Los sueños en la narrativa de Rafael Ángel Herra
1 octubre, 2014
El onirismo como vehículo y vínculo de la imaginación y la fantasía, juegan un protagonismo importante en el desarrollo de la narrativa de ficción de cualquier comunidad. Amalia Chaverri, provista de una profunda lectura en la obra cuentística de Rafael Ángel Herra, pretende, según su propio decir, “explorar la función que cumplen los sueños y su presencia dentro de la narrativa costarricense, a partir de un corpus formado por dos libros de cuentos”, del susodicho escritor costarricense Rafael Ángel Herra.
«Si fuera dado a nuestros ojos carnales
Víctor Hugo
ver en la conciencia del otro,
juzgaríamos mucho más seguramente a un hombre
por lo que sueña que por lo que piensa.»
Esta lectura pretende explorar la función que cumplen los sueños y su presencia dentro de la literatura costarricense del Siglo XX, a partir de un corpus formado por dos libros de cuentos, del escritor Rafael Ángel Herra: El soñador del penúltimo sueño (1983) y Un tirano llamado Edipo, publicado ese mismo año.
¿Por qué los sueños? Porque esta propuesta implica la presencia de un tema que es posible relacionar con el canon tradicional que se había venido dando desde el inicio de nuestra literatura, cual es, ponderar la literatura realista como la forma de identidad por excelencia y dejando un tanto de lado otras variables de género, como lo fantástico, lo gótico, lo surrealista.
Algunos antecedentes con temas alusivos al sueño podrían considerarse, por ejemplo las Leyendas de Costa Rica; sin embargo su visión folclórica los hace ajenos a nuestros propósitos. Observando la secuencia en el campo de literatura institucionalizada, hay dos escritores cuyos textos sí pueden considerarse como precursores de un cambio de las reglas del juego, en un alejamiento del realismo y que abrieron las puertas a la otra literatura: Alfredo Cardona Peña (1917-1955) , “uno de los primeros narradores costarricenses en explorar la fantasía y la ciencia-ficción”; Ricardo Blanco Segura (1932-2011), quien publica en 1980 un texto titulado Atavismo diabólico, en el cual, según José Ricardo Chaves, “se libera de toda la carga historicista, academizante y realista, para ponerse a escribir relatos fantásticos y góticos. (Chaves; b) 2012).
Producto de una nueva mirada retrospectiva a nuestra literatura, en 2012 sale a la luz una antología también de José Ricardo Chaves: Las voces de la sirena. Antología de literatura fantástica de Costa Rica. Primera mitad del siglo XX, donde da cuenta de los primeros vestigios de literatura fantástica, como las voces que, insisto, tomaron distancia de los patrones del realismo.
En el suplemento dominical Ancora del 14 de mayo recién pasado, Carlos Porras en un estudio sobre la presencia del realismo mágico en la literatura centroamericana dice lo siguiente: “Los escritores centroamericanos le pasaron de largo (al realismo mágico). La realidad, la historia y la vida cotidiana en nuestros países darían abundante material a quien hubiera querido desarrollar el género, pero el apego a la tradición realista fue más fuerte”. (La Nación: Ancora 4, mayo, 2014). Sin embargo, no es sino hasta el caso que nos ocupa, donde con más audacia y holgura, un escritor se aventura a tratar el tema de los sueños como una de las formas por excelencia de separarse del tono realista.
Para plantear esta propuesta nos sostendremos en lo que llamaré puntos de referencia: la subjetividad, los sueños, la literatura fantástica. Primero, entenderemos subjetividad según la asume Adam Schaff en Historia y Verdad cuando, parafraseándolo, plantea la relación sujeto/objeto como un “Modelo de principio de interacción”; La subjetividad se entenderá como “lo que procede del sujeto y que este introduce en el proceso de conocimiento.”
Otro punto es el tema del sueño. Milenios lleva la antropología cultural buscando el origen de los sueños y por derivación de lo fantástico, lo monstruoso, lo maravilloso, etc. Es tal la universalidad del tema, que, en términos generales, no queda ningún, espacio, tiempo, personaje mitológico o ficcional que no escape a la problemática de la oposición sueño/realidad objetiva.
Será punto de apoyo el libro de E. R. Dodds Los griegos y la irracionalidad, donde se realiza un estudio sobre las formas y las actitudes que desde la tradición griega ha tenido el tema del sueño, el soñador y lo soñado, teniendo en cuenta que fue Heráclito quien empieza a despojar el sueño de ser una realidad objetiva, al funcionar con una lógica propia. Dice Dodds: “en cuanto alcanza nuestro pensamiento fragmentario, fue el primer hombre (Heráclito) que explícitamente puso al sueño en el lugar que le corresponde y que con el sueño cada uno de nosotros se retira a un mundo suyo propio”.
Y como tercer punto de referencia, el tema de la literatura fantástica, siguiendo a Todorov, quien plantea: en este género queda siempre una duda por lo que la ambigüedad es su norma. Se entiende como un “desajuste” con el mundo real y es por eso que se define su final siempre como algo “insólito”.
Así entonces plantear cómo los cuentos/sueños que conforman el corpus y su interrelación con los puntos de referencia, nos llevan a demostrar el lugar que ocupan estas formas literarias en el devenir de la literatura costarricense.
Es claro que la subjetividad entendida como la relación sujeto de la enunciación/objeto, muestra una obsesión hacia las múltiples variables que presenta el amplio campo semántico que emerge del corpus de sueños. Lo vemos desde el título de su primer libro El soñador del penúltimo sueño publicado en 1983, que consta de 26 cuentos/sueños, donde el último repite el título de la colección y está formado a su vez por 27 cuentos/sueños cortos. De igual manera, El penúltimo sueño -es decir el No.26 ya mencionado (recordemos que está formado por 27 cuentos cortos) repite el título del texto, que, a su vez, nos había adelantado la idea de que habrá uno más. Ese “uno más” (o sea El soñador del penúltimo sueño), es el último y lleva como título el número del total de cuentos de la colección. Lo que interesa destacar es que el penúltimo (el 26) es el penúltimo si lo vemos dentro del contexto, y el que nos da la pista de cuál será el cuento que nos devele, valga la redundancia, de saber, si hay un “gran finale” que los aglutine a todos o que facilite el encuentro con un hilo conductor o un denominador común.
Volviendo al título principal, El soñador del penúltimo sueño como programador de lectura y condensador de sentido nos da lo siguiente: a) se trata de soñadores; b) no sabemos, y nos desconcierta, saber cuántos sueños hay antes del penúltimo, ¿implica que es un penúltimo sueño de ese o de varios soñadores?, ¿habrá un último o será un truco del narrador? La puerta queda abierta con la sola lectura del título para un continuo enfrentamiento de la relación soñador/sueño/soñado, así como para concebir los sueños como un alejamiento de la realidad objetiva tal y como lo veían los griegos.
Ese mismo año el escritor publica Había una vez un tirano llamado Edipo, que, a su vez, consta de seis cuentos donde aparece el mismo tema. El total de los dos volúmenes es 32 cuentos de los cuales quince llevan explícito o implícito el tema del sueño, todos escritos el mismo año.
Veremos, como en un juego de cajas chinas: cómo un sueño se va insertando en otro y estos a la vez dentro del sueño del título principal.
Es tal la universalidad del tema del sueño que no queda, en términos generales, ningún espacio, tiempo, personaje mitológico o ficcional representativo de alguna cultura pasada o presente, o personaje de la memoria colectiva universal, que no escape a la problemática fronteriza entre lo real y lo soñado, así como a lo difícil de una posible resolución de este enfrentamiento.
Si en su monólogo Segismundo dijo: “Sueña el rey /y vive engañando con este mandato./ Sueña el rico en su riqueza, /Sueña el pobre en su pobreza /sueña el que a medrar empieza… y en el mundo en conclusión/ todos sueñan lo que son / aunque ninguno lo entiende, en estos cuentos se amplía el espectro.
El sujeto de la enunciación, en este corpus, pone a soñar a Diógenes y a Alejandro el Grande, a Odiseo, a Narciso, a Sancho Panza, al alquimista, a los buscadores de oro, al jacobino, al maestro, al hortelano, al hombre miserable, al avariento, al guardián, al funcionario, al caballo de Bonaparte, al Soldadito de plomo, a un soñador de carne y hueso, al diablo y pone a soñar, ¡ojo! al mismo Dios. El panorama está cubierto, pues cada uno de estos soñadores funciona como núcleo de un espectro semántico que cubre la cultura universal. En otras palabras, está cubierto el universo social: todos soñamos, el universo sueña…
Cada uno de los sueños está relacionado con el trabajo, habilidades, pasiones, demonios y demás actividades y obsesiones del respectivo soñador: en palabras más simples: con su vida.
Veamos algunos ejemplos representativos de la relación sueño/vigilia, sueño/soñador/lo soñado, donde no escapa un ambiente de ludismo.
1. “El soñador no es más que un señor que se sueña a sí mismo y se imagina estar en vigilia”.
2. Dice el alquimista: “Sueño y trabajo sin fatiga, entre manuscritos, retortas, alambiques, moledura de mandrágora y figuras emblemáticas repetidas una y mil veces”.
3. ¿Sabemos, cuando soñamos, que vamos a despertar? Dice el guardián: “¿para qué ganar esta guerra en sueños si al despertar me encontraré de nuevo con mi desdicha”. En este mismo sueño dice el soñador:“Sueño en las ilusiones del prisionero al que vigilo y humillo. ¿No será que yo también estoy encadenado a sus cadenas”. Paradójicamente el soñador sueña lo que sucederá cuando llegue a la realidad en un sueño aparentemente premonitorio.
Buscadores de oro dicen: “¿para qué necesito yo el oro en mis sueños?”
Lo lúdico: “sueño que he soñado todo lo que había que soñar; luego sobra este último sueño”.
Dentro del espectro y variedad de opciones, sueñan Diógenes y Alejandro el Grande, donde se trata de una “conversación” dentro del sueño de los soñadores de dos grandes personajes. Lo soñado por uno es correspondiente con lo que el otro contesta, formándose un diálogo entre soñadores y lo soñado.
El cuento El viaje de rapiña se inicia de esta manera: “En vez de acompañar a los aqueos en un viaje de rapiña, ¿por qué fue a buscar la felicidad en Ítaca?” y finaliza: “Odiseo sintió, al despertar el soñador, que ya era demasiado tarde.”(b.1983: 12-13). En otras palabras, el viaje a Ítaca fue un sueño soñado por el mismo Odiseo en búsqueda de la felicidad.
En el Séptimo sueño expresa la siguiente paradoja: A la hora de la vigilia y de la verdad, cuando se reconoce a sí mismo en pleno día, olvida las visiones sin rostro de la noche y confirma que nunca ha soñado” (a. 1983; 135)
Otros ejemplos: Sueña el caballo de Bonaparte que es un “espíritu absoluto que recorre los campos de batalla de Europa”. Por otra parte, también cambia totalmente el sueño de la Bella Durmiente y del Soldadito de Plomo.
“Sueño que había soñado todo lo que había que soñar; luego sobra este último sueño”.
Y, posiblemente uno de los más significativos titulado El noveno sueño que es donde también sueña el mismo Dios y dice el narrador: “¿para qué la vida si no es infinita? Calló entonces, dejó de soñar, hizo al demonio, y se entregó a un descanso que no terminaría nunca”. Estamos ante el intertexto del Génesis que se reelabora de la siguiente manera: Dios dejó de soñar, se despertó y estando lúcido creo el Demonio. Luego descansó por toda la eternidad, dejando a la humanidad con la presencia ineludible del Demonio y de los monstruos.
Luego de este recorrido, quedan los dos últimos cuentos de la colección que nos permiten un intento de cierre del corpus.
En el cuento Penúltimo sueño, (penúltimo literalmente, pues es el No. 26 de los 27 que conforman ese especial cuento) el mensaje del narrador es claro: se empieza a despejar la incógnita de este berenjenal de opciones de soñadores, dando por entendido dos cosas: que hay un soñador de sueños, y que una variable del soñar sería buscar la felicidad: “Al despertar, el soñador de los sueños entrevió que seguía soñando, vagamente fascinado en sí mismo, sin certeza de nada, excepto de un augurio: la felicidad es posible en algún tiempo y en algún punto, pero jamás en los sueños”. Es el primer mensaje claro que nos llega de la interacción sujeto de la enunciación y su relación con el objeto: el soñador no encuentra la felicidad en el sueño.
El último de los cuentos, que está dentro del No. 26 titulado Vigésimo séptimo sueño, el narrador retoma todas las preguntas que en el camino se ha ido haciendo el lector.»¿Forjan los soñadores de ilusiones perversas a un soñador único y le dan vida nocturna para que sueñe cada uno de sus sueños? (…) Os aseguro que no existe un punto arquimédico en el mundo que dé apoyo a la respuesta, pues ¿quién respondería? ¿El soñador solitario que sueña las quimeras de los hombres? ¿O los soñadores que se sueñan a sí mismos en el constructor de ilusiones modelado con el material incorpóreo de la noche?”
Justo antes del final, es ese mismo narrador quien nos hace la jugarreta de despejarnos la incógnita, pues es él, el sujeto de la enunciación el que hace y produce los sueños. Es él, nadie más que él, el HACEDOR DE SUEÑOS cuando cierra el texto de la siguiente manera: “y yo os digo que es ingenuo el soñador que sueña a los soñadores y que son ingenuos los soñadores que sueñan al soñador pues soy yo quien inventó al soñador y a los soñadores y todo lo que sueñan…2
¿Estamos, repito, ante una jugarreta, una confesión, una aporía, una paradoja?, ¿nos crea el sueño a nosotros o viceversa? Si el narrador es el gran Hacedor, que pone a soñar al mismo Dios, es entonces el gran demiurgo (el mismo Dios), dueño de nuestras conciencias y por ende de nuestros sueños. Al fin, es más sabio que el mismo Dios, es el dueño del VERBO. Hizo los sueños con su palabra, como Dios hizo el mundo con su Verbo. El narrador, en este caso, es más “sabio” que el mismo Dios a quien puso a descansar eternamente luego de que nos dejó al demonio.
Se desprende de todo lo anterior, que el narrador utiliza el tema de los sueños para la creación de sus ficciones, a sabiendas de las posibilidades que este recurso conlleva para la construcción de paradojas y cómo la lectura del corpus va dejando la duda en el lector, produciendo un sinfín de opciones de interpretación.
De cualquier manera que se le vea, el corpus se mueve entre los límites de lo fantástico y lo maravilloso, y hace desplegar la imaginación literaria, especialmente por medio de -como se dijo- la paradoja, unida a una fuerte dosis de ludismo que dejará en el lector una ambigüedad, una pregunta sin respuesta, y grandes inquietudes.
La puerta queda abierta para plantear que estos cuentos/sueños, cumplen la función de abrir una puerta hacia el rompimiento del realismo que como género prevaleció casi hasta mediados del Siglo XX en la literatura costarricense tal y como lo habíamos mencionado desde el inicio.
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Entre sus antecesores están Carlos Gagini y Máximo Soto Hall.
Shaff propone tres tipos de modelos: Mecanicista, Idealista-Activista, Principio de Interacción. (Cfr. Bibliografía).
Somos conscientes de las discusiones actuales sobre la problemática de los géneros. Sin embargo, para escogemos esta de Todorov por considerar que aún tiene vigencian.
Magister Literarium Literatura Latinoamericana por la Universidad de Costa Rica. Profesora asociada de la Escuela de Estudios Generales de esa Universidad. Ha publicado en las revistas: Káñina: Revista de Artes y Letras; en la Revista de Filología, Lingüística y Literatura; en Escena, y en Herencia, todas publicaciones de la Universidad de Costa Rica, así como en En Comunicación del Instituto Tecnológico de Costa Rica.