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Luto mexicano

1 agosto, 2012

La partida de Carlos Fuentes ha calado hondo en los espíritus que conforman la cultura y la intelectualidad mexicana, amén de sus lectores. En los que se contaban como una de sus grandes amistades era Juan Ramón de la Fuente, ex-rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, y con quien Carlos estableció esa suerte de vínculo inteligente y diálogo productivo que sucede cuando dos mentes brillantes se encuentran. Un ínfimo, aunque sentido homenaje realiza Juan Ramón a su amigo Carlos Fuentes en este breve texto titulado Luto mexicano, y que gracias a las gestiones de Sergio Ramírez nos lo comparte en nuestra revista Carátula. 


“La frontera más importante del ser humano es la que está dentro de cada uno de nosotros, dentro de nuestro propio ser, y es incluso la frontera más difícil de entender: la frontera entre el cuerpo y el alma. No sabemos dónde empieza una y termina el otro, y por eso vivimos en la ignorancia de lo que somos”.
Carlos Fuentes 1928-2012.

México fue la gran pasión de Carlos Fuentes. Precisamente por eso fue también su gran obsesión. Su historia analizada; su territorio recorrido; su dinámica social rigurosamente descrita; su voluntad interpretada; su alma explorada; sus contradicciones, sus aciertos, su ambivalencia, sus habitantes, sus dioses; su vitalidad encarnada en él mismo hasta ayer, 15 de mayo de 2012. Fuentes fue México desde Los días enmascarados. Pero Fuentes fue también universal, y a través de él, de sus cuentos, novelas y ensayos, los mexicanos somos también más universales.

Lo que más me impresionó siempre de Carlos Fuentes fue su libertad, el rigor con el que la ejerció, la autenticidad con la que la vivió. Nos sorprendió una y otra vez, con esa forma tan singular con la que intentó explicarse y explicarnos, a través del lenguaje, mucho de lo que somos, de lo que quisiéramos ser y de lo que no queremos ser. No en vano, Octavio Paz lo consideró “un combatiente en las fronteras del lenguaje y un explorador de sus límites”.

Fuentes fue ante todo un humanista. Vocación que se enriqueció en sus experiencias formativas, se amplió en su entorno familiar y se consolidó en sus vivencias universitarias, cuyos relatos estaban salpicados de anécdotas y evocaciones cargadas de afecto y gratitud a sus maestros y condiscípulos.

Su esfera familiar propició que entrara pronto en contacto con otro mexicano excepcional y universal: Alfonso Reyes, quien le contagió su insaciable curiosidad intelectual e inculcó para siempre en él la convicción universal de la cultura hispanoamericana. No se puede entender a Fuentes sin Reyes.

Desde muy joven Fuentes enfocó simultáneamente sus preocupaciones sociales, intelectuales, estéticas y culturales a la realidad mexicana, pero también a la del mundo entero. Esto le permitió una vasta comprensión no sólo de la cultura, la literatura y el arte, sino también de la política, de los conflictos internacionales, de las religiones, de las ideologías, de las tecnologías, y claro, cuando llegó la globalización Fuentes ya se había asomado a ella.

Al igual que ha ocurrido con cientos de miles de mexicanos, la Universidad Nacional Autónoma de México fue también factor determinante en la formación de Carlos Fuentes. Como miembro de la Generación de Medio Siglo en la Facultad de Derecho, fundó junto con Víctor Flores Olea, Enrique González Pedrero, Miguel Alemán Velasco, Porfirio Muñoz Ledo, Javier Wimmer y Mario Moya Palencia, entre otros, una revista con ese nombre. Para entonces su vocación literaria ya era contundente.

Con esa gran actividad intelectual y literaria que empezó a desplegar en su juventud y que nunca cesó, imbuido de la efervescencia cultural y el ambiente universitario que inundaban las calles y los edificios del Centro Histórico, bajo la influencia de algunos de sus maestros que él más recordaba, Pedroso y Campillo Sáinz, se consolidaron su espíritu humanista y su vocación universal.

Fuentes estuvo siempre cerca de la Universidad, de la nuestra y de muchas otras, las más prestigiadas del mundo, donde impartió cátedra, siempre con auditorios atestados de jóvenes a quienes sacudía con la fuerza de sus convicciones y seducía con la armonía de su lenguaje.

La generación de Fuentes también estuvo influida por la labor educativa impulsada por José Vasconcelos. Querían aprender la lección vasconcelista, conocer de viva voz cómo había sido aquella campaña alfabetizadora en un país que, en 1920 tenía 90% de analfabetos. Vasconcelos estaba decidido a cambiar todo eso. Pero ¿qué decía Fuentes al respecto?:“La publicación de los clásicos de la Universidad era un acto de esperanza, era una manera de decirle a la mayoría de los mexicanos: un día, ustedes serán parte del centro, no del margen; un día, ustedes tendrán recursos para comprar un libro. El libro es educación de los sentidos a través del lenguaje, el libro es la amistad tangible, olfativa, táctil, visual que nos abre las puertas de la casa, al amor que nos hermana con el mundo porque compartimos el verbo del mundo. El libro es la infinidad de un país, la inalienable idea que nos hacemos dentro de nosotros mismos, de nuestros tiempos, de nuestro pasado deseado y de nuestro porvenir recordado; vividos todos los tiempos como deseo y memoria verbales, aquí y hoy”.

Otra influencia importante en Fuentes, se fincó en aquellos ideales del Ateneo de la Juventud cuya fuerza renovadora contribuyó decisivamente a sentar las bases de la cultura mexicana del siglo XX. La tarea intelectual en el México que emergió de la Revolución fue buscar el desarrollo a través del proceso educativo, preparando a los profesionistas que requería el país pero cultivando siempre los valores cívicos, que eran los motores para elevar el espíritu de los mexicanos.

Fuentes captó claramente el valor de la educación y lo que ésta significó para ese México posrevolucionario en sus afanes por encontrar el mejor camino para su desarrollo. La educación, decía, no puede estar ausente del proceso nacional que conjugue pacíficamente las exigencias del cambio y la tradición: “México no puede estar ausente del proceso mundial de la educación, que la ha convertido en base de un nuevo tipo de progreso veloz, global e inmisericorde con los que se quedan atrás; pero no debemos apostar sólo al México adelantado, integrado al comercio y a la tecnología mundiales, si al mismo tiempo se relega al olvido el México de la pobreza, la enfermedad y la ignorancia”.

En el debate del siglo XXI, Fuentes puso el dedo en la llaga de la globalización y reivindicó la importancia de la educación en la era de la información; pero al mismo tiempo advirtió sobre los peligros que corre la educación cuando se pretende reducirla a otra mercancía, como si fuera un bien especulativo, dirigida solamente al mercado, soslayando el arte, las humanidades y las ciencias sociales.

La sentencia de Fuentes sobre estos temas fue contundente:“La educación debe ser el motor mismo del cambio mundial; y no puede haber sociedad de la información sin educación; sin esta última no puede haber cambio, progreso ni bienestar. El capital productivo no crecerá sin el capital social, y éste no aumentará sin el capital educativo, sin un proyecto generador de profesionales, técnicos, científicos, artísticos y humanísticos que sepan promover la riqueza con justicia y el bienestar con libertad”.

Nada ilustra mejor la pasión y la obsesión de Fuentes por México, que la ciudad de México, su ciudad, real e imaginaria: “La ciudad de México es un fenómeno donde caben todas las imaginaciones. Estoy seguro de que la ciudad de Moctezuma vive latente, en conflicto y confusión perpetuos con las ciudades del Virrey Mendoza, de la Emperatriz Carlota, de Porfirio Díaz, de Uruchurtu y del terremoto del 85. ¿A quién puede pedírsele una sola versión, ortodoxa, de este espectro urbano?”

Es cierto, se requieren de múltiples visiones, y las hay, pero ocurre que la de Fuentes tenía toda la fuerza de su imaginación privilegiada. Como Balzac y Dickens imaginaron París y Londres, así Fuentes imaginó la ciudad de México y el país todo: sus tiempos, sus personajes; sus alegrías y sus tragedias; sus riquezas y sus miserias. Por supuesto que el México de Carlos Fuentes no se correspondía palmo a palmo con la realidad objetiva, sino con una realidad imaginaria, que no por eso deja de ser verdadera; al contrario, es más certera, más contundente y más perenne. Por eso sobrevive al paso del tiempo y se afianza en nuestra mente, en nuestra memoria, en nuestras emociones, como ocurre con las obras de arte. Por eso también las obras de Fuentes les dicen a los jóvenes de hoy ideas distintas de las que les dijeron a los lectores cuando aparecieron originalmente, y a veces, les transmiten cosas que su autor jamás pensó comunicar a través de ellas.

Propenso a lo integral, a lo cósmico, Fuentes no se agotó con la vida de sus personajes, porque sus personajes piensan, sienten, sueñan, mienten y son engañados; traicionan y son traicionados, y lo mismo fueron indios, mestizos, criollos o españoles. Hay un afán totalizador que nunca se agota.

En la obra de Fuentes los personajes resucitan siempre en la misma tierra que los vio nacer, la Terra Nostra de México, pero que el escritor podía convertir en otro lugar. La historia y la cultura no son más que el trayecto de los hombres hacia la utopía, desde Ixca Cienfuegos hasta Cristóbal Nonato; desde Artemio Cruz hasta los personajes de Todas las familias felices. Pero como a Fuentes siempre le obsesionaron las fronteras de todo tipo, no le bastaron este mundo y sus utopías: tuvo la urgente necesidad de crear otro mundo, el del fin de las certidumbres y el inicio de la verdadera condena del hombre moderno: a condena de su libertad, de ser libre en el tiempo, en un mundo sin dios y sin diablo.

Fuentes intentó de mil maneras descubrirnos y explicarnos qué somos, qué hacemos aquí, desde el reino de la imaginación libre y portentosa en el que se desarrollaron sus historias: un mundo que a veces parece éste, el de todos los días, pero que en realidad es otro, el de su creatividad, el de la libertad del intelectual; el del crítico implacable, el que condena y elogia a placer con la fuerza de su convicción, con la agudeza de su inteligencia y con su capacidad para expresar a través del lenguaje, lo más sutil y lo más burdo; lo inaudito y lo predecible; lo que de alguna manera intuíamos y lo que nunca hubiéramos anticipado; transmitiendo además la subjetividad de sus personajes que es en muchos aspectos la misma subjetividad de sus lectores, nuestra subjetividad.

Tal es el México real e imaginario que Fuentes construyó para nosotros, su gran legado, en el que todos podemos ser sus personajes, porque todos tenemos un poco de esos personajes, hombres comunes, héroes o villanos. Todos sus lectores somos un poco de Carlos Fuentes y por eso, su muerte nos abruma, nos conmociona. La noticia dio la vuelta al mundo pero el luto es mexicano.

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México, 1951.
Estudió la Preparatoria en el Centro Universitario México. Egresado de la Facultad de Medicina de la UNAM. Especialización en Psiquiatría en la Clínica Mayo, Rochester, Minnesota. Ganador del Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias en 1989, y presidente de la misma de 1996 a 1997. Secretario de Salud en la presidencia de Ernesto Zedillo, a partir de diciembre, 1994 – 1999. Rector de la Universidad ´Nacional Autónoma de México, 1999 - 2007. Miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad de Naciones Unidas y del Consejo de Naciones Unidas, cargo que desempeña a partir del 3 de diciembre de 2007. Presidente del Programa de Naciones Unidas contra el SIDA; presidente de la Red de Macrouniversidades de América Latina y el Caribe. Miembro del Instituto Cervantes de España y Presidente de la Asociación Internacional de Universidades a partir de julio del 2008. En enero de 2012 fue nombrado miembro honorario del Seminario de Cultura Mexicana. Dirige la cátedra Simón Bolívar sobre temas educativos latinoamericanos en la Universidad de Alcalá de Henares.

Ha recibido el Premio Nacional de Ciencias y Artes; el Nacional de Psiquiatría; el de Ciencias Naturales de la AMC; Investigación Biomédica de la ANM; Ricardo J. Zevada del CONACYT. Ha recibido condecoraciones de las universidades de Salamanca y Nacional de Costa Rica, así como el doctorado Honoris Causa por las universidades Ricardo Palma y San Marcos de Lima; Nacional de Colombia; La Habana, Montreal, San Carlos de Guatemala, Autónoma de Sinaloa, Autónoma de Santo Domingo, Lomonosov de Moscú, Alcalá, y Nacional de Córdoba, Argentina.
Es autor de cerca de 250 trabajos científicos, y ha editado 13 obras sobre temas de salud, educación e investigación científica. También ha escrito 41 capítulos y prologado 35 libros.