Maqroll el Gaviero, un trasunto de mí mismo: Álvaro Mutis
1 octubre, 2013
Álvaro Mutis nos dejó el pasado domingo 22 de septiembre, víctima de la edad y sus enfermedades, lamentable pérdida para la literatura en general. Deja una obra poética y narrativa estupenda, que debería ser visitada con mayor asiduidad por aquellos que se interesen en historias de aventuras marítimas y sus diferentes puertos, por personajes que padecen las tribulaciones de esos viajes y el constante exilio, narradas con sencillez y profundidad, como la definió Octavio Paz en algún momento: “con poesía de la estirpe más rara en español: rica sin ostentación y sin despilfarro”. Caratula rinde tributo al querido poeta, observador agudo de la condición humana, con la reproducción de un texto de Corea Torres, a modo de refrendar la admiración que sentía por el creador Mutis, quien siempre pensó en la poesía como testimonio de la vida. Hasta pronto Álvaro.
“Ahora, de repente, en mitad de la noche
Alvaro Mutis de Nocturno.
ha regresado la lluvia sobre los cafetales
y entre el vocerío vegetal de las aguas
me llega la intacta materia de otros días
salvada del ajeno trabajo de los años”.
Los trabajos perdidos.
I
Es errante, pero en su íntima profundidad continúa siendo colombiano hasta la médula, así se muestra en su poesía y en sus novelas, poseído por esa bruma feraz que a los colegas y paisanos suyos les da ser hijos de una tierra tan generosa y fértil como trágica. Álvaro Mutis vivifica la ficción, honra la constancia literaria del país del cual proviene, aunque vive en México desde hace tiempo.
Álvaro Mutis grandulón pacífico, de bigote bien recortado, aquiescente con el buen vestir, colombiano esencial, confeso enamorado de España y de los cafetales de su país, no oculta su aliento poético, el cual hace extensivo en sus novelas. Se declara devoto del autor del Quijote, poco interesado en la política, monárquico (algo que a muchos molesta, a mí por ejemplo, pero bueno algún defecto debía tener), anarquista, convencido de que la poesía sobrevivirá al hombre -cifrado en la cita de Novalis: “Sólo la poesía podrá salvarnos”-, expresa: “Lo mejor es dejar que pase la vida. No tratar ni de arreglar, ni de cambiar las cosas. Van a venir desventuras, van a venir momentos gratos, y ya. Siempre ha sido así y así seguirá siendo”.
Mitad Quijote, mitad Sancho, algo de Rocinante, y otra parte de Aldonza, Mutis cuenta que se ataca de risa cada que emprende la lectura del Ingenioso Hidalgo, pero además, la aprovecha en otro sentido: toma de ella la clara conciencia de los defectos del ser humano, y como el mítico personaje: jinete de Rocinante: pretende ir destruyendo esa realidad aplanada y vacua, que de repente invade a los hombres y aunque se vea derrotado por ella, de pronto se transfigura, muta de equipo exigiendo a gritos soñar para cambiar el mundo.
Hijo de diplomático, huyó de la dictadura del General Gustavo Rojas en 1956, cumplió una condena de 16 meses de prisión en Lecumberri México por un asunto negro con la petrolera Esso, lo cual le dejó una experiencia terrible pero a la vez fecunda. Fue locutor de radio. Trabajó como operador de relaciones públicas de la aerolínea Lansa. Gerente de ventas de la Twentieh Century Fox y de Columbia Pictures y prestó, durante un largo tiempo, su voz a Elliot Ness en la serie televisiva Los Intocables. Sin duda una vida plena de aventuras, tal como la de su personaje Maqroll el Gaviero, vagabundo apátrida cuya errancia lo lleva por tierras y mares de leyenda y del cual no se conoce procedencia, nacionalidad ni años de vivencia en la tierra, realmente un aventurero quien lo más cercano a identidad está dado por un dudoso pasaporte chipriota, y aunque el buen Álvaro no lo quiera, representa en cierta medida la prolongación novelesca de sus utopías. Maqroll el Gaviero, siempre está ahí gravitando sobre la humanidad del escritor.
Maqroll es un nombre extraño, que contiene además una extraña fonética, suena como una expresión onomatopéyica y no como nombre de persona, pero el asunto no para ahí, sino qué imagínense: Maqroll el Gaviero, mucho más raro aún. Gaviero no es una palabra de uso común, se asocia al lenguaje del mar, así, gaviero entonces, es un marinero que vigila la gavia, que es a su vez una plataforma situada en el cuello de un mástil en los barcos de vela.
Álvaro Mutis, ha sido, en cierto modo, transhumante, así puede, en este momento, morder la carnosa pulpa de un mango en el caliente trópico y mañana quemarse el gaznate con la pólvora de un vodka en las heladas tierras de la Europa noroccidental, desplazarse a la España pinturera para disfrutar con alma gitana el castañuelo erótico de las bailarinas de flamenco en los tablados madrileños y terminar la farra en su casa del Distrito Federal mexicano bajo el arrullo inédito de los millones de voces chilangas. Álvaro tiene mucho de Maqroll y este a su vez de Álvaro, por eso la correrías de este Simbad moderno, tan terrenales son creíbles y se amarran al lector de manera inevitable que lo van dejando intrigado, con ganas de seguir escudriñando “el variado paisaje humano de la aventura y el azar en territorios míticos que no parecen descubiertos aún por la civilización”.
Maqroll es personaje ya entrañable en la literatura, por su carisma y sino aventurero pertenece a esa pléyade de protagonistas tan connotados como: el atormentado Raskolnikov de Dostoyevski, el Julián Sorel de Stendhal, la trístisima Maga de Cortázar, el inteligente Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, la insatisfecha Madame Bovary de Flaubert, el multicitado caballero de la Mancha, Don Quijote de Cervantes, los complejos y dramáticos Hamlet, Otelo, Romeo y Julieta de Shakespeare, la Karenina de Tólstoi y otros tantos no menos importantes.
Álvaro Mutis -yo presumo- consciente de su poder, nos inyecta su droga literaria desde el principio para no soltarnos y dejar en nuestro torrente sanguíneo y neuronas, la avidez por perseguir la estela que va dejando su pluma.
II
Ciertamente sus novelas son de aventuras, Maqroll se deja ver desde la justificación que realiza el autor para internarse en el texto apenas al principio, como en La nieve del almirante, por ejemplo, donde relata que al pasear por el Barrio Gótico de Barcelona, famoso por sus bien abastecidas librerías de viejo se encontró con una bella edición, encuadernada en piel púrpura, del libro de P. Raymon que buscaba hacía años y cuyo título era ya toda una promesa: Enquete du Prévot de Paris sur l’assassinat de Louis Duc D’Orléans; editado por la Bibliothéque de l’Ecole de Chartres en 1865.
Estando a solas y comenzar a escudriñarlo notó que en la tapa posterior había un amplio bolsillo destinado a guardar originalmente mapas y cuadros genealógicos, que complementaban el sabroso texto del Profesor Raymon. En su lugar halló un cúmulo de hojas, en su mayoría de color rosa, amarillo o celeste, con aspectos de facturas comerciales y formas de contabilidad. Al revisarlas de cerca dióse cuenta que estaban cubiertas con una letra menuda, un tanto temblorosa, febril, trazada con lápiz color morado, de vez en cuando reteñido con saliva por el autor de los apretados renglones. Estaban escritas por ambas caras, evitando con todo cuidado lo impreso originalmente, lo cual comprobaba que en efecto, se trataba de formas diversas de papelería comercial. De repente el nombre del autor de la escritura le saltó a la vista y le hizo olvidar la investigación del historiador francés que llevaba a efecto. Al final de la última página, se leía, en tinta verde y en letra un tanto más firme: “Escrito por Maqroll el Gaviero durante su viaje de subida por el río Xurandó. Para entregar a Flor Estévez en donde se encuentre”.
Estos abigarrados papeles eran entonces una especie de diario donde el Gaviero narraba sus desventuras, recuerdos, reflexiones, sueños y fantasías, mientras remontaba la corriente de un río, entre los muchos que bajan de la serranía para perderse en la penumbra vegetal de la selva sudamericana inmensurable.
Este diario del Gaviero, al igual que otras tantas cosas que dejó escritas como testimonio de su encontrado destino, es una mezcla indefinible de los más diversos géneros: va desde la narración intrascendente de hechos cotidianos hasta la enumeración de herméticos preceptos de lo que pensaba debía ser su filosofía de la vida.
El título de la novela La nieve del almirante, fue tomado por Mutis del lugar donde Maqroll disfrutó de una relativa calma y de los cuidados de Flor Estévez, y que no era más que un corralón destartalado, que sirvió de oficina a los ingenieros cuando se construyó la carretera para llegar a la parte más alta de la cordillera, donde eran talados esos hermosísimos árboles que eran convertidos en madera preciosa y trasladados a ciudades lejanas donde se pagaban con muy buen dinero. Los conductores de los grandes camiones se detenían en ese corralón para tomar una taza de café o un trago de aguardiente y así contrarrestar el frío del páramo. Una tabla de madera, sobre la entrada tenía el nombre en letras rojas ya desteñidas: La nieve del almirante. Al tendero se le conocía como el Gaviero y se ignoraban por completo su origen y su pasado. Una mujer le ayudaba en sus tareas. Tenía un aire salvaje, concentrado y ausente. Por entre las cobijas y ponchos que la protegían del frío, se adivinaba un cuerpo aún recio y nada ajeno al ejercicio del placer. Un placer cargado de esencias, aromas y remembranzas de las tierras en donde los grandes ríos descienden hacia el mar bajo un dombo vegetal, inmóvil en el calor de las tierras bajas.
Pero otra cosa había en el tendajón del Gaviero que lo hacía memorable para quienes allí solían detenerse y estaban familiarizados con el lugar, y era un inesperado mingitorio que se situaba en el fondo del corredor trasero de la casa, exactamente quedaba en un volado sobre el precipicio y se sostenía por unas vigas de madera. Allí iban a orinar los viajeros, con minuciosa paciencia, sin lograr oír nunca la caída del líquido, que se perdía en el vértigo neblinoso y vegetal del barranco. En las costrosas paredes de madera se encontraban escritas, frases, observaciones y sentencias, que eran recordadas en la región, sin que nadie descifrara, a ciencia cierta, su propósito, ni su significado. Las había escrito el Gaviero, muchas de ellas ya estaban borradas pero otras permanecían con gran consistencia como retando a la mortalidad. De las más memorables podría ser la siguiente: “Las mujeres no mienten jamás. De los más secretos repliegues de su cuerpo mana siempre la verdad. Sucede que nos ha sido dada descifrarla con una parquedad implacable. Hay muchos que nunca lo consiguen y mueren en la ceguera sin salida de sus sentidos”.
Con todo y que Maqroll ya estaba, por así decirlo asentado, acompañado por Flor Estévez y un modus vivendis rutinario, decide emprender un viaje que lo llevaría a unos aserraderos remontados allende río arriba y donde se hallaban maderas que se comprarían a precios muy bajos para revenderse con grandes ganancias según el rumor de los mismos transportistas. Claro, cuando el Gaviero consulta con Flor, el asunto de la madera ella se limitó a contestar: “No sabía que con la madera se hacía dinero. Se hacen casas, cercas, cajones, repisas, lo que quiera, ¿pero dinero? Eso es un cuento, No se lo crea”. No obstante, la mujer fue al escondite donde guardaba sus ahorros y le entregó todo lo que tenía sin añadir una sola palabra, sin mirarlo siquiera.
Es así, como Maqroll se embarca en un lanchón de quilla plana, movido por un motor diesel que lucha con asmática terquedad contra la corriente para iniciar el periplo que lo conducirá a los aserraderos.
En el transcurso del viaje Maqroll el Gaviero es visitado por sus viejos demonios, los fantasmas ya rancios que, con diversos ropajes, con distinto lenguaje, con nueva malicia escénica, suelen presentársele para recordarle las constantes que tejen su destino. Esas visitaciones son las que dan pauta a las consideraciones filosóficas que hace nuestro protagonista para reflexionar acerca de los temas tan vitales para el ser humano como lo pueden ser: hacia dónde vamos y de dónde venimos.
Al igual que al Gaviero, nos sucede a nosotros el deseo de remontarnos río arriba de nuestra existencia, abandonar de repente la rutinaria e implacable vida que nos asfixia para con determinación superar lo desconocido, o por lo menos, vislumbrar dentro de ese túnel, que a veces nos circunda alguna luz de esperanza, de nuevos caminos.
III
Así como Flor Estévez es la compañera del Gaviero en La nieve del almirante antes de subir por el río Xurandó, también en Ilona llega con la lluvia tiene a su ángel, encarnado en Ilona Grabowska, o Ilona Rubinstein, alta, rubia, nacida en Trieste, de padre polaco y madre triestina, con 45 años, piernas esbeltas y firmes -había sido su amante, cómplice inigualable de correrías y negocios no siempre muy derechos-. Ilona se le aparece provincialmente en Panamá mientras Maqroll está a punto de caer al abismo. El Gaviero había desembarcado del buque carguero Hansa Stern en la ciudad del canal, porque el capitán Winfried Stern, cargaba una deuda ya imposible de pagar.
En Panamá, Maqroll e Ilona instalan un prostíbulo, viven de nuevo su amorío, pero a la vez, Maqroll, el aventurero de tierra caliente, el marino, el contrabandista, el filósofo y enamorado hedonista es testigo de una tragedia que lo deja con un dolor sordo en mitad del pecho. Y aunque para Maqroll, pasado y futuro no son nociones que graviten mucho en su ánimo -da la impresión que su propósito esencial es, enriquecer el presente con todo lo que se le presenta en el camino- ese dolor le ha quedado como un erizo que se va hinchando, desgarrándole todo, sin alivio, irremediable.
IV
Después de Ilona, posterior a Flor Estévez, reconocida la selva, el mar, la geografía de los puertos del mundo, experimentado el dolor, la angustia y el viaje, llegamos a saber de dónde le viene ese pensar como de aventura, esa manera de pregonar a la selva, al río, el proclamarse sin falsa palabrería ser el traductor del vocerío de la naturaleza que lo vio nacer, hay un duende instigador cuyo sino es acercarlo siempre al alma de las frutas, a las soledades de las más oscuras noches en la vasta cosmogonía vegetal. Porque Álvaro-Maqroll, después de amar y aventurarse por la exuberante naturaleza, de entremeterse en sus paisajes de verdores mojados, de llenarse el espíritu con los cielos azules y noches repletas de estrellas, después de empaparse del murmullo de aves y del eco de los animales y su recóndita música, de balancearse morosamente en los océanos, regresa de sus expediciones con la poesía que regenera la vida.
Su voz se vuelve única en ese diálogo con los insectos zumbadores, con la lluvia que nos resguarda del limbo del olvido y de la tragedia de la rutina. Sí, la voz murmullante permanece cual bendición acezante en nuestros oídos mientras leemos sus poemas y nos hace cómplices de su mirada, y nos convence además de aceptar comulgar de la paciencia del guijarro para que sepamos que desde allí nos llamarán con otro nombre nunca antes pronunciado.
Álvaro Mutis convoca con su narrativa, la muestra fehaciente se circunscribe en la saga de Maqroll: novelas del tamaño de: La nieve del almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir y Amirbar, además de La última escala del Tramp Steamer –que igual tiene que ver con los personajes de la saga gaviera, con la travesía marítima y con la mujer-, pero también seduce su poesía, con Summa de Maqroll el Gaviero abre las compuertas para entrar a navegar por sus aguas poéticas, sin necesidad de brújula alguna. Ni más ni menos, como si fuera una especie de probadita de cada uno de sus poemarios, así encontramos por lo menos un texto de: Primeros poemas; Los elementos del desastre; Reseña de los hospitales de ultramar; Los trabajos perdidos; Caravansary; Los emisarios; Crónica regia; Un homenaje y siete nocturnos y Poemas dispersos, de tal suerte que llega a sembrar en algunos primeros lectores la curiosidad por descubrirlo como el enorme poeta que es.
Para quienes ya hemos entrado al cosmos mutistiano, la palabra viva de Álvaro y la continuada sorpresa que brinda su lírica después de la relectura, resulta placentero. Además gratifica entablar de nuevo la comunicación con las cosas de Álvaro, que son nuestras cosas, y lo seguirán siendo, en tanto él continúa sorprendiéndonos con su escritura.
Bienvenido su tiempo de siembra, su canto a la vid con su hoja de cinco puntas. Bienvenido de nuevo su incesante preguntar enfrente del calor que lo despierta a medianoche, para ponernos como él sabe En mitad de la selva donde “ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira volverán a ser los mismos después de la aterradora vigilia”.
Mutis enfatiza la característica del poeta explorador en su propia naturaleza de hojas, de río enrremolinado de lodos y raíces, de los dominios de la lluvia, de la soledad de peces que regresan al caer la calurosa noche y en esa virtud indagatoria del génesis enredado a la contemplación de la muerte con sus sueños de furiosa adolescencia, cuya exaltación nos devuelve la memoria.
La poesía entonces como hilo de su destino, detrás de cada imagen un asunto del hombre, un desarrollo de corrientes subterráneas de poderosa fuerza, que delata en cada palabra las revelaciones del verso, una incansable curiosidad por transitar en “la secreta herida de la que mana en ocasiones la tenue linfa de un miedo secreto e innombrable”.
Escudriña Álvaro, por todos esos archivos del ser en donde se guardan las amargas horas de insomnio y las costumbres de los olvidos. Hay en sus poemas la gracia infinita del dedo señalador que busca nombrar las turbias materias de los naufragios y las decaídas.
La palabra de Mutis, parece no dar tregua a la praxis de la lectura, hostiga al lector y le provoca desde su hastío una cierta mirada que lo conduce, lo lleva: “Por los árboles quemados después de la tormenta./ Por las lodosas aguas del delta/ Por lo que hay de persistente en cada día./ Por el alba de las oraciones./ Por lo que tienen ciertas hojas/en sus venas color de agua/ profunda y en sombra./ Por el recuerdo de esa breve felicidad/ ya olvidada/ y que fuera alimento de tantos años sin nombre”.
Coda:
Cuando Maqroll el Gaviero me propuso lo acompañase en el próximo viaje que tenía pensado realizar, no me lo creí; pensé por un momento era acaso una muestra de cortesía de su parte, en consecuencia a la atención con que yo escuchaba las conversaciones de sus aventuras cada vez que el destino nos deparaba encuentros o por ser simplemente un amigo de Álvaro y su hermano Leopoldo, pero al cabo de un rato, mientras narraba acerca de sus peripecias por Rangoon, metido en un negocio de madera de teca con unos socios ingleses más tramposos que un falso derviche, me repitió la invitación, entonces no tuve más remedio que ponerme a pensar seriamente en dicha propuesta y sin mayor balance aceptarla.
Debo aclararles a ustedes la situación anterior, resulta que Monsieur Maqroll el Gaviero fue encontrado por Álvaro -Mutis, por supuesto- “en un infecto motel perdido en el trayecto más impersonal y sombrío de la Brea Bulevard en los Ángeles California”, a petición del mismo Gaviero por intermedio de un apremiante recado, solicitaba la presencia de su amigo, este acudió lo más pronto que pudo y lo halló presa de una insidiosa fiebre palúdica retrasada, cuyo origen cargaba hacía mes y medio. Como pudo Álvaro lo convenció de ingresar en un hospital y allí comenzó una más o menos rápida recuperación. Estando ya fuera de peligro y dado de alta, fue trasladado a la casa de Leopoldo para terminar de reponerse. Ya instalado y en claro proceso de alivio, junto con Maqroll nos sentábamos a matar las tardes californianas que conservan esa especie de luminosidad difusa hasta que llega la noche escuchando de su propia voz los avatares y aconteceres que le sucedieron en sus distintas correrías alrededor del mundo, y fue precisamente ahí donde le nació la idea de ir a una excursión de minas. Así es, buscar oro en los socavones mineros del río Cocora, mero en el macizo central de las tres cadenas de montañas en la que los Andes van a morir en el Caribe.
Y ¿por qué quiso Maqroll el Gaviero enfrascarse en una aventura de este tipo siendo él un marino irredento? según su confesión, nos manifestó: “Pues esto de las minas de oro es algo sobre lo cual no se puede hablar a la ligera. Es como un lento veneno que nos va invadiendo y del que sólo nos damos cuenta cuando ya es muy tarde. Como un opio furtivo o como esas mujeres en las que, al comienzo, no paramos mientes y, luego, hacen de nuestra vida un infierno ineludible”. Aunque, recuerda, la primera vez que oyó hablar de minas de oro fue durante un tiempo que estuvo trabajando en pleno negocio de contrabando de alfombras que vendían en Suiza a un grupo de arquitectos decoradores. Junto con su amigo Abdul Bashur y su amistosa compañera Ilona -recordar que Álvaro recopiló alguna de sus correrías en la novela Ilona llega con la lluvia-. Pues bien, Abdul propuso ir a una propiedad de su familia en el Líbano, en donde, al parecer, habían encontrado rastros de mineral acuífero. Vale decir que dicha propuesta quedó en el aire desmentida por un viejo gambusino que había recorrido los más variados lugares del globo en busca del yacimiento que lo sacara de pobre, quien le dijo: “En el Líbano no hay nada. Nunca ha habido nada. Donde sí puede encontrar todavía oro con relativa facilidad es en las estribaciones de los Andes. Fue así como comenzó la búsqueda de minas abandonadas”.
Habiendo arribado por el lado del Caribe en la parte norte de la América sureña, bajamos por el río hasta el centro del país. A fin de familiarizarnos con el ambiente de las minas, aceptamos el cargo de cuidadores de unos socavones a orillas del río Cocora. De ahí podríamos decir que salimos preparados para emprender una exploración a fondo. “Después de algunos meses de andar buscando llegamos a una pequeña población llamada San Miguel, en donde se hablaba todavía de una mina de oro cuyas primeras galerías las había excavado un grupo de alemanes. El nombre de la mina atrajo nuestra atención, se llamaba La Zumbadora fue abandonada, porque no cumplió con las expectativas de la explotación. De vez en cuando, alguien subía con intenciones de escarbar las entrañas de la mina, pero se le veía al poco tiempo descender del pueblo contando historias escalofriantes nacidas seguramente del deseo de ocultar el fracaso.
En el mismo San Miguel había un café cuyo dueño era también propietario, en el segundo piso, de algunas habitaciones que solía arrendar a quienes visitaban el lugar, como ustedes pueden colegir, allí nos establecimos mientras hallábamos los contactos precisos.
Tuvimos la suerte de entablar amistad con Dora Estela mesera del café y por cuya relación nos recomendó con su hermano Eulogio Ventura él sirvió de baqueano, es decir, de guía y nos adentramos a nuestra aventura de mineros en La Zumbadora. El descubrimiento que hicimos de una tumba colectiva después de un tiempo de estarla trabajando nos orilló a abandonarla y regresar de nueva cuenta a San Miguel.
Posteriormente Eulogio nos dio pistas acerca de otra mina abandonada, por cierto, no lejos de donde su familia tenía un pequeño cafetal a la orilla de una quebrada, el problema más grande que representaba era su acceso pues estaba enclavada en un farallón cuyo acceso era por un angostísimo caminito donde cabía acaso una persona. El nombre que le dio Maqroll el Gaviero a dicha mina fue de Amirbar, y esto porque en las noches que dormíamos después de la dura faena el viento al entrar y chocar con las paredes de la gruta originaba una voz que parecía decir precisamente A…M…I…R…B…A…R. El Gaviero nos dijo que Amirbar significaba general de la flota en Georgia. Venía del árabe Al Emir Bahr que se traduce como jefe del mar. De allí se originaba almirante”.
Supongo, ustedes pueden avizorar que mi autoinclusión como personaje en la novela, está claro se debe a mi imaginación. Por lo demás las historias relatadas aquí por Maqroll el Gaviero son parte del libro Amirbar que continúa la saga escrita por Mutis. Eso sucede a cualquiera que entra a las historias de Álvaro: llegamos a sentirnos protagonistas.
Lo dicho, leerlo es embarcarse con Maqroll, es observar el mundo de cerquita con todo y las desventuras acaecidas a sus personajes, es hermanarse con la constante de rescatar entre sus textos a: “Los fantasmas que, desde mis ávidas y desordenadas lecturas de adolescente en la finca de mi abuelo materno me visitan con asiduidad”.
Chichigalpa, Nicaragua, 1953.
Poeta, escritor, crítico literario. Reside en Puebla, México, donde estudió Ing. Química (BUAP). Mediador de Lectura por la UAM y el Programa Nacional Salas de Lectura. Fue editor y colaborador sección de Crítica, de www.caratula.net. Es Mediador de la Sala de Lectura Germán List Arzubide. Ha publicado: Reconocer la lumbre (Poesía, 2023. Sec. de Cultura, Puebla). Ámbar: Espejo del instante (Poesía, 2020. 3 poetas. Ed. 7 días. Goyenario Azul (Narrativa, 2015, Managua, Nic.). ahora que ha llovido (Poesía, 2009. Centro Nicaragüense de Escritores CNE y Asociación Noruega de Escritores ANE). Miscelánea erótica (Poesía colectiva 2007, BUAP). Fue autor de la columna Libros de la revista MOMENTO en Puebla (1997- 2015).