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Caleidoscopio: Sobre Niña nocturna de Eva Gasteazoro

25 julio, 2019

Una crítica de Liliana Heer, Argentina, escritora, psicoanalista, y directora de tesis en la carrera de Escritura Creativa de la Universidad Tres de Febrero, sobre Niña Nocturna, la más reciente novela de la escritora nicaragüense, Eva Gasteazoro», publicada por Alción Editora 2019. Asimismo, al final del ensayo, presentamos una breve muestra del contenido de la novela (fragmentos).



A la página blanca no le falta nada. Habrá que soplar, comprimir, disolver el murmullo insaciable y elegir entre mil ideas una: cristalina, pujante, mortal. Eva Gasteazoro diagrama una historia, escribe la geometría del parentesco, ese imaginario facial de potente pregnancia va aconteciendo. Breves signos hacen palpitar el cosmos, originalizan suspiros, injertan sobre la materia doble identidad: un padre al sentir los gritos de la niña vibra, sonríe, confía en sus latidos.

La niña gritó. En los gritos, el cielo de su paladar exhibía la Cruz de Caravaca. La profecía pregona que quien posee la Cruz no morirá de ciertas muertes; pero el significante muerte danzará sin tregua en un primerísimo primer plano. Espacio griego donde ante todo está la forma, no hay unidad aislada ni absoluta, el contorno encadena lo sublunar.

Niña de largo aliento, secuencia de intensidades jugadas orgánicamente: blanca negra alegre provocación, movimiento incesante, ritmo de ave carmín. Goethe consideraba el aclarar y el oscurecer no como dos contrarios, la naturaleza oscura del color es oscurecimiento de la luz. Quienes vieron nacer a la criatura, actuaron en medio de la noche, quienes lean esta novela serán espectadores de un penetrante alumbramiento poético: amor gota a gota apacigua incertidumbres. Brazos que abrazan alegres un destino nominando a la pequeña febril desenvoltura Maríagracia. “Será su niña hasta que alguno de los dos muera.” 

Una tirada de dados, jamás abolirá el azar.

En bambalinas, otra constelación: el vientre de una mujer bellísima se dispone a despedir, a prisa, la escena del parto. Reposa la esposa hollywoodense, se sabe dueña de la película, ha jugado; jugará no sin desprecio con su indomesticable rival.

La pirámide jerárquica moda/ rutinas/ carácter/ poder, es emblema de una comunidad; podría llamarse un sistema de cañerías que vuelve efectivo el control, la represión. Todo fluye a la cima, se digiere, se excreta: “Maríagracia, una potranca sin jaque… Cepillarle el pelo con toda la fuerza del mundo, era una orden. A pesar de los gritos y de querer correr, la nana tenía más fuerza. Había piñatas, primeras comuniones y un rigor de vestidos rosados y blancos de organdí; peinada y vestida, la subían a un armario de donde solo podría tirarse. El organdí le picaba en toda la piel. Quería rasgarlo, hacerlo trizas; pero había que obedecer. ¡Obedecer siempre!”

Fórmulas de engendramiento

En la trama, ese mandato opera de causal: ante la orden desorden; frente a lo lineal, atravesamiento de temporalidades. Una escritura vertiginosa abre sucesiones simultáneas, cero representación, las presencias se imponen: imágenes, aromas, espinas, escalofrío.

Niña nocturna es una obra caleidoscópica.

El tempo del narrador cabalga códigos paradójicos reinantes de inmediatez: “Hay otro niño en la casa, rubio y suave, tan dulce como el bollo de leche, tierno como un pan recién salido del horno. Es el niño de la madre. Se parece a ella: un primogénito que heredará ese volcán y sus creencias, manadas de caballos, ganado cimarrón…”

El tempo de la protagonista disemina tembladerales, fugas, súbitos staccatos; a veces en primera, otras en tercera persona, alternando prosa y poesía: “No estoy frente a la pared como Bartleby, sino frente a unos inmensos cajones blancos, cubos de cemento, quince, veinte pisos de altura, tumbas que perfilan el último brillo.”  

“El miedo, ese animal vertiginoso
un fuego, un trapecio
o el dolor inmaculado de la muerte”.
pequeñito que se defiende de un halcón.

Hay también diálogos, encadenamientos inesperados descubren la plataforma donde el altibajo profano/sagrado divide el borde letra del borde sentido dando lugar a voces interpelantes, insistencias míticas, fabulaciones.

Al leer Niña nocturna recodé a Duchamp ante sus “Grandes vasos” afirmando que gracias a ellos entraba en lo “veíble”, no en lo visible sino en una cuarta dimensión transformadora del nexo cuerpo-objeto a contemplar. Entonces, recordé su pregunta acerca de si un objeto al ser transparente sigue siendo un objeto. En esta novela –leíble además de legible- ciertos nexos significantes anticipan espesores, endiablados desenlaces, una radiografía del acechante devenir cristal: medio temor media caricia de vibrante fatalidad.

En un “jeep” descapotado el padre de Mariagracia subyuga universos. Es un hombre que engendra hijos, animales, dones, encantamientos. El padre está de viaje, ella se suelta de la mano de una mujer que cuida, y cruza la calle sin ver a un jeep doblar velozmente; el jeep tiene otro color, no es el del padre, él está de viaje. La diminuta cabeza estalla contra el farol, el cuerpo en vuelo, “La sangre un manantial. Así entró en la primera oscuridad.”

Cuando se captan los significados, siempre hay otro significado que permanece en la punta de la lengua. Afecto, infección, catástrofe.

“Un quejido. Un querer llorar. Un me duele. Quiere tocar la cabeza envuelta en gazas.
—Si el brazo repite el gesto… —dice el Dr. Montealegre que ha llegado de Managua—,
es indicio de una meningitis. Si no le da, vive. Más hielo…”.
—Y sí, habrá que trepanar —dijo el Dr. Khül, el famoso neurocirujano de Managua.

Consultas, conjeturas, inspecciones, estudios, posibilidades. Ella es llevada en avión a El Salvador, investigan su cráneo, prescindirá de la boina, el cabello comienza a crecer. Ella juega con sus primas a hablar otros idiomas, recorre geografías, se divierte.

Una misma figura, atomiza varios cuerpos, esa serpentina de efectos prodigiosos da a la niña una posición dominante; carcome la narración multiplicando tonos, promesas, regalos, fama. Curiosidad óptica con resonancias impensables, la cicatriz instaura potestades, todos quieren ver su herida: un canalete de dos pulgadas. Ella, de tarde en tarde “volvía al lugar —a la cuneta, frente a la casa de la anciana que la había salvado—, detrás de la huella de sangre. Y preguntaba: ¿dónde se fue? Buscaba girando sobre sí, exprimía los contornos, y pensaba: ¿por dónde se habrá ido bajo el sol de mediodía ese recuerdo, ese temblor?”

La niña crece aprendiendo a perder lo más amado. Será mujer, gozará, sufrirá, tendrá artilugios compensatorios, vivirá en la memoria de los lectores como una fontana di grazia.  

Aplausos mayores para Eva Gasteazoro!


Eva Gasteazoro

Fragmentos

pag 23

Es el miedo, miedo a abandonar el alma y no hallar más el reposo, ese que brilla y engaña. Vine en busca del torrente que orada la piedra. Desde lejos un llamado tenue, desesperado. Sigo un camino pedregoso de flores silvestres: blancas y amarillas, abejas que zumban y se meten en el pelo. Sigo el rumor del agua que resbala. Es una riera. No viene de ningún lado. Sale de la piedra que exprime las entrañas con su canto.

                El curso es irremediable y hay que andarlo, seguir el paso bordeando la orilla. Se amoldan las plantas de los pies. Me obligan a verme desde abajo, ¿un poco fuera de mí? Detrás, la huella irremediable, trémula, con luz inusitada. Una pequeña capa de tierra húmeda se levanta con las pisadas, enturbia el agua. Resplandece una pena grande casi olvidada. Esa de la muerte. Se ha vuelto mía a costa de llevarla. Hilitos de carne pegados al músculo: a pesar del tiempo y los caminos, un canto más alto que el de gitanas.

              Seguí hasta llegar a una poza. Me desnudé despacio, frente a frente, la vida tocando el agua con la punta de los pies, primero la parte de arriba para perder el pudor al aire libre. Mis senos encrespados. Dejé que me viera sintiendo el sol, el viento, el agua que corre por los pliegues sin costumbre. ¿Quién sabe escribir sobre el deseo? Quisiera sólo oír el agua que corre, no mis ansias aturdidas.


pag. 29

LUNE   8 corazones rojos x 2 = 16

      La lune au voisinage
D’honneurs est le présage
Si elle est éloignée
C´est triste destinée.

Según los números que me has dado —dijo el hombre viéndome a los ojos—, naciste con la Luna en cuarto creciente, esa que divisamos a las horas tempranas de la tarde, desde farallones, volcanes y aguas bravas. Andarás con cuidado al cruzar las calles, las líneas férreas, los ríos y los mares. La aventura será tu vida.

Eres de agua, pero no te olvides, también de carne y hueso.

¡Y tu corazón tiembla!

¡OJO con el viento que trae aromas de jazmines, y perjuros contra vos! Hay quiénes te aman y quiénes te odian. Y desean trastornar tu sombra.

Pero tú eres libre de vagar por los Cielos y la Tierra.

Una mañana te veo volando por los aires dentro de una camioneta que parece de juguete: un golpe invencible sobre la línea férrea, gritos y el estruendo. Tu pierna derecha cercana al pistón del tren. Imposible de ver. Tu cabeza chorrea sangre por segunda vez. ¡Y no moriste! No temas, ¡te salvarás esa y otras veces! Tienes un destino de honores y presagios. Pero en las noches sin Luna, no te excedas, ¡guárdate! Evitarás ese destino sin nombre. Recoge los 8 corazones, multiplícalos x 2 = 16; 6 + 1 = 7.

Es ese el número infinito de un costado de tu vida: Tendrás 7 amores. Pero solo uno te hará falta. Solo uno te hará llorar al infinito. Ese que te recuerda al padre.


pag. 84

El sol me invade. A veces pienso que nos vamos a quedar secos. El pleito entonces se vuelve más agrio. Las miradas, fieras, conocidas de antaño, de leche, de sangre. El mar ruge con fuerza y se avienta contra los muros de contención. Estalla. Si tenemos suerte nos salpica y nos enfriamos.

¿Hasta cuándo esto de las tierras? Para disimular el amor, tendría que no haber sangre. ¿Quién dijo que el amor es de besos? ¿O de carne? Hay que andar despacio, o no moverse. El mar también está caliente y tiembla bajo el sol. Hay que tenerle respeto, o miedo, nunca se sabe, además es traicionero, te arrastra, y sin punto de apoyo perdés el equilibrio. No podés contra esa inmensidad parchada de espuma. Te moja los pies y tenés una esperanza: el fin de la discordia, no desaparecer en medio del calor. El sol comienza a bajar. Nosotros seguimos. Se refleja con un brillo inusitado, te enceguece o ¿es que vemos a Dios?

Lo dejamos hasta ahí. No pudimos continuar. O nos mordíamos.

Voy y vengo a lo largo de la playa. llego cada vez más lejos, casi hasta el volcán, a la hacienda, encendida con la repartición. Por el momento parece que me quedo con Río Grande, unos humedales y Santa Rosa de Cosigüina, la renta. A ver qué sale de ahí.

Ahora sola frente al mar, esperando que baje la marea para volver a andar. No sólo despertarme, sino levantarme al fin; aprovechar el silencio dentro de mí. No hay paredes en esta casa.

El viento marca mi contorno. Me cubre un techo de paja tejido por manos sabias, mejor que cualquier nido de pájaro. La única forma de resistir es aceptar la situación, ceder sin apartarme ni un instante, ni para tomar agua. No perder de vista nunca el mar. Dejar que te abrase hasta la médula y entonces dejar ir. Pasar a ser parte de un mundo de hormigas, o de chillidos y trinos disonantes, pájaros que no conocés, algunos como silbidos de hombre, envalentonados porque son varios, chiflan compiten. Los zanates, negros como el azabache, vuelan bajo, pitidos, cuchicheos, cantos, revoloteo. Quizás temerosos por la arremetida.

Dos palomas se acurrucan. Veo venir a dos niños descalzos. Recogen leña que ha quedado desperdigada al bajar la marea. Suben la cuesta de piedras filosas. Cargan la leña a cuestas. Suben sin temor saltando sobre las piedras. Sabe Dios qué ocurre ahí arriba.

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