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Meridiano de sangre. Cormac McCarthy

1 agosto, 2010

El crítico Harold Bloom considera este libro originalmente publicado en 1985 como «la auténtica novela apocalíptica norteamericana», y a su autor, le infiere un cumplido aún mayor: «ningún otro novelista norteamericano vivo, ni siquiera Thomas Pynchon, nos ha dado un libro tan raerte y memorable como Meridiano de sangre«. Poco más se podría decir de este autor frecuentemente incluido entre los más notables de su generación y que muchas comparaciones ha generado con William Faulkner, Herman Melville y Mark Twain. Eso sí, Meridiano de sangre bien podría tener en su primera página la inscripción dantesca de «¡Oh, los que entran, que dejen toda esperanza!», porque sin dudas el lector va a sufrir con él.

Un personaje al que conocemos únicamente como «el Chico», casi quinceañero, conoce al Juez Holden, quien ha acusado al Reverendo Green de tener sexo con una niña de once años, así como con una cabra, e incita a que sea asesinado. Este primer encuentro pone el tono de la novela: brutalidad y sangre, mentira y odio. Atestiguamos los años finales de la primera mitad del siglo XIX, en los territorios de la frontera entre México y Estados Unidos, cuando las autoridades mexicanas y del estado de Texas preparan una expedición para acabar con la mayor cantidad de indios. A este grupo se le conoce como la pandilla Glanton, con John Joel Glanton y el mismo Holden al frente, el último un gigante de siete pies, albino y completamente lampiño descrito como inescrupuloso, violento y mucho más que un poco espeluznante. Asesina cantidades industriales de personas, sin importarle si son niños o mujeres. Pero le gusta tocar el violín y bailar. Es sumamente inteligente, su único defecto es su devoción por la violencia y la sangre, es un teórico de la muerte.

Dice el Juez: «Tal es la naturaleza de la guerra, cuya apuesta es a la vez juego, autoridad y justificación. Vista así, la guerra es la forma más sincera de adivinación. Es la prueba de la voluntad propia y de la voluntad de otro dentro de esa voluntad mayor que al enlazarlas está forzada a elegir. La guerra es el juego definitivo porque en definitiva la guerra impone la unidad de la existencia».

La pesadilla se desata cuando los sanguinarios de Glanton pasan de asesinar a indios a asesinar a los mexicanos que les habían contratado. En medio de esta barbarie, aparece la figura del Juez Holden como aquel que decide todo antojadiza y arbitrariamente. Se convierte en una figura de profundidad misteriosa e inspiradora, visto por los otros como alguien sobrenatural. El Chico reaparece después de haber vagado en las tierras del Viejo Oeste, décadas después, en 1878. Ahora convertido en el Hombre, y aún más: sin ser un héroe ahora es el antagonista de Holden, quien por su parte no ha envejecido y conserva su naturaleza imponente. ¿Qué puede esperarse de este encuentro? Lo mismo que ha reinado durante toda la novela, y que puede sintetizarse en la frase que Holden ha tomado como propia: «La Guerra es Dios». El propio Bloom lo dice simpáticamente: «Las masacres y mutilaciones son tan apabullantes que uno podría estar leyendo un informe de las Naciones Unidas sobre los horrores de Kosovo en 1999».

El logro mayor de Meridiano de sangre está en su lenguaje (arcaico y árido como el ambiente que narra), en sus personajes (especialmente el paranormal Holden y al trashumante Chico, que evoluciona de un desollador de indios al valeroso retador del Juez), y el paisaje, una fotografía que nos hace viajar a un tiempo y espacio al que de otra forma difícilmente llegaríamos.

Prepárese a sufrir puede no ser la mejor forma de invitar a leer un libro, pero vale la pena leer éste en tiempos en que las novelas de westerns parecen cada vez más ítems del pasado (frente al dominio de los bestsellers vampirescos de hoy día). El libro promete mucho, pero a cambio exige cierto compromiso del lector: hay que cavar en él para encontrar, hay que esquivar las balas para llenarse las manos de luz y no de sangre.

Después de leer este libro no se asuste si su cuerpo le reclama un baño. El viaje ha sido largo y cansado, lleno de muerte y devastación. Pero la recompensa, además de sobrevivir, lo llena todo: todo aquel que lea este libro termina humanizándose.

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Managua, Nicaragua, 31 de octubre de 1984 - 25 de agosto de 2017.
Autor de cinco libros de cuentos, incluyendo La felicidad nos dejó cicatrices (España y Centroamérica: Valparaíso ediciones, 2014); Los días felices (Costa Rica: Uruk editores, 2011). La Feria Internacional del Libro de Guadalajara lo nombró en 2011 como uno de Los 25 secretos mejor guardados de América Latina, un proyecto para «dibujar una ruta de las letras que se gestan a lo largo y ancho del continente, 25 voces y lenguajes para descifrar, hoy, América Latina». Cuentos suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán y portugués, y aparecen en antologías y revistas de los continentes americano y europeo.

En 2009 mereció una beca de escritor del gobierno mexicano en el Programa de Residencias Artísticas para Creadores de Iberoamérica y de Haití en México; y en 2015, la Beca Valle-Inclán del programa de becas MAEC-AECID de Arte, Educación y Cultura del gobierno español, para una estancia creativa en la Real Academia de España en Roma (2015-2016).

Fue cofundador, coordinador general, director ejecutivo y director asociado de Centroamérica cuenta (2012-2015); co-fundador y coordinador de Leteo ediciones, iniciativa editorial sin fines de lucro para la promoción de la nueva literatura nicaragüense. Coordinador del proyecto #Los2000, autores nicaragüenses del nuevo milenio (2012 y 2013), que reunió a diversas voces de la generación literaria del 2000. Fue jefe de redacción y editor en jefe de Carátula, revista cultural centroamericana (2009-2015) y de El hilo azul, revista literaria del Centro Nicaragüense de Escritores (2010-2015).

Fue también miembro del Centro Nicaragüense de Escritores y del PEN Internacional / Nicaragua, miembro fundador de Global Shapers Managua, parte de la comunidad Global Shapers. En 2014 recibió una beca para el Global Competitiveness Leadership Program (GCL) de Georgetown University, Washington, EE.UU., siendo el primer escritor en recibir esta distinción.