Valentina, Valentina, primavera y corazón (Fragmento)

10 mayo, 2018

El presente texto «Valentina, Valentina, primavera y corazón», es un fragmento de la novela Libro de la derrota, de la escritora cubana María Elena Hernández Caballero, quien reside en Miami desde octubre 2016.


Valentina Morera tenía una teoría del destino para hombres fracasados. Quizá por eso, a pesar de la rigurosa educación marxista conque la atormentó desde la cuna su padre, no podía considerarse lisa y llanamente comunista. Menos aún: atea. Según su teoría, el destino quiso que naciera en un pequeño país. Peor: una isla. El milagro, la trascendencia, o la insignificancia de esta suerte, sólo podían explicarse a partir de una sucesión de hechos aislados y anómalos. Así como toda gran nación tiene su leyenda de victorias y de derrotas, los pequeños pueblos perseveran en el fracaso. Construyen, anémicos por herencia, su pequeña leyenda de derrota.

Cuando Valentina Morera nació el paraíso no estaba en el cielo, sino en otra parte muy concreta y distante: en Rusia. El infierno también estaba ubicable, en dirección al norte, a sólo noventa millas. Con infierno y paraíso ubicados en el mapa murieron también las cortes de ángeles y de demonios. Todo estaba en su sitio. Todo tenía una explicación, un aquí y ahora.

A los tres años sabía las semejanzas y las diferencias entre la tundra y la taigá; dónde se originaban y morían los vientos; por qué se producían los huracanes. Tenía especial habilidad para las matemáticas, para armar el cubo de Rubik. Conocía, de tanto analizarlas, la vida de las hormigas.

A los cinco años podía hablar ruso sin dificultad. Realizaba largos comentarios acerca de la teoría de la evolución de las especies, de los últimos experimentos científicos. De los perros Laika, Belka y Strelka, los primeros seres vivos en llegar al espacio.

Más tarde, en el colegio, asombraba a todos con sus conocimientos de astronomía. Explicaba con detalles los periplos de todas las Sputnikz, de todas las Vostok. Podía ubicar con precisión la estrella Polar, la constelación de La Osa Mayor. Sabía, y esto le producía gran satisfacción, que el espacio era infinito, que existían otras galaxias y que el hombre pronto llegaría a Marte.

Hasta su nacimiento, ocurrido el 16 de Junio de 1963, era un presagio de la rara estrella conque había venido al mundo: mientras el globo terráqueo quedaba asombrado ante las pantallas de televisión, viendo cómo una mujer desde el cosmódromo de Baikonour tripulaba la astronave Vostok IV; Leonor Domínguez, su madre, con dolores de parto, era conducida por su esposo Carlos Morera, con urgencia a la clínica.

Valentina Terechkova aterrizó según la forma clásica de los astronautas soviéticos, desprendiéndose la esfera habitáculo de la astronave, una vez efectuada la entrada en la atmósfera y descendiendo sobre la tierra firme suspendida de un paracaídas. Valentina Morera aterrizó también según la forma clásica de casi todos los mortales: de cabeza. Lo primero que hizo fue pegar un grito con una órbita inicial de cinco kilómetros a la redonda.

Las enfermeras corrían de un lado a otro preocupadas. Carlos Morera reía y lloraba. En contra de lo acordado con su esposa bautizó:

– Se llamará Valentina.

– Con lo que le restaba de fuerzas Leonor Domínguez se incorporó en la cama: Me cago en Dios, en Marx y en todos los santos.

Fueron las palabras de protesta y las últimas que pronunció su madre.

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