Los espacios simbólicos en «Los de abajo» de Mariano Azuela

1 octubre, 2024

En una de las novelas más representativas de la Revolución Mexicana, Los de abajo (1915), Mariano Azuela nos muestra los lugares contrastantes y complementarios en los que se desarrolla la trama, que modifican los sentimientos y acciones de sus protagonistas y que a su vez modificados por ellos. Un espacio íntimo y familiar, como la choza en la que vive el protagonista al inicio de la historia, adquiere distintos significados cuando se le contrasta con una cañada en la sierra, trampa mortal en donde mueren acribillados tanto soldados federales como revolucionarios. En cada uno de estos espacios las emociones se adaptan, cambian y se acomodan a la poesía de un paisaje serrano de cielos claros y horizontes cortados a piedra, o a las emociones lúbricas a las que se da rienda suelta en una cantina putesca después de una batalla.

Desde su título, Los de abajo alude a una posición tanto física como social. A lo largo de la novela, los de abajo se encuentran desfavorablemente ubicados en el espacio, ya sea en el interior de una cueva o en la profundo de un cañada donde son blanco fácil para sus enemigos. Su estrato social es también inferior, como el de la mayoría de quienes integraban la “bola” revolucionaria. Campesinos, indígenas, bandidos, desposeídos y mujeres, seguían a la tropa revolucionaria más para huir de las consecuencias de actos pasados, por la búsqueda de aventura, la posibilidad de una jugosa ganancia, o para atender sus necesidades inmediatas de supervivencia, más que por un auténtico deseo de luchar contra la opresión del gobierno.

Ejemplo ilustrativo de las variadas motivaciones para unirse a la Revolución es la historia de Demetrio Macías, el protagonista de la novela, quien, tras un desacuerdo con don Mónico, un poderoso cacique de Moyahua, Zacatecas, se ve obligado a huir de su propiedad. Al inicio de la novela, los soldados federales lo encuentran por casualidad, pero le temen tanto que optan por retirarse y buscar refuerzos. Cuando los soldados regresan, Demetrio Macías y su mujer ya han huido a la sierra; mientras escapan, alcanzan a ver las llamas que devoran lo que fuera su último refugio. Así despojado de sus posesiones y obligado a huir, comienza el camino que llevará a la lucha revolucionaria a Demetrio Macías, un hombre de campo aferrado a su tierra y de talante taciturno, que actúa más por instinto que por cálculo. Forzado por las circunstancias, Macías, acompañado por una veintena de hombres, se dedica a matar a los soldados que han oprimido a los habitantes de su tierra, espacio que considera su hogar y que está decidido a defender.

El despeñadero descrito en las páginas iniciales de la novela otorga una ubicación física desafortunada para “los de abajo”, en este caso un numeroso grupo de federales que, descuidadamente, se adentra en un desfiladero de la sierra para ser aniquilado por los veinticinco hombres de Demetrio Macías. La muerte llega para todos los combatientes por igual, federales o revolucionarios. Desde las alturas, protegidos por las piedras, los hombres de Macías demuestran su puntería con los fusiles, derribando fila tras fila de soldados:

—A los de abajo… A los de abajo —exclamó Demetrio, tendiendo su treinta-treinta hacia el hilo cristalino del río.

Un federal cayó en las mismas aguas, e indefectiblemente siguieron cayendo uno a uno a cada nuevo disparo.

El despeñadero es un espacio altamente simbólico que marca el inicio de la leyenda de Demetrio Macías, personaje ucrónico de Azuela en la Revolución Mexicana. En la sierra, Demetrio es un héroe auténtico, que recibe el apoyo de aquellos que han sido víctimas del gobierno:

–¡Dios los bendiga! ¡Dios los ayude y los lleve por buen camino!… Ahora van ustedes; mañana correremos también nosotros, huyendo de la leva, perseguidos por estos condenados del gobierno, que nos han declarado guerra a muerte a todos los pobres…

La sierra es un espacio que evoca lo mejor del espíritu de quienes la defienden. En su descripción, Mariano Azuela utiliza un lenguaje poético que pone de relieve las emociones, los sentimientos de belleza y melancolía despierta en sus habitantes:

Soplaba un viento tibio en débil rumor, meciendo las hojas lanceoladas de la tierna milpa. Todo era igual; pero en las piedras, en las ramas secas, en el aire embalsamado y en la hojarasca, Camila encontraba ahora algo muy extraño: como si todas aquellas cosas tuvieran mucha tristeza

Luis Cervantes, estudiante de medicina, periodista y desertor de las fuerzas federales, es un hombre educado y con una visión amplia de los acontecimientos revolucionarios. Cervantes actúa como el catalizador que lleva a Demetrio Macías a emprender el viaje fuera de su querida geografía serrana. Cervantes intenta inculcarle a Demetrio Macías la ideología de la que éste carece, convenciéndolo de partir hacia la ciudad de Zacatecas para unirse a las fuerzas revolucionarias del general Natera. Demetrio y su gente emprenden la marcha. Tras enfrentarse y derrotar en el camino a fuerzas federales que intentaban emboscarlos, llegan a la ciudad de Fresnillo sin más contratiempos.

Luego de que Demetrio Macías y su gente destacan por su valentía en la batalla del cerro de la Bufa, la pluma de Azuela lleva al lector a una reunión en un restaurante reconvertido en cantina, donde los hombres, inflamados por sus triunfos, relatan sus aventuras y empiezan a dar rienda suelta a sus deseos, aprovechando la presencia de prostitutas. La cantina se transforma en un lugar contrastante, público pero a la vez extrañamente íntimo, apropiado para que los valientes héroes revolucionarios hagan confidencias:

–Es muy malo eso de comerse uno solo sus corajes —afirma, muy serio, uno de sombrero de petate como cobertizo de jacal—. Yo, en Torreón, maté a una vieja que no quiso venderme un plato de enchiladas. Estaban de pleito. No cumplí mi antojo, pero siquiera descansé.

Es en la cantina en donde aparecen por primera vez los personajes la Pintada y el güero Margarito, que encarnan lo peor de la “bola” revolucionaria. La Pintada, prostituta “de burdísimo continente”, y el güero Margarito, un ex mesero sanguinario, aprovechan la Revolución para ejercer una violencia plena y sin consecuencias.

En estos espacios donde Macías y sus hombres cometen actos de saqueo y destrucción, en contraste con lo que hacían al principio, cuando mataban sólo para defender lo suyo y a los suyos. En contraste con lo que sucede en la sierra, cuyo paisaje es descrito por Azuela en un lenguaje casi poético como un espacio protector y testigo de actos heroicos, los eventos que ocurren en la ciudad son atroces. De la mano de la Pintada, Macías y su gente ocupan una casa elegante, que saquean de inmediato. Un ejemplar de La Divina Comedia es destrozado para arrancarle los grabados, mientras la Pintada mete una yegua a la sala y pide que le lleven alfalfa. El güero Margarito dispara contra un gran espejo que refleja su imagen. Demetrio, completamente borracho, intenta violar a la mujer que acompaña a Luis Cervantes. Al no lograrlo, furioso, se enfrenta a sus compañeros de parranda, primero a balazos, después con los puños. El alboroto culmina con los participantes tirados en el piso, sumidos en un sueño alcohólico, y la revelación al día siguiente de que el güero Margarito ha violado a la “novia” de Luis Cervantes.

El siguiente lugar de destino de Demetrio Macías es su tierra natal, Moyahua, en Zacatecas, a donde se dirige con el deseo de ajustar cuentas con don Mónico, el cacique que lo acusó de maderista y lo condenó al despojo y la persecución. La casa de don Mónico, que Azuela describe como “un caserón pretencioso, que no podía ser sino albergue de cacique”, es invadida sin miramientos por la gente de Macías, anticipando un feroz saqueo y destrucción de la propiedad, así como un triste final para sus habitantes. Sin embargo, Moyahua parece despertar la clemencia en Demetrio, quien, al recordar a su esposa e hijo, impide el saqueo de la casa:

Una silueta dolorida ha pasado por su memoria. Una mujer con su hijo en los brazos, atravesando por las rocas de la sierra a medianoche y a la luz de la luna… Una casa ardiendo…

–¡Vámonos!… ¡Afuera todos! —clama sombríamente.

Demetrio llega incluso a matar de un disparo a uno de sus hombres por tratar de desobedecer sus órdenes de respetar la propiedad.

Tras ajustar cuentas con don Mónico, Demetrio Macías acata la orden de dirigirse a Jalisco con su tropa, según le han dicho, para combatir a los orozquistas. La batalla no se concreta, así que Macías decide regresar a Moyahua. La sierra ejerce su llamado sobre Macías y sus hombres, que anhelan volver a casa:

–¡Sí, a la sierra! —clamaron muchos.
–¡A la sierra!… ¡A la sierra!… No hay como la sierra.

En contraste, el campo llano por el que iban pasando parecía ahogarles, “oprimiendo sus pechos”, convirtiéndose en un espacio de penosa peregrinación.

A pesar del fuerte llamado de la sierra, Demetrio Macías todavía no puede regresar a casa, pues en Cuquío recibe órdenes de dirigirse a Tepatitlán para dejar a su gente, y después a Lagos de Moreno para tomar un tren hacia Aguascalientes, convocado para la votación de un presidente provisional de la República. En su viaje a Lagos de Moreno, Demetrio Macías y sus principales lugartenientes abordan un tren, espacio en el que se aprieta y convive una diversa multitud, digna representante de “la bola”. El hacinamiento es descrito así por Azuela:

Humo de cigarro, olor penetrante de ropas sudadas, emanaciones alcohólicas y el respirar de una multitud; hacinamiento peor que el de un carro de cerdos. Predominaban los de sombrero tejano, toquilla de galón y vestidos de kaki.

Lugar extrañamente propicio para confidencias, en intimidad con quienes están al alcance de la voz en medio de la multitud, el vagón de tren empieza a plagarse de revelaciones:

–Yo, la verdad les digo, no creo que sea malo matar, porque cuando uno mata lo hace siempre con coraje; ¿pero robar?… —clama el güero Margarito.

–La verdá es que todo tiene sus «asigunes». ¿Para qué es más que la verdá? La purita verdá es que yo he robao… y si digo que todos los que venemos aquí hemos hecho lo mesmo, se me afigura que no echo mentiras…

El espacio es catártico, favorable para hablar y escuchar, para decir en voz alta los pecados y esperar un perdón vago, insustancial, que se otorga y se recibe en un tácito acuerdo de mutua absolución:

–¡Bueno! ¡A qué negarlo, pues! Yo también he robado —asintió el güero Margarito—; pero aquí están mis compañeros que digan cuánto he hecho de capital. Eso sí, mi gusto es gastarlo todo con las amistades. Para mí es más contento ponerme una papalina con todos los amigos que mandarles un centavo a las viejas de mi casa…

Después de reportarse con el general Natera y enterarse de que deben seguir peleando, aunque sin saber bien por qué ni contra quién, Demetrio Macías se dirige con su gente de regreso a la sierra. Sin embargo, en donde antes lo recibían como héroe, ahora encuentra pueblos casi vacíos, cuyos pocos habitantes huyen y se ocultan de ellos como de una grave amenaza: “A la proximidad de la tropa, las gentes se escurrían a ocultarse en las barrancas”. Los espacios que antes les eran favorables se han vuelto hostiles para Demetrio y su gente.

En un pueblo casi desierto se organiza una pelea de gallos. La brutal pelea de gallos, pelea entre iguales en este lugar devastado, es un reflejo de la lucha entre las distintas facciones revolucionarias:

La lucha fue brevísima y de una ferocidad casi humana. Como movidos por un resorte, los gallos se lanzaron al encuentro… el retinto se desprendió y fue lanzado patas arriba más allá de la raya. Sus ojos de cinabrio se apagaron, cerráronse lentamente sus párpados coriáceos, y sus plumas esponjadas se estremecieron convulsas en un charco de sangre.

Tras su paso por el pueblo casi vacío, Demetrio Macías enfrenta una hostilidad aún mayor al llegar a Juchipila, una ciudad arrasada. La descripción de Azuela es demoledora:

…Juchipila era una ruina. La huella negra de los incendios se veía en las casas destechadas, en los pretiles ardidos. Casas cerradas; y una que otra tienda que permanecía abierta era como por sarcasmo, para mostrar sus desnudos armazones, que recordaban los blancos esqueletos de los caballos diseminados por todos los caminos. La mueca pavorosa del hambre estaba ya en las caras terrosas de la gente…

Pero todavía le aguardan mayores tristezas a Demetrio Macías. En su tierra, Demetrio encuentra a su esposa envejecida y a un hijo que no lo reconoce. El niño, asustado, huye de su abrazo. La sierra misma parece recibirlo con lágrimas y amenazas: “Una nube negra se levantaba tras la sierra, y se oyó un trueno sordo… La lluvia comenzó a caer en gruesas gotas y tuvieron que refugiarse en una rocallosa covacha.” Es precisamente en esa sierra que antaño lo protegiera donde Demetrio Macías ha de encontrar su fin, al fondo del mismo barranco en el que comenzó a forjarse su leyenda.

Al final, la novela de Azuela revela su construcción circular: espacios, situaciones y eventos se repiten, pero de manera invertida. Los de abajo, la bola revolucionaria, los sufrientes de antaño, se han convertido en los nuevos azotes de su pueblo: antes amados, ahora odiados; antes víctimas, ahora victimarios. Personas y espacios les han dado la espalda. En el fondo del barranco, Demetrio y sus hombres caen en una emboscada de las tropas carrancistas, tal como ellos emboscaron a las tropas federales:

Una maldición se escapa de la garganta seca de Demetrio:

—¡Fuego!… ¡Fuego sobre los que corran!… ¡A quitarles las alturas! —ruge después como una fiera.

Pero el enemigo, escondido a millaradas, desgrana sus ametralladoras, y los hombres de Demetrio caen como espigas cortadas por la hoz.

En sus últimos momentos, Demetrio Macías se siente nuevamente en comunión con su tierra. Azuela concluye Los de abajo describiendo al protagonista en un equilibrio perfecto con su espacio, en armonía casi mística, eterna:

Y al pie de una resquebrajadura enorme y suntuosa, como pórtico de vieja catedral, Demetrio Macías, con los ojos fijos para siempre, sigue apuntando con el cañón de su fusil…

Planicies abiertas, cañadas escarpadas, cantinas y trenes: los espacios le dan forma a la narrativa revolucionaria, la acogen y la posibilitan, dotándola de nuevas lecturas y significados que brotan con maestría de la pluma de Mariano Azuela en esta obra mítica de la Revolución Mexicana.


Bibliografía

Azuela, Mariano. Los de abajo: cuadros y escenas de la Revolución actual. Folletín núm. 1, «El Paso del Norte», primera parte, 1915.

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México. Se tituló de Contador Público en la Universidad Iberoamericana en Torreón, Coahuila. Obtuvo una maestría en Administración de Empresas en el Tecnológico de Monterrey, Campus Laguna. Es maestro en Literatura y Lingüística en español por la universidad New Mexico State University en Las Cruces, Nuevo México.