german rodriguez

Vivienne y la copa de vino

5 julio, 2019

Caminaba por el apartamento con las manos entrelazadas en la espalda, el cigarrillo humeando en los dedos. Por la ventana abierta la briza entraba escasa. Era una noche húmeda y calurosa.



Caminaba por el apartamento con las manos entrelazadas en la espalda, el cigarrillo humeando en los dedos. Por la ventana abierta la briza entraba escasa. Era una noche húmeda y calurosa. Me había vuelto a despertar ese sueño que retorna cada tres o cuatro meses. Pero más que un sueño es una memoria que se reinstala mientras duermo, afianza sus garfios en los telares del subconsciente, estira las patas y crece, tejiendo el ensueño hasta cubrirlo. Entonces salto empapado en sudor, enciendo la lámpara, un cigarrillo, y lleno un vaso con hielo y Bourbon. Luego deambulo entre las paredes hasta tener el valor de ir al estante para sacar el libro en el que descansa (o escondo) su fotografía.

Conocí a Vivienne en Montreal. Era la nueva novia de Antoine, un fantástico pintor amigo de mi entonces esposa. Visitábamos su galería en le plateau cada verano. Cuando decidíamos alejarnos de la hermosa estridencia de Toronto para sumergirnos en los mágicos barrios de Montreal. Aquella noche esperamos a Antoine y a su acompañante en La buvette chez Simone. Llegamos antes que ellos. Nos sentamos en una butaca de esquina. Pedimos dos cervezas artesanas de la casa y dos botellas de vino tinto. A los pocos minutos regresó la camarera, el azafate en la mano izquierda a la altura del hombro. Me sorprendió no haberme fijado en ella cuando anotaba las bebidas. Era una delicia de piernas largas, de tetas pequeñas pero exactas, erguidas y puntiagudas. Tan flaca que por debajo de la camisa le brotaban la clavícula y los iliones, sentí quebrarme por dentro. Me excitan los huesos. Imaginé en seguida que de igual manera le brotaba el hueso púbico de tez pálida, cabello suave, ralo, negro. Mi esposa seguía metida en su teléfono móvil y no notó la mirada con la que devoré a la camarera mientras ponía las bebidas sobre la mesa. Di un sorbo largo a la cerveza, luego llené las cuatro copas con vino. Antoine apareció justo en ese momento, como llamado por el alcohol. Junto a él venía una hermosa joven, mucho más joven que nosotros. Quien rápidamente se introdujo: «Vivienne Fontain, enchanté».

La noche avanzaba entre copas y esporádicos cigarrillos que salíamos a fumar a la calle. Mi esposa hablando con Antoine de tiempos antiguos, travesuras de adolescencia en Muskoka, de cosas y de gente que ni yo ni Vivienne teníamos idea alguna. Y ahí estaba yo frente a Vivienne, acorralado, perdiéndome fácilmente en los ademanes etéreos que acompañaban su acento Quebecois, en sus minúsculos y preciosos movimientos faciales, en las pecas que forman bellas constelaciones desde la nariz hasta sus pechos grandes, carnosos. Mientras tanto, Vivienne me comentaba sobre su carrera artística, era cantante y actriz de teatro. El grupo en el que cantaba se llamaba Who is who? Tocaban blues. Y cuando detallaba el tour que iniciarían en otoño, la camarera vino de prisa a la mesa, tomó asiento junto a Vivienne y se abrazaron afectuosamente. Resulta que Karine era su hermana menor y cantaban en dúo en el mismo grupo. “De ahí nace el nombre Who is who?”, dijo Vivienne en un español perfecto (luego me enteraría que hablaba cinco idiomas), “nadie puede diferenciar nuestras voces al cantar, ni siquiera nuestros padres”.

Situación peculiar, porque aun teniendo a las hermanas de frente, su apariencia física no revelaba algún parentesco. Sin embargo, al saber su lazo sanguíneo y prestar atención detalladamente, ciertas características físicas danzaban evidenciándolo: el pelo negro que les caía ondulado hasta el hombro, la prolongación y fragilidad del pescuezo, la composición del rostro, la forma de fruncir la nariz puntiaguda mientras sonreían.

Karine dejó enseguida el efusivo encuentro, preguntando si se nos apetecía algo más. Pedimos otras dos botellas de tinto. Vivienne y yo salimos a fumar. Algo había cambiado en la manera en que me miraba ahora que estábamos a solas. Admiré el resplandor de sus ojos oscuros bajo los faroles de la calle empedrada. Empezábamos a desearnos, coqueteábamos inocentemente, como chiquillos de primaria. Pero a la vez rabiosos y llenos de desasosiego como dos gatos que se encelan a la distancia, cada uno desde su tejado.

Cuando regresamos a la mesa acercamos los asientos. Puse la mano sobre la mano de mi esposa para disimular la inminente atracción hacia Vivienne. Vivienne hizo un gesto similar, posando la mano sobre la pierna de Antoine. Sonreímos en complicidad y retomamos la plática. Luego dejamos que nuestros ojos siguieran recorriendo en lentas caricias nuestros cuellos, nuestras bocas… Ahora que examino esa noche, no entiendo cómo Antoine y mi mujer, no se percataron de nuestra conexión axiomática, de la fuerte tensión sexual que desparramábamos y nos unía.

La noche transcurrió desprevenida, el bar se fue llenado. El ruido del lugar comprimía la atmosfera. Finalmente la plática la manteníamos los cuatro. Aproveché entonces para evocar imágenes que me venían perturbando desde que supe el parentesco entre Vivienne y Karine. Años atrás mientras cursaba el bachillerato, tuve la oportunidad (o el descaro) de cogerme a tres primas del colegio. Hecho que para mí desgracia no fue una orgia. Sin embargo lo importante de esta historia paralela es el vínculo familiar, la herencia genética, esa transferencia de características físicas. Puesto que las primas tenían estructuras corporales comunes, que delataban irreparablemente su parentesco, tan similares al grado de inclusive parecer hermanas. No obstante había entre ellas una característica anatómica más sorprendente aún, y de la cual quizá yo sea el único testigo. Las primas tenían un sexo parecido. Tan parecido que penetrar a una era prácticamente igual que penetrar a la otra. ¡Sí! sus sexos tenían la misma forma, tamaño, firmeza y humedad. Hasta sabían de la misma manera. Por consiguiente ¿Tendrían Vivienne y Karine una vagina similar? ¿Amarían de la misma manera, así como amaban similarmente las primas? ¿Qué tan afines serían sus gemidos? Ya que los jadeos de las primas eran semejantes. Y de ser así ¿serían los jadeos de Vivienne y Karine tan parecidos que serían difíciles diferenciarlos así como es difícil reconocer sus voces al cantar?

Dada mi escasa contribución a la plática, mi esposa me golpeó suavemente la pierna con su rodilla. Golpe que me trajo de vuelta al mundo y que también asustó a Vivienne, pues habíamos entrelazado las piernas cuidadosamente bajo la mesa. Un tanto preocupado por la acción de mi mujer la abrasé inmediatamente tirando una broma para la mesa. Luego salí a fumar. Con el cigarrillo humeando entre los dientes pensaba en Vivienne y sus prodigiosos ademanes al hablar sosteniendo la copa de vino en la mano. Pensé también en la sexualidad feroz que escondía detrás de un rostro joven, bondadoso e inocente. Por esos días yo me había obsesionado con las pinturas de Balthus. Especulé entonces como Balthus hubiera nombrado la imagen de Vivienne y la copa de vino: «la joven y la copa, el vino y la joven, cena de labios rojos, catación de vino». En ese juego me encontraba cuando llegó Vivienne por la espalda, me pidió un cigarrillo. Saqué dos, le pasé uno junto al encendedor. Yo encendí otro con la colilla del que se apagaba en mis yemas. Hacía mucho calor y la avenida estaba concurrida. Instintivamente caminamos en busca de un lugar más pasivo. A los pocos metros encontramos un callejón aledaño. Entramos. Grafitis de animales cubrían las paredes de ladrillo, nos hacían compañía. Testigos, cómplices. Una escalera metálica y espiral nos hacía sombra en la noche. El callejon estaba desierto. Desde la acera nadie nos podía ver. Fumé lo último del cigarrillo, tiré la colilla. Vivienne se acercó, la copa de vino en la mano izquierda a la altura de la cintura. La subió, bebió. Luego se inclinó suavemente para buscarme, como abriendo una puerta, Eva con la manzana en la mano, la culebra postrada sobre mi hombro aconsejándome al oído. Despacio busqué sus labios. Los encontré dispuestos, húmedos. Sabían a uva y tabaco. Y como dos ciegos a palpadas nos fuimos reconociendo el rostro y el cuerpo. Mi mano se fue perdiendo en la oscuridad de su pelo ondulado, mis labios se paseaban por su cuello salobre, mientras su seno crecía y se endurecía en mi otra palma. Habían pasado dos años desde que contraje matrimonio, dos escasos pero eternos años con una sola mujer, una sola mujer por primera vez en mi vida. Y finalmente aquel lobo hambriento volvía a husmear el rebaño. No había nada mejor que una nueva mujer, tener un cuerpo nuevo entre las manos. Un cabello diferente que apretujar, una fragancia distinta, un sudor desconocido en la boca. Esa respiración ajena en el oído que aumentaba de ritmo mientras mi mano hacía de las suyas bajo el vestido de florecitas amarillas que morían en la mitad del muslo de Vivienne. Así el encuentro aumento de compas, ella bajo mi bragueta, tomó mi sexo entre su mano, lo acarició, luego lo guío hasta su epicentro. Hice a un lado su ropa interior…. Al poco tiempo vimos pasar a Antoine junto a mi esposa. Cruzaron la calle. Iban a comprar cigarrillos. Retomamos compostura y salimos por detrás del callejón agarrados de la mano, envueltos en frenesí y magia. Esa magia fulminante y escurridiza con la que inicia toda historia de amor. La misma que nos engaña y que tantas veces me ha obligado a empezar de nuevo. A saltar de mujer en mujer en busca del éxtasis. La locura inaugural.

Así pues, antes de llegar a la esquina nos encontrarnos con una caseta de fotografías instantáneas. Eché las monedas, moví la cortina, entramos… Nos encontramos con Antoine y mi mujer en la puerta del bar. Nos despedimos. Con dolor la vi perderse entre la gente tomada de la mano de Antoine. Y es justo en ese momento cuando salto de la cama repleto en sudor, atormentado. Algunas veces incluso Karine se despierta también asustada. Me pregunta si estoy bien. Las muchas otras, no me queda más remedio que encerrarme en el estudio, beber y fumar con la foto entre las manos. Para luego regresar ya borracho a la cama y hurgar a Vivienne en el cuerpo de su hermana.

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