Los Años Terribles, el conflicto colombiano en el cine

1 junio, 2008

Malos vientos soplan del volcán.

Manuel Mejía Vallejo

A la una y cinco de la tarde, del viernes nueve de abril de 1948, en la puerta del Edificio Agustín Nieto de la Carrera Séptima con Calle Trece, en pleno centro de Bogotá, alguien disparó tres balazos contra el líder popular más importante de la historia moderna de Colombia: Jorge Eliécer Gaitán, jefe del partido Liberal e ineluctable futuro presidente de la República.

El doctor Gaitán, había logrado acceder a la consideración pública luego de una larga batalla contra la United Fruit responsable de La Masacre de las Bananeras en diciembre de 1928 que dejó, mal contados, tres mil trabajadores muertos. Gaitán no solo consiguió el castigo a los responsables, sino también la expulsión de la multinacional frutera de su país.

Ni su presunto asesino, un católico fanático, Juan Roa Sierra, ni el Doctor Gaitán, sobrevivirían para presenciar los hechos que prosiguieron al atentado. Desde aquel día, Colombia entró en otra era, la era de La Violencia. Una época, que más allá de exquisiteces historiográficas, la prensa mundial refleja que todavía no ha terminado y que solo en los primeros diez años causó 300.000 muertos.

El líder liberal moriría menos de cincuenta minutos después en el quirófano de la Clínica Central. El supuesto asesino fue despedazado por la turba apenas lo descubrieron refugiado en la droguería Granada, junto al edificio Agustín Nieto, momentos después del magnicidio, para muchos investigadores la Central de Inteligencia Norteamericana no estuvo ajena a los hechos.

Aquel asesinato desencadenó entonces lo que se conoce como El Bogotazo: setenta y dos horas de saqueo, muertes y destrucción, que se extendieron desde el centro de la ciudad hacia las periferias.

Colombia se abismaba a un nuevo y un monumental baño de sangre. A partir del día del atentado, desde todo el país comenzaron a llegar informes aterradores, sobre persecuciones y asesinatos de los que eran objeto los liberales por parte del partido conservador, animados por la Iglesia Católica y apoyados por el ejército y la policía.

Centenares de veredas campesinas fueron saqueadas por Pájaros o Chulavistas, grupos paramilitares, consumaron verdaderas cacerías contra cualquier sospechado de liberal.

La violencia ejercida por el gobierno del presidente Mariano Ospina y su tenebroso ministro de relaciones exteriores, y hombre fuerte del gobierno, Laureano Gómez, también sospechado de alentar el asesinato de Gaitán, fue sistemática y generalizada contra la población civil.

Asesinados, individualmente o en masa, campesinos, obreros, estudiantes, colonos, indígenas, mujeres, ancianos o niños, daba igual, fueron el blanco de la respuesta del gobierno a las movilizaciones, y protestas populares por la muerte del doctor Gaitán.

Prácticas de sadismo y rituales horripilantes, solo conocidos en el continente décadas después durante nuestras respectivas guerras sucias como castraciones, degollamientos y mutilaciones, fueron de la práctica diarias. Lo inenarrable sucedió. Ser pariente de un presunto liberal significaba ser merecedor de cualquier oprobio. Familias enteras fueron incineradas dentro de sus casas, pueblos arrasados, cosechas incendiadas, ganado exterminado, la secuelas de la represión se extendió como un mal pertinaz.

La furia conservadora obligó a una diáspora  interior a miles de campesinos. Los que consiguieron huir de las matazas se fueron agrupando en pequeñas columnas buscando nuevos sitios donde continuar la vida, en la espesura de la selva o en lo alto del páramo. La persecución siguió hasta donde estos fueran y es así como se conforman los primeros grupos guerrilleros en defensa de la reacción conservadora.

Entre aquellos campesinos que huían y luego resistirían, marchaba Pedro Antonio Marín y Marín, conocido como Marulanda Vélez, más conocido como Tirofijo, fundador y líder legendario de las FARC (Fuerza Armadas Revolucionarias de Colombia), que desde entonces no ha dado tregua a ninguno de los gobiernos que se sucedieron en Colombia.

El cine colombiano, no ha estado exento de esta realidad. Trabajosa y peligrosamente directores, guionistas y técnicos, han procurado dar testimonio de los años terribles que aún no cesan.

El Río de las Tumbas (1964) de Julio Luzardo, si bien no aborda el tema de la violencia de forma directa, hay que considerar que fue el primer y más genuino intento del cine por plantear el tema de la violencia. Luzardo denuncia la violencia de manera tangencial, creando un clima opresivo, en un ambiente de incertidumbre. Luzardo convierte  la violencia partidista de los cincuenta en una presencia fantasmagórica, acechante. En un pueblo a orillas del río Magdalena, su nombre indígena es Guacahayo (guaca: tumba, y hayo: río) donde todos parecen dejarse llevar por una indolencia asfixiante, aparece flotando un primer cadáver. Clara alegoría de los tiempos por venir. El Río de las Tumbas tiene el valor de se la primera película realizada con una perspectiva histórica crítica sobre el tiempo que retrataba.

En 1979, el escritor antioqueño Fernando Vallejo, realizará la segunda de sus únicos tres largometrajes En la tormenta. Vallejo, radicado en México desde 1971, rueda en aquel país su propio guión, donde intenta, con poco acierto, describir la violencia a partir del asesinato de Gaitán. Un viaje en un bus será el epicentro de la historia, sus pasajeros se convertirán en una obvia metáfora del destino colombiano.

Canaguaro de 1981 es codirigida por el chileno Dunav Kuzmanich, y el realizador colombiano Pepe Sánchez. Ubicada en los Llanos Orientales, narra las vicisitudes de un grupo de campesinos que intenta procurarse armas para la defensa de su comunidad y muestra como tras sucesivas manipulaciones políticas serán traicionados. El film de un gran compromiso ideológico sufrió permanentes censuras.

El caleño Carlos Mayolo, filma en 1983 Carne de tu carne, siempre en su controversial estilo, Mayolo elige una estética recargada y próxima a lo bizarro. A la vez que film inaugura una nueva mirada dentro del cine de La Violencia: los desplazados. Carne de tu carne se ubicada en un fecha precisa el 7 de agosto de 1956, Colombia, ya sacudida por permanentes baños de sangre sufre un golpe demoledor. Diez camiones militares, cargados de dinamita estallan dentro de la ciudad de Cali, las causas de la explosión nunca se han conocido, pero si las consecuencias: un gran sector de la ciudad destruido y una cifra de muertos que ronda los 15.000.

De esta hecatombe escapa la familia protagonista del film, buscando la seguridad de su finca. Allí dos medios hermanos, establecerán una relación que subvertirán las leyes, como clara referencia a la violencia que los rodea. Si bien el film es fallido por la sobrecarga de simbolismos, entre otras fracturas, es interesante señalarlo ya que es el primero en registra el desplazamiento por la violencia.

La extraordinaria novela de Gustavo Álvarez Gardeazábal, Cóndores no entierran todos los días, será llevada al cine por Francisco Norden, en 1983, con particular maestría, para traspasar la atmósfera de opresión y terror de los años cincuenta.

Un sicarios a las órdenes del partido conservador, Ángel María Lozano, el Cóndor, protagonizado por el notable Frank Ramírez, será quién lleve todo el peso del film, y a través de él podremos construir un perfecto retrato de los esbirros de la época. Norden consigue amalgamar la excelente actuación de Ramírez con una historia tan cierta como violenta.

A pesar de ser un cortometraje de 25 minutos, El Potro Chusmero dirigido en 1985 por Luis Alfredo Sánchez, fue un film trascendente que se focaliza en la rebelión de los Llanos Orientales contra el gobierno conservador de Alberto Lleras Camargo, donde  campesinos y hacendados liberales se conforman en partidas armadas para resistir a la barbarie de los grupos de represivos. Estas partidas se asumen como chusmeros, provenientes de la chusma. Un potro recién nacido se convertirá en el símbolo de su resistencia.

Otra de los muy buenos film donde queda clara la indefensión del campesino frente a la violencia es Pisingaña (1986) de Leopoldo Pinzón. Un campesino que vive solo con su hija será salvajemente asesinado por los militares, acusado de colaborar con la guerrilla. La muchacha luego de ser abusada tendrá que abandonar su casa y buscar refugio en la ciudad donde no cesarán los abusos a manos de los poderosos.

Jaime Osorio, dirige en 1991, una coproducción colombo-cubana  Confesión a Laura, donde si bien la violencia no es el tema central, circunda toda la trama. Un hombre debe llegar a la casa de una vecina Laura, en los días del Bogotazo, lo obligará a quedar encerrado en la casa de esa mujer, casi desconocida, con quién terminará confesándose. La historia refleja con acierto el momento histórico en que se enmarca.

Sin abandonar el drama del enfrentamiento bélico colombiano, Sergio Cabrera filma en 1998 Golpe de Estadio, una comedía tan disparatada como desgarradora. En un pequeño poblado de la selva una empresa petrolera ha instalado un campamento para investigaciones geológicas bautizado Nuevo Texas, lo que lo ha convertido en blanco de las fuerzas insurgentes la que sostiene constantes enfrentamientos con fuerzas policiales. Pero algo aliñará a los bandos: la selección Colombia de fútbol enfrenta a Argentina, por las eliminatorias del mundial 94. En el lugar solo existe un televisor para seguir el partido, lo que obligará a la guerrilla y la policía  a una tregua hasta el fin del partido.

La Trilogía de Urabá, realizada por la reconocida cineasta Marta Rodríguez, autora de uno de los films más legendarios de la cinematografía colombiana Chircales (1972) esta vez junto a Fernando Restrepo  narran en tres medio metrajes la situación de Colombia. El primero, Nunca Más (1999 – 2001) se aboca a la de los desplazados, que fueron violentados en sus derechos humanos, su integridad física  y económica faltando el Estado Colombiano al Protocolo II de Ginebra, en que se prohíbe, por razones de conflicto armado,  forzar el desplazamiento de población civil. El documental atrapa imágenes y testimonios de las comunidades del Urabá Antioqueño y Chocoano, Pacífico colombiano, víctimas del conflicto expulsados de sus tierras en 1997.

El segundo film Una casa sola se vence (2003-2004) donde queda registrado el conmovedor testimonio Marta Palma quién junto a parte de su comunidad fue desplazada en el año 1999, al puerto de Turbo, Atlántico Colombiano, donde vivieron tres años. Marta subsistirá sin medios para criar y educar a sus cuatro hijos, tras perder a su marido, pero vencida por la depresión morirá en agosto del año 2002.

La última parte de la trilogía fue Soraya, Amor no es Olvido del 2006. Aquí Rodríguez-Restrepo ponen como centro la acción a Soraya Palacios, madre de seis niños quién debió abandonar su casa en Puente América, Chocó, después de que los paramilitares asesinaran a su marido. Desplazada con sus pequeños, ha debido vivir hacinada en diferentes centros comunales, para pasar a vivir en un barrio marginal de la ciudad alejada de su medio y sus raíces.

El norteamericano Scott Dalton, y la colombiana Margarita Martínez filman en 2003 el apasionante documental Jesús de la Sierra, donde con cuidado antropológico siguen la vida y los relatos de Jesús Martínez, un joven paramilitar desmovilizado de una barriada pobre de la ciudad de Medellín: La Sierra. Jesús, cuenta con desparpajo su vida de sicario y como fue captado por los Grupos de Autodefensa (paramilitares) al igual que cientos de jóvenes en las mismas barriadas, para combatir a los grupos insurgentes. Sin duda Jesús de la Sierra es uno de los film que mejor explica el fenómeno del paramilitarismo.    

Basada en el cuento, El padre de mis hijos, del escritor colombiano Antonio Caballero, el costarricense Mauricio Mendiola, de larga trayectoria en los Estados Unidos,  rueda en 2003 Marasmo una historia rebosantes de clisés, con actuaciones esperpénticas. Marasmo intenta denunciar con sutileza de brocha gorda, como los grupos insurgentes se convierten en bandas de delincuentes y narcotraficantes, sin el menor atisbo de la humanidad que alguna vez proclamaron. Un film provocador que se alinea a las teorías sustentadas por el Departamento de Estado Norteamericano.

El conflicto colombiano produce mil desplazados al día, La Primera noche (2003) del antioqueño Luis Alberto Restrepo, centra el relato en una de esas tantas víctimas. Una joven con su pequeño hijo enfrenta la primera noche en que deberá pasar en las calles de una ciudad desconocida.  No solo esta sitiada por los peligros que le impone su situación, sino también por la historia que arrastra y la obligó a abandonar su lugar. El final abierto del film deja bien asentado que a aquella primera noche le sucederán otras tan oscuras, al parecer el único destino de los desplazados.

La opera prima de Ciro Guerra, La sombra del caminante (2003) habla sobre la consecuencia de tanta violencia corporizada en dos personajes que se encuentran circunstancialmente en la ciudad de Bogotá, un lisiado que sufre las consecuencias de la falta de trabajo y las burlas de los jóvenes de su vecindario y otro un hombre que se gana la vida como cargando gente en una silla que carga en su espalda, a manera de taxi. Entre ambos reconstruirán sus historias signadas por la violencia política.

Basada en hechos reales sucedidos en 2003, Soñar no cuesta nada (2006) de Rodrigo Triana, reconstruye la historia de soldados pertenecientes al batallón anti insurgencia Destroyer, que encontraron en un campamento abandonado de las FARC en plena selva casi 46 millones de dólares en efectivo. Los militares no revelaran a sus mandos la novedad e intentaran con bastante mala suerte, darse la gran vida y cumplir los sueños postergados.  En tono de comedía y con una dirección acertada, el fin va de lo irónico a lo conmovedor en un transito muy atractivo por saberlo cierto.

Finalmente Los actores del conflicto (2008) de Lisandro Duque, tiene una mirada crítica a la sociedad colombiana, y sobre quienes intentan sacar provecho de tanto dolor.  Tres mimos callejeros, encuentran la posibilidad de conseguir sus visas para viajar a España. Con ese fin se contactan con la Oficina del Alto Comisionado para la paz, e intentaran hacerse pasar por desmovilizados.

El conflicto colombiano continúa y a veces desborda  de sus  fronteras embarcando a toda la región a una peligrosa escalada de violencia. La  paz es espectro lejano que se niega a corporizar. Como un espejismo, cada día parece alejarse un poco más. Mientras tanto el cine seguirá dando testimonio de los años terribles.  

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Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).

Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).

Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.

Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.

Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.