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Llanto y risa en Cesar Vallejo

1 junio, 2012

Carlos Meneses, otro peruano, nos recuerda y pone de nueva cuenta en la palestra el nombre de César Vallejo, poeta universal, insobornable, y a decir de Carlos: poeta “que penetra en el motivo de la lágrima pero que nunca traiciona la poesía”, y por otra parte “voz que expresa las terribles desgracias de la vida”. Recurrir a Vallejo en días aciagos revitaliza la piel y entrañas de los sentimientos, para desde ahí dimensionar, poner en claro los padecimientos y consecuencias del dolor. Nunca antes como ahora los poetas nos hacen sentir el pálpito, el ritmo de los acontecimientos.  


Nadie es totalmente alegre ni completamente triste. Los dos estados de ánimo se reúnen en una misma persona aunque uno de ellos destaque por encima del otro. Las proporciones de ese maridaje son las que suelen determinar que a una persona se le considere más triste que jovial o al revés. La poesía y la narrativa de César Vallejo, alcanzaron una considerable altura a partir de 1923 cuando abandonó su país, el Perú, y fue a residir a París, donde falleció en 1938. La impronta sobre todo de sus poemas siempre se ha considerado de tono desesperanzado. Sin que eso signifique desmedro para una obra de tan elevada categoría.

Escribir con lágrimas en vez de tinta no es un capricho, es a lo que obliga un país devastado, hambriento, con profundas desigualdades sociales, raciales y económicas como lo es Perú. Eso tampoco niega la posibilidad de tener poetas festivos, de  mostrar buen humor y mencionar aspectos jocosos. Nadie puede dudar que la poesía de Vallejo, también la prosa y el teatro, reflejan la realidad de un país cautivo en manos de la minoría que sucedió a la vigencia del colonialismo instaurado desde el descubrimiento de América por Colón.

Han pasado los años, más de cien desde el nacimiento del poeta de Santiago de Chuco (1892), ligeramente menos de un siglo desde la publicación de su primer libro Los Heraldos negros (1918), tres cuartos de siglo de la muerte en París (1938) de ese hombre que sabía lo que era (y tristemente aun es) el sufrimiento de su pueblo y, sin embargo, su voz no calla. No es sólo la lóbrega visión de esas enormes diferencias citadas, la precisa observación del dolor de quienes durante quinientos años han padecido el rigor de los amos, es también la belleza herida de su verso. Un verso que capta ayes, injusticias, que penetra en el motivo de la lágrima pero que nunca traiciona la poesía. En el alma de los poemas de Vallejo está el retrato de la aflicción de la inmensa mayoría de peruanos, como la sencillez de la bondad del autor.

Creer que si la poesía realizada por un poeta, o por centenares de ellos brota impregnada de dolor, impulsa a un país hacia la desgracia, como se ha llegado a decir en Lima de toda la obra de Vallejo, más que tildar de error ese concepto habría que señalarlo de necio. La poesía no cambia el destino de ningún país, más bien recoge la imagen del país, del habitante de ese país. Muestra al ser humano hundido en su desgarrada vida. O enseña –como logra Vallejo genialmente-, las dimensiones de ese dolor y las circunstancias nefastas que lo convocan. No querer o no poder ver los mensajes de muestro gran poeta es propio de una enorme ceguera.

Cuando Vallejo en su poema Espergesia dice:

“Yo nací un día
que dios estuvo enfermo”

no está dando una opinión como la de un político, un profesor o como un analista de una sociedad cualquiera. Está dando a conocer la profundidad de su pena, la desgracia de haber nacido sin el apoyo de Dios, al que considera como el gran amparo con el que debería contar todo  ser humano. Justamente lo que Vallejo siente que se le ha hurtado a él y otros sí han alcanzado. Pero él es el ejemplo, la muestra, que nos está diciendo nací en la orfandad. Vivo huérfano de ayuda. Esta es mi desgracia, esta es la vida. Aún alcanza sonidos más tétricos, no con el ánimo de causar pesar en el mundo. El mundo es como es, al margen de lo que él pueda decir.

Él no es el creador de un planeta injusto, es la voz que expresa las terribles desgracias de la vida. Su obra  poética o narrativa no es un museo de pesimismo. El poeta se ha encontrado con ese museo y lo describe con su voz herida.

La tristeza de Vallejo no es un capricho. Es una consecuencia.  En su narrativa  se pueden encontrar más que llantos, denuncias. Es la palabra señalando como un dedo gigantesco esas diferencias infamantes que abruman a un país. El hombre que con arte y valentía arremete contra quienes recelan y llegan al desprecio absoluto de quienes pertenecen a otra clase social, son de otra raza y, por supuesto, de  escasas o casi nulas posibilidades económicas. En el cuento titulado: Paco Yunque, está concentrada la visión que el narrador tiene de la sierra peruana. Cómo, ese desprecio por el indio se va heredando de generación en generación. El hacendado lo fomenta en sus descendientes y estos lo demuestran, lo convierten en patética realidad contra el representante de esa clase maltratada que es el niño que lleva el nombre del cuento y que va al único colegio de la zona, donde se reúne con esos niños privilegiados.

Esos hijos de hacendados son los que le cierran el paso a Paco Yunque. Vallejo no inventa, no destila pesimismo como se le ha querido achacar (en todo caso, si destilara pesimismo y lo hace con arte, bienvenido sea), pone su don de la escritura al servicio de un pueblo. Paquito representa el triste mundo andino. Vallejo lo rodea de muchachos que lo menosprecian, que obstruyen su discurrir por el colegio y, lo más grave, impiden que pueda alcanzar el mismo nivel cultural que ellos. Unas pocas páginas bastan al gran poeta de Santiago de Chuco, para mostrar todo ese conjunto de adversidades que sufre Paquito, y que es en realidad el sufrimiento que soporta toda una raza.

Aunque ha habido muchos intentos de reunir toda la obra de Vallejo bajo un mismo título aunque sí en varios tomos, siempre después una publicación de ese estilo aparece un poema no tomado en cuenta, un relato, un artículo periodístico que se había extraviado. De donde se determina que la obra total es casi imposible de reunir. Vallejo hallándose en Europa escribió sin descanso. Practicó periodismo como sustancial colaborador de las más importantes revistas peruanas de aquellos años. Publicó un extenso reportaje sobre la Unión Soviética en 1931. Y En España su novela Tungsteno, un grito a favor de los obreros de las minas, fue muy aplaudida y se mantuvo como uno de los títulos más importantes de 1930.

El verso de Vallejo impacta, emociona, obliga a reflexionar. Eso tal vez es lo que algunos, muy pocos en realidad, rechazan o creen puerilmente que es perjudicial. Lo que defienden no es que contaminen de pesimismo una región o un país, lo que molesta es que el poeta pida igualdad, que todos tengan los mismos derechos, que desaparezca la perjudicial idea de que unos son superiores a otros. Muchos han visto y siguen viendo lo mismo que vio Vallejo, pero no todos han podido manifestarlo como lo ha hecho él, lanzar una solicitud para lograr un trato digno para quienes sufren duramente las consecuencias de la mala distribución de la economía.

Su continuo lamentarse, como un herido de muerte por la indiferencia humana, se encuentra en muchos de sus libros y especialmente en los de poesía. Por ejemplo en La cena miserable cuando dice:

“Hasta cuando estaremos esperando lo que
no se nos debe……Y en qué recodo estiraremos
para siempre nuestras pobre rodilla!”.

Quien que haya leído a Vallejo, su poesía, su narrativa, su teatro e incluso sus artículos periodísticos, y que haya comprendido que es portador de un dolor inconmensurable, el dolor de todo un pueblo en el que él está incluido.  Puede hablar de contagio de pesimismo a los demás. Ese contagio no existe, lo que estaba vivo en su época, y lo está también ahora es la injusticia, la falta de solidaridad con un pueblo tantas veces traicionado, tanto tiempo humillado.

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Lima, 1930.
Escritor y periodista peruano.
Ha vivido en Buenos Aires, Santiago de Chile, Barcelona, Madrid, París, Aix-en-Provence, Berlín y Palma de Mallorca; en Europa desde 1961, en Mallorca desde 1963.

Ha publicado veintiocho títulos, entre los que destacan las novelasLa muchacha del bello tigre(Gijón, 1983), Bobby estuvo aquí(México, 1989; Lima, 2006), El amor según Toribia Ilusión(Barcelona, 1993), Huachos rojos(Lima, 1996 y 2005), A quién le importa el prójimo (México, 2000), Edén Moderno (Premio Ciudad de Valencia, 2003) y El héroe de Berlín (Lima, 2006); su libro de cuentos Seis y seis(México, 1980), y los ensayosBorges en Mallorca (Alicante, 1996), El primer Borges (Madrid, 2001), Tránsito de Oquendo de Amat (Las Palmas de Gran Canarias, 1972), Miguel Ángel Asturias, poeta (Gijón, 1975) yRubén Darío en Mallorca (Palma de Mallorca, 1993).

Ha merecido el Premio Nacional de Teatro del Perú por La noticia(1958), el Premio Inca de Periodismo (Lima, 1959), el Ínsula de Poesía (Palma de Mallorca), elPeriodismo Literario (Cádiz, l987), el Premio de Novela Ciudad de Valencia (2002) y el Ciudad de Peñíscola de Cuentos (2006).