Lugares comunes

4 junio, 2018

Tercer poema de amor
A quienes digan que nuestro amor es extraordinario
porque ha nacido de circunstancias extraordinarias
diles que precisamente luchamos
para que un amor como el nuestro
(amor entre compañeros de combate)
llegue a ser en El Salvador
el amor más común y corriente,casi el único.

Roque Dalton

A

En este cuento mi padre no es mi padre sino un tipo de veintitantos al que meten a la cárcel por una mentira. Estamos en El Salvador. Es 1985. Estamos en cierta esquina a cierta hora de la noche de un viernes vigilando un pequeño operativo de guerrilla. Estamos en guerra. Duarte es nuestro presidente. En la radio suena el primer hit de Selena y Los Dinos. Hay toque de queda.

Mi padre en este cuento se llama Nerio y es llevado preso por algo que no hizo. Nerio ni siquiera es guerrillero. Es, más bien, un aspirante al que pusieron de carnada. Se burlaron de él en la célula el otro día que llegó de presumido pidiendo una misión. Y se la dieron. Necesitaban salvar a Canarias de los escuadroneros.

De mi padre no podría hablar mal. Pero Nerio es un hijo de puta. Es mentiroso, arrogante y temerario. Le va bien con las mujeres, conquista su mirada coqueta y sabe usar las palabras. Tiene un serio problema con el alcohol, como su padre y el padre de su padre.

Es noche de viernes y no hace frío. Nerio es vapuleado por dispararle a alguien en nombre del comunismo. Pero Nerio no sabe usar un arma. De hecho, aunque por ahora él crea que pasará algún día, no le disparará a nadie en toda su vida. Ni en sus sueños.

Debe ser mayo y a este hombre lo golpean sin tanteos. Ronald Reagan es presidente de Estados Unidos por segunda vez y Gorbachov es recién electo en la Unión Soviética. El mundo entero está en pugna. Dos bandos solamente.

Se supone que Canarias estaría en esta esquina a esta hora de la noche de este viernes vigilando un pequeño operativo de guerrilla y que su bigote luciría tan espeso como el de Pedro Infante. Lo cierto es que no sabemos si Canarias se ha dejado el bigote. Nadie podría decir cómo luce realmente. De hecho, muy pocos lo reconocerían con exactitud. Pero ahí tenemos a la jauría de escuadroneros, agitada, victoriosa.

Nerio ignora que está siendo usado de carnada, ignora en qué consiste el operativo que vigila e ignora que lo confunden con alguien más. Pero, calma, a Nerio no le preocupa ignorarlo todo. Cree que así funcionan las cosas durante la guerra: quien ejecuta una orden no se entera de los intereses de sus superiores porque está dispuesto a darlo todo a ciegas por la revolución, la amada revolución que cada día está más cerca. Lo que Nerio hace es el mínimo aporte de un ciudadano común para empujar al país hacia lo inevitable: un día mil hombres armados romperán las puertas de casa presidencial y matarán al presidente. Estamos en San Salvador. En cualquier viernes de 1985. A Nerio lo golpean con lascivia. Por horas. En vano.


B


Ahora Nerio camina y dos matones lo custodian. Un saco de yute cubre su cabeza. Está esposado por delante, no, mejor esposado por detrás. Lo meten en un doble cabina. Nerio no lo sabe, pero todo este tiempo estuvimos encerrados en el palacio de la Policía, a las orillas del centro. No ha probado bocado en quién sabe cuánto tiempo. Le ha crecido la barba. Tiene moretones. No sabe qué hora es. ¿Será tarde? ¿Tarde para qué?

Dos cosas pasan por la mente de Nerio: ganas de un trago y la remota esperanza de que lo dejen libre por no decir nada de nada. Los del Escuadrón saben ya que les han visto la cara de idiotas. Este no es Canarias. Después de esa tortura, hasta el más cifrado habría revelado su misterio, sin lugar a dudas. Nerio intenta hablar pero su voz no se entiende. Balbucea: ya les dije, no sé quién es, no sé dónde está, yo solo seguí órdenes, déjenme ir. No lo van a dejar ir, tampoco lo van a matar, pero no se lo dicen. Nadie le dice nada.

Los matones lo sacan del carro. Le descubren el rostro. Tarda, pero reconoce dónde está. Una cárcel, una maldita cárcel. Calcula la hora. Debe ser de madrugada, porque la noche parece haberse instalado en todas las esquinas. El tipo de la entrada (¿un teniente calvo?) le quita sus pertenencias: dos anillos de metal, quince colones y la ropa que lleva puesta. Se desnuda frente a todos, ay, no puede evitar sentirse en un sueño. Se repite a sí mismo que esto es un sueño mientras lo examinan, lo visten y lo llevan a su celda (¿dónde están los trajes a rayas de las películas?).

Lo encierran. Podemos escuchar el sonido de las llaves. No le presentan a sus compañeros de celda, que ahora no le quitan un ojo de encima. Se miran malos, se miran culpables de lo que sea. No saludan, solo observan. Nadie baja la guardia, que nadie mueva un dedo hasta que el nuevo confiese: ¿Alias? ¿Nombre de pila? ¿Estabas en misión? ¿Quién sabe que estás aquí? ¿Dónde creciste? ¿Mataste a alguien? ¿Te torturaron? ¿Tenés tatuajes? ¿Escribís poesía?

Yo soy Canarias, les dice, sin pensarlo mucho, con el corazón en la garganta. Soy ese mismo. Me atraparon en medio de un operativo. Me torturaron por días y no me sacaron nada. Hay asombro y algo de veneración en los rostros de sus compañeros, incluso en los de aquellos que jamás habían oído de él. Han capturado a Canarias, se dice que Canarias está entre nosotros, han decidido no matarlo ni desaparecerlo y nadie sabe por qué. Bienvenido, Canarias, le dicen en coro. Gracias, gracias, mi nombre de pila es Nerio.

La cárcel política a Nerio le parece una idea estupenda: montón de personajes extraños enamorados de la revolución encerrados con todo el tiempo del mundo para ser sí mismos. Nerio sabe que las historias de sus compañeros son verdaderas e importantes para la revolución, pero no puede evitarlo: tiene ganas de mentir. No vacila en adivinar la historia del tal Canarias y volverla más o menos parecida a la suya. Matiza su problema con el alcohol y presume que le va bien con las mujeres. Cuenta como suyos eventos en los que fue testigo lejano, cosas que escuchó en los días de encierro en el Palacio o alguna joya de su colección de anécdotas de la licorería. Y lo consigue, Nerio encaja todos los detalles en una compacta y más interesante versión de sí mismo. Nerio sonríe satisfecho. Nerio es un héroe del comunismo.


C


Se me ocurre que Nerio hace tres amigos. A uno lo llamaré Dimas y sospecho que está ahí porque mató a un militar con sus propias manos. Es el líder, es el más gordo del grupo y su voz es ronca como lija. Dimas cree que las mujeres no deben meterse en la guerra. El tipo de veras ama la revolución más que a las mujeres. Al otro le dicen Popeye, el único que conoció a Fidel Castro en La Habana en el 78. Experto en política internacional. En el fondo, Popeye cree en la democracia, pero no lo discute con nadie. Lo metieron preso junto a su hermano, pero al muy traidor lo dejaron ir por soltar la sopa. El tercero, dos celdas a la izquierda, es un artista. Se llama Milton, es escuálido y sabe tocar la guitarra. Es un ¿poeta? que solía gritar sus versos en las plazas del centro. Estuvo enamorado de una guerrillera a quien embarazó y no volvió a ver nunca. Milton imagina que su mujer parió en la montaña. Ha escrito poemas a su hijo ficticio, pero no se los muestra a nadie.

Ahí tenemos a la realeza de la sección 7, la cárcel política salvadoreña. Nerio desayuna, almuerza y cena con la élite carcelaria. Lo ha conseguido demasiado fácilmente. Al menos hace los días más entretenidos. El principal problema aquí es el aburrimiento: de él se derivan las ganas de beber, las ganas de coger, la nostalgia, la necesidad de conflicto, los extensos desahogos. Nerio no sabe matar soldados, pero sabe matar tiempo. Tras tantos años siendo un bueno para nada, Nerio sabe entretenerse, es un gran platicador y un diestro escucha, histriónico por defecto, con una imaginación prodigiosa, entrenada a puro tiempo libre viendo el cielo o caminando sin rumbo por la ciudad sin un centavo en los bolsillos, imprudente, profundamente borracho. Pero, ¿cuánto le durará el encanto?

Estamos en una cárcel. Adentro nuestro héroe se gana el corazón de todos. Afuera la guerra hace temblar la tierra. Es todavía 1985. Es de noche. Solo Popeye lleva la cuenta de los días, pero tampoco lo dice. ¿Será viernes? Nerio está prendido en una historia, como la de los ladrones de las mil y una noches, arrullando a sus compañeros para poder dormir. Imaginémoslo como en las películas: la cámara se aleja y se aleja en medio de la oscuridad, la voz de Nerio permanece, lo que vemos en cuadro es una cárcel llena de hombres tristes, soldados en guardia, luchando contra el sueño, bombas explotando a lo lejos, lobos aullando, música suave.


D


Una madrugada Dimas llora como niño asustado porque tiene pesadillas en donde lo torturan. Nerio lo consuela con recuerdos de su infancia miserable y termina llorando también. Ahí, entre el río de lágrimas, Dimas confiesa que disfrutó haber matado a aquel militar, que lo volvería a hacer. Popeye, otro día de sol, confiesa en voz bajita (¿en las duchas?) que no cree en la revolución, sino en la socialdemocracia, pero teme que lo maten sus mismos compañeros por disidente, ha visto que lo han hecho en el pasado. Milton llora en el hombro de Nerio más a menudo: su hijo ficticio está creciendo sin un padre y es muy probable que su mujer ya no esté viva. No quiere cantar de nuevo.

Como todos necesitan atención, nadie pone en duda al Canarias que han conocido, mientras que el Canarias de verdad está, qué se yo, montando un secuestro, ingresando armamento desde Nicaragua o entrenando tiro en la montaña. Quizá hoy es la única vez que Nerio queda casi al descubierto. Se han puesto a discutir a Marx o a Lenin o algo así tan de machos guerrilleros. Están jugando naipes en la celda de Popeye y de repente se pone la cosa tensa. Dimas le pregunta a Nerio por qué siendo el gran Canarias prefiere hacerse el idiota y barajear los naipes en lugar de imponer su opinión, de pavonearse sobre su postura en los delicados temas de hacer la guerra. No hace falta que Nerio suelte una sola palabra: sobra quien lo defienda. Uy, a Dimas lo sientan y le piden que se calme, hoy nadie quiere violencia.

¿Quién diría que Nerio sería tan feliz en una cárcel? La vida le ha dado tres tiempos de comida, amigos y un lugar propio en la guerra de todas las guerras. Él es un preso político que ha ofrendado su libertad al proyecto comunista. Él es ahora uno más que será congratulado cuando caigan los gringos y el mundo entero se vista de rojo sangre. Uno que vivirá en carne propia el nuevo orden social donde no habrá hambre ni pobreza ni clases sociales ni dinero. Y donde habrá vodka, porque el vodka es ruso.


E

Es el último día de 1985. No hay cena especial, no hace mucho ruido. Si todos se callaran, podríamos escuchar cohetes reventando a lo lejos. Alguien pregunta la hora. Nadie tiene reloj. Milton se atrave a cantar, pues, para hacer las cosas más fáciles. Pero Milton no quiere cantar la que se saben todos. Le ofenden las canciones populares, solo le canta a la revolución. Se deciden por una de Silvio, Milton canta y el resto hace el coro. Ay, lo que darían por una guitarra.

Pero por lo que matarían ahorita mismo es por un reloj. Al menos uno de pulsera para ver cuando falten cinco para las doce. Quieren sentir el final de 1985 y el inicio de 1986, sentir que están un paso más cerca de la libertad, del gran día que sueñan. El tiempo, por ahora, es solo luz y sombra. Esa es la más grande tortura, dice Popeye, quitarnos el derecho al tiempo. Nerio propone hacer un conteo, así de mentiras. El resto le sigue la corriente. Cinco, cuatro, tres, dos, uno…

Dimas no cuenta. A Dimas no le gustan esas pendejadas. De hecho, a Dimas no le gusta Nerio. Cree que es ingenuo. Sospecho que lo que Dimas siente en el fondo de su corazón es envidia. No le gusta que Nerio sea el alma de la cárcel. No le cree que sea Canarias. No le gusta su popularidad ni el respeto que se ha ganado. Por eso Dimas no cuenta. Por eso Dimas es el malo del cuento.

El bueno del cuento es Nerio, por supuesto. Y Milton podría llamarse su mejor amigo. Podríamos inventarnos un lugar secreto para ambos, quizá por el basurero general, donde se van a cantar canciones de izquierda. En ese lugar sueñan con la libertad y con volver a amar a una mujer. Se quieren mucho, pero no se lo dicen, porque a fin de cuentas esta es una cárcel y ellos dos son hombres rudos.    

Quizá hoy no son tan rudos. Cantan todos, excepto Dimas. Todos aplauden y piden deseos por el año que viene. Deseos absurdos, imposibles y tristes: huir de la cárcel por la puerta del patio donde sale la basura, muerte a la oligarquía salvadoreña, fuego al Pentágono, un par de calcetines nuevos, cigarros, ay, señor, ¡una mujer de carne y hueso!


F

En este cuento mi madre no es mi madre sino Andrea, una muchacha de diecinueve que visita un domingo la cárcel en la que está mi padre, que no es mi padre, sino un tipo nuevo con bigote de Pedro Infante. Es 1986. Hace un mes hubo un terremoto que destruyó la mitad de la ciudad. Seguimos en guerra. Seis años en guerra. Nadie sabe ni imagina que esta mierda durará seis años más. La ofensiva final es un rumor absurdo. Es domingo por la mañana. Hace viento.

Andrea, la muchacha de este cuento, saluda con una sonrisa de labios cerrados. Nerio la mira. Estamos en el país más pequeño del mundo. Sigue siendo 1986. Pasa en Chernóbil la mayor catástrofe nuclear de la historia. Pinochet sigue siendo dictador en Chile. Madonna es la artista más vendida en 28 países. Andrea visita la cárcel. Nerio se enamora de ella.

Por supuesto que Andrea no trae en mente enamorarse. Andrea viene a cumplir una misión. De hecho, su padre, mi abuelo, que es un guerrillero empedernido, le ha dicho que no debe enamorarse de guerrilleros. Tampoco temerles. Andrea no le teme a la cárcel ni a los hombres que la habitan. Al contrario, le causa algo parecido a la euforia. Debe darle cierta información a Dimas, que no es muy de su agrado, por su manera de tratar a las mujeres. Por eso está aquí.

Andrea saluda con una sonrisa de labios cerrados y Nerio no le quita los ojos de encima. Es cualquier domingo de 1986. Es una guerra civil. Un pueblo contra su propio gobierno. Dos bandos solamente.          

Andrea no es guerrillera. Ella hace, digamos, pequeñas tareas. Ayudas eventuales. Meterse un domingo a la cárcel con la campaña de alfabetización, pasar toda inspección, hacerse la de pueblo, mensaje breve, persona clave, listo. Pero, vamos, lo que habla con Dimas no es relevante en esta historia. Lo que importa es que mi madre y mi padre se han visto a la cara. Y eso lo cambia todo. Esta es una vuelta de tuerca.

Andrea sabe quién es Canarias. Andrea no sabe de aquel falso operativo. Andrea no sabe quién es Nerio, pero sabe que Nerio no es Canarias. Andrea no sabe que Nerio le ha mentido a la cárcel entera. Andrea sabe que Dimas es malo. Andrea no sabe que Nerio será el padre de sus hijos. Andrea no sabe lo que está pasando. Andrea solo lo mira y Nerio la mira de vuelta. Andrea sabe que no debe enamorarse de guerrilleros.

Pero Nerio no es un guerrillero, ni ella tiene ganas de seguir las reglas.


G

No sé dónde estamos. A juzgar por algunos instrumentos médicos y las manchas de sangre en el piso, estamos en la enfermería, pero este lugar no pinta como enfermería. Este lugar es un asco. Es noche de tormenta. Un foco agoniza, chocan nubes, truena el cielo. Vemos borroso. Déjenme hacer memoria, hago lo que puedo. Nerio tiene la nariz quebrada, moretones y la ropa ensangrentada. Tiene miedo. Debe haberse golpeado la cabeza. Nerio intenta, pero no consigue acordarse de nada. Yo tampoco.

Nerio se pone de pie, tambaleándose. Entre sus recuerdos más precisos está el rostro iracundo de Dimas, un beso de Andrea, un juego de naipes y toda la cárcel prendida en furia como un coliseo. No sabe muy bien el orden. Ay, cómo duele la cabeza. Por cosa del destino, no hay nadie más en ese cuarto. Es su momento de pensar como un adulto. Pensá como Canarias, Nerio, salvate de esta.

Eso es. Nerio sale por el pasillo y corre hacia la oficina principal. No, esperen, eso es peligroso, mejor coloquemos una alarma de incendios. Nerio la encuentra. Baja la palanca. No funciona. El edificio es viejo, ¿qué le vamos a hacer? Ahora busca las escaleras hasta la cocina. ¿Por qué está tan vacío? ¿Dónde están los guardias? ¿Es acaso esto ficción?

Nerio corre hacia el lugar secreto, por el basurero general. Ahí está Milton, llorando como niño perdido. Él también está herido y no hay tiempo para explicaciones. Popeye ha muerto y Dimas ha huido. Nerio debe seguir su ruta: arrastrarse hasta el paredón, escalar por el basurero, saltar, correr, adentrarse como un coyote en la noche inmensa. Pero Milton no piensa acompañarlo. No está listo para buscar a su mujer muerta ni a su hijo ficticio. Nerio huye solo. Estamos en El Salvador en 1986, seis años antes del fin de la guerra, siete años antes de mi nacimiento. Mi padre no escapa de la cárcel en la vida real. Pero en este cuento que me he inventado sí.

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El Salvador, 1993.
Se formó en la extinta Escuela de Jóvenes Talentos en Letras, un programa estatal para escritores jóvenes en convenio con la Universidad “Dr. José Matías Delgado”. Ha recibido varios talleres literarios y formación en dramaturgia. Estudió Comunicación social en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en donde formó parte como actor del Elenco de Teatro Universitario. Ha ejercido como asistente de investigación, asistente de cátedra, pasante del Periódico digital El Faro y redactor publicitario para BuzzLatam. Obtuvo el título de Gran Maestre en el género de cuento por ganar en tres ocasiones el Premio Nacional de Cuento en los Juegos Florales de Sonsonate (2012) y Santa Tecla (2013) y Chalatenango (2015). Ha publicado Repertorio de heridas, Urbecarente y Siete (Colección Juegos Florales, 2013, 2016 y 2018) y el libro de no-ficción Hippies de Barranco. El Salvador: medio siglo de teatro en un país que olvida (Índole Editores, 2016). En 2016, Córdova se estrenó como dramaturgo con “Breve teoría sobre la ausencia”, con el apoyo financiero del Fondo Concursable para la Cultura y las Artes (FONCCA) de la Secretaría de Cultura de El Salvador. En 2017, Editorial Kalina publicó uno de sus cuentos en la antología bilingüe Puntos de fuga: narrativa salvadoreña contemporánea. Actualmente trabaja en el Teatro Luis Poma de San Salvador y en Narcoteatro, un proyecto acreedor de los Fondos de Ayudas a las Artes Escénicas Iberoamericanas (IBERESCENA) y el Fondo Municipal para la Cultura y las Artes de San Salvador (FOMCASS).