpos y almas y de sanar el mismo cuerpo y el alma: invocación y hallazgo de la luna o de la mujer o de la luna que es la mujer o de la amada que es la luna. Por tanto, el poeta es una suerte de taumaturgo y de mago; de ángel y demonio; un ser peligroso por subversivo y gracioso por lúdico, que va por la tierra ensayando “la palabra, su medida (o sea, su métrica, su precisión o exactitud; he ahí al neoartista), / el espacio (o sea, su valor o calidad plástica) que ocupa”; la toma de los labios de la muchacha o de los espectadores y lectores, la pone con cuidado –léase con el esmero, el trabajo y la conciencia del neoartista–, en cualquier mano y aconseja empeñarla y contar hasta dos, lo más difícil (el prodigio):
Ábrela ahora: una
estrella en tu mano.
No es gratuito que su poema, muy posterior a la década del cuarenta, sobre el maestro Coronel Urtecho, se titule Arrepentimiento del mago. ¿Arrepentimiento de qué y por qué? Porque la creación del poeta-mago no es cierta, es mentira, fábula, ficción, no corresponde a la realidad, es impureza, tiene algo de maldad, y, sin embargo, una vez creada, se torna pureza, forma parte y enriquece la realidad, tornándola proteica y elevada. Tampoco es gratuito que llame al pintor Carlos Mérida brujo: “Viejo nuevo, viejo prodigioso, mago ilustre, Gran Mago Maestro Brujo del Popol Vuh”. Después, en su juventud, se confesó escéptico, dudoso y descreído, obedeciendo de esta manera al Maligno. Lo dice él mismo:
Hay un demonio malo que te dice
al oído: mira, te engañan, duda
siempre, rompe el círculo.
El mejor amuleto está en tu mano.
La Generación del 40 se planteó la reinvención de Nicaragua, no a la manera de los modernistas ni de los vanguardistas y sus motivaciones, sino más poética, más literariamente y a su vez más modernamente: a través de ideologías, denuncias, proyectos políticos, contradicciones y subjetividades. La Nicaragua de Mejía Sánchez es la memoria infantil, la otredad, el paraíso perdido; pues, según Ernesto Sábato, en epígrafe apropiado por Mejía Sánchez para su sección La Nueva Nicaragua (1980-1984), “la patria no es sino la infancia, algunos rostros, algunos recuerdos de la adolescencia, un árbol o un barrio, una insignificante calle… el silbato de una locomotora… el olor (el recuerdo del olor) de nuestro viejo motor en el molino…” De allí, el “retrato familiar” o el “espejo de mi madre”, los sueños y los “nidos de memoria”, el Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua, El Coyote, La Barranca, la sopera, los aposentos de sombra familiar, los terremotos, las lagunas y volcanes, todo lo evocativo y recordatorio se le hace poesía o material poético.
Nicaragua en la memoria y a su vez, el mito de Nicaragua, la Nicaragua metaforizada, otra Nicaragua inmaterial e inalcanzable, pura, la única Nicaragua posible y habitable contra la dictadura, el colonialismo y los imperios, fuera de la historia, una Nicaragua mental, una Nicaragua Celeste, como la Jerusalén Celeste, aludida, citada, referida por los científicos y los creadores del mundo, como Rafael Landívar, Thomas Belt, Julio Cortázar, Malcolm Lowry, ciudad, astro o planeta orbitando fuera de la historia y de la cosmografía.
Y La Nueva Nicaragua (1980-1984), su poesía revolucionaria o de adhesión a la Revolución Popular Sandinista, es la visión de antes y después del triunfo de la Revolución: una Nicaragua Terrestre sufriente, somocista, reino de los hermanitos Contreras del siglo XVI y de los Somoza del siglo XX, con “hijos de mona y guardia”, donde el poeta se sabe extranjero, desconocido, borrado y oscurecido; una Nicaragua a la que hay que crearle un nuevo imaginario, o, si se quiere, un santoral histórico. En 1959 decía:
Queremos que Sandino renazca entre nosotros
Porque en el mundo de la guerra fría, “La cortina del país natal” que la separaba de la especie y de la historia, es una cortina ignorada y escatológica:
Mis amigos demócratas,
Comunistas, socialcristianos,
Elogian o denigran
La Cortina de Hierro,
La Cortina de Bambú,
La Cortina de Dólares,
La Cortina de Sangre,
La Cortina de Caña.
Son unos excelentes cortineros.
Pero nadie se refiere
A la Cortina de Mierda
De mi Nicaragua natal.
Con todo, pareciera que a este poeta no le importa destruir las estructuras sociales injustas y anacrónicas, o, al menos, reformar o revolucionar; no milita en partido político alguno ni cree en líderes ni caudillos y si se declaró sandinista, fue por Sandino, por razones patrióticas, cívicas e identitarias, y no por el FSLN. Pero su ideal es más ambicioso, ético y universal: desea perfeccionar Nicaragua, el mundo y la humanidad. La perfección o nada. De ahí que su poesía o ars poética sea un arte ética, pero siempre ambigua, acto de fe y apostasía, claridad y hermetismo, esteticismo y testimonio. He aquí una poesía eticista, pero de un moralismo muy libre o misericordioso, que puede ser quebrantado por las pasiones y los instintos humanos. De aquí que el oficio de poeta sea más que oficio, para ser una manera de ver y vivir la vida, una cosmovisión, es la “otra santidad”, lo cual lo obliga al compromiso. De aquí, por tanto, que se derive una posición política; es antisomocista en su afán por la “salvación de las almas” y del cuerpo. Busca la armonía humanística, la limpieza, la revolución acorde con la ciencia y el orden del universo, en aras siempre de la exaltación de la especie, del amor, de la justicia, la belleza, el bien y la plenitud, algo que revela y que en muchos momentos alcanzó su obra poética.
Masaya, Nicaragua, 1952.
Poeta, ensayista y crítico de artes plásticas y literatura. Hizo estudios de Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y se licenció en Artes y Letras en la Universidad Centroamericana de los jesuitas de Managua. Es miembro de número de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Entre sus numerosas publicaciones, ha reunido su poesía en Con sus pasos cantados (Centro Nicaragüense de Escritores 1998); Balada del campanero ciego (Premio Internacional de Poesía Pablo Antonio Cuadra, 2012). Autor de la novela Réquiem en Castilla del oro (1997). Fue director del Área de Literatura y Publicaciones del Ministerio de Cultura y miembro del Consejo Editorial de Nuevo Amanecer Cultural.