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Maricarmen Velasco: poesía y testimonio

1 abril, 2023

La muerte golpea en Lunes, título vallejeano, es un poemario con el que Maricarmen Velasco se hizo acreedora del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, en su convocatoria del año pasado. El libro se divide en tres partes: Flor de Jamaica, Cascarita, y unos siete poemas a forma de epílogo. Todas ellas están antecedidas por un epígrafe del Libro de Job, que le da el tono auto-reflexivo al poemario:

¿Cuál es mi fuerza para que aún espere, 
qué fin me espera para que aguante mi alma?
¿Es mi fuerza la fuerza de la roca?
¿Es mi carne de bronce?
¿No está mi apoyo en una nada?
¿No se me ha ido lejos toda ayuda?

La tragedia de Job es la de la injusticia que hay en el destino. La vida (dios en este caso) le pone duras pruebas a Job para medir su fidelidad. Nada puede hacer el ser humano en contra del destino, solamente continuar, a lo César Vallejo, con ese lunes que le tocó vivir. Como a Job, la tragedia se le presenta a Maricarmen Velasco, desde el inicio del libro:

Una noche
en aquella choza
a orillas del mar
su madre orando
y convencida
de su próxima muerte
les dio a luz
aquel verano.

Muerte y nacimiento crean una paradoja: la madre tradicionalmente es la quintaesencia de la vida, pero aquí en el poema de Velasco se le vincula con la muerte y es la detonante de todo el contenido simbólico del libro, que rondará entre la injusticia por la desaparición (casi asesinato) de su hermano Miguel, y los felices recuerdos de la infancia. La primera vez que se nombra al hermano es en tono celebrativo: Llegaste tú / hermano / la alegría te sostuvo /! entre tantos brazos! En la segunda vez, la poeta aprovecha para recrear el vínculo filial: Hermano / cuando yo / naciste / y fuimos uno.

La autora subvierte la manera habitual en que el castellano produce sentido en las oraciones y crea una especie de cordón umbilical entre ella y el hermano, de tal manera que donde debió escribir “nací” dice “naciste”. Como si en el nacimiento del yo poético estuviese presente el nacimiento del otro. Eso, naturalmente, crea un vínculo muy fuerte: Eras tierra firme / bajo mis plantas. Vínculo que abruptamente se ve roto por la injusticia: Te segaron de mi lado // ¿dónde estás?.

La desaparición de Miguel resulta una ventana a la realidad del México moderno, donde las desapariciones son nuestra ceniza de todos los días. De ahí que la voz de la poeta, en sus mejores momentos, se convierta en la voz del mexicano promedio y su nunca justicia, y su siempre en suspenso: la espera por hallar el cuerpo, la búsqueda de las pruebas definitivas de la muerte del familiar:

Desde que te levantaron
no concilio el sueño
(…)
Cuando pienso que no volverás
me hinco en el piso de la tierra
muy cerca de la lumbre
y grito
como bestia a quien robaron sus crías
con la mirada hacia adentro aúllo

La búsqueda de la poeta se torna en dolor, sucede en parajes solitarios, cerros, cuevas, ríos. La poeta nunca encontrará las huellas del hermano perdido, ya porque la justicia en México es nula, ya porque la poesía (último testimonio del crimen) no resuelve problemas sociales, ni homicidios, la poesía da sentido al mundo que habitamos; nos recuerda que el ser humano no sólo es su envoltorio externo (el cuerpo, su dolor), sino también la suma de las cosas vividas. Por ello, entre poemas donde Velasco narra la búsqueda del cuerpo del hermano, alcanzamos a leer fragmentos como este, donde se rememora el espacio de la infancia, un locus amoenus jamás tocado por la realidad mexicana:

Veo las criaturas que fuimos
nadar entre cerros de Jamaica
entre el sudor y la sangre de su cáliz
escucho nuestras risas
al competir por las manos más rojas

En esta primera parte, también el tema de la escritura se hace patente, pero no a manera de reflexión sobre el quehacer de la poesía, es decir, el arte poética, sino a modo de exploración del para qué escribe Maricarmen Velasco:

Escribo para matar
las imágenes
que carcomen mi mente

Nos dice la autora. Escribir es tal vez, hoy por hoy, la única manera efectiva de denuncia que tenemos en México. Quien escribe sobre un crimen subraya la falta de justicia, le da voz a la víctima y a todo aquel afectado, condena. Quien escribe jamás calla y le da el uso más sincero al lenguaje: decir la verdad. Las palabras siempre revelan una realidad verdadera, son incapaces de mentir. Es imposible que yo diga la palabra “escritorio” y esta designe una nube. Por otro lado, el que calla miente, deforma el uso del lenguaje y rompe el puente entre palabra y realidad; traiciona, por así decirlo, al género humano:

Cada vez más
los que callan
los que se esconden
detrás del verde olivo
del negro encapuchado
del azul que traiciona

Cada vez son más
los que nos dan la espalda
detrás de un escritorio

A simple vista, este poema breve, lanza una dura crítica a las autoridades gubernamentales: tras cada crimen cometido no hacen más que responder con silencio e inacción. Pero también considero que dicha crítica puede ser extendida a cierta clase de artistas e intelectuales mexicanos cuando prefieren ver a la literatura como una plataforma de solo experimentación de la palabra, olvidándose de retratar la realidad, y más si esta se está desarticulando por la falta de seguridad y justicia social.

Flor de Jamaica termina concentrando su fuerza poética en la creación de un espacio seguro signado por la mutua compañía entre dos personas. Nos preguntamos: ¿Ambas están compartiendo el mismo dolor? Parece decirnos Maricarmen Velasco que, a pesar de las inclemencias climáticas de los tiempos modernos, la unidad entre dos personas es indestructible:

Aquí estamos
como gotas de lluvia
siempre juntas
en este pueblo
donde se marchita
la flor de jamaica.

Cascarita es la otra cara de la moneda de Flor de jamaica. La sección ofrece una doble lectura, como continuación de la anterior o como un texto diferente solo relacionado por el tema. Si hacemos caso a la primera lectura, el yo poético recoge el testimonio del hermano desaparecido, Miguel; mientras que el yo poético de la segunda es totalmente anónimo representando así el amargo rostro de los que fueron reclutados por el narco de forma obligada. No importa cuál escojamos para continuar nuestra lectura, lo relevante es que se trata de un caso en el que la poesía concede la palabra a quien pocas veces la tiene, la víctima, mostrándonos las razones de su destino.

La sección comienza precisamente con una “cascarita”, es decir, una tarde de fútbol con los amigos. Pronto la seguridad de la escena se ve amenazada cuando llegan los sicarios, animales encapuchados (…) Avanzan a zancadas / levantan a siete / casi adolescentes. Es aquí donde termina el locus amoenus seguro, creado por la cascarita de fútbol. El lugar, entonces, comienza a destruirse, a la par que da inicio el largo testimonio de la víctima:

Estamos aquí
tapiada la boca
impedidos de brazos y piernas
Ignoramos cuando la luz fue decapitada
porque son tan largas las horas
como el tiempo que se toman las ratas
para olfatearnos
Tan largas
como la vergüenza
la suciedad

Una larga tradición de poesía de encarcelamiento y desapariciones puebla el panorama de la poesía latinoamericana a partir del siglo XX. “Trilce” de Vallejo fue escrito en la cárcel: Oh las cuatro paredes de la celda. / Ah las cuatro paredes albicantes / que sin remedio dan al mismo número; “Canto a su amor desaparecido”, de Zurita indaga las desapariciones forzosas ocurridas durante la dictadura de Pinochet: murió mi chico, murió mi chica, desaparecieron todos. Desiertos de amor. Y podemos seguir de largo mencionando y citando ejemplos.

Es triste y miserable: los eventos más traumáticos de la humanidad han sacado filo a los mejores versos de la humanidad. Es en esta tradición poética donde La muerte golpea el lunes se inserta. Es un poemario necesario ahora, en el sentido de recordar al lector que a la poesía le concierne todo lo que le afecta al ser humano; y que la poesía, en contraste del periodismo (que es la disciplina humana que más ha reflexionado sobre el estado de violencia actual), busca indagar los motivos humanos de la violencia, no solo informarlos.

La segunda sección funciona como una crónica que recoge los testimonios de una víctima esclavizada por el narcotráfico. Se nos narra desde el yo poético que el personaje fue obligado a sembrar droga, aguantar el hambre; y con todo ello, ve perdida su identidad. Y es que una de las garantías del estado moderno es la libertad, si esta se pierde, se pierde de igual manera la identidad.

Vivimos meses
sin abrir la boca

Sin palabras
¿Quién soy?

Rezo para no olvidarlas

Al perder la identidad perdemos el poder de nombrar por nuestras palabras, no hay autoridad en mi yo para nombrar las cosas. Lo que sigue en el desarrollo de esta segunda sección es lo que viven los secuestrados por el narcotráfico: torturas, la droga como forma de lavado de cerebro, amenazas, cansancio, etc. Al final se nos sugiere la entrada del personaje al mundo del sicariado:

Fuimos a cortar leña
a juntar llantas

Echamos al fuego
quince cadáveres

Nos forzaron a ver
como ardían

Después de varias noches
seguían apestando nuestros cuerpos

Finalmente llegamos al epílogo, compuesto por siete poemas de variada factura, pero casi todos cortos. En esta sección extra accedemos a diversas reflexiones en torno de la muerte. La muerte como única forma de llegar a la verdad. La muerte como algo inevitable. El reconocimiento de que ella nos arrebata nuestras pertenencias. La muerte como preguntas en torno a dónde están nuestros desaparecidos. También regresa la temática de la escritura, la consciencia de su utilidad: Mancha de carbón / deja el lápiz / mientras lo arrastro. La imagen construida se hace sugerente, pues compara lo escrito o dibujado en el papel con un cadáver que vamos arrastrando. ¿Y no es eso la escritura de la que nos hablaba Velasco en la sección primera? Se escribe para “destruir” el cadáver que aún habita nuestra memoria. Cada vez que escribimos estamos, por así decirlo, sacando a la luz los huesos enterrados de nuestro pasado. 

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Mérida, Yucatán, México, 1986.
Maestro en Creación Literaria por la Universidad de Texas en El Paso. Premio Nacional de poesía Rosario Castellanos (2009), Premio Estatal de la Juventud en Artes (2015) y Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2020. Ha sido Becario del PECDA (2009), University Grant (2013- 2016), Fundación para las Letras Mexicanas (2016-2018), y del FONCA Jóvenes creadores en dos ocasiones. Es Autor de los poemarios Muerte de Catulo, La luz que no se cumple, Derrota de mar, Tal vez el crecimiento de un jardín sea la única forma en que los muertos pueden hablarnos, y La tradición del viaje a solas, que es una antología de su obra publicada hasta el 2020. Como antólogo fue coautor del libro Casi una isla: Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta. Actualmente es editor de poesía en la revista Carátula y docente en el área de creación literaria del Centro Estatal de Bellas Artes.