Mario Benedetti, crítico literario

5 agosto, 2022

Sin duda ha habido excelentes aproximaciones al Benedetti crítico, aunque mucho menos que las que estudian su poesía y sus novelas. Y seguramente continuarán apareciendo estudiosos que emulen a este escritor que se comprometió profundamente en el estudio de la obra de sus colegas.

Sin competir con esos estudios, creo interesante trazar un itinerario que dé cuenta de su trayectoria crítica y las razones que lo impulsaron. Así podríamos establecer un paralelismo entre dos líneas fundamentales:  los avatares de su vida y el discurrir de su creación literaria, apareciendo su obra crítica, muchas veces, como una necesidad emanada de una u otra.

Desde casi adolescente sintió curiosidad por los libros y sus autores. En parte ese interés fue estimulado por los primeros años de enseñanza transcurridos en un colegio de élite, el Colegio Alemán. Pero su educación formal se detuvo casi al inicio de la secundaria.  Fue una formación muy pobre desde el punto de vista institucional, y se basó exclusivamente en su esfuerzo autodidacta al contrario de muchos de los que luego serían sus compañeros de la Generación del 45, varios de ellos abogados, periodistas, provenientes de familias cultas, como Carlos Real de Azúa, Carlos Maggi, o Idea Vilariño. Las lecturas, los idiomas que aprendió, el acervo literario y filosófico que fue acumulando, se deben al esfuerzo solitario, tenaz, de alguien que debía trabajar, además, en múltiples empleos nada intelectuales (administrativo, taquígrafo, empleado público durante largos años). Adolescencia y primera juventud estuvieron dedicadas al sacrificio del sueño y a llenar las horas con lecturas provechosas.

En armonía con esta decisión de buscar el saber allí donde estuviera, debemos tener en cuenta el entorno social y cultural de la época en Uruguay: la autoformación intelectual de Benedetti podía desarrollarse porque en el Montevideo de la época circulaban revistas extranjeras de prestigio, llegaban los libros editados en el exterior, a veces directamente, y si no, a través del gran foco cultural que entonces era Buenos Aires. Una estadía de adolescente en esa ciudad sin duda contribuyó a abrirle horizontes que muy pronto intentó alcanzar.

Y cuando vuelve a Montevideo hace algo que tendrá consecuencias cruciales: se presenta al concurso “Un soneto para Don Quijote” planteado por la revista Marcha. No solo gana varios premios, lo más importante es que entra en contacto con quienes hacían esa ya prestigiosa revista con su director Carlos Quijano a la cabeza, y allí empieza a escribir notas sobre autores de su interés o inducido por un entorno estimulante. Es 1945. 

Publica, a su costo, como los siguientes 6 libros que va a editar, La Víspera indeleble, poesía. Será la primera víctima de un sentido crítico muy exigente: nunca más permitirá que se reedite.

Luego se casará con su amada desde la adolescencia, Luz, y viajará por Europa, donde la necesidad lo lleva a escribir notas culturales para varios medios.

Al volver, crea la revista Marginalia con dos amigos, Mario Delgado Robaina y Salvador Miquel, y la dirige durante su corta vida, seis números. Además de algunos textos de creación, en el nº 4 está ni más ni menos que Asunción de ti, uno de sus poemas de amor más conocidos. Pero sobre todo publica textos críticos, como el dedicado a Herman Hesse o Las dos rutas de Evelyn Waugh que luego incluye en su primer libro de crítica literaria: Peripecia y Novela, aparecido en 1948. Este libro obtendrá un premio del entonces Ministerio de Instrucción Pública.

En 1951 publicó Marcel Proust y otros ensayos. Cómo sería su acierto que en la correspondencia con Juan Carlos Onetti que se conserva de esa época, este, que es muy sincero, le confiesa que no le gustan casi nada los cuentos de Esta mañana (el primer libro de cuentos de Benedetti) que le había enviado a Buenos Aires, donde el autor de La vida breve estaba residiendo, pero le alaba muy entusiastamente el ensayo sobre Proust, augurándole un gran futuro como crítico.

Su curiosidad y permanente contacto con los textos literarios, de narrativa o poesía, hizo que su labor de crítico sea inmensa, y ocupe varios tomos. El más conocido, El ejercicio del criterio, que es una selección, ocupa casi 600 páginas.

Al mismo tiempo que escribe sobre autores y sus obras, desarrolla sus criterios acerca de la literatura. Por ejemplo, casi desde el principio de su creación ha llegado a la convicción de que existe una neta interrelación entre novela y realidad.

Como afirma en su ensayo sobre Tres géneros narrativos: “desde sus orígenes hasta el presente, la novela quiere parecerse a la vida, quiere ser vida por sus cuatro costados”. Y por supuesto se trata del concepto que tiene el autor de la vida y del mundo, de la realidad ordenada, estructurada para llegar al lector con las peripecias de sus criaturas verosímiles y expresivas, pero siempre en armonía con el entorno social que las activa. En 1967 publica un libro llamado Letras del continente mestizo y en su ensayo “Situación del escritor en América Latina” escribe: “El escritor latinoamericano no puede cerrar las puertas a la realidad, y si ingenuamente procura cerrarlas, de poco le valdrá, ya que la realidad entrará por la ventana”.

Fue uno de los escritores latinoamericanos que más tempranamente planteó este criterio, y su obra ha sido un esfuerzo coherente y obstinado por comunicarse con los demás, por acompasar su expresión al desarrollo de la sociedad. No se trata solamente del estilo, que puede ser directo o llamarse coloquialismo, es un punto de partida intelectual, y una aspiración vital que va ahondándose con el tiempo. Desde la inspiración en un Antonio Machado hasta la definición de poesía implícita en su título Contra los puentes levadizos, que alude precisamente a esa necesaria comunicación.

En paralelo a esta actividad creativa teórica, Benedetti desarrolla un trabajo de periodismo cultural casi frenético.  Los tres gruesos tomos publicados en Montevideo por la Universidad de la República y la Fundación Mario Benedetti en 2014, titulados Notas perdidas. Sobre literatura, cine, artes escénicas y visuales, reúne alrededor de 900 artículos firmados por el autor uruguayo. Es una gran investigación que llevó tres años, bajo la dirección del Profesor Pablo Rocca, donde rastreó, comparó y puso a salvo lo que fueron notas escritas desde 1948 hasta 1965.

Vale la pena recordar que además de estos artículos, Benedetti escribía su obra poética, narrativa, teatral, sus notas de humor, sus ensayos más o menos extensos y, por último, cumplía con los trabajos ordinarios no relacionados con lo literario, por lo menos hasta 1960.

Entre esos 900 artículos hay muchos comentarios de libros con motivo de su publicación, o por aniversarios, hay homenajes a escritores por su fallecimiento o por celebraciones. Asimismo, cubría conferencias o mesas redondas, anunciaba con detalle actividades culturales de todo tipo, o daba cuenta de problemas generales

Este cuidadoso trabajo también da cuenta de una columna que fue muy leída en su momento titulada Aquí y Ahora, que apareció en Marcha entre diciembre del 57 y julio del 58 y que dio origen a una frase definidora de una preocupación social y cultural, y que contiene reflexiones interesantes que podrían llevarnos al embrión de su conocido ensayo El país de la cola de paja.

Además de publicar en Marcha, por pocos meses ocupa la jefatura de sus páginas literarias, lugar que era señero en el ambiente cultural uruguayo. En paralelo había nacido una de las revistas más importantes, Número, que luego inició un sello editorial donde colaboraban nombres que ya tenían peso: Emir Rodríguez Monegal, Manuel Claps, Idea Vilariño. Y muy pronto fue invitado a su Consejo de dirección.

En ese medio y de acuerdo con su fama de críticos extremos, el filtro para las publicaciones era muy exigente. En una entrevista de Pablo Rocca publicada en 1997, en la que hablaban Claps, Idea Vilariño y Mario, se jactaban de que solo publicaban lo que les parecía excelente y recordaban que habían rechazado la Oda a la cebolla, de Neruda, La fiesta del monstruo de Borges y Bioy Casares; incluso un cuento de Onetti, Mascarada, les pareció muy malo. En una de las entrevistas que le hice, Benedetti analizaba la generación del 45 desde ese ángulo: “creo que tuvo que ver con una labor de esclarecimiento de temas nacionales y latinoamericanos. Si se toma individualmente a uno y a otro [de sus integrantes], la verdad es que hay muy distintos estilos, muy distintas formas de asumir lo artístico, pero yo diría que hubo un único denominador común, y es el rigor crítico. Y creo que eso le hizo bien a la cultura uruguaya. A pesar de la amistad se podía ser muy rigurosos, muy severos”.

En 1963 publica Literatura Uruguaya Siglo XX.  En cada edición que ha tenido a lo largo de los años, esta obra irá creciendo en función de la voluntad de su autor, por lo que podemos estar seguros del valor de su selección que recoge, como él mismo señala, “trabajos sobre las letras uruguayas de hoy, o de un ayer no demasiado distante”.

Encontramos un par de ensayos sobre temas generales que abren y cierran el volumen en todas las ediciones. Se trata de La literatura uruguaya cambia de voz, de 1962 y Qué hacemos con la crítica, de 1961. Pero en medio van desfilando autores uruguayos de varias épocas. Desde un antecesor, Carlos Reyles, que no sale muy bien parado en un trabajo escrito en 1950, hasta Mario Delgado Aparaín y Rafael Courtoisie, escritos en 1996. Aparecen los maestros admirados, Onetti, Felisberto Hernández, los coetáneos, Idea, Maggi, Martínez Moreno, los jóvenes de cada época: Armonía Sommers, Juan Carlos Somma, Cristina Peri Rossi, los que iban muriendo: Enrique Amorim, Ibero Gutiérrez, y así…

Precisamente en el artículo sobre Sommers podemos encontrar un ejemplo de la honestidad del crítico, que es capaz de volver sobre un juicio anterior, y revisarlo en función de nuevas impresiones, una actitud rara en general en el mundo intelectual en el que sería fácil seguir de largo y aceptar lo nuevo sin recordar lo anterior.

También en este libro se incluye un extenso ensayo sobre José Enrique Rodó que había sido publicado como libro en 1966 por la editorial argentina Eudeba.  Era una interesante aproximación a uno de los pensadores más importantes del 900. Si bien fue atacado por muchos, Benedetti, nuevamente lúcido, no busca lo que no debe. Dice: “Rodó no fue un precursor de la literatura nerviosa, conflictiva, torturada, de este siglo, pero fue un lujoso remate de una época que se extinguía…Su actitud intelectual fue de una permanente honestidad y su dignidad de escritor no fue una metáfora, sino un hecho. Y en ese sentido, su nombre irradia ejemplo hacia todas las épocas y generaciones, incluido (¿por qué no?) nuestro tiempo…”.

En 1967 aparece una segunda recopilación de sus estudios críticos, esta vez dedicada a la literatura latinoamericana: Letras del continente mestizo.

Pocos años antes se había producido un vuelco en los intereses y la expresividad de Benedetti. Lo que hasta avanzados los años 50 había sido una apertura al mundo con foco en Europa, con el acicate de la admiración por los grandes narradores de esa parte del mundo -Chejov, Maupassant, Svevo- la aparición de la Revolución Cubana y un viaje a EEUU que le abrió los ojos a un autoritarismo dentro y fuera de fronteras, lo hizo volverse hacia América Latina.  En Marcha y otras publicaciones empezó a estudiar la literatura, y también la historia, de los países del continente. Con el tiempo ese interés se vio acrecentado por el conocimiento personal, primero a través de la correspondencia, de los escritores latinoamericanos.

Si bien reconoce que el título se debe al concepto estudiado y promovido por el escritor chileno Ricardo Latchman, agrega su propia convicción en la nota sucinta que encabeza la recopilación. Dice: “Tengo la impresión de que el rico inventario de las actuales letras latinoamericanas, debe su vitalidad y su fecunda imaginería, en parte a conscientes procesos y en parte a simples azares, pero siempre a esa conjugación de razas e inmigraciones, de influencias y cosmovisiones, de hervores y fervores, de conformismos y rebeldías, que contribuyen a nuestro mestizaje”.

Nuevamente encontramos ensayos sobre temas generales, incluso uno que fue motivo de muchos comentarios en el momento: “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual”, escrito al calor de la Revolución Cubana y leído en el Congreso Cultural de La Habana en enero de 1968, y a pesar de ello defendiendo el papel del intelectual en un mundo convulso en el que parecía predominar el prestigio de la figura del guerrillero. Pero el cuerpo de la publicación plantea acercamientos a algunos autores ya clásicos en el momento, como Vallejo, Darío, Neruda, incluso Borges, y el resto repasa a sus coetáneos o casi: Nicanor Parra, Rulfo, Cortázar, Vargas Llosa, Carlos Fuentes. Para medir el ojo crítico certero de Benedetti vale la pena mencionar que el ensayo sobre Rulfo, aparecido por primera vez en Marcha en 1955, fue hecho cuando este autor acababa de publicar Pedro Páramo y era prácticamente un desconocido en América.

En las fechas de la primera edición de esta recopilación Mario estaba en Cuba, invitado para crear el Centro de Investigaciones Literarias en Casa de las Américas de La Habana, y ya formando parte del Consejo de Dirección de esta institución. Era un momento de gran ebullición cultural latinoamericana en torno a ese núcleo y su labor creció enormemente con la creación de colecciones, de propuestas críticas innovadoras como la serie Valoración Múltiple que concentraba muy diversos enfoques críticos alrededor de un escritor. Escribió prólogos, realizó entrevistas, entró en estrecho contacto con escritores de las más diversas nacionalidades latinoamericanas y del Caribe. Y siempre buscaba aproximarse al corazón de la obra literaria con la que se encontraba. Por supuesto en este libro aparecen varios escritores cubanos de distintas generaciones, como Roberto Fernández Retamar y Eliseo Diego o Pablo Armando Fernández, más joven. Porque siempre buscó conocer las nuevas ofertas literarias, la obra que iba despuntando, como luego ocurrirá con Gioconda Belli y antes había sido Claribel Alegría.

En 1968 publica Sobre artes y oficios, título elusivo que abarca los artículos que decidió recoger sobre autores europeos y norteamericanos a partir de 1950. Y señala que esta publicación es complementaria de los otros dos títulos anteriores, que “integra la parte de mi labor crítica, pasada y presente, que de algún modo me interesa rescatar”.

Y de nuevo debemos resaltar la fineza de su observación cuando habla del joven escritor francés, Jean Marie Le Clézio, nacido en 1940  y de quien destaca un impulso poético, un riesgo que le hace esperar que supere ciertos desfallecimientos. Y tanto los superó que Le Clézio ha tenido una trayectoria literaria relevante, una vinculación existencial con América Latina y en 2008 llegó al Premio Nobel de Literatura.

En 1971 siente la necesidad de mostrar a sus “cómplices” y publica un libro con diez entrevistas a poetas, determinados poetas, los que llama Los poetas comunicantes (Roque Dalton, Nicanor Parra, Cardenal, Gelman…) y que responde a lo que considera una preocupación de cierta literatura latinoamericana por llegar al lector, por incluirlo en su intención. Pero también proponía en el prólogo que poetas comunicantes aludía a “vasos comunicantes”, “el instrumento, (o por lo menos uno de los instrumentos, sin duda el menos publicitado) por el cual se comunican entre sí distintas épocas, distintos ámbitos, distintas actitudes, distintas generaciones”.

Como hemos visto tanto en su poesía como en la narrativa Benedetti intenta siempre la comunicación, la necesidad urgente de reconocerse en los demás. Esa actitud también está en la motivación misma de su obra crítica en la que intenta llegar a la intención y al resultado del autor estudiado. De un modo plástico y honesto enfrenta la actividad de la crítica reconociendo errores, como hemos visto, balanceando trayectorias, aspirando a evitar el prejuicio. En un ensayo tan temprano como 1961 titulado Qué hacemos con la crítica, incluido en Literatura Uruguaya Siglo XX, aborda la tarea del crítico desde los más diversos ángulos, como una necesidad para la vida literaria, pero también con su mala fama: él mismo reconoce por ejemplo que su generación la emprendió, dice, “a veces con excesivo afán contra la complacencia y el trueque de ditirambos, ejercidos por sus antecesores mediatos e inmediatos”.

Sin embargo, a pesar de tener constancia, en algunos casos por escrito, de que su obra no obtenía comentarios elogiosos por parte de algunos escritores, eso no torció su juicio sobre la obra de los mismos.

Muy diferente ha sido su tarea como periodista, analista de la realidad o humorista, cuando puede ser incisivo, cortante, y a veces incluso doloroso por el uso inteligente de la ironía. Son famosos sus debates a través de las páginas de periódicos. El que mantuvo con Mario Vargas Llosa pasó a libro por ambas partes pues los dos coincidieron en que había sido un diálogo profundo, respetuoso, en el que las posiciones mutuas eran entendidas, rebatidas con altura, sin tergiversaciones. En este caso, las radicales diferencias políticas que apartaron a estos dos amigos de juventud no impidieron el aprecio por sus respectivas obras.

El regreso a Uruguay en 1985, al terminar la dictadura, produjo sentimientos encontrados en la persona que pronto se reflejará en la obra. Se da la paradoja de que, contrariamente a lo que pasa en su país, en los años 80 España empieza a reconocerlo cada vez más y más cálidamente. Se aceleran las reediciones, las invitaciones en las distintas universidades y respondiendo a tantas propuestas y solicitudes, deciden, Luz y él, pasar algunos meses en Madrid y el resto del año en Montevideo. Eso facilita su contacto, a través de invitaciones y encuentros universitarios, con nuevos autores, que pasan a ser motivo de sus análisis críticos. Por otra parte, en España había vuelto a crecer el interés por la literatura latinoamericana (que después del éxtasis del boom, había decaído) y los jóvenes y los ámbitos universitarios buscaban la palabra autorizada de Benedetti para conocer y entender lo que ocurría en la literatura del otro lado del Atlántico. Así ocurrió con la Universidad Complutense de Madrid y sus Cursos de Verano y con la Universidad de Alicante, que promovió cursos y seminarios sobre esos temas y así fue estrechando el contacto con el escritor uruguayo hasta crear un centro de estudios literarios latinoamericanos con su nombre.

En esa época sigue reuniendo ensayos críticos sobre temas y autores como El recurso del supremo patriarca, en 1989, en el que estudia tres novelas de dictador, El recurso del método, de Alejo Carpentier, Yo el supremo, de Roa Bastos y El otoño del patriarca, de García Márquez, el más reciente. Pero en él también aparecen Lezama Lima, Paco Urondo, Haroldo Conti, etc., y basta la mención de los nombres para valorar la amplitud de miras del crítico.

Para completar esa casi inextricable relación de vida, creación y crítica basta recordar la publicación de Rincón de Haikus, en 1999, una nueva provocación vitalista para el lector, en el que nuevamente confiesa lecturas e influencias literarias previas en lo que fue un complejo ejercicio estilístico.  Así culminaba su trayectoria literaria, con el mismo ímpetu y la misma curiosidad intelectual con que había comenzado el lector adolescente.

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Nació en Montevideo, Uruguay.
Licenciada en Filosofía y Letras, ha trabajado como periodista cultural y crítica literaria en numerosos medios de prensa. Para culminar una extensa carrera de gestión cultural, dirigió el Centro Cultural de España en Montevideo y en Santiago de Chile. Entre sus trabajos se cuentan la biografía de Mario Benedetti, Un mito discretísimo y la edición de las Obras Completas de Juan Carlos Onetti.
En la actualidad es presidenta de la Fundación Mario Benedetti.