Luz en los Andes: el cine de Antonio Eguino
1 diciembre, 2007
La independencia del cine boliviano es como la de las repúblicas de nuestra América, siempre entre la pared y la espada, siempre en la lucha por mantenerse con vida, siempre amenazada por golpes, traiciones y agresiones.
Alfonso Gumucio Dagron
Los años sesenta para América Latina fueron tan intensos que no acabaron hasta bien entrada la década siguiente. El triunfo de la Revolución Cubana no hizo más que descubrir que se podía.
El ajusticiamiento de leónidas trujillo en República Dominicana, la aparición de la guerrilla en México, Centro América, Venezuela, Brasil, Argentina y Uruguay; la conversión al marxismo de la insurgencia colombiana; el asesinato del Comandante Guevara en Bolivia; la masacre de Tlatelolco en México; la ascensión del general Juan Velasco Alvarado en el Perú; la irrupción y asesinato del general Juan José Torres en Bolivia, entre centenares de otros acontecimientos dejaban bien en claro que América Latina se alejaba para siempre de su larga y tropical siesta, siempre arrullada por frailes y déspotas ungidos por el Departamento de Estado norteamericano.
Estos sismos políticos tuvieron sus remezones en el arte, el boom en la literatura; la plástica con el colombiano Alejandro Obregón, el mexicano José Luis Cuevas y el venezolano Jesús Rafael Soto, entre otros muchos, alcanzan un grado de exposición internacional nunca antes conocido por nuestro continente.
En el cine se produjeron importantísimos movimientos que cambiaron para siempre los viejos conceptos heredados especialmente de Hollywood.
Sin duda, el más promocionado se generó en Brasil, conocido como Cinema Novo. Encabezados por Nelson Pereira dos Santos y Glauber Rocha, un grupo de jóvenes realizadores derribaron sesenta años de un cine comercial sin arraigo en la cultura, – con la excepción de algunos pocos creadores como el cataguase Humberto Mauro-.
Una ruptura, una búsqueda diferenciadora, era esperable en una cinematografía activa como la brasileña, pero es asombroso y sorprendente lo que sucede en Bolivia, un país remoto a la hora de pensar en cine.
Bolivia no había logrado fundar una verdadera tradición fílmica más allá que las primeras experiencias se produjera en 1904.
Las primeras experimentaciones netamente bolivianas con el invento de los Lumière las había realizado en 1912 Luis Castillo, con algunos registros de corte periodístico, fiestas, desfiles, procesiones. El italiano Pedro Sambarino fundó Bolivia Films, y rodó un documental Por Mi Patria (1924) y Corazón Aymara (1925), este último fue el primer largometraje boliviano.
En ese mismo año, el sucrense José María Velasco Maidana filmó La Profecía del Lago, prohibida por narrar los amores de un indígena y una mujer blanca. A su vez, Velasco Maidana fundaba la productora Urania Films con la que realizaría varios cortos, además de la gran producción de la época: Wara Wara, (1930) ambientada durante la conquista española, película que puede considerarse como el primer gran éxito del cine boliviano.
El primer film sonoro realizado en Bolivia fue Hacia la Gloria (1933) de Mario Camacho. Con el estallido de la guerra con Paraguay (1935-1938) se interrumpió la producción cinematográfica, aunque Camacho y Velasco llegaron a rodar diferentes escenas documentales que se conocieron como La campaña del Chaco.
Recién en 1948 se vuelve a la producción con el que es considerado el primer largometraje sonoro boliviano Al Pie del Illimani, realizado con motivo de los festejos del IV Centenario de fundación de La Paz, consiste en una sucesión de cortos, cada uno dedicado a diferentes aspectos de esa celebración.
Por entonces surge Jorge Ruiz, uno de los más importantes documentalistas del continente, que junto a Augusto Roca realizaron varias producciones entre ellas Donde Nació Un Imperio, (1949) mediometraje que se convierte en el primer film a color de Bolivia.
En 1953, Jorge Ruiz dirige Vuelve Sebastiana, uno de los film más importantes valiosos del cine latinoamericano. Jorge Ruiz marcharía prácticamente en solitario hasta que en los sesenta irrumpe Jorge Sanjines y el grupo Ukamau.
Apenas terminados sus estudios en el Instituto Cinematográfico de la Universidad Católica de Chile, Jorge Sanjines había vuelto a Bolivia, donde realizaría algunos cortosmetrajes, casi ensayos de estudiante, para conformar inmediatamente junto a otros jóvenes, lo que más tarde se conocería como en el Grupo Ukamau, que alcanzará en pocos años estatura de mito no solo en Bolivia sino a nivel internacional tras haber obtenido más de treinta premios internacionales.
El grupo Ukamau sin creadores de una narrativa propia, a la vez que forjaron una ética irrevocable, donde la causa popular fue el sentido de su cine. Su discurso cinematográfico representa el prototipo del intelectual comprometido y decidido a todo por los principios que ha abrazado. Dueño de una coherencia ética y estética que se traduce en cada uno de sus planos. Los miembros del grupo han diluido su individualidad en un colectivo con el mismo imaginario y las mismas metas. El cine del grupo Ukmau viaja a los orígenes, no como una búsqueda o investigación antropológica, sino en una navegación de retorno.
Fieles a la cosmovisión de ese mundo el tratamiento cinematográfico permite al espectador participar en los hechos como uno más de la comunidad campesina, donde siempre se inserta el relato. Los planos generales casi sustituyen a los primeros planos, ya que la comunidad es siempre la protagonista, dando fuerza interna de la participación colectiva. Aunque al comienzo estas sustituciones resultan desconcertantes deben pensarse así porque forma parte de otra mecánica y tiene una dialéctica inversa a la del individualismo. El indígena sólo existe integrado a los demás.
Con la caída del General Torres muchos miembros del grupo Ukamau deben partir al exilio.
Como una muestra de su coherencia, estética y ética los exiliados eligen otro país andino: Ecuador. Jorge Sanjinés es quién encabeza aquel desmembramiento.
Antonio Eguino quien fuera el gran fotógrafo de los film de Jorge Sanjines decide permanecer en Bolivia y junto a Oscar Soria, también miembro de Ukamau, resisten juntos la dictadura de Carlos Banzer.
Nacido en la ciudad de La Paz en 1938, Antonio Eguino viaja a los Estados Unidos a estudiar ingeniería, pero sus intereses eran otros y comienza a estudiar fotografía y cine en City College, mientras trabaja con asistente de diferentes fotógrafos en Nueva York.
A su vuelta a Bolivia, en 1967, encuentra al Grupo Ukamau, al cual se incorpora como director de fotografía y operador de cámaras. Bajo las órdenes de Jorge Sanjinés, Eguino diseña las imágenes de lo que hoy son clásicos latinoamericano como Yawar Mallku (1969) y El coraje del pueblo (1971). En estos filmes se puede apreciar una fuerte personalidad en el manejo de la cámara con la que logra expresivos planos secuencia.
En 1970, Eguino filma su primer corto documental titulado Basta, donde aborda con perspectiva militante la nacionalización de la Gulf Oil. Este trascendente hecho político se desarrollo durante el Gobierno de Alfredo Ovando Candia, en 1969, a partir de un decreto impulsado por el entonces, ministro de Minas y Petróleo, Marcelo Quiroga Santa Cruz, intelectual boliviano que en 1980 fuera asesinado por la narcodictadura de luis garcia meza.
El responsable de la toma y control de aquellos campos petrolíferos había sido nada menos que el general Juan José Torres.
Recién en 1974 Antonio Eguino podrá estrenar su primer largometraje Pueblo chico, con guión de Óscar Soria. El filme, con ribetes autorreferenciales, cuenta sobre un joven que vuelve su pueblo natal San Antonio de Yampara en Chuquisaca después de haber estudiado en Argentina. Ese retorno lo enfrenta con una realidad que se había exacerbado en su ausencia: Como telón de fondo la Revolución nacionalista del 52 ya había fracasado, sin haber logrado sus metas primordiales: la reforma agraria y la de educar a los niños en su lengua materna. La película denuncia la perdida de valores culturales negando sus orígenes indígenas.
Pueblo Chico no solo es su primer largometraje sino que este film caracterizará toda la filmografía de Eguino, siempre con fuertes contenidospolíticos y una mirada profundamente pesimista.
Pueblo Chico, se clasifica entre los films que se conocieron como Cine Posible, un movimiento que navegó entre los intersticios de la censura y los condicionantes económicos, donde se entendía que no solo había que hacer cine sino que era necesario hacer un cine acorde a circunstancias.
Parte del Cine Posible fue también Chuquiago (1977) segundo largometraje de Eguino donde nuevamente con guión de Óscar Soria entrelaza la historia de cuatro habitantes de La Paz quienes a su vez, metaforizan distintos estratos sociales.
Este filme fue el de mayor éxito comercial en la historia del cine boliviano, visto por más de un millón de espectadores en el momento de su estreno. Esta excelente acogida también la obtuvo con gran parte de la crítica y en diferentes festivales internacionales.
Antonio Eguino podría realizar su tercer largometraje en 1984, basado en un hecho desgarrador de la historia boliviana la pérdida de los territorios de Antofagasta y con ello la pérdida del mar, tema muy sensible y polémico para el pueblo boliviano.
Amargo Mar, también con guión de Óscar Soria, descorren los entretelones políticos de lo que se conoce como Guerra del Pacifico de 1879, donde Bolivia junto a Perú enfrentaron a Chile por aparentes razones de límites. Más tarde se entendería otra realidad. La cámara de Eguino sigue el transcurrir agitado del ingeniero Manuel Dávalos y su enamorada, una joven tarijeña, conocida como La Vidita, que serán conductores de un relato donde las intrigas y traiciones se acoplan a la historia verdadera.
Enfrentada a la versión oficial Amargo Mar muestra como Dávalos a partir de un viaje por el litoral descubrirá la trama de una guerra que se prepara alentada por capitales chilenos y británicos, y llegará a avisar al entonces presidente Hilarión Daza, lo que se ciernen sobre Bolivia.
La versión oficial condena al presidente Daza como el culpable de aquella derrota. Antonio Eguino con Amargo Mar intenta demostrar que la historia tiene otra realidad y responsabiliza a al magnate minero Aniceto Arce y al comandante de la importantísima Quinta División el general Narciso Campero de haber conspirado contra el presidente Daza.
Cómo un último desgarró de la historia Amargo Marplasma el juicio y la degradación a la que fueron sometidos el Coronel Rufino Carrasco y sus hombres, acusados de desobedecer ordenes después de haber librado en Tambillos la única batalla que Bolivia ganó en esa guerra.
Desde su estreno Amargo mar fue centro de fuertes polémicas, en toda Bolivia.
Luego de aquel controversial film, Eguino se ha dedicado a alentar la producción cinematográfica de su país con la creación de diferentes instituciones. Fue fundamental en fundación y dirección del Consejo Nacional del Cine de Bolivia (Conacine) así como de la Asociación de Cineastas.
Casi veintidós años después de su último film Antonio Eguino vuelve a rodar. En marzo de 2005 comenzó la filmación de su cuarto largometraje Los Andes no creen en dios.
Este film esta narrado a partir de la interpretación libre de la novela del mismo nombre y dos cuentos Plata del diablo y La Misk’i Simi (la de la boca dulce, en quechua), del escritor boliviano Adolfo Costa du Rels, (1891-1980).
Ambientados en la población minera de Uyuni y otras regiones cercanas a Potosí, Antonio Eguino nos traslada a la Bolivia de los años 1920-40; plena furor de la explotación minera.
El pueblo de Uyuni, es un lugar donde llegan personajes de todo tipo con un solo: hacer fortuna. El protagonista, el joven ingeniero Alfonso Claros, llega en el mítico tren internacional a Uyuni donde se perderá tras los amores de Claudina, una campesina dueña de una rara sensualidad. Uyuni es el escenario donde convergen extraños personajes con una sola idea hacer fortuna.
Los Andes no creen en Dios es una muestra de como la literatura y el cine, han dedicado particular empeño al reflejar la realidad minera, no solo porque fue en el siglo XX el centro de la economía del país, además de haber sido escenario de luchas entre los fuertes sindicatos y los consorcios nacionales y extranjeros.
La omnipresencia de los prejuicios sociales y raciales, en un pueblo lleno de posibilidades donde abundan las chicherías, los burdeles y el fanatismo religioso es un recorte justo y atemporal del país.
Antonio Eguino con este último film estrenado recientemente, no hace más que corresponderse en perfecta coherencia con toda su obra, que busca desde siempre echar luz sobre los Andes.
Buenos Aires, Argentina, 1955.
Escritor, periodista y crítico de cine, especializado en problemáticas (violencia social, política, migraciones, narcotráfico) y cultura latinoamericana (cine, literatura y plástica).
Ejerce la crítica cinematográfica en diferentes medios de Argentina, Latinoamérica y Europa. Ha colaborado con diversas publicaciones, radios y revistas digitales, comoArchipiélago (México), A Plena Voz(Venezuela), Rampa (Colombia),Zoom (Argentina), Le Jouet Enragé (Francia), Ziehender Stern(Austria), Rayentru (Chile), el programa Condenados al éxito en Radio Corporativa de Buenos Aires, la publicaciónCírculo (EE.UU.) y oLateinamerikanisches Kulturmagazin (Austria).
Realiza y coordina talleres literarios y seminarios. Es responsable de la programación del ciclo de cine latinoamericano "Latinoamericano en el centro" , uno de los más importantes del país, que se realiza en el Centro Cultural de la Cooperación de Buenos Aires.
Ha publicado la colección de cuentos El Guerrero y el Espejo(1990), la novela Señal de Ausencia(1993) y La guerra de la sed (2009),con prólogo de Sergio Ramírez.
Es colaborador de la sección de "Cine" de Carátula.